viernes, 23 de enero de 2009

El partido y la revolución - SEGUNDA PARTE

Capítulo V
Las estrategias decenales

Teoría, estrategia y táctica

Si hay algo que caracteriza a Germain y a sus compañeros de la mayoría es dar línea, orientación y consignas para acontecimientos futuros. Los camaradas están más preocupados por mirar su bola de cristal que por dar una respuesta política revolucionaria a los hechos presentes. Esta actividad tiene dos defectos: primero, que por mirar tanto el futuro quedan en general sin respuesta (o con una incorrecta) frente al presente; segundo, que las respuestas para el futuro tampoco sirven porque de sus predicciones equivocadas se desprenden tácticas generalmente inaplicables o trágicas.

Además, esta forma de actuar se manifiesta en una verdadera manía por darse estrategias a largo plazo. Ya hace cuatro años, como mínimo, que tienen la estrategia de “lucha armada” para América Latina y aclaran que todavía va para largo. Antes tuvieron ¡y la mantuvieron diecisiete años! la estrategia del “entrismo sui generis” para todo el mundo.

Una historia teórico-estratégica del movimiento obrero

Para justificar sus dos últimas estrategias decenales, la “lucha armada” para América Latina y el “trabajo sobre la vanguardia” para Europa, Germain nos da una versión de la historia de nuestro movimiento, e intenta hacerla aprobar por los jóvenes cuadros de nuestra Internacional en el próximo Congreso. He aquí esa peculiar historia:

“Desde 1905 el movimiento revolucionario en los países subdesarrollados se dividió entre los protagonistas de la teoría de la revolución permanente y aquellos que defendían la tesis de la revolución por etapas, la necesidad de completar una revolución democrático burguesa antes que pueda comenzar una revolución socialista proletaria. ¿Rechazaríamos alinearnos junto a la primera contra la segunda, bajo el pretexto de que hay una ‘tercera estrategia’, la ‘estrategia leninista de la construcción del partido’?... ¿Debemos contraponer a ambos aspectos del debate una ‘tercera alternativa’, la ‘estrategia leninista de la construcción del partido’? Desde 1917, el movimiento obrero internacional está discutiendo si es necesario destruir la maquinaria estatal burguesa para construir un tipo superior de democracia, llamada democracia soviética, como precondición para la conquista del poder estatal por el proletariado y el derrumbe del capitalismo, o si la democracia parlamentaria burguesa y su aparato estatal crean el necesario marco institucional para el derrocamiento del capitalismo. ¿Rechazaríamos alinearnos junto a los primeros y contra los segundos, bajo el pretexto de que existe una ‘tercera estrategia’, la ‘estrategia leninista de la construcción del partido’?”[1]

La historia es una ciencia objetiva. La imaginación por más poderosa que sea no puede eliminar los hechos históricos y los momentos en que éstos se produjeron. Por lo tanto, el compañero Germain tiene que decirnos en qué “países subdesarrollados” se dio, a partir de 1905, esa división objetiva, histórica, entre partidarios y enemigos de la teoría de la revolución permanente. Nosotros no conocemos otro que Rusia y su esfera de influencia. En China, el marxismo entra sólo después de 1917. En el extremo oriente hubo un fenómeno parecido. En América Latina ya había penetrado pero la discusión en el movimiento obrero fue entre anarquistas y marxistas. Pero incluso en Rusia, esa discusión no es un capítulo de su historia. Con excepción de Germain, no hay nadie en el mundo que no sepa que en Rusia, entre 1905 y 1917, la principal división fue la que hubo entre bolcheviques por un lado y mencheviques y social-revolucionarios por otro. Esta es la historia real, política, de las tendencias existentes en Rusia. De la misma manera, la historia real, política, de las tendencias que había en Alemania es la lucha entre kautskianos y bernsteinianos a fines del siglo pasado y principios de éste; y entre luxemburguianos, kautskianos y oportunistas posteriormente, hasta la guerra del 14. En España y Francia la lucha fue entre socialistas y anarco-sindicalistas.

Al tomar como eje de la historia política del movimiento obrero las discusiones teóricas, Germain ha sido víctima, una vez más, de sus tendencias intelectuales. La teoría es uno de los elementos esenciales de todas las corrientes y organizaciones políticas; pero no lo es todo. Lo fundamental es la ubicación de las corrientes y organizaciones en el proceso de la lucha de clases. Esto es lo que explica que la elaboración de la teoría sobre el imperialismo haya sido comenzada por grandes teóricos oportunistas y no por Lenin y Trotsky, que pudieron dirigir la Revolución Rusa.

Un partido revolucionario puede tener una teoría incorrecta, o correcta sólo a medias, sin dejar por ello de ser revolucionario, ya que la relación entre la teoría y la organización no es mecánica sino dialéctica. Lógicamente, una teoría incorrecta o falsa, que con seguridad se reflejará en su práctica, podrá ser superada por el partido, podrá provocarle retrasos fundamentales o, incluso, llevarlo a la catástrofe.

Podríamos formular el siguiente teorema político: un partido bolchevique puede superar sus errores teóricos y dirigir a las masas a la toma de! poder, pero una teoría correcta es absolutamente estéril cuando llega la situación revolucionaria si no ha tenido la estrategia previa de construir un partido bolchevique. Y una de las demostraciones de esta verdad es que Trotsky, que tenía la teoría correcta, no podía garantizar e! triunfo de la revolución rusa porque no había tenido la estrategia de construir el partido, En cambio, pese a sus falencias teóricas, el Partido Bolchevique con Lenin a la cabeza sí pudo hacerlo.

Los bolcheviques estaban a favor de la revolución por etapas, pero en contra de la dinámica de clases que le atribuían los mencheviques. Estos confiaban la revolución democrático burguesa a la burguesía liberal; los bolcheviques se la confiaban a los obreros y campesinos. ¿Dónde entra esto en la historia de Germain? ¿Dé qué lado de su esquema están?

Es posible que no los ponga porque tendría que mencionar que una de las diferencias fundamentales entre mencheviques y bolcheviques, la que provocó la ruptura entre ellos, tenía que ver con la estrategia de construcción del partido, asunto que es mejor no mencionar.

Para analizar los hechos posteriores a 1917, Germain nos propone un nuevo esquema histórico: el movimiento obrero discute si hay que destruir al estado burgués para imponer la democracia soviética o si se puede liquidar al capitalismo a partir de la democracia burguesa. ¿Dónde entran en la historia germainista las discusiones entre stalinistas y trotskistas sobre el “socialismo en un solo país”? ¿No tiene importancia la lucha del III y IV Congresos de la Internacional Comunista contra los ultraizquierdistas? ¿Qué hacemos con el debate entre stalinistas y trotskistas sobre el frente único obrero para derrotar al fascismo, durante el tercer periodo?

La historia real del movimiento obrero y revolucionario mundial es concreta, tiene nombres y apellidos: anarquistas y marxistas; revisionistas y marxistas ortodoxos; mencheviques y bolcheviques; revolucionarios y oportunistas; comunistas de izquierda y leninistas; stalinistas y trotskistas. Dentro de ese proceso real, podemos hacer una generalización, que es la que hace Lenin: “¿En lucha contra qué enemigos dentro del movimiento obrero creció, se fortaleció y se templó el bolchevismo?... En primer lugar, y sobre todo... contra el oportunismo”. Pero en segundo lugar, “se sabe poco que el bolchevismo se formó, se fortaleció y se templó en largos años de lucha contra el revolucionarismo pequeñoburgués... “ que “se consideraba particularmente ‘revolucionario’ o ‘de izquierda’ porque reconocía el terror individual, los asesinatos, cosa que nosotros, los marxistas, rechazábamos en forma categórica”.

Es decir que el bolchevismo no se templó en la lucha por o en contra de la “teoría de la revolución permanente”, sino en lucha permanente contra dos enemigos: los oportunistas y los ultraizquierdistas. La historia de la III y la IV Internacionales es, al igual que la de los bolcheviques, una lucha constante contra estas dos desviaciones.

La maniobra de Germain es evidente. El trata de demostrar que, a lo. largo del proceso histórico, aunque con distintos nombres, el movimiento obrero se dividió siempre en dos grandes corrientes teóricas: los partidarios de la revolución permanente y los de la revolución por etapas, o los que defendían la necesidad de la destrucción del aparato burgués y los que proponían vías pacíficas al socialismo. Con esto, él quiere colocar frente a frente, como enemigos irreconciliables, al oportunismo y al ultraizquierdismo, con lo cual elimina tanto a uno como al otro como enemigos del bolchevismo. Después de hacer esto, nos pide que optemos entre uno y otro bando y no insistamos en la estrategia de construcción del partido. Es decir, nos quiere impulsar a unirnos con el ultraizquierdismo en contra del oportunismo.

Con esto quiere justificar teóricamente su seguidismo crónico a las distintas posiciones que van impactando a la vanguardia en cada época de la lucha de clases. Un seguidismo cuya más reciente expresión es la famosa “estrategia de lucha armada”. Según él mismo lo dice, entre 1905 y 1917, nosotros debíamos haber estado junto a Trotsky que defendió la revolución permanente y contra Lenin que defendía las etapas pero construía el partido. Después de 1917 tendríamos que haber estado junto a los ultraizquierdistas que planteaban imponer la democracia soviética como tarea presente para todos los países, y contra Lenin y Trotsky que, combatiendo contra ellos, estaban construyendo el partido mundial, la III Internacional. Y en el presente, tenemos que estar junto a los guerrilleristas de todo pelaje, porque la vanguardia discute sobre la lucha armada y tenemos que optar por uno de los dos bandos.

Nosotros decimos que no, que antes de 1917 Lenin no optó entre oportunistas y ultraizquierdistas; se dedicó a construir el partido marxista revolucionario. Después de 1917, Lenin y Trotsky no optaron entre oportunistas y ultraizquierdistas, sino que lucharon contra ambos como parte de su estrategia de construir el partido marxista revolucionario.

Actualmente, nosotros nos negamos a optar entre ultraizquierdistas y oportunistas. Con los ultraizquierdistas modernos, los guerrilleristas, podemos tener sólo un acuerdo teórico muy general, en contra de los oportunistas: no hay vías pacíficas al socialismo; la lucha armada entre explotadores y explotados es inevitable. Y allí termina nuestro acuerdo. Estamos en contra tanto de la estrategia oportunista de la vía pacífica al socialismo, como de la guerrillerista de hacer lucha armada por cuenta y riesgo del partido.

Contra ambas, estamos por la construcción del partido trotskista con influencia de masas, que sea capaz de dirigir en todos los momentos la lucha contra la burguesía, lo que incluye la lu-cha armada.

Relación de la teoría con la estrategia y la táctica

En todas estas cuestiones lo que hace Mandel es confundir tres elementos básicos de la política revolucionaria: teoría, estrategia y táctica. El objetivo estratégico es el de largo plazo; las tácticas son los medios para llegar a ese objetivo. La teoría no es ni lo uno ni lo otro, puesto que hace a las leyes generales del proceso histórico y no a los objetivos estratégicos ni a las tácticas. Entre estos tres elementos hay ligazones estrechas, pero no mecánicas sino dialécticas.

Empecemos por la teoría. Nosotros podemos discrepar con los análisis económicos de Mandel, pero concordar con él en el objetivo estratégico de movilizar a las masas y construir partios bolcheviques para barrer al imperialismo y al capitalismo e imponer la dictadura del proletariado. Esta coincidencia estratégica no significa que coincidamos en todo momento con las diferentes teorías que se van elaborando y desechando durante ese proceso que culmina con la toma del poder y la construcción del socialismo.

La relación de la teoría con la estrategia y la táctica existe, pero no se manifiesta en forma inmediata ni directa. En sus congresos, el partido no vota teorías sino líneas políticas de las que surgen estrategias y tácticas. El partido sólo se identifica con una teoría cuando ésta ha sido probada por los acontecimientos. Tal es el caso de la identificación de nuestra Internacional y sus secciones con la teoría de la revolución permanente, que no es una estrategia ni una táctica, sino la ley general de la revolución y del movimiento de masas en la etapa de transición del capitalismo al socialismo que estamos viviendo.

Respecto al problema de la estrategia y la táctica, es muy importante recordar que son términos relativos. En una etapa de retroceso del movimiento obrero podemos tener la estrategia de desarrollar luchas sindicales defensivas. La táctica adecuada a esa estrategia puede ser, por ejemplo, la huelga larga. Pero la huelga larga es una estrategia en relación a un medio, a una táctica: la organización de piquetes para garantizarla. Y ios piquetes se convierten en una estrategia en relación a la táctica que empleamos para construirlos (si lo hacemos públicos, elegidos en asamblea, o clandestinos, elegidos en secreto por la dirección de la huelga). La propia estrategia por la cual comenzamos, el desarrollo de luchas sindicales defensivas, se convierte en una táctica en relación a nuestro objetivo estratégico de obtener triunfos importantes que cambien la etapa de retroceso en etapa de ascenso del movimiento obrero.

El trotskismo tiene dos únicas estrategias a largo plazo: construir el partido y hacer la revolución para tomar el poder

Como Germain no ve las cosas de esta forma, ironiza sobre e! hecho de que nosotros hayamos empleado la palabra estrategia para un corto período. Pero el eje de nuestra polémica con Germain tiene que ver con las estrategias a largo plazo. Si algo podemos asegurar es que para los trotskistas hay a largo plazo dos estrategias fundamentales a escala internacional y nacional: tomar el poder junto al movimiento obrero para empezar a construir el socialismo y construir el partido como la única herramienta para lograrlo. En relación a estos objetivos estratégicos, todo lo demás es táctico, aunque lo llamemos “estrategia”. Para construir el partido y tomar el poder podemos y debemos utilizar la táctica adecuada en cada momento: hacer entrismo, concurrir a elecciones, impulsar el frente único revolucionario, levantar consignas de poder, plantear la lucha armada, levantar consignas ultramínimas y defensivas, etcétera. Todas las tácticas son válidas si se adecuan al momento concreto, presente, de la lucha de clases y entonces sirven para ayudar a movilizar a las masas y construir el partido. Pero las tácticas se usan y se desechan tantas veces como cambia la situación de la lucha de clases. Nunca se votan para largos periodos, jamás deben convertirse en estrategias a largo plazo.

El bolchevismo se caracteriza por utilizar todos los medios y tácticas al servicio de la estrategia de construir el partido, movilizar a los obreros y tomar el poder. Las demás corrientes del movimiento obrero se caracterizan por lo opuesto: confundir estrategia con táctica y elevar esta última a estrategia permanente. La historia del bolchevismo es una lucha constante por imponer los medios y las tácticas adecuadas a cada momento de la lucha de clases. El bolchevismo luchó contra los terroristas, pero supo utilizar el terror; luchó contra los sindicalistas, pero supo utilizar el trabajo sindical; luchó contra los parlamentaristas, pero supo utilizar el parlamento; luchó contra los anarquistas, pero supo destruir el estado burgués; luchó contra los guerrilleristas, pero supo hacer guerrillas; luchó contra los espontaneístas pero supo dirigir las movilizaciones espontáneas del movimiento de masas. ¿Y para qué hizo todo esto? Para construir el partido bolchevique y movilizar a las masas hacia la toma del poder.

Un ejemplo ilustrativo

Cuando el compañero Germain trata sistemáticamente de poner en ridículo al compañero Hansen, diciéndole que no se le puede plantear a un obrero en huelga (que está embarcado en hacer piquetes) que “nuestra estrategia es construir el partido”, está diciendo una verdad de Perogrullo, con la cual demuestra que no entiende nada de nada. Lo que dice Germain es algo que ningún militante con algo de experiencia en el movimiento obrero se detiene a pensar. Si alguien, en una huelga, le dice a los obreros que hacen piquetes que nuestra estrategia es construir el partido, de hecho opone la construcción del partido a la existencia del piquete, porque estaría planteando que sólo pueden estar en el piquete aquellos que coinciden en la necesidad de construir el partido. Sería un pedante que disuelve una situación concreta, un medio, una táctica, en una estrategia decenal. Nunca hemos visto cometer este error que preocupa a Germain.

Pero lo contrario, el error de ocultar nuestra estrategia de construcción del partido, es posible que sea más fácil de cometer por aquellos militantes inexpertos que quieran captar rápidamente la simpatía de los huelguistas. Llevándolo al extremo, consistiría en decirles a esos obreros que nuestra estrategia es hacer piquetes y que nuestro eje de actividad fundamental durante diez, quince o veinte años, será hacer piquetes, con lo cual los estaríamos engañando y desarmando frente a los futuros cambios.

¿Y qué es lo que debemos hacer? En primer lugar, ponernos a la cabeza de ese piquete como los mejores militantes, es decir, ganar la huelga. En segundo lugar, debemos explicarles a esos obreros de vanguardia que, así como hoy están haciendo un piquete, mañana la lucha de clases les planteará que organicen una manifestación, o la defensa de una fábrica ocupada, o las milicias obreras, o que hagan propaganda, o que sean candidatos en las elecciones, porque la lucha contra la patronal no empieza ni termina en esa huelga, sino que empezó hace más de un siglo y terminará cuando la clase obrera tome el poder y construya el socialismo. En tercer lugar, que para llegar a eso hace falta un partido que dirija a todos los trabajadores, así como ellos dirigen a sus compañeros de fábrica, y que nosotros estamos construyendo ese partido y lo invitamos a que se incorpore a él. Si supimos ser los más abnegados militantes del piquete, si supimos explicar nuestra política, captaremos a esos obreros que están en el piquete. Y esto, ¿qué significa sino estar construyendo el partido?

El error más grave

Dijimos que no hay que confundir una estrategia con una táctica. Pero mucho más grave es confundir un medio o táctica con una estrategia decenal, es decir histórica: transformar la táctica en algo más que una estrategia, casi en un principio. Si los obreros sólo ven la necesidad de hacer alguna de estas tareas, y si hacemos como hace Germain, que convierte a esa tarea en una estrategia para diez años, estamos haciendo seguidismo a la conciencia de las masas. Así hizo Germain con el entrismo “sui generis”: al hacer seguidismo a los partidos comunistas, indirectamente o en última instancia estaba haciendo seguidismo al movimiento de masas. En la actualidad, está cayendo en la más grave expresión de seguidismo, el que hace a la vanguardia.

En su polémica con la minoría alrededor de la “estrategia de lucha armada” votada en el IX Congreso, el camarada Frank ha demostrado que ésta es, precisamente, la política de la mayoría. En su carta a la Convención del SWP enuncia correctamente nuestra concepción. Para la minoría... “la mayoría de la Internacional, al aceptar la estrategia de lucha armada para América Latina, renuncia a construir partidos revolucionarios...”

Esto es precisamente lo que nosotros pensamos de la mayoría. Pero luego, el camarada Frank hace otro resumen, ya no tan fiel, de nuestra posición:

“El dilema: lucha armada contra construcción del partido no existe para nosotros. Lo mismo podemos decir del dilema sindicalista, ‘huelga general’ contra ‘construcción del partido’.”

Aquí el camarada Frank se “olvidó” de la palabra más importante: “estrategia”. No existe efectivamente ningún antagonismo entre la lucha armada, la huelga general o cualquier otra táctica, con la construcción del partido siempre y cuando las tomemos como lo que son, como tácticas. La lucha armada, la huelga general, o cualquier otra táctica, se oponen a la construcción del partido cuando se las pretende convertir en estrategias permanentes para toda una época.

¿Cómo se oponen? Sencillamente, porque el partido sólo podemos construirlo si utilizamos en cada momento tácticas diferentes y adecuadas, que cambian tanto como cambia la lucha de clases. Si hay elecciones podemos ser electoralistas. Pero si no las hay, no debemos serlo. Si hay campesinos dispuestos a luchar en forma armada contra los terratenientes, debemos ser guerrilleros rurales. Pero si no los hay, no debemos serlo. Si nos imponemos por cinco, diez o quince años ser electoralistas o guerrilleros rurales, nos atamos las manos para cambiar tanto como sea necesario las distintas tácticas que resultan imprescindibles para fortificar al partido y al movimiento de masas junto con él. Así, repitiendo como tartamudos la misma consigna, nunca podremos hacer crecer al partido. Si en la actualidad, algún camarada planteara como una estrategia central permanente la huelga general, todos —mayoría y minoría— lo acusaríamos de sindicalista. Si planteara como estrategia central permanente intervenir en las elecciones, lo acusaríamos de electoralista. Los camaradas de la mayoría están muy indignados porque los hemos acusado de “guerrilleristas” cuando votaron la “estrategia de guerrilla rural” para toda una etapa y les hemos dicho que su estrategia era opuesta a la de construir el partido. Ahora nos dicen que no han votado la guerrilla rural, sino la “lucha armada”. Pues bien, como estrategia central para toda una etapa, la “estrategia de lucha armada” es mucho más peligrosa que la guerrillerista, porque en ella entran el terrorismo, la guerrilla urbana y la guerrilla rural, métodos de lucha armada pero que, elevados a estrategia, constituyen otras tantas desviaciones que se oponen a la construcción del partido.

Germain, Frank y el resto de los camaradas de la mayoría han hecho varias veces lo mismo. Antes eligieron una táctica, la que seguía el atraso de las masas dirigidas por el stalinismo y, ahora, la que sigue el atraso de la vanguardia impactada por la guerrilla castrista. Ayer fue el entrismo “sui generis”; hoy es la “lucha armada” para América Latina y el trabajo esencialmente hacia la “vanguardia de masas” en Europa. Nosotros sostenemos que el trotskismo tiene sólo dos estrategias a largo plazo: construir el partido y movilizar a las masas para la toma del poder.

Nosotros decimos que convertir las tácticas en estrategias va, a largo plazo, contra la construcción del partido. La corrección de esta afirmación queda demostrada en los resultados que tienen las concesiones a los guevaristas. Si la IV Internacional persiste en convertir a la guerra de guerrillas en estrategia, esto terminará con la liquidación de las secciones que la apliquen —como ya se ha visto en Bolivia y Argentina— y, eventualmente, con la liquidación de la propia IV Internacional.

La historia del entrismo “sui generis”

Quizás el caso más típico de la conducta germainista de darse una política para un futuro hipotético y de convertir una táctica en una estrategia a largo plazo, haya sido el entrismo “sui generis”. Si hemos de guiarnos por la resolución de la mayoría sobre Europa, que trata de justificar esta estrategia, ella consistió en lo siguiente:

“La táctica entrista de construcción del partido revolucionario partía de la hipótesis de que el proceso de radicalización —esto es, de formación de una nueva vanguardia masiva— se produciría esencialmente en el seno de las organizaciones de masas tradicionales. Esta hipótesis tuvo una real validez en los países capitalistas de Europa durante el periodo que va de comienzos de los años 50 a los 60...

El error cometido en la táctica entrista no se refería a la perspectiva objetiva —que los acontecimientos confirmaron en su validez— sino en una subestimación de la relación numérica entre nuestras propias fuerzas y las que nuestro movimiento podría llevar a romper con los partidos de masas en una situación social en la cual las tensiones revolucionarias no se habían revelado todavía”.[2]

Esta nueva versión de los análisis y previsiones que dieron fundamento a la táctica entrista (una táctica que no fue tal, puesto que duró ni más ni menos que 17 años), no tiene nada que ver con los análisis y previsiones que se hicieron cuando se la votó, a principios de la década del 50. Ahora resulta que el error fue simplemente un mal cálculo de nuestra “relación numérica” con las tendencias que podíamos llevar “a romper con los partidos (oportunistas) de masas”. Por lo demás, “los acontecimientos confirmaron la validez” de la “perspectiva objetiva”, puesto que el “proceso de radicalización” y de “formación de una nueva vanguardia masiva” se daría “en el seno de las organizaciones tradicionales” durante un período en el cual “las tensiones revolucionarias no se habían revelado todavía”.

Es absolutamente falso que, cuando se votó la táctica entrista, se hayan hecho estas previsiones y análisis.

Vayamos por partes. ¿Es cierto que se vaticinó un período sin “tensiones revolucionarias”? Nada más falso; ya hemos visto que se vaticinó que la guerra mundial era inevitable a corto plazo y que ella produciría la guerra civil. Nada más opuesto a la ausencia de tensiones “revolucionarias”. En esta nueva versión de la historia se nos quiere dar gato por liebre y no se dice que la guerra mundial inevitable entre la URSS y el imperialismo fue la principal premisa objetiva que justificó la táctica entrista.

¿Para qué se votó el entrismo?

Sigamos, ¿es cierto que la táctica entrista se votó previendo que la “formación de una nueva vanguardia masiva” se daría “en el seno de las organizaciones tradicionales” y para llevar a estos sectores radicalizados a “romper con los partidos de masas”? Nuevamente, nada más falso. Es verdad que se vaticinó el surgimiento de tendencias centristas, pero es falso que el entrismo se haya votado para hacerlas “romper con los partidos de masas”. El entrismo “sui generis” se votó, esencialmente, en base a la caracterización de que los partidos oportunistas, en su conjunto, iban a evolucionar objetivamente a posiciones centristas y a una orientación revolucionaria. Esto es lo que se decía cuando se votó la táctica y no lo que se inventa ahora, 23 años después, para justificarla: “Es porque este movimiento (haciendo referencia a los partidos comunistas) se encuentra por otra parte emplazado en condiciones objetivas tales, por la evolución de la situación internacional hacia la guerra contrarrevolucionaria del imperialismo unido que, independientemente de los planes y la voluntad de su dirección burocrática al servicio de la política del Kremlin, él estará forzado, obligado, a radicalizarse (... ) a esbozar prácticamente una orientación revolucionaria y a actuar en caso de una guerra, con las armas en la mano por el poder”.

Y, comparándolo con el entrismo propuesto por Trotsky, se añadía: “... hoy no se trata exactamente del mismo tipo de entrismo. No entramos en estos partidos para salir rápidamente. Entramos para permanecer en ellos por largo tiempo, confiando en la muy grande posibilidad que existe de ver a estos partidos, colocados en las nuevas condiciones, desarrollar sus tendencias centristas que dirigirán toda una etapa de radicalización de las masas y del proceso objetivo y revolucionario en sus respectivos países”.[3]

¿Dónde está la línea de llevar a las tendencias centristas a romper con los partidos oportunistas de masas? Aquí se dice con toda claridad que esos partidos desarrollarán “sus tendencias centristas” y que dirigirán “toda una etapa” del “proceso objetivo y revolucionario” y que por eso debemos entrar en ellos. Más aún, se dice que nuestro entrismo no es como el que preconizaba Trotsky por un breve período, sino que “entramos para permanecer” en los partidos oportunistas “por largo tiempo”. Vale decir, que no está para nada en nuestros proyectos el hacer romper a las tendencias centristas con ellos, porque, de ser así, entraríamos por un plazo breve, justamente el necesario para definirlas a favor de nuestras posiciones y arrastrarlas con nosotros al retirarnos.

¿Cuáles eran las tendencias de izquierda que, según esta nueva versión del entrismo “sui generis”, iban a darse en las organizaciones oportunistas? Según el documento europeo de la mayoría, eran: “... la izquierda bevanista y, más tarde, la tendencia Cousins en el Partido Laborista inglés; las Juventudes Comunistas y la tendencia Ingrao en el PC italiano; las tendencias de oposición y la UEC dentro del PC francés; la izquierda socialdemócrata en la SFIO y que dio origen al PSA y al PSU; la tendencia Renard en el seno del movimiento obrero belga, la izquierda sindical y la oposición comunista en Dinamarca, que dieron nacimiento al SF, etc.[4]

Esta es una nueva falsificación de lo que se decía en el momento en que se votó la táctica entrista. Es cierto que en aquella época también se hablaba de Bevan, pero no es menos cierto, como ya hemos citado en el capítulo anterior, que también “Tito y Mao Tse Tung encuentran su lugar” en ese “centrismo de tendencias que se aproximan al marxismo revolucionario”. ¿Por qué no se menciona ahora a los PC chino y yugoslavo entre las tendencias de izquierda que, según los camaradas de la mayoría, fueron previstas con toda corrección y “confirmadas por los acontecimientos”? ¿Por qué se oculta a los jóvenes cuadros de la Internacional que, como parte de la concepción que originó la táctica entrista, se sostenía que Tito y Mao se acercaban al marxismo revolucionario y por eso, como ya hemos citado, “no llamamos al proletariado de esos países (China y Yugoslavia) a construir nuevos partidos revolucionarios o a preparar una revolución política”? ¿Por qué no se dice que tampoco llamábamos al proletariado de los países capitalistas a construir partidos trotskistas, sino que, durante 17 años, lo llamamos a permanecer dentro de los partidos oportunistas?

Y con las tendencias de izquierda, ¿qué pasó? Sería conveniente, después de haber trabajado sobre ellas durante 17 años, que se hiciera un balance de nuestra actividad. ¿Por qué no se hace un análisis de la dinámica de esas tendencias que tan “correctamente” supimos prever? ¿Por qué no se dice cuántas de ellas, bajo nuestra influencia, se “acercaron al marxismo revolucionario”? ¿Por qué no se informa sobre los avances políticos y organizativos del trotskismo que trabajó sobre ellas? ¿Cuántos cuadros ganamos? ¿Qué sectores del movimiento de masas logramos dirigir o, aunque más no sea, ligar al trotskismo como fruto de nuestra relación con esas tendencias?

El castrismo: un “olvido” significativo

Pero lo peor del asunto es que no se menciona en toda esta nueva versión del entrismo “sui generis” a la “vanguardia de masas” más importante y progresiva de los años 60: el castrismo. Es raro ese silencio, puesto que el castrismo cambió todas las relaciones de fuerza con respecto a la vanguardia de masas. La razón de este silencio no es difícil de descubrir. Lo que ocurre es que, según la mayoría, una de las “perspectivas objetivas” “que los acontecimientos confirmaron en su validez” era la de que la “formación de una nueva vanguardia masiva” “se produciría esencialmente en el seno de las organizaciones de masas tradicionales”. Y el castrismo es el “acontecimiento” que no sólo no “confirma en su validez” sino que niega toda validez a esa “perspectiva objetiva”.

¿Se dio la “radicalización dentro de los organismos tradicionales” en Europa después del 60? ¿Dónde se incubó la nueva vanguardia espontaneísta del 68? ¿Dentro o fuera de las organizaciones tradicionales?

¿No es acaso un proceso combinado donde predomina lo externo a dichas organizaciones? Si hubo algo en común en todas las manifestaciones de esa época fue el retrato del Che Gue-vara. ¿De dónde salieron todos esos jóvenes de vanguardia que lo levantaban? ¿De las organizaciones tradicionales? ¿De los partidos stalinistas y socialdemócratas?

Los camaradas de la mayoría señalan que “esta hipótesis (una vanguardia masiva que nace del seno de las organizaciones tradicionales) tuvo real validez en los países capitalistas de Europa” en las décadas del 50 y 60. Aparte de la castrista, que nace esencialmente fuera de las organizaciones tradicionales, ¿qué otra “vanguardia masiva” nos pueden nombrar los camaradas de la mayoría, que haya nacido en ese período y que se haya radicalizado en el seno de las organizaciones tradicionales, como tendencia revolucionaria surgida de ellas? Absolutamente ninguna; esa es la razón de su silencio sobre el castrismo.

Si los camaradas de la mayoría hubieran hecho un verdadero balance de las tendencias centristas de izquierda que surgieron dentro y fuera de las organizaciones tradicionales y no se hubie-ran “olvidado” del castrismo, habrían llegado a la conclusión de que, aun con la política de trabajar esencialmente sobre esas tendencias lo más correcto hubiera sido no haber aplicado nunca la táctica del entrismo. Nuestro trabajo debió haber sido sobre esa vanguardia y sobre los movimientos impactados por el castrismo, que surgían fundamentalmente en el movimiento estudiantil y en la periferia de los partidos oportunistas, pero no dentro de ellos.

¿Se puede votar el entrismo para un largo período?

Habiendo terminado con esta serie de justificaciones de flamante invención para los 17 años de entrismo, queda planteada, sin embargo, una cuestión que es, en el fondo, mucho más importante. ¿Se puede votar una táctica entrista por un largo periodo? ¿Permiten el leninismo y el trotskismo permanecer durante 17 años dentro de los partidos oportunistas? Terminantemente, no. Aun cuando se dieran las condiciones que Pablo y sus amigos planteaban en 1952, o las que la mayoría plantea en la actualidad, jamás se puede votar la táctica entrista “por toda una etapa”, para permanecer en los partidos oportunistas “por largo tiempo”, como la votó el SI en su momento y la ejecutó durante 17 años.

La primera razón, y fundamental, para que no se pueda votar una táctica entrista a largo plazo es la necesidad de preservar al partido trotskista como una corriente claramente diferenciada de las otras que existen en el movimiento obrero. Esto se puede sintetizar diciendo que el partido revolucionario no debe jamás perder su independencia pública, política y organizativa, la que le permite diferenciarse claramente, frente a las masas, de los partidos oportunistas o centristas y de las sectas ultraizquierdistas.

La razón de este principio sagrado del leninismo y del trotskismo no tiene nada que ver con un planteamiento de tipo moral ni con la manía de las sectas según la cual lo esencial de la política revolucionaria es diferenciarse de los demás. Tiene que ver con el firme convencimiento de que sólo se llegará a la toma del poder si la clase obrera y las masas son dirigidas por el partido trotskista.

Y para ganar la dirección de las masas, lo fundamental es participar como vanguardia en cada una de sus luchas como un partido organizativamente independiente, con política, respuestas, consignas y programa propios para cada situación. Ese constante postularse públicamente a sí mismo y a su programa como una alternativa revolucionaria frente a los partidos y programas reformistas, es el único camino para que el partido pueda ser visto efectivamente por las masas y la vanguardia como una posible dirección de alternativa.

Dicho de otra manera: en el transcurso de sus luchas, las masas van agotando la experiencia con las organizaciones oportunistas, pero esto no las lleva, por sí solas, a romper con ellas y adherir al marxismo revolucionario. Para hacerlo tienen que haber sido acompañadas en toda esa experiencia por el partido revolucionario. El movimiento obrero aceptará nuestra dirección sólo si nos ha visto durante largos años a su lado y ha podido conocer nuestra organización, nuestra política y nuestro programa y confrontarlos, en cada lucha, con las otras organizaciones, políticas y programas. Ningún obrero o estudiante de vanguardia romperá con su partido si no conoce una organización mejor a la cual adherir, y en la cual poder confiar porque la ha probado en la lucha. No lo hará por la sencilla razón de que preferirá seguir en una mala organización a romper con ella y quedar desorganizado.

Lo que venimos diciendo no podía ser ignorado por Pablo y sus amigos. Por eso, para justificar el entrismo a largo plazo, fue necesario revisar todo el bagaje científico del marxismo contemporáneo que afirma que sin partido revolucionario no puede haber revolución. Así fue como se descubrió, a través de la famosa guerra mundial inevitable a corto plazo, que quienes dirigirían la revolución serían los partidos stalinistas y social-demócratas transformados en partidos centristas de izquierda. De esta manera se eliminaba la necesidad del partido trotskis-ta y se explica que permaneciéramos, durante 17 años, dentro de los partidos oportunistas.

Una táctica para situaciones excepcionales

Esta norma sagrada que nos obliga a mantener nuestra actividad pública e independiente tiene, como toda norma, su excepción. Tal es el caso de la táctica entrista. Pero en esa dialéctica entre lo normal y lo excepcional, lo que prima es lo normal; vale decir que ese momento excepcional, en el cual perdemos nuestra delimitación pública como corriente del movimiento obrero para hacer entrismo, está supeditado a las normas del partido revolucionario. Concretamente: el entrismo es una táctica que sólo se justifica cuando sirve para salir de ella rápidamente en mejores condiciones como partido revolucionario independiente, claramente delimitado de las demás organizaciones. Es una táctica que ayuda, en circunstancias excepcionales, a la construcción del partido; nunca a llevar a otra organización ni a las tendencias centristas hacia la toma del poder.

Ya hemos visto que las dos únicas estrategias a largo plazo que tenemos los trotskistas, son la movilización de las masas hacia la toma del poder, y la construcción del partido. Hay momentos excepcionales en que es particularmente difícil ligarse al movimiento de masas y captar para el partido trabajando como organización independiente. Esos momentos son los que hacen necesaria la táctica entrista. En este análisis ya están señalados los dos únicos objetivos que dicha táctica puede tener: entrar a un partido oportunista para ganar cuadros que estén evolucionando hacia la izquierda (tendencias centristas de izquierda) o para mejor ligarnos al movimiento de masas.

Con cualquiera de estos objetivos, el entrismo es una táctica que sólo puede ser votada para cortos periodos, porque si lo hacemos para ligarnos al movimiento de masas, el entrismo se termina apenas hayamos logrado una mínima inserción en él que nos permita seguir adelante con una actividad pública e independiente. Pero, más aún, cuando éste es el caso, es necesario practicar el entrismo en organizaciones que nos llevan a actuar como fracción pública de ellas a corto plazo. Y esto acentúa el hecho de que sea por un corto periodo, puesto que no hay organización oportunista que pueda permitir por largo tiempo que actúe en su seno una fracción trotskista que tarde o temprano será pública.

Pero, ¿qué ocurre si hacemos entrismo para trabajar sobre las tendencias centristas de izquierda como dicen ahora los compañeros de la mayoría? También en este caso el entrismo es por un corto periodo, justamente por el carácter del centrismo. Existe un primer tipo de centrismo, que va hacia la derecha, es decir, desde el marxismo hacia el oportunismo. Tal es el caso de la burocracia stalinista. Sobre este centrismo no podemos trabajar, puesto que su dinámica es contrarrevolucionaria; nada podemos sacar de él. Existe un segundo tipo de centrismo: el que va del oportunismo hacia el marxismo, es decir, el que va hacia la izquierda. Es sobre éste que podemos trabajar.

Pero esta dinámica puede durar sólo muy poco tiempo. O lo ganamos rápidamente para las posiciones trotskistas, o queda detenido a mitad de camino, condenado a ser centrismo permanente, constituyendo así un tercer tipo: el centrismo “cristalizado” como lo definió Trotsky; el caso del POUM, el LSSP de Ceylán, Lora, etcétera.

Esta dinámica es la que explica que, también para trabajar sobre las tendencias centristas, nuestro entrismo sea a corto plazo.

Pero, nuevamente, éste no fue el caso del entrismo “sui generis”. Cuando se votó esa táctica, de lo que se trataba no era de ganar a las tendencias centristas para el trotskismo, sino de dirigirlas, sin que dejaran de ser centristas, para obligarlas o ayudarlas a que ellas tomaran el poder. Esto es lo que explica los “largos plazos” que se votaron para el entrismo y los 17 años durante los que se lo aplicó.

El entrismo preconizado por Trotsky en los años 30

¡Qué profunda diferencia con el entrismo de Trotsky en los años 30! Nunca tuvo Trotsky como objetivo llegar a dirigir tendencias centristas. Sus dos únicos objetivos fueron ganar rápidamente cuadros trotskistas e insertar al trotskismo en el movimiento de masas. Lo que él se proponía era salir del entrismo habiendo avanzado en el camino de pasar de los pequeños grupos de propaganda a verdaderos partidos revolucionarios con muchos más cuadros que antes y capaces de influir, ellos mismos, sin intermediarios, a una fracción, aunque fuera pequeña, del movimiento de masas.

Por eso el entrismo de Trotsky tiene una profunda diferencia con el de Pablo y sus amigos. Para Trotsky, ese periodo debía ser necesariamente breve; el indispensable para lograr esos objetivos. Para Pablo y sus amigos debía ser muy largo; nada menos que el necesario para lograr que los partidos stalinistas y reformistas, sin dejar de ser centristas, hicieran la revolución.

Los resultados de la larga estrategia entrista “sui generis” fueron catastróficos para la fracción pablista. La mayor parte de los militantes claudicaron a las organizaciones en las que hacían entrismo y los dirigentes claudicaron al oportunismo y rompieron con nuestro movimiento. Salieron de ese período mucho más débiles aún de lo que habían entrado; con muchos menos cuadros y mucho menos ligados al movimiento de masas. La mayor parte de los cuadros de las dos secciones más importantes, las de Ceylán y Bolivia, rompieron con el trotskismo por la derecha. Los de la primera entraron a colaborar con un gobierno burgués y fueron expulsados de nuestra Internacional. Los compañeros bolivianos se dividieron en tres alas: la de Moller, que claudicó frente al MNR boliviano, la de Lora que capituló al stalinismo y la de González que siguió en la Internacional. Otra de las secciones más importantes, el posadismo argentino, rompió también con la Internacional por la derecha y arrastró a la mayor parte de sus cuadros latinoamericanos. El resto de las secciones salieron del entrismo prácticamente destruidas: sin cuadros, sin militantes, sin tradición partidaria.

Ese fue el resultado de la estrategia decenal del entrismo “sui generis”. Eso es lo que se les pide hoy que voten a los jóvenes cuadros europeos. Se les pide que aprueben que la guerra era inevitable, que los partidos stalinistas iban a esbozar “una orientación revolucionaria” y a luchar por el poder “con las armas en la mano”; que fue correcto haber entrado a los partidos stalinistas por diecisiete años y renunciar por ese tiempo a construir partidos trotskistas, que fue un gran acierto destruir todas nuestras secciones europeas y empujar hacia los brazos del enemigo de clase o del reformismo a la ceylanesa, la boliviana y la argentina. La votación será una buena prueba para saber quién tiene pasta de revolucionario en nuestra Internacional.

¿Fue un error fundar la IV Internacional?

La estrategia decenal del entrismo “sui generis” no dejó de tener sus consecuencias sobre los análisis y caracterizaciones del trotskismo con respecto a los partidos stalinistas y a la revolución política en los estados obreros. Ya hemos visto que, en lo que se refiere a China y Yugoslavia, Pablo y sus amigos abandonaron, en aras del entrismo “sui generis”, la tarea de construir partidos trotskistas y realizar la revolución política. Pero la cuestión no quedó allí. Se agravó con la revisión del programa tradicional del trotskismo en lo referente a los partidos stalinistas “puros” (es decir los directamente dependientes de la burocracia soviética), incluido el PC de la URSS, y a la revolución política en los estados obreros del este de Europa y la propia Rusia.

Comenzaremos con los partidos comunistas de los países capitalistas. Según hemos visto, Pablo y sus amigos predecían una guerra imperialista contra la URSS y de allí deducían que los Partidos Comunistas iban a “esbozar prácticamente una orientación revolucionaria”, a “actuar en caso de una guerra, con las armas en la mano por el poder” y a dirigir “toda una etapa del proceso revolucionario en sus respectivos países”.

A fines de la década del 30 empezó la guerra mundial: había posibilidades de guerra contra la URSS y ascenso del movimiento de masas en algunos países. Es decir, había una situación muy parecida a la que imaginaron Pablo y Germain para la década del 50. Sin embargo, Trotsky sacó una conclusión totalmente opuesta a la de Pablo y sus amigos: había que trabajar públicamente y en forma independiente. ¿Quién se equivocó? ¿Trotsky en el 30 o Pablo en el 50?

Trotsky fundamentó su posición de la siguiente manera: “El centrismo burocrático, debido a todos sus zigzags, presenta un carácter extremadamente conservador que se corresponde con su base social, la burocracia soviética. Después de una experiencia de diez años llegamos a la conclusión de que el centrismo burocrático no se acerca al marxismo, de cuyas filas surgió, y es incapaz de hacerlo. Precisamente por esto rompimos con la Comintern”.[5]

Como vemos, la cuestión no se limita a la analogía histórica. Si Pablo tuvo razón, Trotsky se equivocó, “después de 10 años de experiencia”, al caracterizar que el stalinismo tiene un “carácter extremadamente conservador” y es “incapaz de llegar al marxismo”. Es decir, si Pablo y sus amigos tuvieron razón, debemos cambiar todas las caracterizaciones trotskistas sobre la burocracia stalinista puesto que, colocada en determinadas situaciones objetivas, se puede transformar en un centrismo progresivo, de izquierda, capaz de acercarse al marxismo y luchar por el poder, abandonando su carácter extremadamente conservador.

Este análisis, en última instancia, nos hace retroceder a la época anterior a la fundación de la IV Internacional. Durante “10 años” el trotskismo hizo la experiencia de modificar desde adentro, como fracción del movimiento comunista, las características burocráticas de la Internacional y de sus secciones nacionales. No lo logró. Durante “10 años” Trotsky renunció a fundar una IV Internacional porque pensaba que se podía rescatar la III. No lo logró.

Con el triunfo del fascismo en Alemania por culpa de la política stalinista, Trotsky agotó sus “10 años de experiencia” y decidió romper con la III y fundar la IV, porque caracterizó que el proceso contrarrevolucionario del stalinismo mundial era irreversible. Según el análisis de Pablo, llevado hasta sus últimas consecuencias, Trotsky no sólo se equivocó en la caracterización; se equivocó también al fundar la IV Internacional. Fue una actitud apresurada, dado que venimos a descubrir, trece años después, el papel revolucionario que los partidos de la ex-III Internacional pueden cumplir ubicados en una situación objetiva favorable. Y esos análisis fueron votados y defendidos por los actuales dirigentes de la tendencia mayoritaria.

Las condiciones cambian, pero la “estrategia” ¡jamás!

Fue en base a esos análisis que se votó la línea entrista “sui generis”. Los hechos demostraron que tanto las previsiones como las caracterizaciones eran incorrectas.

No hubo guerra mundial ni nos aproximamos a ella; tampoco hubo guerra civil, ni lucha por el poder, ni ascenso del movimiento de masas, ni surgieron tendencias centristas mayoritarias en los partidos stalinistas. La URSS, en lugar de luchar contra el imperialismo, invadió Alemania del Este primero y Hungría después. Y para ello contó con el apoyo de los partidos comunistas que, según Pablo y sus amigos, iban a luchar por el poder en sus países esbozando una línea revolucionaria. Sin embargo, el entrismo continuó: Las condiciones cambiaron o fueron radicalmente diferentes de como las imaginó Pablo, secretario de la IV Internacional en ese momento. Pero la “estrategia”, votada por tiempo indefinido, se mantuvo.

El supuesto curso a la izquierda de los partidos stalinistas llevó a Pablo y sus amigos a no prever la lucha de los obreros de Alemania Oriental primero y de Hungría y Polonia posteriormente. Era inevitable. Si el stalinismo estaba virando hacia la izquierda en todo el mundo, ¿qué necesidad tenían los trabajadores de los estados obreros de realizar la revolución política? Pero los primeros amagos de la revolución política llegaron y Pablo y sus amigos, consecuentes con el entrismo “sui generis”, elevaron su caracterización del stalinismo a nivel programático.

Un programa reformista para la revolución política

No estamos hablando aquí de las consignas que había que levantar para la agitación en la URSS después de la muerte de Stalin. Evidentemente ese hecho abría un periodo en que los trotskistas rusos debían auscultar cuidadosamente al movimiento de masas para encontrar las consignas precisas para movilizarlo. Pero una cosa son las consignas que se agitan tácticamente y otra muy distinta es el programa de la revolución política. Ese programa no debía haber cambiado porque Stalin hubiera muerto, sino que, por el contrario, debía ser más actual que nunca.

Pero el entrismo “sui generis” seguía haciendo de las suyas. Cuando la revolución política era un hecho incontrovertible, demostrado por las luchas del proletariado alemán que prea-nunciaban la de los húngaros y polacos, Pablo y sus amigos se vieron precisados a elaborar un programa para esa lucha; y si sumamos al hecho de la revolución política la caracterización de que el stalinismo giraba a la izquierda nos encontramos con el único resultado posible: un programa reformista para todo el este de Europa y la URSS.

“He aquí el programa de la revolución política que está actualmente a la orden del día tanto en la URSS como en las ‘democracias populares’:

— verdaderos órganos de poder dual, elegidos democráticamente por las masas trabajadoras, que ejerzan un control efectivo sobre el estado, en todas las escalas, comprendido el gobierno;

— democratización real de los partidos comunistas;

— legalización de todos los partidos obreros;

— autonomía completa de los sindicatos en relación al estado, comprendido el estado obrero;

— elaboración del plan económico por los obreros, para los obreros”.[6]

Y las tres consignas fundamentales son:

“¡Abajo el capitalismo y la guerra contrarrevolucionaria que prepara! ¡Viva la democracia proletaria! ¡Viva el renacimiento socialista de la URSS, de las ‘democracias populares’ y del movimiento obrero internacional!”[7]

Este programa no llama al derrocamiento revolucionario de la burocracia, ni siquiera la ataca por su nombre, ni lucha contra sus privilegios materiales. Tampoco plantea el derecho a la autodeterminación nacional de los países del Este de Europa y de Ucrania. Este programa plantea la “democratización real de los partidos comunistas”, que es lo mismo que decir que no hay necesidad de construir partidos trotskistas. Es un programa reformista. Decimos esto, no por las consignas —que pueden ser o no buenas— sino por el sistema que forman, por la manera en que se articulan entre sí. Al no plantear el derrocamiento de la burocracia por una revolución de las masas soviéticas y la necesidad del partido trotskista, se transforman en reformistas.

El programa revolucionario del trotskismo ortodoxo

Ese programa reformista, nada tenía que ver con nuestro Programa de Transición:

“ ¡Abajo los privilegios de la burocracia! ¡Abajo el stajanovismo! ¡Abajo la aristocracia soviética con sus grados y sus condecoraciones! ¡Más igualdad en el salario para todas las formas de trabajo! La burocracia y la nueva aristocracia deben ser arrojadas (de los soviets). En los soviets no hay lugar más que para los representantes de los obreros, los koljosianos de base, los campesinos y soldados rojos”. Y después... “Legalización de los partidos soviéticos. Los obreros y los campesinos mismos, decidirán por medio de su libre sufragio cuáles partidos reconocen ellos como partidos soviéticos”.

Siguen una serie de consignas sobre la economía planificada, los koljozes y la política internacional (“¡Abajo la diplomacia secreta!”) y termina:

“Es imposible realizar este programa sin la liquidación de la burocracia, que se mantiene por la violencia y la falsificación. Únicamente el levantamiento victorioso revolucionario de las masas oprimidas puede revivir al régimen soviético y asegurar la marcha adelante hacia el socialismo. No hay sino un partido capaz de conducir a las masas soviéticas a la insurrección: ¡el partido de la Cuarta Internacional!

¡Abajo la camarilla bonapartista de Cain-Stalin!

¡Viva la democracia soviética!

¡Viva la revolución socialista internacional!”[8]

Una táctica elaborada por una situación concreta (la guerra, que no estalló), pero transformada en estrategia decenal, empujó velozmente al SI de aquel entonces, al revisionismo.

Bolivia 1952-55: Por qué no luchamos por el poder

Si algún joven trotskista intenta estudiar la historia de nuestro movimiento con un enfoque distinto al que utilizó Frank para hacer la suya, encontrará dificultades casi invencibles para saber cuál fue nuestra política en Bolivia. Pese a que nuestra sección allí fue, según declaraciones de Pablo y sus amigos, la más-importante de nuestra Internacional (junto a Ceylán), un secreto celosamente guardado bajo siete llaves rodeó su historia durante años. Parece que nunca antes hubiera existido una sección importante en Bolivia.

La razón de esta conspiración de silencio es sencilla: en Bolivia se dio la más grande, perfecta y clásica revolución obrera en lo que va del siglo, con una fuerte influencia de nuestra Internacional. Y allí se expresó, en su forma más clara, el terrible peligro que traía consigo la “estrategia” del entrismo “sui generis”.

El fracaso del nacionalismo burgués

Bolivia es un país muy pobre. El proletariado más fuerte es el minero, que está concentrado en Oruro y La Paz; todo el proletariado fabril y la pequeña burguesía están prácticamente radicados en La Paz.

El intento de lograr un gobierno bonapartista militar, apoyado en el movimiento obrero para resistir la presión yanqui, como se había logrado en la Argentina con el peronismo, se estrelló contra la miserable condición de la economía boliviana. En la Argentina, ese proyecto burgués fue viento en popa por su excepcional ubicación comercial y financiera (el tercer lugar en el mundo de la última post guerra); y Perón pudo hacer grandes concesiones económicas a las masas, adquiriendo gran prestigio frente a ellas. En Bolivia, en cambio, la situación económica deplorable dejó sin márgenes de maniobra al gobierno burgués: éste no pudo hacer grandes concesiones y el crecimiento del prestigio del trotskismo fue masivo y fulgurante.

El trotskismo adquiere influencia de masas

De esta manera, los trotskistas bolivianos se transformaron en una dirección de gran prestigio político en el movimiento obrero y de masas boliviano, aunque no lograron consolidar esa influencia organizativamente. Así lo reconocieron, repetidas veces, los órganos oficiales de nuestra Internacional, y nuestra influencia se vio reflejada en los hechos mismos de la lucha de clases. Un ejemplo de ello fueron las famosas tesis de Pulacayo, base programática del movimiento sindicalmente organizado en Bolivia. En noviembre de 1946, en Pulacayo (una población minera), se reunieron los delegados de todas las minas de Bolivia, y aprobaron por unanimidad las tesis elaboradas por los trotskistas, votando en contra del MNR y los stalinistas. Estas tesis, que se denominaban “programa de reivindicaciones transitorias”, planteaban entre otras posiciones, las siguientes: 1) salario básico vital y escala móvil de salarios; 2) semana de 40 horas y escala móvil de horas de trabajo; 3) ocupación de minas; 4) contrato colectivo; 5) independencia sindical; 6) control obrero de las minas; 7) armamento de los trabajadores; 8) bolsa de huelga; 9) reglamentación de la supresión de las pulperías baratas; 10) supresión del trabajo a contrato. Este programa, especialmente el que iba contra el ejército y por el armamento del proletariado, con milicias obreras, fue propagandizado en forma masiva por los trotskistas y por la organización sindical minera durante los años que van hasta la revolución de 1952.

Una consecuencia del colosal triunfo trotskista entre los trabajadores mineros, va a ser la constitución del bloque o frente obrero para presentarse a elecciones. A pesar de que el 90°/o de la población boliviana no votaba en aquellos tiempos (había voto calificado: sólo podían votar los que sabían leer), el bloque obrero ganó en los distritos mineros y obtuvo un senador y cinco diputados. El máximo líder trotskista, Guillermo Lora, y otros compañeros hicieron una buena utilización del parlamento burgués, cuando desde sus diputaciones atacaron al ejército y pregonaron la necesidad de destruirlo e imponer las milicias obreras.

En 1951 hubo elecciones presidenciales y triunfó el MNR, pero no se le entregó el gobierno, ya que ante ese triunfo los militares dieron un golpe de estado e instauraron un régimen dictatorial, represivo al extremo. El 9 de abril de 1952, la policía y un sector del ejército, en acuerdo con la dirección del MNR, intentaron dar un contragolpe, pero éste fracasó y su jefe militar se asiló en una embajada. La policía, al verse derrotada por los militares, entregó algunas armas a los trabajadores fabriles y al pueblo de La Paz, para que resistieran la contraofensiva militar. Mientras tanto, los mineros, que ya habían liquidado al ejército en Oruro y se habían apoderado de los regimientos, comenzaron a bajar hacia La Paz. Este vuelco más el copamiento de un tren militar que se dirigía hacia La Paz con armamentos, llevó a la liquidación total del ejército boliviano. En La Paz, por ejemplo, los trabajadores derrotaron completamente a siete regimientos (la base del ejército boliviano), y les sacaron todas las armas. Cayó el gobierno dictatorial, y se le dio el gobierno al MNR.

Las milicias obreras y campesinas fueron las únicas fuerzas armadas que quedaban en Bolivia después del 11 de abril de 1952 y estaban dirigidas, en su mayor parte, por los trotskistas. Recién el 24 de julio, más de tres meses después, el gobierno sacó un decreto de reorganización del ejército.

Nuestros compañeros trotskistas, apoyándose en las milicias armadas obreras y campesinas —entre 50 y 100.000 hombres (en un día de desfile solamente las milicias campesinas tenían 25.000)— y en las organizaciones sindicales, fundaron y organizaron la Central Obrera Boliviana (COB), que agrupó a todas las milicias y a todas las organizaciones obreras y campesinas de Bolivia.

Frente a esa situación, única en este siglo, —una revolución que liquida al ejército burgués y organiza su propio ejército proletario, con una dirección y un programa trotskista, ¿qué hacen Pablo y sus amigos? Aplican una de las tácticas decenales: el en-trismo. Esta línea fue impuesta a escala mundial. Donde no había partidos stalinistas, se los reemplazó por partidos socialistas o nacionalistas burgueses, ya que de ellos surgirían las tendencias centristas que iban a dirigir la revolución. He aquí lo que escribían Pablo y sus amigos en 1951:

“Por otra parte, en caso de movilización de masas bajo el impulso o la influencia preponderante del MNR, nuestra sección debe sostener con todas sus fuerzas al movimiento, no abstenerse sino al contrario intervenir enérgicamente en vista de llevarla lo más lejos posible, comprendiendo esto hasta la toma del poder por el MNR, sobre la base del programa progresivo de frente único antiimperialista”.[9]

¡Ni una sola palabra sobre el movimiento obrero y sus organizaciones de clase, los sindicatos y, el día de mañana, las milicias o los soviets! El compañero Pablo proponía esto, al mismo tiempo que definía al MNR como un partido de la baja burguesía minera, vale decir como un partido burgués. O sea que, según Pablo, no debíamos utilizar las movilizaciones para desenmascarar al MNR, para denunciar su inevitable papel de ser en última instancia, agente del imperialismo. No debíamos oponerle las organizaciones de clase, los sindicatos o las futuras milicias o soviets. Al contrario, debíamos impulsarlo, de conjunto, para que “tomara el poder”. Y disfrazaba esta claudicación a un partido nacionalista burgués tras el programa del frente único antiimperialista.

En realidad, esta política era directamente contraria a la táctica del frente único antiimperialista. Lo fundamental de esta táctica consiste en plantear acciones conjuntas que desenmascaren las vacilaciones y traiciones de los burgueses nacionalistas; y su objetivo es lograr la independencia política del movimiento obrero con respecto a esas direcciones burguesas. La otra cara, más grave aún, de esta prostitución de la táctica del frente único antiimperialista, es la renuncia a luchar por la organización y la política independiente de los trabajadores.

Esta capitulación total, es llevada al asco en otro párrafo de la resolución:

“Si contradictoriamente, en el curso de estas movilizaciones de masas, nuestra sección comprobase que disputa con el MNR la influencia sobre las masas revolucionarias, ella levantará la consigna de gobierno obrero y campesino común a los dos partidos, siempre sobre la base del mismo programa, gobierno apoyado en los comités obreros y campesinos y los elementos revolucionarios de la pequeña burguesía”.[10]

Dicho de otra manera, si empezamos a derrotar al MNR frente al movimiento de masas, no debemos llevar esta tarea hasta el fin, sino que debemos plantear un gobierno compartido entre el MNR y nosotros. Este gobierno no debía ser el gobierno de los comités obreros y campesinos, sino “apoyarse” en ellos.

Para llegar a semejante política, Pablo debió revisar la posición leninista del gobierno obrero y campesino. Lenin estaba de acuerdo con impulsar la toma del gobierno por los mencheviques y socialrevolucionarios (cuando aún el partido revolucionario no tenía fuerzas para hacerlo); pero sostuvo categóricamente que jamás se debía hacer un gobierno compartido con ellos (y no entró al gobierno kerenskista de los mencheviques y socialistas revolucionarios). La esencia de la posición leninista era mantenerse fuera del gobierno, justamente para quedar como única alternativa cuando el reformismo quedara desenmascarado ante las masas después de demostrar su impotencia desde el poder.

Si como línea política, la de Pablo y sus amigos fue revisionista y claudicante, como previsión de los acontecimientos fue catastrófica. La revolución del 52 no siguió ninguna de las pautas que ellos previeron en 1951, sino más bien las opuestas: la clase obrera, a través de las organizaciones de clase, los sindicatos y las milicias, liquidó al régimen militar. Pero, como siempre, la realidad puede ser otra, pero la estrategia de Pablo sigue. Y es entonces cuando la dirección del movimiento obrero boliviano (en primera fila los trotskistas, que decían y hacían lo que Pablo ordenaba) lleva al MNR burgués al gobierno y le da apoyo crítico.

Insistimos: Pablo y sus amigos apoyaron a un gobierno burgués, que no tenía ejército ni policía que lo sostuviera en Bolivia, porque habían votado esa “estrategia” a largo plazo en el congreso mundial de 1951.

Pruebas al canto: después de abril de 1952, nuestra sección boliviana, directamente controlada por Pablo y sus amigos nos decía:

“En el momento presente nuestra táctica consiste en agrupar nuestras fuerzas, en aglutinar el proletariado y los campesinos en un solo bloque para defender a un gobierno que no es el nuestro”. “Lejos de lanzar la consigna del derrocamiento del régimen de Paz Estenssoro, lo apuntalamos para que resista la embestida de la ‘rosca’ “. “Esta actitud se manifiesta primero como presión sobre el gobierno para que realice las aspiraciones más sentidas de los obreros y campesinos”.[11]

Mientras nosotros planteábamos que en Bolivia la consigna era “¡Todo el poder a la COB y las milicias armadas!”, en Quatriéme Internationale, sin que se les cayera la cara de vergüenza, los compañeros Frank y Germain, un año después de la revolución del 52, decían lo siguiente:

“El POR comenzó con un apoyo justo pero crítico al gobierno del MNR. Vale decir, evitó lanzar la consigna (Abajo el gobierno del MNR): lo apoyó críticamente contra todo ataque por parte del imperialismo y la reacción, así como toda medida progresista”.[12]

Entre paréntesis, no sabemos qué tiene que ver no levantar la consigna inmediata “abajo el gobierno”, con el apoyo crítico, puesto que podemos no levantar la consigna sin que esto signifique apoyar al gobierno ni “críticamente” ni de ninguna forma.

En julio de 1953, la revista oficial de nuestra Internacional —Quatriéme Internationale—, en su edición en castellano (pero supervisada al milímetro por Pablo y sus amigos) hacía la siguiente pintura de la situación boliviana:

“La organización de milicias obreras se amplifica paralelamente a la de las masas campesinas... “ “El régimen ha evolucionado en efecto a una especie de ‘kerenskismo’ muy avanzado, mucho más acentuado que el Mossadegh en Irán, por ejemplo”.[13]

Y en esa situación de “kerenskismo avanzado” seguíamos sin lanzar la consigna de “Todo el poder a la COB y a sus milicias”.

Pasó un año más —dos desde la revolución— y se reunió el IV Congreso de la Internacional. En él, Pablo y sus amigos siguieron adelante con su estrategia decenal, no perdieron en absoluto su entrañable amor por las organizaciones no proletarias y por las tendencias centristas, y siguieron sin llamar a la COB, la organización obrera por antonomasia, a que tomara el poder. Habían encontrado otra organización centrista digna de su “apoyo crítico”: la izquierda del MNR.

“En Bolivia, el giro a la derecha y reaccionario de la política del MNR, cediendo a la presión del imperialismo y la reacción indígena, hace más imperiosa que nunca una franca denuncia de este giro por parte del POR, que debe quitar toda confianza a este gobierno, como también a los ministros obreros; llamando constantemente a la COB y trabajando sistemáticamente en su seno a fin de aplicar una verdadera política de clase independiente del MNR y de comprometer a la Central en la vía del gobierno obrero y campesino; la campaña sistemática por esta perspectiva, así como por el programa para tal gobierno, la campaña por elecciones generales, con derecho a voto para todos los hombres y mujeres mayores de 18 años para elegir una asamblea constituyente y la presentación de listas obreras de la COB en estas elecciones. Es solamente tal política la que podrá provocar una diferenciación en el seno del MNR y obligar a su ala izquierda muy difusa y desorganizada a romper definitivamente con la derecha y con sus dirigentes ‘obreros’ burocratizados y comprometerse en la vía del gobierno obrero y campesino”.[14]

La línea habría sido perfecta con un agregado: para garantizar todo esto (constituyente, elecciones, etc. ), es necesario que la COB tome el poder. Pero eso no lo decían Pablo y sus amigos. ¿Quién iba entonces a llamar a esa constituyente? Si no era la COB desde el poder, sólo quedaban el gobierno de Paz Estenssoro o un supuesto gobierno de la izquierda del MNR.

Esta línea confirmaba la que se había dado la sección boliviana un año antes, expresada en un manifiesto lanzado el 23 de junio de 1953, con el beneplácito de Pablo y sus amigos. Allí decía:

“La amenaza de conspiración rosquera se ha convertido en permanente... “, por lo tanto se debe “... defender al gobierno actual... “ con la “... defensa armada del gobierno”.[15]

Aunque parezca increíble, se están refiriendo al gobierno burgués, ¡burgués!, de Paz Estenssoro. Quizás el peligro de “conspiración rosquera” justificaba no levantar momentáneamente la consigna ofensiva de “¡Todo el poder a la COB!” y reemplazarla por la defensiva de “¡Frente Obrero contra la reacción!”. Pero la estrategia de que la COB tomara el poder seguía teniendo vigencia y en ningún caso se podía levantar la consigna de “defensa” de un gobierno burgués. Sin embargo, ¿cuál es la consigna de poder con que termina este manifiesto?

“Toda esta lucha debe girar alrededor de la consigna: control total del Estado por el ala izquierda del MNR”.[16]

Pasó el tiempo y la izquierda del MNR fracasó. Así, ¡cuatro años después de la revolución!, cuando el ejército había logrado reestructurarse, cuando ya no podían confiar en el MNR —como al principio— o en su ala izquierda —como después— Pablo y sus amigos bolivianos adoptaron la línea por la que había luchado sistemáticamente nuestro partido desde el comienzo. En una resolución del CE del POR boliviano de mayo de 1956, ¡por fin!, (pero demasiado tarde) se dice:

“Fortaleciendo y desarrollando todos los órganos de poder dual, frente a los choques con el gobierno, con la burguesía, con la oligarquía y el imperialismo, frente al parlamento y a las tentativas de restar influencia a los sindicatos que desarrollara el gobierno de Siles, nosotros empujaremos la tendencia de las masas planteando: ¡Que la COB resuelva en todos los problemas! y ¡Todo el poder a la COB!”[17]

¡Por fin se dieron cuenta!, decimos nosotros. Era una victoria tardía de nuestra prédica y nuestra polémica. Habían quedado al descubierto las claudicaciones de Pablo y sus amigos. Habían salido a la luz los terribles peligros que nos acechaban detrás de sus famosas “tácticas” de largo plazo, basadas en hipótesis para el futuro y no en la realidad.

El “entrismo sui generis” frente a los golpes reaccionarios argentinos del ‘55 y a los gobiernos gorilas del ‘55-’58

No sólo en Bolivia tuvimos consecuencias funestas con la estrategia decenal “entrista sui generis”. En la Argentina, esa estrategia no dejó de tener consecuencias trágicas para el trotskismo. No es casual que la palabra “gorila” que ha adquirido predicamento universal, haya sido acuñada en nuestro país. Es aquí (junto con Guatemala) donde surgieron en la posguerra los primeros gobiernos ultrarreaccionarios similares al actual gobierno brasileño. Con la dictadura militar argentina aparecen los campos de concentración con miles y miles de presos, la ilegalidad de los sindicatos, de los partidos de izquierda y burgueses que se le oponían, los asesinatos y torturas de los militantes sindicales, de izquierda y de oposición. Es muy posible que haya sido una dictadura mucho más brutal que la actual brasileña. De ahí que esté muy justificado que a esas dictaduras se las denomine como el proletariado argentino denominó al gobierno militar: dictadura “gorila”. Es bueno que veamos cuál fue la política seguida por Pablo en aquella época y la que tuvimos nosotros, tanto frente a los golpes, como a los gobiernos gorilas.

En una resolución impuesta por la mayoría, el CEI ha calificado la política de nuestro partido en aquella época como oportunista y de capitulación al peronismo. Debemos entonces empezar con la exposición veraz de nuestro supuesto “oportunismo”. Hace más necesaria esta tarea el hecho de que hayamos efectuado una severa crítica a nuestra sección boliviana por su política frente a los recientes golpes reaccionarios. ¿Nuestra trayectoria justifica esa crítica?, se preguntarán muchos compañeros extranjeros o nuevos en el movimiento y que no conocen su verdadera historia.

Nosotros hemos publicado repetidas veces en forma de folletos o libros, nuestros trabajos de aquella época. Los compañeros de la mayoría tienen una documentación abundante y de fácil manejo para demostrar sus acusaciones, no tienen necesidad de recurrir a ningún archivo o colección de periódicos.

Previmos el golpe y luchamos contra él desde diez meses antes

De esa documentación surgen con toda evidencia los siguientes hechos:

1) Desde noviembre de 1954, es decir siete meses antes del primer golpe y diez antes del triunfante, iniciamos una campaña de denuncia y oposición al golpe reaccionario que considerábamos seguro, desde nuestro periódico. Un historiador reconocido como Milcíades Peña, hizo un prólogo a la recopilación de nuestros artículos en el que decía lo siguiente:

“Desde el primer momento los militantes socialistas revolucionarios trotskistas dijeron con claridad cuál era el sentido real de esa lucha, y su posición en la misma. Y desde el primer momento previeron el ‘putsch’ y alertaron contra él a la clase obrera”.[18]

2) Sin depositar ninguna confianza en el gobierno peronista supimos distinguir las diferencias que tenía con el enemigo, sin minimizarlas por el hecho de que eran variantes burguesas. Señalamos que el gobierno de Perón era burgués e incapaz de frenar el golpe, pero también que tenía diferencias con el imperialismo yanqui y sus agentes políticos, la iglesia católica y los partidos opositores, que estaban preparando el golpe reaccionario.

3) Insistimos en que la principal tarea política que se había abierto desde diciembre de 1954 era enfrentar el inevitable golpe de estado que estaba preparando la reacción. Llamamos a un acuerdo técnico al gobierno peronista, y a un frente único a los partidos obreros y principalmente a la CGT para luchar contra el golpe. Intervinimos en todas las movilizaciones que el movimiento obrero y de masas realizó contra los preparativos golpistas. Jugamos un papel de primera magnitud en las acciones con que el movimiento obrero aplastó el primer golpe y en la formación de las primeras milicias obreras que ha conocido el país desde la “semana trágica” dé 1919.

4) Llamamos a la formación de milicias y al armamento sindical para luchar contra el golpe. Denunciamos sistemáticamente al gobierno peronista como un gobierno burgués, que se iba a entregar al golpe y que era incapaz de enfrentarlo. Subrayamos sistemáticamente que no teníamos nada que hacer con el peronismo. Es decir, previmos el golpe y luchamos para impedirlo, diez meses antes de que triunfara.

Veamos algunas pruebas contundentes. El primer artículo sobre el tema lo publicamos en nuestro periódico del 3 de diciembre de 1954. En el titular más importante decíamos: “La Iglesia Católica al servicio del golpe de estado del imperialismo yanqui. Sólo la movilización de la clase obrera detendrá el golpe de ésta y la colonización del país.”

Allí señalábamos: “Al mismo tiempo el discurso de Perón, medido en todas las palabras y de tono explicativo y no agitativo, es el mejor indicio de que el gobierno no está interesado en movilizar a las masas más allá de los actos formales que pueda controlar. Sin embargo, sólo la movilización amplia de la clase obrera fortalecerá al país frente a la tentativa de colonización del imperialismo yanqui”. “El gobierno peronista que está embarcado en una política de colaboración de clases y se inclina cada vez más con mayor evidencia del lado patronal, no está dispuesto a ceder a ninguna de las reivindicaciones que la clase obrera pudiera plantearle.” “Nosotros, como partido anticapitalista y antiimperialista, queremos dejar aclarada nuestra posición en torno a este problema. Pero no una posición enunciativa sino afirmativa y de lucha. A pesar de todas nuestras divergencias con el gobierno peronista, a pesar de nuestras críticas, queremos manifestar públicamente que mientras el gobierno no se entregue al imperialismo yanqui, frente al peligro de un golpe de estado fomentado por Wall Street, ofrecemos al gobierno un acuerdo de carácter técnico bien delimitado, público y sin compromisos políticos a fin de detener todos los intentos del imperialismo por colonizar al país y superexplotar a nuestra clase obrera”.[19]

Y en el último periódico antes del golpe triunfante, decíamos lo siguiente:

“No tuvimos ni tenemos confianza en la política y en los métodos del actual gobierno, aunque acataremos disciplinadamente a la mayoría.” “El hecho de que aceptemos la voluntad de la mayoría de los trabajadores no significa que seamos peronistas, ni tampoco el ala izquierda del peronismo, ni siquiera aliados del peronismo. Somos una organización distinta del peronismo. Nuestro partido es un partido obrero: el peronismo, en cambio, es un partido burgués, es decir, que está por la defensa del actual orden de cosas.”

“Lo que hace que en algunos hechos estemos junto al gobierno peronista, y frente a la oposición, se debe a que, si bien estamos a favor de la sustitución del actual gobierno por un gobierno de la CGT y de todas las organizaciones obreras y campesinas, estamos en contra de que el actual gobierno sea reemplazado por un gobierno de los curas, los patrones y el imperialismo yanqui.”[20]

En un volante oficial de la misma época hicimos este llamado:

“Trabajadores:

La Federación Socialista Bonaerense (Revolución Nacional) que edita el periódico ‘La Verdad’, les lanza un urgente llamado:

“¡Apoyad la instrucción de la dirección de la CGT, defended la situación actual contra la reacción que quiere implantar un gobierno militar reaccionario!

“No se trata de defender a un gobierno: el peronista, sino de impedir que triunfe un gobierno abiertamente procapitalista y antiobrero.

“Nosotros, por ejemplo, no estamos a favor de la política peronista, ni de los manejos de los dirigentes sindicales que se enriquecen a costa de los obreros y suprimen la democracia sindical; pero, en este caso, ponemos en primer lugar la unidad de la clase obrera y del movimiento sindical, contra el ataque que le lleva a cabo la reacción para implantar su gobierno. Si el golpe militar triunfa, el movimiento obrero perderá sus organizaciones sindicales y su unidad y los patrones, el imperialismo y el clero serán los dueños completos del país.

“Por eso creemos que hay que apoyar la acción de la CGT contra el golpe. Esto no impide que alertemos fraternalmente sobre los siguientes peligros:

— si no se moviliza a la clase obrera;

— si no se pone en práctica la resolución de la CGT sobre milicias obreras;

— se puede perder TODO.

“No debemos olvidar que el 14 de junio la dirección del movimiento sindical aseguró que no pasaba nada, y dos días después estallaba el golpe. No debemos olvidar tampoco que hasta hace pocos días se dijo que nada pasaría y que había que guardar tranquilidad yendo ‘del trabajo a casa y de casa al trabajo’. Esta política se ha revelado como un grave error; si la clase obrera se hubiera movilizado, no habría sufrido en tres meses dos golpes de estado.

“Lo que veníamos diciendo desde hace un año lo repetimos nuevamente ahora:

“Sólo la movilización e iniciativa de la clase obrera puede aplastar de una vez por todas los golpes reaccionarios. Por eso, disciplinadamente solicitamos y presionamos a las direcciones sindicales para que se ponga en práctica la resolución de las milicias obreras.

“Compañeros: Todos los obreros unidos, sin excepción, de-bemos luchar contra el golpe de estado de la reacción y debemos exigir que se ponga en práctica la resolución sobre las milicias obreras, única forma de aplastar DE UNA VEZ POR TODAS a la reacción clerical, patronal, imperialista.

“Federación Socialista Bonaerense (R. N. ), 17 de septiembre de 1955. Lea La Verdad.”[21]

La sección oficial no dijo ni una palabra contra el golpe

Mientras nosotros dábamos toda esa lucha, mientras nos jugábamos en las calles contra el golpe reaccionario, la sección dirigida por Posadas y reconocida por Pablo, no decía una sola palabra. Ni una sola. Veamos un solo ejemplo. En el periódico de la sección para el lo. de Mayo de 1955, o sea un mes antes del primer golpe de estado, que se dio el 16 de junio y que originó el surgimiento de las milicias obreras, centenares de muertos (nunca se supo) y el enfrentamiento del movimiento obrero con la Marina, no hay un solo artículo que toque el problema del golpe, no hablemos ya de dar línea contra él. En el artículo editorial aparece el programa oficial de la sección para los meses venideros.

El primer punto, no podía ser de otro modo, es “Contra los preparativos de guerra” (la línea avanzada por Pablo de que venía la guerra mundial a corto plazo). El segundo, “por la expulsión del imperialismo”. El tercero, “Apoyo a la revolución boliviana”, etc. Y a partir del cuarto punto comienzan las con-signas-tareas de tipo nacional, que citaremos en forma completa:

“4) ¡Defensa de todas las conquistas! ¡Ni un paso atrás en las conquistas logradas! 5) ¡Defensa y fortalecimiento de la organización sindical!, etc. 6) ¡Salario vital mínimo y escala móvil de salarios! 7) ¡Control obrero de la producción! 8) ¡Contra toda ley y medida represiva contra el movimiento obrero! ¡Libertad a todos los militantes obreros presos! 9) ¡Por un Congreso de Organizaciones Sindicales contra la ofensiva burguesa y la carestía! 10) ¡Por la formación de un partido obrero basado en los sindicatos, que luche por el programa y los intereses de la clase obrera y las masas! 11) ¡Por un gobierno obrero y campesino!”[22]

Ni una palabra del peligro del golpe, ni una palabra de la necesidad de las milicias obreras, ni de una política frente a la reacción.

Y el golpe triunfó; vino la represión más feroz contra el movimiento obrero y peronista; los sindicatos fueron intervenidos. La sección oficial se vio obligada a reconocer que había habido un golpe “clerical, oligárquico, imperialista”. En un volante posterior al golpe reconocen que hay “matanzas de trabajadores por medio de tanques, bombas, ametrallamientos con aviones, cañones y ametralladoras. Se ha consumado y se desarrolla la masacre en masa de trabajadores más criminal y sanguinaria que registra la historia de la burguesía del país”. “Sin tener aún informes completos de todo el país, hemos visto y sabemos que esta Paz y libertad a que nos llaman y que nos prometen, va dejando ya un saldo de 6.000 obreros muertos en Mendoza, casi 20.000 en Córdoba, masacre de obreros y fusilamientos de dirigentes en Mar del Plata y Bahía Blanca (no tenemos datos precisos de bombardeos de sectores obreros de Santiago del Estero); en Rosario (según informes no precisados) la matanza alcanza a 7.000 obreros; manifestantes cegetistas portando carteles que decían:

‘Soldados no tiren: somos el pueblo’, fueron ametrallados con aviones cazas; en Córdoba tiraron bombas sobre barrios obreros desde las ventanillas de aviones comerciales; por radios del exterior sabemos que en Tucumán (no disponemos aún de datos directos) ha sido terrible la matanza.”[23]

La verdadera explicación: el entrismo “sui generis”

A pesar de ese reconocimiento de las características del golpe, ni Posadas ni su íntimo amigo y defensor incondicional Pablo, se efectuaron ninguna autocrítica por la política que tuvieron en el año 1955. Esa política obedecía a una razón profunda: el “entrismo sui generis”. El programa que hemos citado no menciona la podrida política del PC argentino que le estaba haciendo el juego a la reacción clerical. En todo el periódico tampoco menciona la podrida política mundial del stalinismo. Todas son ponderaciones a China y su política. Dentro de esa política general, el enemigo principal era el gobierno peronista y la burguesía en su conjunto, principalmente la burguesía ligada al peronismo. Era una aplicación táctica del entrismo, de seguidismo al stalinismo criollo e internacional, que siempre había estado en contra del peronismo por razones tácticas, para copar el movimiento obrero y así tener una mercancía de cambio más apetitosa para negociar con el imperialismo yanqui. La sección pablista fue la variante de izquierda del stalinismo criollo.

Después vino la lucha contra los gobiernos gorilas. Nuestro partido levantó como uno de los puntos principales de su lucha contra esos gobiernos, los derechos democráticos. Empezamos la lucha por el derecho del peronismo y el General Perón a intervenir en política, por la legalidad de este partido burgués que tenía el apoyo de casi todo el movimiento obrero. Denunciamos a la dictadura gorila planteando que la lucha era para derribarla. Estuvimos entre los fundadores de las 62 Organizaciones obreras de resistencia al gobierno militar. Estuvimos en todas las luchas. El gobierno gorila nos “distinguió” persiguiéndonos con saña, con más saña aún que al peronismo. Lo mismo les ocurrió a todos los partidos de izquierda antigorilas y que estuvieron contra el golpe. Incluso el PC sufrió un tanto las represiones.

Pero hubo un partido que fue total y absolutamente legal. El único partido de izquierda cuya prensa fue legal, se vendía en todos los quioscos bajo protección policial, el único al que se le otorgó la posibilidad de hablar por las radios oficiales gorilas (y que utilizó esa oportunidad y habló). Mientras todos los que luchábamos contra los gorilas íbamos a campos de concentración o a la cárcel, este partido, milagro de milagros, obtenía la legalidad. Y en su prensa se vanagloriaba de que la había obtenido gracias a su intensa lucha. Ese era el partido de Posadas, la niña mimada del compañero Pablo, la sección puesta como modelo a todo el movimiento trotskista mundial en la etapa del entrismo sui generis y de toda la política de la mayoría de aquella época. Ese partido recibía el 24 de octubre de 1955, un mes después del golpe contra el que no luchó, y publicada en enero de 1956, en su periódico legal bajo la dictadura gorila, un saludo y felicitación del Comité Ejecutivo Internacional.

¿Dónde estaba el secreto de tanto amor de la dictadura gorila hacia la sección oficial? En varios hechos políticos de gran importancia: primero, la sección opinaba, y lo decía públicamente, que los obreros no debían luchar por la legalidad del peronismo y del general Perón, porque “eran partidos burgueses”, segundo, en el “entrismo sui generis” la sección seguía como una sombra al stalinismo y éste tenía relaciones bastante buenas con la dictadura gorila a los efectos de ver si ésta le dejaba una tajada en las ocupaciones militares de los sindicatos (el enemigo principal tanto para la sección como para el stalinismo, eran los jerarcas sindicales peronistas, no los gobiernos gorilas). Lógicamente la sección no tuvo presos, que nosotros sepamos, ya que sus militantes eran legales.

Hoy día el compañero Germain nos critica por haber utilizado los resquicios de legalidad que nuestros trabajadores consiguieron en sus luchas. Creemos que antes de criticarnos, tenga o no razón, debería autocriticarse por haber apoyado públicamente durante años y años, la funesta política de su sección oficial en nuestro país.

La estrategia del control obrero

Dentro del período de la estrategia del “entrismo sui generis”, los camaradas de la mayoría comenzaron a plantear una nueva estrategia decenal: el control obrero. Esta estrategia nació allá por el año 1964, se mantiene hasta la fecha, y el camarada Germain nos amenaza con mantenerla por los siglos de los siglos.

En su nacimiento, Germain la justificó con su teoría sobre la nueva estructura y leyes del neocapitalismo: ya no se luchaba contra los bajos salarios y la desocupación, sino contra la dirección de las empresas. Actualmente, la justificación parece que tiende a cambiar, dado que la situación económica de los países imperialistas, especialmente los europeos, ha desmentido la teoría germainista y puesto nuevamente a la orden del día las luchas económicas “tradicionales”. Pero la estrategia queda; sin una nueva justificación elaborada en forma completa... pero queda.

Sin embargo, si seguimos a Trotsky comprobamos que la consigna “de control obrero fue lanzada para todo un período por el ala derecha del comunismo, los brandleristas, en contraposición al trotskismo, que la negaba. Es que para Trotsky sólo se puede propagandizar y agitar en una etapa revolucionaria, cuando está planteado el poder dual, la revolución socialista y la nacionalización de toda la industria. Los oportunistas, en cambio, la usan permanentemente.

“El control obrero es una medida transitoria, en condiciones de extrema tensión de la lucha de clases, y no es concebible más que como un puente hacia la nacionalización revolucionaria de la producción.[24]

Trotsky insiste en que esta nacionalización sólo se puede hacer con el poder obrero y los soviets.

“En general, el control sólo es concebible cuando el proletariado tiene fuerzas políticas preponderantes sobre las del capital... Para nosotros, la consigna de control está ligada al periodo de poder dual en la producción, que corresponde al pasaje del régimen burgués al régimen proletario... [Los brandleristas] no hacen más que condenarse a sí mismos cuando se jactan de haber repetido durante varios años una consigna que no es aplicable más que en un período revolucionario.”[25]

Trotsky puede decir lo que quiera: a los camaradas de la mayoría, especialmente al camarada Germain, eso no les importa. La primera vez que plantearon la estrategia de control obrero fue en el año 1964:

“La demanda del control obrero es, actualmente, la demanda estratégica central de los socialistas y del movimiento obrero en general.”[26]

En el congreso de 1965, mucho antes de que se iniciara la oleada de luchas masivas del proletariado europeo, cuyas expresiones máximas fueron Francia en mayo de 1968 e Italia en 1969, se decía que:

“La consigna del control obrero aparece como la consigna central de esta etapa de la lucha, en la cual desemboca todas las otras reivindicaciones transitorias.”[27]

Después de mayo del 68, Mandel aseguraba que:

“La demanda del control obrero está a la orden del día” y “La experiencia de mayo de 1968 en Francia muestra una de las principales razones por las cuales la demanda por el control obrero ocupa una posición de primera importancia en una estrategia socialista que apunte al derrocamiento del capitalismo en los países industrializados.”[28]

En el documento europeo de la mayoría, esta línea del control obrero es dada en dos oportunidades como esencial. Entre las diez tareas centrales para nuestras secciones, figura:

“Intervenir sistemáticamente en toda agitación obrera, en todas las huelgas y campañas reivindicativas, planteando la problemática del programa de transición en su conjunto, es decir, defendiendo una serie de reivindicaciones centradas esencialmente en la consigna de control obrero, reivindicación que tiene hoy un papel capital pues conduce a los trabajadores a cuestionar objetivamente la autoridad de la patronal y del Estado burgués y a crear órganos de doble poder.”[29]

Y en otro punto insiste:

“Asegurar una propaganda sistemática en el movimiento obrero organizado acerca de las reivindicaciones transitorias y orientar la recomposición de éste a fin de que sean defendidas —sobre todo la de control obrero— por sectores del movimiento sindical y de las organizaciones obreras tradicionales en proceso de radicalización.”[30]

El control obrero y el problema del poder

Esta posición de abstraer una consigna de nuestro programa (el control obrero) para transformarla en eje de toda nuestra política, es algo típico de la mayoría, ya que lo mismo ha hecho con la guerra de guerrillas y la lucha armada para América Latina. Pero en este caso es mucho más peligrosa dado que por su propia lógica esta línea puede llegar a cumplir el mismo papel reformista que la consigna “socialismo” de la socialdemocracia de preguerra.

Como toda posición equivocada va contra las experiencias de la lucha de clases. El problema del poder, según el mismo documento, va a estar planteado porque:

“El carácter de la época confiere a las luchas de masas no sólo un alcance político objetivo; implica también la necesidad imperiosa de plantear la cuestión del poder político...”[31]

Por otra parte, el mismo documento reconoce que el detonador de las explosiones del movimiento de masas europeo, puede ser muy variado:

“... las reivindicaciones económicas (años 1919-20 y 1925-26), una crisis económica aguda (1923), un brusco cambio desfavorable de la coyuntura económica (1960-61), la reacción contra un golpe de estado de extrema derecha (España 1936, Grecia 1963), las esperanzas de un cambio político fundamental (junio de 1936 en Francia), las revueltas estudiantiles (mayo de 1968), la crisis monetaria, las guerras coloniales, la defensa de los derechos adquiridos por el movimiento obrero (derecho de huelga, libertad sindical, etc. ). Sería vano establecer de antemano la secuencia posible.”[32]

El camarada Germain y el resto de los camaradas de la mayoría nos dicen que habrá distintos detonantes para la movilización de las masas, nos dicen que “el carácter de la época... implica la necesidad imperiosa de plantear la cuestión del poder político”, y estas dos afirmaciones son muy correctas. Pero luego nos dicen que ante todas las situaciones nuestra consigna central debe ser la de control obrero. Esto es muy peligroso, y nos puede hacer caer en el reformismo. En primer lugar, porque el control obrero no es una consigna de poder y, en segundo lugar, porque ilusionamos a las masas en que con el control obrero bajo el régimen burgués podemos solucionar toda esta gama de problemas (crisis económicas, desplazamiento violento hacia la derecha, guerra colonial, etc. ).

¿Se puede construir el socialismo sin tomar el poder?

Siguiendo con la lógica de esta forma de plantear el control obrero como tarea central por tiempo indefinido, podemos llegar a decir que se puede construir el socialismo sin tomar el poder. Vale decir, que nuestra tarea central ya no es educar a los trabajadores en la necesidad de tomar el poder, sino en el control obrero y en la administración socialista dentro del estado burgués. El camarada Mandel se aproxima peligrosamente a esta conclusión:

“En la ola de huelgas que atraviesa Europa desde mayo de 1968, las secciones y los militantes de la IV Internacional han perseguido, básicamente un triple objetivo:

1) popularizar, extender regionalmente, nacional e internacionalmente, las experiencias de la lucha obrera más sobresalientes tanto por las reivindicaciones avanzadas como por las formas de organización y combate adoptadas.

2) propagar, enraizar en el seno de la masa obrera la impugnación de la autoridad patronal, la lucha por el control obrero. Es a través de esta impugnación como los trabajadores adquirirán la conciencia y la practica necesarias para pasar en futuras huelgas y explosiones revolucionarias a la toma de las fábricas y a la socialización de la producción.

3) estimular la creación de órganos de dirección de las huelgas controladas por las masas de trabajadores, es decir comités de huelga democráticamente elegidos que den cuenta regularmente a las asambleas generales de huelguistas.

Si los trabajadores aprenden a gestionar sus propias huelgas, aprenderán también tanto más pronto a gestionar mañana su propio estado y su propia economía.[33]

Felizmente, no conocemos posiciones teóricas de otros cama-radas de la mayoría que coincidan con ésta del camarada Mandel. Pero la “estrategia” del control obrero está allí y, en realidad, el único intento teórico por justificarla ha sido dado, hasta ahora, por Mandel-Germain. Siguiendo por este camino, el peligro que acecha a nuestra Internacional es claro, empezar con la “estrategia” del control obrero para terminar abandonando la lucha por el poder.

Dos interpretaciones y dos políticas para la huelga general de mayo de 1968 en Francia

Así como la incorrección de la estrategia decenal del “entrismo sui generis” se manifestó en todas sus trágicas consecuencias, entre otros, en los casos de Bolivia 1952-55 y Argentina 1955; la estrategia decenal de “control obrero” se despliega, con todos sus terribles peligros, en la interpretación que hace el camarada Mandel de la huelga general de mayo de 1968, y en la política que, según él, se debió haber aplicado.

Trotsky y la huelga general

Hay una frase de Trotsky que debe ser la introducción a cualquier análisis sobre una huelga general en cualquier país del mundo. Más aún la de 1968 en Francia, puesto que Trotsky está hablando de la situación francesa en vísperas de la huelga general de 1936.

“Por encima de todas las tareas y reivindicaciones parciales de nuestra época se encuentra la cuestión del poder.”[34]

Esta afirmación categórica y definitiva de Trotsky se expresa en su análisis del significado de una huelga general:

“La importancia fundamental de la huelga general, independientemente de los éxitos parciales que puede lograr (pero que también puede no lograr), radica en el hecho de que plantea la cuestión del poder de un modo revolucionario...

“Cualquiera que sean las consignas y el motivo por los cuales haya surgido la huelga general, si ésta abarca realmente a las masas y si esas masas están decididas a luchar, la huelga general plantea inevitablemente ante todas las clases de la nación la pregunta: ¿quién va a ser el dueño de la casa?

“Los jefes del proletariado deben comprender esta lógica interna de la huelga general, de lo contrario, no son jefes sino diletantes y aventureros. Políticamente, esto significa, los jefes están obligados a plantear al proletariado el problema de la conquista revolucionaria del poder.”[35]

E insiste: “La huelga general es, por su esencia, una operación política. Opone la clase obrera en su conjunto al Estado burgués... [y] plantea resueltamente la cuestión de la conquista del poder por el proletariado.”[36]

Mandel y la huelga general de mayo de 1968

Para Mandel, esto no es cierto. El dice que en Mayo de 1968 los obreros franceses...

“... usaron formas de lucha mucho más radicales que en 1936, 1944–46...”[37]

Sin embargo, el camarada Mandel no tiene ningún empacho en sostener que:

“Si hubiesen sido educados durante los años y meses precedentes en el espíritu del control obrero habrían sabido qué hacer: elegir un comité en cada planta que habría comenzado por abrir los libros de la compañía, calculando por sí mismos los reales costos de manufactura y utilidades de cada compañía, establecido el derecho al veto en la contratación y el despido y sobre todos los cambios en la organización del trabajo; reemplazado los capataces y supervisores elegidos por los patrones con compañeros elegidos por los trabajadores (o con miembros del conjunto turnándose en sus turnos de trabajo).”[38]

En una situación única, de unos pocos días, que una vez pasada vaya a saber cuándo se va a volver a repetir, cuando lo que estaba planteado era el problema del poder, cuando lo que había que hacer era plantearlo y denunciar a las organizaciones oportunistas por no hacerlo, Mandel aconseja “Elegir un comité en cada planta que... abra los libros de la compañía, calcule los reales costos de manufactura y utilidades de cada compañía, etc. “ Un trotskista consecuente hubiera dicho lo opuesto: “Si hubieran sido educados durante los años y meses precedentes en el espíritu de la revolución socialista, de la imperiosa necesidad de que la clase obrera tome el poder como caudillo del pueblo explotado, habrían sabido qué hacer; transformar la huelga general en una lucha por el poder.”

Por suerte, ni los camaradas de la sección francesa, ni la mayoría que dirige la Internacional, ni el propio Mandel aplicaron esta línea en mayo de 1968. Por el contrario, su política frente a dicha movilización de masas fue esencialmente correcta. No somos nosotros los encargados de explicar esta contradicción entre la teoría que se defiende y la práctica que se realiza. Simplemente queremos hacer resaltar los peligros que traería consigo la aplicación consecuente de tal teoría. En la más grande huelga general que ha realizado el proletariado francés en este siglo, cuando se planteaba tomar el Elíseo, la “estrategia” del control obrero, y la teoría que la acompaña, quieren encerrar a los trotskistas franceses en las contadurías de las fábricas para... ¡”calcular costos y utilidades”!

La estrategia del IX Congreso para América Latina

Nosotros sostenemos que el IX Congreso votó para América Latina una de las famosas “estrategias” de largo plazo del cama-rada Germain: la estrategia de la guerrilla rural, con el nombre de “estrategia de lucha armada”. El camarada Germain sostiene que no es eso lo que se votó: en lugar de reconocer el error del camarada Maitán en el IX Congreso, Germain se convierte en su abogado defensor y ataca a Hansen, por medio de una acusación gratuita, de haberlo malinterpretado.

“Permítasenos agregar que una lectura objetiva, sin precon-ceptos, del documento del Noveno Congreso, hace posible concluir que de ninguna manera defiende ‘una estrategia de guerra de guerrillas rural’ (nada que decir de una ‘estrategia de foco guerrillero’) sino la estrategia de la lucha armada, que es una cosa completamente diferente. Para tratar de dar la impresión opuesta, el camarada Hansen se ha visto forzado a separar una sola frase del documento adoptado por el Noveno Congreso Mundial, y polemiza contra ella, en lugar de analizar el documento como un todo y polemizar contra su línea general.”[39]

Este argumento, principalmente el subrayado de “una sola frase”, busca confundir hasta el extremo, dando la impresión de que el compañero Hansen ha sacado la única frase a favor de la “guerra de guerrillas rural” y la utiliza, junto con la minoría, para llevar a cabo una polémica falsa y tendenciosa. El compañero Hansen cita esta frase porque es la que mejor resume la posición de todo el documento de la mayoría. Pero éste tiene una serie de frases parecidas, iguales o en el mismo sentido. Hagamos la “lectura objetiva” que nos pide el compañero Germain:

Primera frase:

“Aun en el caso de países donde pudieran ocurrir primero grandes movilizaciones y conflictos de clase urbanos, la guerra civil tomará formas variadas de lucha armada, en las cuales el eje principal por todo un período, será la guerrilla rural, término...”[40]

Segunda frase: 7

“En este sentido, la lucha armada en América Latina significa fundamentalmente ‘guerra de guerrillas’.”[41]

Señalamos que esta frase aclara la anterior, o sea que está implícito que la “guerra de guerrillas” de la que se habla es la rural, a menos que el redactor del documento haya perdido, junto a la orientación política, la orientación gramatical.

Tercera frase:

“La selección estricta de este eje central debe complementarse...”[42]

Esta es una segunda frase complementaria de la primera donde “eje central” equivale al “eje principal” de aquélla, es decir, de la “guerra de guerrillas rural”.

Cuarta frase:

“Bajo la perspectiva de una guerra civil prolongada y la guerra de guerrillas rural como su eje principal...”[43]

Esta es la frase que inicia la tesis 18, y resume toda la anterior tesis 17, que es la que usó Hansen para ganar tiempo. Aquí se repite el concepto fundamental de todo el documento: la guerra de guerrillas rural es el eje central o principal.

Quinta frase:

“En una situación de crisis prerrevolucionaria como la que está experimentando actualmente América Latina a escala continental, la guerra de guerrillas puede estimular de hecho una dinámica revolucionaria, aunque al principio el intento parezca venir de afuera o ser unilateral (como fue el caso del movimiento guerrillero boliviano del Che).”[44]

Esta es una frase aclaratoria de la que citamos en cuarto lugar.

Sexta frase:

“De hecho, en la mayoría de los países la variante más probable, es que por un período largo los campesinos tendrán que soportar el peso mayor de la lucha y en considerable medida los cuadros del movimiento serán provistos por la pequeña burguesía revolucionaria...”[45]

Aunque no habla directamente de la guerrilla rural como eje principal, esta es la frase más importante, ya que plantea que los campesinos tendrán que soportar el mayor peso de la lucha y los cuadros los pondrá la pequeña burguesía revolucionaria. ¿Qué clase de lucha es ésta? No hay ninguna duda de que se trata de la guerrilla rural, a no ser que el documento barajara la posibilidad de que los campesinos como clase, bajaran a la ciudad “por un largo período” para soportar el mayor peso de la lucha, dirigidos por los estudiantes (cuadros de la pequeña burguesía revolucionaria).

Séptima frase:

“Aprovechar cada oportunidad no solamente de aumentar el número de núcleos guerrilleros campesinos sino también de promover formas de lucha armada especialmente adaptadas a ciertas zonas...”[46]

Según esta cita, lo fundamental (“no solamente”) es la guerrilla rural: y lo subsidiario (“sino también”) son otras formas de lucha. Pero invirtamos el razonamiento: ¿por qué el texto no dice (como plantea Rouge para Chile) “tomar ventaja de cada oportunidad no sólo para aumentar las milicias obreras, campesinas, barriales, zonales, comités de suboficiales, de defensa unitaria de las bandas burguesas, etc... “? No lo dice porque ésta no es su concepción. Su concepción es que el “eje central” es la “guerrilla rural” y las otras formas de lucha adaptadas a otras zonas son subsidiarias, se deben promover después de haber garantizado el núcleo guerrillero rural.

Octava frase: el camarada Maitán hace la misma interpretación que Hansen.

“Si se toman en cuenta las condiciones geográficas, las estructuras demográficas de la mayoría de la población, y las consideraciones técnicas y militares en las que insiste el mismo Che, se deduce que la variante más probable será la de guerra de guerrillas rural a escala continental.”[47]

Esto nos lo explica el compañero Maitán, autor del documento e informante oficial del IX Congreso, en su artículo “Cuba, Military Reformism and Armed Struggle in Latin America”. ¿Están de acuerdo los compañeros Germain y Knoeller con esta interpretación que hacía Maitán de las posiciones de la mayoría? Ella es igual a la nuestra y diametralmente opuesta a la de Germain. ¿Por qué el compañero Germain no polemiza con Maitán para demostrarle que eso no es lo que decía la resolución del IX Congreso? ¿Por qué nos denuncia a nosotros por hacer una falsa polémica?

Las conclusiones son obvias. La primera es óptica: en política, cuatro ojos dispuestos a confundir ven menos que un ciego. La otra es política, y categórica: no hay una sola frase, como insinúa Germain, sino muchas, que precisan el significado de todo el documento votado por el IX Congreso. Y su significado es que el “eje principal” “por todo un período”, será la “guerrilla rural”.

Este intento de confundir la discusión, no es el único. Por eso vamos a precisar las diferencias que se dieron en el curso del IX Congreso Mundial.

Primera diferencia: sobre el “eje principal “de nuestra actividad.

Para la mayoría la “guerra civil tomará formas variadas de lucha armada, en las cuales el eje principal por todo un periodo será la guerra de guerrillas rural” bajo la perspectiva de una guerra civil prolongada.

Para la minoría esta estrategia era falsa, ya que:

“... la tarea clave de la vanguardia latinoamericana, como en todos lados, sigue siendo la construcción del partido marxista revolucionario. Esto tiene prioridad sobre todas las cuestiones de táctica y estrategia en el sentido de que éstas deben dirigirse a obtener este fin, como eslabón decisivo del proceso revolucionario...”

“La construcción del partido debe ser comprendida y presentada como la tarea central, la orientación principal, la preocupación casi exclusiva de la vanguardia. Y lo explosivo de la situación latinoamericana no disminuye esta necesidad, la intensifica.”[48]

Tiempo después, la minoría insistía:

“Lo que la Cuarta Internacional debe hacer, por cualquier medio concebible, es insistir en la tarea fundamental de la etapa presente. Esto es empezar por el comienzo —reunir suficientes cuadros para empezar seriamente la construcción de partidos leninistas de combate.”[49]

Concretamente, la minoría consideraba una completa equivocación la orientación hacia la “guerra de guerrillas rural”, que nos alejaba de una tarea aparentemente mucho más modesta: captar cuadros trotskistas y comenzar la construcción de los partidos trotskistas íntimamente vinculados al movimiento de masas. Vista la debilidad del movimiento trotskista latinoamericano, creíamos que esa era la única tarea inmediata y viable. La otra era un suicidio, que nos llevaría a no ganar nada en el movimiento de masas y a destruir la posibilidad de construir el partido.

Segunda diferencia: sobre las clases y los lugares que se movilizarán en el período posterior al Congreso.

Para la mayoría, categóricamente:

“la variante más probable es que, por un período largo, los campesinos, tendrán que soportar el peso mayor de la lucha.”[50]

Para evitar posteriores discusiones, la tesis continúa aclarando el papel del proletariado y de las masas urbanas:

“Esto significa que el papel de dirección del proletariado puede ejercerse bajo diversas formas, ya sea por la participación de los trabajadores asalariados (obreros industriales, mineros o trabajadores agrícolas) a la cabeza de las luchas revolucionarias, lo que sin duda ocurrirá solamente en una minoría de países latinoamericanos; indirectamente, cuando la dirección de estas luchas esté en manos de organizaciones, tendencias, o cuadros provenientes del movimiento obrero; o en el sentido histórico del término, mediante el programa y las teorías que surgen del marxismo. En cualquier caso es inconcebible la consumación de la revolución socialista sin la movilización y participación muy amplia del proletariado.”[51]

Esto quiere decir que en los años por venir, inmediatamente, la clase obrera y las masas urbanas de América Latina no van a hacer nada importante, no serán el eje del proceso revolucionario, a excepción de una minoría de países. El proletariado, ausente como clase del proceso revolucionario, tendría que jugar su papel “indirectamente” a través de las “organizaciones, tendencias o cuadros provenientes del movimiento obrero” o “mediante el programa y las teorías que surgen del marxismo... “Esta no es más que la versión moderna de la teoría de Stalin, tan criticada por Trotsky, del substitutismo de las clases por las organizaciones y los programas. La manía antiproletaria de esta tesis, en relación a las perspectivas más o menos inmediatas, es tan grande que ni siquiera le deja al proletariado agrícola un papel de cierta relevancia. Hay que reconocer que el documento es consecuente hasta el fin. “Por un largo período los campesinos tendrán que soportar el mayor peso de la lucha”. Lógicamente, el proletariado y las masas urbanas, así como las ciudades, pasaban a un segundo plano.

Para la minoría esta orientación social del trabajo era directamente criminal, ya que la lucha se estaba desplazando a las ciudades y a la clase obrera. He aquí una prueba terminante:

“Por lo que a la estrategia de nuestro movimiento concierne, las principales características de este avance de la juventud en una dirección revolucionaria, son: 1) su manifestación en los centros urbanos; 2) la participación de masas considerables; 3) su tendencia a tratar de ligarse a los trabajadores y otros sectores de las masas y llevarlos a la acción.”[52]

Tercera diferencia: sobre la tarea inmediata y principal a ejecutar por nuestras secciones latinoamericanas.

Para la mayoría:

“He aquí por qué no puede concebirse la preparación técnica meramente como uno de los aspectos del trabajo revolucionario, sino como el aspecto fundamental a escala continental, y uno de los aspectos fundamentales en los países en donde las condiciones mínimas aún no existen.”[53]

Esta preparación técnica se combina con el “eje principal”, “guerra de guerrillas rural”, para darnos una conclusión práctica terminante:

“... término [se refiere a la guerra de guerrillas rural] cuyo significado primordial es geográfico-militar y que no implica necesariamente una composición exclusivamente (ni siquiera preponderantemente) campesina de los destacamentos de lucha.”[54]

Dicho a la criolla: hay que preparar la guerrilla en el mejor lugar, tengamos o no campesinos que nos apoyen en un primer momento. Así como antes se liquidó para toda una etapa la lucha de las masas urbanas, ahora ha quedado atrás la necesidad de apoyo campesino al comienzo de la lucha. ¡Ahora basta y sobra con un núcleo de luchadores!, sin ningún contacto sólido con ningún sector del movimiento de masas, para comenzar la guerrilla rural.

Para la minoría la tarea inmediata era elaborar un programa de transición para penetrar y trabajar sobre las masas urbanas, tendiendo a movilizarlas. Y lo decía así:

“si el concepto de guerrilla rural por un periodo prolongado se adopta como el eje principal del trabajo revolucionario, entonces el problema de movilizar las masas urbanas se vuelve intrascendente y con ello la mayor parte del Programa de Transición.”[55]

Cuarta diferencia: sobre los organismos del movimiento de masas donde debemos trabajar.

Para la mayoría, consecuente hasta el final con el “eje principal” de la “guerrilla rural”, las organizaciones tradicionales del movimiento de masas, especialmente obreras, eran tan dignas de desprecio que ni las nombra como lugar obligatorio de trabajo. En cambio, da una orientación precisa sobre los organismos donde tenemos que penetrar a escala continental:

“integración dentro de la corriente revolucionaria histórica representada por la Revolución Cubana y la OLAS, lo que involucra, independientemente de la formas, trabajar como parte integrante de la OLAS.”[56]

Para la minoría, lógicamente, ésta era una política suicida.

“La impresión que deja la resolución sobre América Latina es que así como ella parece ser una adaptación a la orientación cubana en su presente nivel de desarrollo, así la prescripción de trabajar como ‘parte integrante’ de la OLAS parece ser una concesión al nivel organizativo que ellos han alcanzado.”[57]

Efectivamente, sólo teniendo la misma línea que los cubanos en ese momento (guerra de guerrillas rural sobre una base geográfica militar) se podría explicar nuestro entrismo a la OLAS.

Desde la minoría, opinábamos que debíamos mantenernos independientemente, y dejar la puerta abierta a acciones comunes o frentes con los cubanos.

Hemos reseñado las cuatro diferencias fundamentales. Los militantes de nuestro movimiento deben cotejar con la realidad para pronunciarse seriamente sobre quién ha tenido razón.

1) Ninguna sección concretó la guerrilla rural: todos nos dedicamos a “reunir cuadros” para construir el Partido.

La mayoría planteó que “el eje principal por todo un período será la guerrilla rural”.

La minoría planteó que había que “reunir suficientes cuadros para empezar seriamente la construcción de partidos leninistas de combate”.

La realidad indica que en ningún lugar nuestras secciones concretaron la guerrilla rural. La sección boliviana intentó hacerlo durante años, sin lograrlo y con catastróficos resultados. En todos los países —aun en los que votaron la resolución del IX Congreso— nadie inició la lucha armada, dedicándose solamente a “reunir suficientes cuadros”. La única excepción fue el PRT(Combatiente), que actualmente ha roto con nuestra Internacional y cuya experiencia, como ya vimos, confirma las posiciones de la minoría.

2) La lucha la dieron los trabajadores en las ciudades y no los campesinos en el campo.

La minoría planteó que el peso de la lucha se iba a manifestar “en los centros urbanos” con “la participación de masas considerables” y la “tendencia a tratar de ligarse a los trabajadores y otros sectores de las masas y llevarlos a la acción”.

La realidad indica que en los últimos cuatro años no hubo una sola movilización campesina de importancia. La única excepción fue Chile, donde, de todos modos, la movilización obrera y urbana es infinitamente más importante (como lo reafirma el artículo de Rouge donde se señala la necesidad de muchos más organismos urbanos que campesinos).

3) Nuestra tarea central era movilizar a las masas y no la “preparación técnica”.

La mayoría planteó que la “preparación técnica” era el “aspecto fundamental a escala continental”.

La minoría planteó que la tarea esencial era “movilizar a las masas urbanas elaborando un programa de transición”.

La realidad de los últimos cuatro años está allí para demostrar quién tenía razón. Queda en manos de la mayoría el explicar por qué el único grupo que concretó su llamado a la “preparación técnica” como “aspecto fundamental”, rompió con la Internacional.

4) Ninguna sección entró a la OLAS; nos mantuvimos como partidos trotskistas independientes.

La mayoría planteó que había que integrarse “dentro del frente revolucionario continental que constituye la OLAS”.

La minoría planteó que había que mantenerse independientes y dejar abiertas las puertas para los frentes únicos con los cubanos.

La realidad indica que ni una sola sección entró en la OLAS, entre otras razones porque la estrategia de la OLAS de “guerra de guerrillas rural” fracasó tan estrepitosamente por el ascenso del movimiento de masas urbano y obrero, que los cubanos disolvieron de hecho la organización que habían construido para centralizar la guerrilla rural.

Las diferencias están allí, y son categóricas. Los hechos, los duros hechos de la realidad objetiva, también son categóricos. Sólo falta un pronunciamiento, no menos categórico, de nuestra Internacional.

Nuestras verdaderas diferencias sobre la lucha armada a propósito de cuatro ejemplos

Como hemos visto, los hechos objetivos de la lucha de clases echaron por tierra la estrategia de guerrilla rural preconizada por los compañeros de la mayoría en el IX Congreso. Esto provocó el rápido viraje táctico del compañero Germain, quien ahora niega haber sostenido tal estrategia, y sostiene, en cambio, que se trataba de la “estrategia de la lucha armada”. ¿En qué se diferencia esta nueva estrategia a largo plazo del compañero Germain de la que sostuvo 4 años atrás? En que ya no se habla más del campesinado ni de la guerrilla rural, ni de la entrada a la OLAS. ¿En qué coincide? En que sigue planteando que el Partido debe tomar la iniciativa en la lucha armada y debe tener como tarea fundamental la preparación técnica para ella.

Para justificar teóricamente esta posición, el compañero Germain recurre a cuatro ejemplos históricos. Según él, lo que planteó Trotsky para China entre 1925 y 1927, y para la lucha contra el fascismo, y lo que hizo Hugo Blanco en Perú, fue tomar la iniciativa de la lucha armada en manos del partido, después de haberse preparado técnicamente. Y el triunfo de la Revolución Cubana fue un ejemplo de la corrección de esta línea, que puede volver a repetirse.

Nosotros vamos a demostrar que todo eso no es cierto, y que el compañero Germain trata de. adaptar la realidad a sus teorías haciendo interpretaciones falsas de las posiciones de Trotsky, tergiversando la experiencia peruana y faltando a la verdad en el caso de Cuba. Tomaremos cada uno de estos ejemplos en su orden cronológico.

Trotsky sobre China

Para entender algo sobre la posición trotskista para China, hay que comenzar por leer la cita completa de Trotsky que da el compañero Germain:

“Los obreros y campesinos no habrían seguido a la burguesía indígena si nosotros no los hubiéramos arrastrado erróneamente. Si la política de la Internacional Comunista hubiera sido algo acertada el resultado de la lucha del Partido Comunista para conquistar a las masas estaba decidido de antemano: el proletariado chino habría sostenido a los comunistas y la guerra campesina habría apoyado al proletariado revolucionario.

“Si desde el comienzo de la marcha hacia el Norte hubiéramos empezado a crear los soviets en las regiones ‘liberadas’ (ésta era la aspiración instintiva y anhelosa de las masas) habríamos ganado la base necesaria y el ímpetu revolucionario; habríamos concentrado alrededor de nosotros las insurrecciones agrarias, creado nuestro ejército y disgregado el de nuestros enemigos.”[58]

Según la interpretación de Germain, Trotsky estaba hablando de un partido de solamente 10 a 15 mil miembros, cuyas dos terceras partes estaban en las ciudades, inmersos en un país de 450 millones de habitantes. Respecto a este partido:

“lamentaba que unos pocos miles de comunistas, no más, no empezaran a organizar un ejército campesino dirigido por los comunistas.”[59]

Luego, el compañero Germain, insinúa que si Trotsky hizo esto, ¿por qué no podemos recomendar nosotros a nuestras secciones, que son tan débiles como era el PC Chino en ese momento, que también se lancen a construir el ejército?

No es casual que el compañero Germain haya borrado la primera frase del párrafo citado. Allí Trotsky dice que los obreros y campesinos siguieron a la burguesía china por una orientación errónea de la Internacional. Vale decir que está hablando de problemas políticos y no militares.

Tampoco es casual que, aunque lo cita, el compañero Germain no se preocupa por interpretar lo que sigue del párrafo. Allí Trotsky no se refiere para nada al Partido Comunista Chino, sino a la Internacional. Aún en el caso de que realmente recomendara la creación del ejército, ¿piensa Germain que podemos comparar la Internacional Comunista del año 1927 con nuestra Internacional en el presente? El PC chino podía ser más fuerte o más débil que nuestras secciones, pero de lo que no hay ninguna duda es de que la Internacional Comunista era infinitamente, cualitativamente, más fuerte que la nuestra, desde todo punto de vista, incluyendo el militar.

Pero pasemos a los problemas de contenido. La política de Trotsky para China no era esencialmente la de construir un ejército campesino, como opina Germain. Lo que Trotsky planteaba era tener una política correcta, que no se sintetizaba en construir un ejército, sino en lograr la independencia política del PC y la clase obrera chinos en relación al Kuomingtang y lanzar la consigna de los soviets:

“La orientación de los soviets debería haber consistido en oponer a los obreros y campesinos a la burguesía del Kuomingtang. y a su agencia constituida por su ala izquierda. La fórmula de los soviets en China significaba, en primer lugar, que hacía falta romper el vergonzoso bloque de las ‘cuatro clases’, que conducía al suicidio, y la separación del Partido Comunista del Kuomingtang. El centro de gravedad no se encontraba, pues, en una forma árida de organización, sino en una línea de conducta de clases.”[60]

Volvamos ahora a la cita de Germain. Para él, la “consecuencia más fatídica de la política del PC Chino en 1925-27” fue “su negativa a estimular, organizar, coordinar y armar los levantamientos campesinos y ligarlos con la clase obrera urbana dirigida por los comunistas para crear una poderosa alianza...”[61]

En toda su interpretación no existe la palabra “soviets”.

Para Trotsky, hubo una orientación política incorrecta. ¿Cuál era la correcta? Empezar a crear los soviets desde el comienzo. “Si (ésta es una preposición condicional, ¿no es así compañero Germain?) desde el comienzo de la marcha hacia el Norte, hubiéramos empezado a crear soviets... habríamos ganado la base necesaria... habríamos concentrado alrededor nuestro las insurrecciones agrarias, creado nuestro ejército y disgregado el de nuestros enemigos.”[62]

Vale decir que, para Trotsky, la única manera de ganar la base necesaria, concentrar alrededor de los comunistas las insurrecciones agrarias y crear el ejército, era empezar por crear los soviets. Y la orientación de crear soviets es una orientación bien política, “una línea de conducta de clase”, que no tiene nada que ver con las famosas “iniciativas del partido en la lucha armada” y “preparaciones técnicas” del compañero Germain.

Trotsky y la lucha contra el fascismo

Pasemos ahora al problema de la lucha contra el fascismo. El compañero Germain traslada a Europa su “estrategia” de “prepararse técnicamente” y “tomar la iniciativa de la lucha armada”. Como en la mayor parte de Europa no tiene regímenes dictatoriales contra los cuales luchar, decide que el objetivo de nuestras “iniciativas” debe ser el peligro fascista. Y plantea:

“Es la capacidad de nuestros camaradas, donde hayan logrado un mínimo de fortaleza, tomar las iniciativas de abiertas confrontaciones con los fascistas, que las organizaciones de masas todavía fallan en tomar.”[63]

Para avalar esta posición, nuevamente recurre a la falsa interpretación de Trotsky. Tanto en la cita que da Germain como en otras del mismo trabajo, queda claro como el agua que lo que piensa Trotsky es exactamente lo opuesto de lo que interpreta Germain. Para llegar a esta interpretación, Germain se “olvida” de cuál es la pregunta que está contestando Trotsky en el párrafo citado.

“Pregunta: ¿Crea el partido con sus propios miembros el grupo de defensa?

“Trotsky: Las consignas del partido deben plantearse en los distritos en que tengamos simpatizantes y obreros que nos defiendan. Pero un partido no puede crear una organización independiente de defensa. La tarea es crear un organismo así en los sindicatos.”[64]

Luego, el compañero Germain se “olvida” de la frase final, porque en ella queda clarísimo que la defensa frente al fascismo está ligada a nuestra actividad sindical:

“En Minneapolis, donde tenemos camaradas muy expertos y eficaces, podemos empezar y guiar a todo el país.”[65]

Finalmente Germain se “olvida” del resto del artículo, en particular de la respuesta de Trotsky a la pregunta sobre cómo lanzar prácticamente los grupos de defensa contra el fascismo. He aquí esa respuesta:

“Trotsky: Es muy sencillo. ¿Tenéis un piquete en una huelga? Cuando ésta acaba, decimos que tenemos que defender nuestro sindicato permanentizando esté piquete.”[66]

En síntesis, toda la posición de Trotsky se resume en lo siguiente:

“Nosotros podemos vencer de la misma forma, pero hemos de tener un pequeño cuerpo armado con el apoyo del gran cuerpo de los obreros.”[67]

Es evidente que, para Trotsky, lo fundamental es siempre el tener el apoyo de la población, de la clase obrera, desde el principio. Hay que actuar en “barrios de simpatizantes” o “con obreros que nos apoyan y pueden defendernos”, o “en Minneapolis” (el principal centro de trabajo sindical del Partido), para hacer piquetes “en nuestros sindicatos”, y nunca crear una “organización de defensa independiente”.

Todo esto no tiene nada que ver, es lo opuesto, a lo que plantea el compañero Germain. Para él, el partido tiene que crear una organización de defensa independiente (es tarea fundamental la “preparación técnica”), que debe actuar aun sin apoyo de los obreros (“tomar la iniciativa”) en el enfrentamiento al fascismo. El compañero Germain tiene todo el derecho a defender su táctica decenal de “lucha armada” trasladada a Europa, pero no tiene el derecho a falsificar a Trotsky para hacer esa defensa.

La Revolución Cubana

Tampoco tiene derecho a falsificar los hechos, como hace en el tercer ejemplo que vamos a tocar, el de la Revolución Cubana.

En este caso, el compañero Germain trata de destruir la argumentación del compañero Camejo, quien sostiene correctamente que el ejemplo de Cuba es prácticamente imposible de repetir.

Una dé las afirmaciones del camarada Camejo es qué el movimiento revolucionario en Cuba contó con la “semineutralidad” del imperialismo yanqui. Germain responde que:

“la fórmula de ‘semineutralidad’ del imperialismo norteamericano es simplemente grotesca. Washington estuvo armando y financiando a Batista hasta la víspera exacta de su caída.”[68]

Como de costumbre, ni una sola palabra del compañero Germain es cierta. Nuestra propia Internacional publicó (Q. I. No. 31, julio de 1967) la siguiente posición del compañero Maitán:

“A pesar de sus ligazones estrechas con el régimen de Batista, el imperialismo norteamericano no ha tenido, en los años 1956-59, en relación al movimiento de Castro, una actitud de hostilidad agresiva, de tal forma que le quitara todo margen de maniobra política, comprendido en los medios capitalistas de los Estados Unidos.”[69]

Para no hacer una discusión semántica entre “semi-neutralidad” y “no tener una política de hostilidad agresiva”, pasaremos a los hechos.

Germain dice que “Washington estuvo armando y financiando a Batista hasta la víspera exacta de su caída”. Nosotros decimos que Washington estableció un embargo sobre todo el armamento enviado a Batista el 14 de marzo de 1958. Pero además decimos que la Iglesia Católica, los más grandes representantes de las empresas yanquis, los diplomáticos yanquis en Cuba (a excepción del embajador) y las organizaciones de superficie de la masonería yanqui como los clubes de rotarios y leones, estuvieron apoyando con todo a Fidel Castro.

Un agente de la CIA relató:

“La noche siguiente, un grupo representativo de ciudadanos de Santiago me honró con un banquete en el Country Club. Además de Pepin Bosh, asistieron: Manuel Urrutia, que todavía era juez, Daniel Bacardí, presidente de la Cámara de Comercio, el rector de la Universidad de Oriente, el reverendo padre Chabebe, jefe del movimiento de la Juventud Católica, Fernando Ojeda, destacado exportador de café, los presidentes del Club Rotario, del Club de Leones, de la Asociación Médica, el Colegio de Abogados, instituciones cívicas y otros grupos... La mesa era oblonga; en un extremo había una silla vacía ante el cubierto puesto, y un letrero que había sido colocado allí cuidadosamente, con intención de que yo lo viera y que decía: ‘Reservado’. El que ofreció el banquete, Fernando Ojeda, se levantó y se dirigió a mí. Uno de nuestros compatriotas tenía el propósito de asistir a esta cena en su honor —dijo— pero se excusó por no poder hacerlo. Lo comprendemos y aceptamos sus excusas porque está ocupado en una importante misión para Cuba. Su nombre es Fidel Castro. Pregunté al padre Chabebe si consideraba que Fidel Castro era un comunista y contestó con una rotunda negativa. Castro pidió capellanes para su ejército rebelde — me dijo el padre Chabebe. El primer capellán, el padre Guillermo Sardinas, llegó al cuartel general de Castro el pasado jueves, y el mismo día envié cuarenta muchachos a las montañas para que se unieran a Castro. La semana pasada mandé una gruesa de medallas benditas allá arriba.[70]

Este libro es una definición por sí mismo, ya que fue escrito por un conocido agente de la CIA y del Departamento de Estado yanqui y es totalmente a favor de Fidel Castro. No nos debe extrañar, entonces, que Dubois siga:

“El padre Sardinas había dejado su parroquia de Nueva Gerona, en la isla de Pinos, a cargo de un ayudante y había obtenido permiso del Palacio Arzobispal de La Habana para unirse a las fuerzas rebeldes. Esto contrastaba con el ejército de Batista, que no tenía capellanes.”[71]

Esto no quiere decir que el imperialismo y la iglesia lucharon contra Batista. El imperialismo yanqui hizo un doble juego: los embajadores estaban con Batista, los cónsules y altos funcionarios, con Castro; se les embargaron las armas a Batista, pero se cumplió con la última entrega de cohetes acordada antes del embargo. Todo indica una política ambivalente, o de “semi-neutra-lidad”.

Las relaciones entre el movimiento castrista y el Departamento de Estado existieron y fueron fluidas. El imperialismo yanqui reconoció a Castro y a su movimiento mucho antes de que cayera Batista. El 26 de agosto de 1958, el Frente Civil Revolucionario, en acuerdo con Fidel Castro, le envió a Eisenhower una carta de “solidaridad” y “para felicitarlo” por sus últimos discursos. Le solicitaba que, en nombre de esa solidaridad, se retiraran las misiones militares de Cuba. El 13 de octubre, el Departamento de Estado contesta en forma cordialísima esa nota, aunque no acepta el pedido. Es decir, es un reconocimiento de hecho.

Para terminar, escucharemos a un testigo que conoce bastante más de la Revolución Cubana que el compañero Germain: el “Che” Guevara. En sus cartas privadas a Ernesto Sábato (un conocido escritor argentino), Guevara acepta que Sábato tiene razón cuando “señala que el movimiento castrista es apoyado por la oligarquía, o sea los sectores más reaccionarios, en la Argentina. Pero agrega algo más:

“Que a los norteamericanos nunca se les pasó por la cabeza que lo que Fidel Castro y nuestro movimiento dijeran tan ingenua y drásticamente fuera la verdad de lo que pensábamos hacer: constituimos para ellos la gran estafa de este medio siglo, dijimos la verdad aparentemente tergiversada. Eisenhower dice que traicionamos nuestros principios; es parte de su verdad, traicionamos la imagen que ellos se hicieron de nosotros, como en el cuento del pastorcito mentiroso, pero al revés y tampoco se nos creyó.”[72]

Y, anticipándose a las objeciones de los germaines, que iban a calificar de “grotesco” el apoyo a Fidel Castro por parte de todo un sector del imperialismo yanqui (el ligado a los jesuitas y a parte de la masonería) y de toda la oligarquía latinoamericana, el “Che” explicó los motivos de ese apoyo con la siguiente definición de Fidel Castro y de su movimiento:

“Al fin y al cabo, Fidel Castro era un aspirante a diputado por un partido burgués, tan burgués y tan respetable como podía ser el Partido Radical en la Argentina, que seguía las huellas de un líder desaparecido, Eduardo Chibas, de unas características que pudiéramos hallar parecidas a las del mismo Yrigoyen.”[73]

A esta cita sólo hay que agregarle la aclaración de que Yrigoyen fue la niña mimada del imperialismo inglés (que dominaba la Argentina como el yanqui dominaba a Cuba).

(Nosotros sostenemos que la experiencia de la Revolución Cubana no tiene nada que ver con la de un puñado de militantes que se prepararon técnicamente y tomaron en sus manos la iniciativa de la lucha armada. Ellos ya contaban, antes de iniciar la lucha, con una gran influencia de masas, a través justamente de ese partido que había liderado Chibas. Que fuera un partido burgués no viene al caso, porque de lo que se trata es de si el apoyo de masas se ganó antes o después de iniciar la lucha armada. Pero este es tema de otra discusión).

Lo que queda bien claro es que, aun si la Revolución Cubana fuera fruto dé la iniciativa de un puñado de revolucionarios en la lucha armada, las condiciones fueron absolutamente excepcionales y prácticamente imposibles de repetir. Que nos diga el compañero Germain si algún movimiento guerrillero posterior a Castro contó con la tolerancia del imperialismo y el apoyo de los explotadores latinoamericanos. Que nos diga si todos ellos no terminaron en el desastre total porque tuvieron, desde el principio, la oposición del imperialismo y las burguesías nacionales y no contaron con ninguna clase de apoyo masivo, justamente por haber tomado en sus propias manos, aislados de las masas, la iniciativa de la lucha armada. A menos que el compañero Germain haya conseguido garantías de semi-neutralidad por parte del imperialismo y de apoyo por parte de las oligarquías nativas, su “estrategia a largo plazo de lucha armada” llevará a las secciones de nuestra Internacional que la apliquen a desastres similares a los de las guerrillas castristas de nuestro continente.

Hugo Blanco en Perú

Terminaremos, muy brevemente, con el cuarto ejemplo del camarada Germain: la actuación de Hugo Blanco en Perú. Nada tenemos que agregar a lo dicho por el camarada Hansen en su último trabajo. Sólo podemos decir que esta tergiversación de los hechos que hace el camarada Germain es plenamente consciente. ¿Se olvida el camarada Germain de que todo lo que hizo Hugo Blanco lo hizo desde los sindicatos campesinos, y no desde un “ejército revolucionario” creado por el partido por su propia iniciativa? ¿Se olvida el camarada Germain de que la lucha armada surgió como una necesidad del movimiento campesino (sindicalmente organizado por Hugo Blanco) de defenderse de la represión desatada por el régimen ante la ocupación masiva de tierras? ¿Qué tiene que ver esta lucha armada, fruto de un momento de la lucha de clases en el Perú, con la “estrategia de lucha armada” de la mayoría para toda América Latina y para todo momento de la lucha de clases? ¿Se olvida el camarada Germain de que dicha lucha armada surgió como una necesidad del movimiento de masas campesino y no como una iniciativa del partido ni de una vanguardia?

Los cuatro ejemplos del camarada Germain, interpretados como corresponde, alumbran con nitidez toda esta discusión. Aquí no se trata, aunque el camarada Germain insista en ello, de definirse a favor o en contra de la lucha armada. Se trata de que la mayoría pretende decretar que la lucha armada, o la preparación para ella, es nuestra tarea central para toda una larga etapa de la lucha de clases. Se trata de que la mayoría pretende que dicha lucha armada sea una iniciativa tomada por el partido. Se trata de que la minoría entiende que la lucha armada es una tarea más del movimiento de masas, que sólo se puede llevar adelante cuando el movimiento de masas esté dispuesto a ella, que sólo estará planteada en el momento preciso en que la lucha de clases lo imponga, que sólo tendrá éxito si se hace desde los organismos del movimiento de masas. Se trata, finalmente, de que la minoría se niega a tomar la lucha armada como una estrategia en sí, para toda una etapa de la lucha de clases, pero está dispuesta, en ésta como en cualquier otra tarea, a ponerse a la cabeza del movimiento de masas, cuando su propia lucha lo lleve a la necesidad de llevarla a cabo. La mejor prueba de esto es que el camarada Hugo Blanco, el más importante dirigente de masas del trotskismo de los últimos 20 años (por lo menos), el que tuvo en sus manos la responsabilidad de tomar las armas cuando la situación de la lucha de clases lo exigía, el que supo cumplir con esa responsabilidad, no pertenece a la mayoría sino que está en las filas, y en la dirección, de nuestra Tendencia Leninista-Trotskista.

Capítulo VI
¿Partido mandelista o partido leninista?

El nuevo carácter de nuestros partidos

Nosotros creemos que el origen de las diferencias que tenemos con la mayoría en todos los terrenos —teórico, programático, estratégico y táctico— nace de una fundamental: la que mantenemos respecto al método de construcción de nuestras secciones. Los compañeros de la mayoría, entre los cuales se destacan Mandel y Germain con sus trabajos teóricos, plantean una serie de definiciones y tareas que pretenden cambiar las normas leninistas de construcción del partido. Para ellos, el sector esencial sobre el cual debemos volcar nuestra propaganda y agitación, el que define los rasgos fundamentales de nuestra política, es la “vanguardia de masas”, que existe en todo el mundo. Estas afirmaciones se han transformado en un verdadero principio.[74]

Para asegurarnos el éxito de nuestra estrategia, que consistiría en ganar la hegemonía dentro de la vanguardia, debemos emplear dos tácticas: 1) realizar campañas políticas cuyos ejes estén definidos por las inquietudes de la vanguardia, con la única condición de que dichas inquietudes no se opongan a la lucha de las masas[75] y 2) concentrarnos lo más posible para hacer conocer las acciones “ejemplares” de la vanguardia[76]. Una vez que hayamos ganado a esa vanguardia de masas, la utilizaremos para dos tareas. La primera, ayudar a los obreros avanzados de los sindicatos a luchar contra la burocracia; la segunda, propagandizar y agitar entre estos obreros la necesidad de que se organicen en comités de fábrica y órganos de poder dual para recibir preparados cualquier oleada futura de luchas masivas generalizadas.[77]

Para completar este esquema, Mandel eleva esta concepción, que al principio aparecía como específica de la actual etapa, al terreno general. Ya no se trata de la función de nuestros partidos en esta etapa y para una región, sino de su carácter para todo el mundo y toda la historia[78],[79]. Esta concepción no solo se opone a la leninista-trotskista de construcción del partido, sino que no sirve para nada: ni siquiera para ganar a la vanguardia (a lo sumo permitiría que la vanguardia nos gane a nosotros para sus acciones “ejemplares”).

Para los bolcheviques, las cosas son de otro modo: el partido revolucionario tiene que ganar la hegemonía política en la clase obrera y el movimiento de masas. Esto se consigue trabajando sobre ellos, con una política que se plantea para que ellos la tomen. Sólo cuando esto ocurre se puede derrotar a la burocracia. Y así solamente el partido gana su derecho histórico a ser considerado el partido revolucionario, la vanguardia de la clase obrera en la lucha contra el capitalismo.

¿Qué es la vanguardia?

Por la forma en que están planteadas las cosas, es evidente que el punto de partida de esta discusión es una definición precisa de lo que es la vanguardia, qué papel cumple y cuáles son sus relaciones con el partido bolchevique. En el trabajo que citamos más arriba,[80] Mandel, adelantándose a las conclusiones del documento europeo, trató de dar una interpretación teórica sobre el nuevo papel del partido bolchevique y el de la vanguardia. En este cuadro que resume toda su concepción señala que hay tres segmentos fundamentales en la formación de la conciencia de clase: las masas, que avanzan de la acción a la experiencia y de allí a la conciencia; los obreros avanzados, de la experiencia a la conciencia y de la conciencia a la acción; y el núcleo revolucionario, de la conciencia a la acción y de allí a la experiencia:

A continuación, Mandel dice que, invirtiendo este esquema, se obtiene “la siguiente imagen” (?) de la cual se pueden sacar “conclusiones prácticas” (?). He aquí esa imagen reveladora:

Nos detendremos primero en la cuestión de los tres sectores: las masas, los obreros avanzados (vanguardia) y el partido.

En el marxismo utilizado por Marx hay estructuras (las clases) y superestructuras (las ideologías y las instituciones). Las masas están en la estructura y el partido revolucionario en la superestructura. La clase obrera, las masas y la sociedad en su conjunto, tienen superestructuras que son de dos tipos: objetivas y subjetivas. Las objetivas son las instituciones y las subjetivas las ideologías y las conciencias. Un sindicato, un periódico obrero, un partido, un soviet, una publicación nacionalista, son “superestructuras institucionales, objetivas, de la clase o del movimiento de masas. Los partidos comunistas y socialistas también. La conciencia sindicalista y reformista forman parte de la superestructura ideológica, subjetiva, de la clase obrera. Como son ideologías burguesas, son “falsas conciencias” obreras. La ideología trotskista es la “conciencia verdadera” de la clase obrera y forma parte de la superestructura ideológica o subjetiva. El partido trotskista es la forma objetiva de esa ideología y, por lo tanto, forma parte de la superestructura institucional de la clase obrera.

En la lucha por ganar a la clase obrera y al movimiento de masas, todas estas instituciones e ideologías se combaten encarnizadamente unas a otras. Esto es muy claro. Resumiendo, vemos que hay dos segmentos fundamentales: la estructura y la superestructura. 0, dicho de otra forma, las clases por un lado y las instituciones e ideologías por otro. Mandel, que habla de tres, parte de un hecho cierto, evidente: existe una numerosa vanguardia. Pero con nuestro esquema no tenemos dónde ubicarla; no es ni una clase ni una institución. ¿Es necesario entonces revisar el marxismo? Es decir, ¿existe una tercera categoría? ¿O la vanguardia se ubica en la estructura, junto a la clase obrera y el movimiento de masas? ¿O se ubica en la superestructura, junto al partido?

Todo el trabajo teórico de Mandel se debate en este problema irresoluble. Consciente de que tiene que dar una definición que justifique plenamente el descubrimiento de esta tercera “categoría”, dice: “La categoría de “obrero avanzado” parte de la estratificación objetiva inevitable de la clase. Es un resultado de su origen histórico distinto, así como de la diferente posición en el proceso social de producción y su diferente conciencia de clase.”[81]

Pero esta definición no soluciona ningún problema. Si el elemento decisivo es la “estratificación objetiva” dentro de la clase, la vanguardia forma parte de ella, vale decir de la estructura.

Y si se define por su “diferente posición en el proceso social de producción”, quiere decir que- aunque sigue siendo parte de la estructura, es otra clase. Finalmente, si se define por su “diferente conciencia de clase” forma parte, junto al resto de las conciencias, de la superestructura.

Esta contradicción se agudiza cuando Mandel nos describe al “obrero avanzado” (o vanguardia). Aquí resulta que esta nueva categoría tiene una “esencia” francamente sorprendente. Es aquella parte de la clase trabajadora que se encuentra involucrada ya en un grado más alto que las luchas esporádicas y que ha alcanzado ya el primer nivel de organización” y “lo que la distingue de las masas es el hecho de que ni aun durante el período de calma abandona el frente de la lucha de clases, sino que continúa el combate, por decirlo así, “con otros medios”. Intenta solidificar los fondos de resistencia formados durante la lucha en fondos de resistencia permanentes, o sea, en sindicatos. Publicando periódicos obreros y organizando grupos de educación para éstos, tiende a cristalizar y a elevar la conciencia de clase creada durante la lucha. Por lo tanto, ayuda a darle forma al factor continuidad, oponiéndose a la necesaria discontinuidad en la acción de las masas, y al factor conciencia, oponiéndose al espontaneísmo que lleva consigo el movimiento de masas”.[82]

¿Qué tiene que ver todo esto con “orígenes históricos distintos” “diferentes posiciones en el proceso social de producción” y “estratificación de clase”? Un militante sindical de los mineros ingleses cumple parte de los requisitos que le pide Mandel para ser considerado “obrero avanzado “: “ha alcanzado el primer nivel de organización”, “no abandona el frente de “la lucha de clases” en los “períodos de calma”, “publica periódicos”, “tiende a cristalizar y elevar la conciencia”, se “opone al espontaneísmo” y “ayuda” al “factor continuidad”. Pero no cumple los otros requisitos: no tiene un “origen histórico distinto al de los mineros ingleses, no está ubicado en ninguna “estratificación de clase”, ni ocupa una “diferente posición, en el proceso de producción”.

A la inversa, los técnicos proletarizados de la industria automotriz norteamericana que sí cumplen estos tres últimos requisitos (tienen un origen histórico distinto al de la clase obrera yanqui, ocupan -relativamente- un papel distinto en la producción social y están particularmente estratificados dentro de la clase obrera), no cumplen los otros, por lo menos en Detroit, donde la vanguardia indiscutido (los “obreros avanzados”) han sido los obreros negros, que prácticamente se insurreccionaron hace pocos años. Actualmente ocurre lo mismo con los obreros inmigrantes en la Renault francesa.

Mandel no tiene ninguna forma de salir de esta contradicción, y mezcla lo cuantitativo con lo cualitativo en forma inexplicable. Si la definición es cuantitativa, vanguardia son los obreros “más conscientes”, los “más luchadores”, los “más inteligentes” de la clase obrera. Vale decir, forman parte de una estructura (la clase obrera) donde se diferencian del resto de sus compañeros por ser “más” en algún sentido. Si la definición es cualitativa, es decir, los que “continúan el combate”, los que “publican periódicos”, los que “han alcanzado un primer nivel de organización”, entonces la vanguardia se ubica en la superestructura. La contradicción es de hierro y no se puede salir de ella por mas que se quiera formular una definición diferente, confirmando así al marxismo en que hay sólo dos categorías, no tres.

Pero, entonces: ¿cómo definir a la vanguardia? Si lo quisiéramos hacer con ayuda de la lógica dialéctica, diríamos que la vanguardia es un fenómeno, no un existente (un ser), es decir que, a diferencia de las clases y superestructuras, no tiene una existencia permanente durante toda una época. Los sectores que en la lucha están al frente, son la vanguardia. Es un término relativo; su mismo nombre indica que existe una retaguardia. En un sentido general, el partido es vanguardia” de la clase obrera; la clase obrera es vanguardia de la sociedad toda. Si vamos a ejemplos concretos, en Francia en 1936 el movimiento obrero fue la vanguardia, pero en 1968 lo fue el movimiento estudiantil. En Argentina, desde 1955 hasta 1966 lo fueron los obreros metalúrgicos, en 1968 los estudiantes, a partir de 1969 los obreros de la industria automotriz. En Perú, bajo la dirección de Hugo Blanco, fueron vanguardia los campesinos; durante la presidencia de Velasco Alvarado lo fueron los docentes.

No es casual que Germain, contradiciendo en cierto modo sus Propias definiciones, se refiera sólo a la vanguardia obrera, porque allí es donde se hace más evidente que ésta no se define por “estratificaciones”, ni por niveles de conciencia y de organización, sino por el papel que cumple en una determinada lucha. El carácter de “fenómeno” además, puede manifestarse dentro de una misma lucha: en el Cordobazo el papel más avanzado lo cumplió al comienzo el estudiantado, luego el movimiento obrero y el gremio automotriz En las luchas del proletariado francés después de la Revolución Rusa, hubo una vanguardia como Thorez y Marty que luego, en 1936, se hallaba a la retaguardia. Podríamos decir que cada ascenso o lucha tiene su vanguardia: existió la de los IWW o la del PS norteamericano y también la que dirigió las luchas de la CIO; de la primera surge un Cannon, de la segunda un Farrell Dobs; de la estudiantil del 68 de la que ya hablamos, son Krivine, Dutschke y Cohn Bendit; de las nacionalidades oprimidas, Malcolm X.

Recapitulando, podemos decir que la vanguardia es propia de cada lucha; que en una misma lucha diferentes grupos pueden alternarse en ese papel; que un sector que hoy es vanguardia mañana no sólo puede dejar de serlo, sino que hasta puede convertirse en retaguardia. El destino de las vanguardias es ser absorbidas por la clase o ser asimiladas por la superestructura.

Por ejemplo, si alguna de ellas hace permanente su actividad, creando una ideología y construyendo una- organización. Pasa a formar parte de la superestructura. A veces son absorbidas por algunos de los partidos u organizaciones de masas existentes. Thorez se hace stalinista, Reuther burócrata (igual que Lechín en Bolivia o Vandor en la Argentina); Cohn Bendit dedica al cine y Krivine a construir el partido trotskista en Francia. Otros grandes sectores de la vanguardia, al abandonar la lucha, vuelven a confundirse con su clase, con lo cual siguen en la estructura.

El esquema de Germain, que intenta aprisionar a la vanguardia en una “categoría”, en lugar de definirla, hace que se pierda para nuestra comprensión. Al ignorar, los aspectos desigualmente desarrollados que se combinan para dar lugar a este fenómeno, revisa completamente el materialismo histórico. Pero éste no es el único defecto de su invento.

¿Dónde entran las organizaciones reformistas?

Germain no lo sabe. Y, efectivamente, este es otro error y mucho más grave que el anterior. Parece que para Mandel y Germain las organizaciones stalinistas y socialdemócratas no tienen nada que ver con el partido revolucionario; es más, parece que no existen. Esto se debe a que Mandel-Germain cree que nuestra lucha fundamental es contra la falsa y atrasada conciencia de la clase obrera y las masas, lo cual es correcto sólo en un sentido general. Porque la falsa conciencia no está formada simplemente por las ideas incorrectas que tienen en su cabeza la gran mayoría de los individuos miembros de la clase obrera o el movimiento de masas, sino que se expresa en instituciones fortísimas, objetivas, las grandes organizaciones reformistas. Ellas captan y organizan a los trabajadores, los educan en esa falsa conciencia, imprimen periódicos para propagandizarla, emplean métodos burocráticos y gangsteriles para defenderla. Nuestra lucha contra esas falsas conciencias no es una intervención quirúrgica ni una sesión de psicoanálisis para extraer de la mente de cada uno de los obreros las ideas equivocadas. Es una lucha a muerte contra las organizaciones que las sostienen, contra su ideología, contra sus métodos y, fundamentalmente, contra su política.

¿Podemos ignorar estas organizaciones en un esquema de la relación de nuestros partidos con el movimiento obrero y su vanguardia? ¿Existe realmente esa relación pura “partido-vanguardia-masas”? De ninguna manera; nuestra relación con la clase obrera es una relación de superestructura revolucionaria a estructura de clase. Y la vanguardia no es el único mediador, porque entre nosotros y la clase obrera están otras superestructuras, los partidos obreros, los sindicatos y otros organismos de clase, los cuales generalmente son reformistas y a veces ultraizquierdistas. Esto vale también para nuestra relación con el movimiento de masas. Por eso nuestros partidos no pueden darse una política para la clase obrera y para ganar a su vanguardia, sin darse una para los sindicatos, los partidos comunistas, los socialdemócratas, los comités de fábrica. No estamos diciendo solamente que no se puede ignorar a las organizaciones reformistas y burocráticas, si no que hay que destruirlas. Trotsky dijo: “La clase de por sí no es homogénea. Sus diferentes sectores adquieren conciencia por vías distintas y con ritmos distintos. La burguesía participa activamente en este proceso. Crea sus propios organismos dentro de los trabajadores o utiliza los ya existentes oponiendo unos sectores obreros a otros. En el seno del proletariado actúan diferentes partidos.[83]

Sus tendencias subjetivistas y fenomenológicas llevan a Mandel-Germain a olvidar que uno de nuestros principales objetivos, si no el principal, es barrer a las direcciones y partidos oportunistas de la dirección del movimiento obrero. Como no ve este obstáculo para el desarrollo de la conciencia de clase que son los partidos contrarrevolucionarios, descubre algo asombroso: que lo “que hoy estorba a la clase obrera” para “poder adquirir una conciencia política de clase” es, sobre todo, “la influencia constante del consumo y la mistificación ideológica de la pequeña burguesía y de la burguesía. Y es por eso que, para Mandel-Germain, “el proceso de abrir los ojos hacia la ciencia social crítica puede jugar un verdadero papel revolucionario en el nuevo despertar de la conciencia de clase entre las masas”.[84]

¿Así que ahora nuestra lucha principal es contra “la influencia constante del consumo y la mistificación ideológica de la pequeña burguesía” y debemos abandonar la que siempre hemos sostenido contra las direcciones traidoras y reformistas del movimiento de masas? ¿Así que ésta es la mejor manera de que las masas logren una conciencia de clase? Nosotros, arqueotrotskistas, vamos a seguir en la misma, pero además, para combatir a esas direcciones, en lugar de abrir más los ojos “hacia la ciencia social crítica”, vamos a usar una política, la trotskista, contra la stalinista y la socialdemócrata.

La verdadera relación entre acción, experiencia y conciencia

Del esquema mandeliano según el cual las masas, la vanguardia y el partido, recorren diferentes y difíciles caminos para llegar a la conciencia, a la acción o a la experiencia, ya hemos eliminado a la vanguardia, dado que por tratarse de un fenómeno su desarrollo no puede seguir ninguna secuencia previsible. Sólo faltaría agregar que, mientras cumple su papel de vanguardia, cualquier sector sigue en ese momento las mismas leyes de desarrollo que el propio movimiento de masas y el partido, aunque en forma contradictoria. Para los marxistas, “lo espontáneo es la forma embrionaria de lo consciente. Es decir que acción, experiencia y conciencia son partes de una totalidad que se da en todos los niveles, desde el partido hasta las masas. El elemento determinante de esa totalidad son las acciones del movimiento de masas.

No vemos por ningún lado esa acción sin conciencia que le atribuye Mandel a la clase obrera y a las masas. Al contrario, creemos que no existe ninguna acción sin conciencia previa. El régimen capitalista e imperialista, con sus infamias, provoca cambios en la conciencia de las masas (odio, rechazo, indignación, etcétera), que son previos a toda acción. Si existiera una secuencia podríamos decir que es la siguiente: la realidad objetiva de la sociedad burguesa hace impacto en la conciencia de las masas y esto provoca sus acciones. Pero esa realidad objetiva impacta a través de una experiencia, la. de sufrir la explotación. Por ejemplo: el patrón explota al obrero (realidad objetiva del régimen capitalista); éste sufre la explotación (hace la experiencia de ser explotado); siente deseos de cambiar su situación (llega a la conciencia de que debe luchar contra el patrón); se lanza a la lucha (pasa a la acción).

De todos modos, esta secuencia no es más que un esquema porque el obrero contemporáneo, por ejemplo, antes de salir a la lucha, va al sindicato; es decir que su experiencia no parte de cero, puesto que se apoya en la de camadas anteriores de obreros y no necesita ni repetir exactamente la de ellos ni reinventar el sindicato ante cada lucha. Ya sabe hasta cierto grado lo que es una huelga, una ocupación, una manifestación, un petitorio y es consciente de esa experiencia.

. Mandel podría decirnos ahora que la clase obrera no aprende más que por sus acciones. Esto es cierto, pero no contradice lo anterior; no quiere decir que la clase obrera efectúe acciones sin conciencia. Las acciones del movimiento de masas encadenan distintos niveles de conciencia y experiencia, hacen que cada una tenga siempre como punto de partida un determinado nivel, que desembocará en otro superior, el cual —a su vez— será punto de partida de nuevas acciones.

Dentro de la conciencia de la clase obrera y las masas explotadas, hay una lucha entre concepciones falsas y verdaderas. Por ejemplo, un obrero socialdemócrata que odia al fascismo, lo considera su peor enemigo y quiere la unidad obrera para luchar contra él, pero, al mismo tiempo, confía en su dirección burocrática y reformista. Respecto al fascismo tiene una conciencia verdadera; respecto a su dirección, y por consiguiente a la forma de luchar contra el enemigo, una falsa. Aquí, como en todo conocimiento, el papel de la práctica es decisivo. Sólo la práctica puede afirmarlo en su conciencia de clase o atacarle su falsa conciencia; sólo la práctica podrá permitirle superar lo falso y afirmar lo verdadero, para llegar a un nuevo nivel de conciencia, que- tendrá nuevas contradicciones siempre superables a través de nuevas acciones. Pero decir que la práctica es el factor determinante en el camino hacia la conciencia de clase, no quiere decir que el camino comience por allí.

Mandel podría insistir en que, de todos modos, estamos de acuerdo con él en que la acción es la única que lleva a la conciencia de clase y que, por lo tanto, respecto a este punto no tenemos diferencias. No es cierto- tenemos dos y fundamentales. La primera es que Mandel habla de un nivel de conciencia desconocido y nosotros de la conciencia de clase, que todos sabemos lo que es. Para él, cada sector llega a un diferente nivel (por ejemplo, la vanguardia a una conciencia “empírica y pragmática”) y sólo el partido revolucionario llega a la conciencia de clase (que para Mandel es científica y no política). La segunda diferencia es que para nosotros la conciencia de clase se logra justamente a través de un factor superestructuras, el partido revolucionario, y no a través de las meras acciones y experiencias del movimiento obrero.

Las masas no llegan automáticamente a la conciencia de clase, a la conciencia universal e histórica. Podríamos decir que el movimiento de masas se acerca a ella asintóticamente, es decir que en cada etapa está más cerca de ella, pero nunca la alcanza por sus propios medios. El partido es el único que puede hacer que esas dos líneas, cada vez más cerca una de la otra, dejen de ser asíntotas; que el movimiento de masas se confunda con la conciencia política de clase.

La concepción mandelista es la posición típica de los intelectuales anticonformistas existencialistas y fenomenólogos europeos de la posguerra, uno de cuyos clásicos exponentes es Sartre. Significa la negación del hombre y, en este caso, del carácter humano del movimiento de masas y de la clase obrera, porque el hombre se distingue de los animales por ser consciente, en distintos grados, de sus acciones.

El partido cumple con las mismas leyes que el movimiento de masas pero a un nivel cualitativamente superior. La conciencia del partido revolucionario no es más que la experiencia histórica del movimiento obrero y de masas. En vez de arrancar de una conciencia y experiencia parciales y limitadas, el partido arranca de la conciencia y experiencia históricas y universales. Para extraerlas, utiliza una serie de ciencias combinadas en una -el marxismo-, las eleva a conciencia histórica, universal y abstracta, y la transforma en un programa, político marxista.

¿Conciencia científica o política?

Para Mandel, “la categoría de partido revolucionario surge del hecho de que el socialismo marxista es una ciencia, que, en último análisis, puede ser asimilada completamente sólo en forma individual y no de manera colectiva”.[85] Y esto es así porque “El marxismo constituye la culminación (. . . ) de por lo menos tres ciencias sociales: la filosofía clásica alemana, la economía política clásica, y la ciencia política francesa clásica (el socialismo y la historiografía franceses)”[86] y “su asimilación presupone, por lo menos, un entendimiento de la dialéctica materialista, del materialismo histórico, de la teoría económica marxista y la historia crítica de las revoluciones y del movimiento obrero modernos”.[87]

Esto quiere decir que elevarse a la conciencia de clase es llegar a la comprensión teórica, científica y global del marxismo como ciencia; manejar la dialéctica, la sociología, la economía y la historia marxistas. Por eso sólo puede ser asimilada en “forma individual y no colectiva”; es decir, por eso sólo una ínfima minoría científica puede llegar a ella. Es la concepción más derrotista que nos podamos imaginar; es en realidad una tarea imposible de cumplir para el movimiento obrero. Si pretendemos expulsar de la conciencia de los trabajadores toda la basura ideológica acumulada por la burguesía y la burocracia, y reemplazarla por la “ciencia marxista” (la “ciencia social crítica”) no debemos construir un partido, sino pedirle al imperialismo que nos subvencione una universidad con capacidad para cientos de millones de trabajadores de todo el mundo, con becas para que todos puedan concurrir. Como Mandel ve que esto es imposible, se conforma con decir que sólo una pequeña minoría de individuos puede elevarse a la conciencia de clase.

Esto le crea el problema de qué hacer con esas masas que son incapaces de adquirir la conciencia de clase. Mandel-Germain “resuelven” este problema liquidando al partido como partido político revolucionario y dando gran importancia, en su lugar, a un sector social específico, la “intelectualidad técnica”. Ella tendría, según Germain, “la posibilidad de su participación masiva dentro del proceso revolucionario y en la reorganización de la sociedad”, que llevará a “los estratos desesperados y críticos de la clase obrera lo que ellos no pueden llevar a cabo, debido al estado fragmentado de su, conciencia: el conocimiento científico y la conciencia que les posibilitará reconocer la verdadera faz de la escandalosamente velada explotación, y de la opresión disfrazada a que son sometidos”. Es decir que esta intelectualidad, que se vuelve revolucionaria como sector social, no como parte de la militancia del partido, tiene en sus manos la tarea de despertar la conciencia de clase. Y la principal tarea del partido revolucionario, puesto que la fundamental quedó en manos de la intelectualidad, será la de asesorar teóricamente a esa intelectualidad técnica, dándole cursos de “ciencia social crítica” mandeliana. Con lo cual el papel de esta “ciencia social crítica” es decretar la muerte del partido bolchevique. Con esto Mande 1, entre otras cosas, da argumentos a la acusación que permanentemente hace la burguesía al movimiento de masas revolucionario: que es una masa inconsciente arrastrada y engañada por un puñado de agitadores que ocultan sus fines políticos.

Para Mandel, la clase obrera no puede reproducir en forma masiva ningún conocimiento y esto equivale a decir que la sociedad en su conjunto no avanza en el conocimiento. El cree que así como, sólo los individuos asimilan él socialismo científico, sólo los individuos son capaces de asimilar y reproducir los conocimientos acumulados por la humanidad desde la prehistoria hasta nuestros días. Lo que está haciendo Mandel es confundir la parte concreta de los conocimientos (es decir, los resultados) con su elaboración. Pero la sociedad (o la clase obrera o cualquier otro sector de ella) avanza incorporando los resultados científicos, no los métodos de investigación que llevaron a esos resultados. Negar esto sería lo mismo que decir que un individuo que no ha estudiado medicina y farmacopea no sabrá utilizar la aspirina. Sin embargo, hace muchos años que la humanidad hace uso de la aspirina para quitarse el dolor de cabeza con buenos resultados.

Lo que hace Mandel es elaborar dos tipos de conciencia: la de la vanguardia, que es “empírica” y “pragmática” y la conciencia de clase que es “científica global”, o sea la de la “comprensión teórica”. Esto significa que la conciencia política, el programa, no existen en esta moderna fenomenología de la clase obrera. Para Mandel el hecho de que el obrero esté o no de acuerdo con el programa del partido revolucionario, no tiene nada que ver con su nivel de conciencia; no significa que se haya elevado a la conciencia de clase. Para Trotsky, en cambio, “no se pueden formular los intereses de clase de otro modo que por medio de un programa, como tampoco se puede defender un programa de otro modo que creando un partido.

La clase, tomada en sí, no es más que terreno para la explotación. El rol del proletariado comienza en el momento en que de clase social en sí, deviene clase política para sí. Esto sólo puede lograrse por medio de un partido. El partido es esa herramienta histórica con la que la clase adquiere su conciencia...

“El desarrollo de la conciencia de clase, es decir, la construcción de un partido revolucionario que arrastre tras de sí al proletariado, es un proceso complicado y contradictorio”.[88]

Como vemos, para “Trotsky “el desarrollo de la conciencia de clase” es un proceso objetivo.

La categoría de partido revolucionario surge del hecho de que el marxismo, como partido, es un programa. Imaginemos un supuesto partido integrado por grandes intelectuales que manejan a la perfección los aspectos científicos del marxismo, pero no se preocupen por formular un programa político, ni por trabajar con 61 sobre el movimiento de masas. ¿Es ése un partido revolucionario? No. Un partido revolucionario es, evidentemente, aquél en el cual algunos compañeros entienden a fondo el marxismo y colaboran con la inmensa mayoría de trabajadores que militan en él, para formular un programa político correcto y llevarlo a la práctica.

Entre el programa del partido y la ciencia marxista hay una relación dialéctica: sin teoría (ciencia) marxista no se puede elaborar un programa revolucionario. También hay una relación dialéctica entre ese programa y las acciones de las masas: si no parte de las acciones de las masas, el programa no puede ser revolucionario. Y también hay una relación dialéctica con la actividad del partido: sin un partido que lo lleve a la práctica ningún programa es, por sí mismo, revolucionario. Todos estos elementos confluyen para lograr esa realidad concreta que es el partido revolucionario con su programa. Y este partido es “el más alto grado de desarrollo de la conciencia de clase proletaria”, como diría Mandel. Por eso décimos que Mandel, al magnificar una parte esencial del partido revolucionario, la ciencia marxista, cae en una desviación cientificista intelectual acerca del papel del partido y de la conciencia de clase. La conciencia de clase es la transformación de la “clase social en sí, en “clase política para sí” según Trotsky. Para Mandel, siguiendo su razonamiento, la conciencia de clase debería ser la transformación de la clase obrera en conciencia científica y no en conciencia política, como para Trotsky. Y esto es una barbaridad. Es suficiente con que sectores masivos de la clase obrera apoyen políticamente al partido marxista para que se hayan elevado a la conciencia de clase. Es suficiente con que individuos o sectores de la clase se incorporen al partido y acepten su programa y estatutos, para que sean la máxima expresión de la conciencia de clase. Esto es así aunque las masas que apoyan políticamente al partido y los individuos o sectores que se incorporan a él aceptando sus estatutos y programa, no sepan ni una sola palabra de filosofía, economía o sociología marxista, es decir que no hayan asimilado “completamente” al marxismo como “ciencia”. Este fue el criterio clásico de Lenin y Trotsky. Como vemos, mucho menos exigente que el de Mandel.

La conciencia de clase significa que los obreros sepan que la sociedad sufre un cáncer, el régimen capitalista e imperialista, y que el único remedio” para ese cáncer es nuestro programa y nuestro partido. Este conocimiento, como lo señalaba Trotsky, puede y debe ser adquirido en forma masiva y no individual por el movimiento obrero y de masas. Y el movimiento obrero y de masas adquiere este conocimiento confrontando en el transcurso de sus acciones las diferentes políticas que le plantean los distintos partidos que existen en su seno. Si existe un partido revolucionario que da la política correcta (es decir, la que responde a los intereses históricos e inmediatos de la clase obrera) en cada una de las luchas, el movimiento obrero y de masas lo reconocerá como su Partido y se habrá elevado a la conciencia política de clase. Si este partido no existe, no podrá hacerlo. El papel de marxismo “como ciencia” es transformar los intereses históricos e inmediatos de la clase obrera en un programa de movilización, vale decir en una respuesta política para cada lucha real del movimiento de masas, que tienda a elevar esa lucha hacia la toma del poder. Y de esta manera ganar a. las masas para nuestro programa y nuestro partido, liquidando a sus direcciones traidoras y oportunistas.

Un análisis vanguardista y estrategista

Análisis, realidad y política

Si para Mandel la “ciencia social crítica” cumplía el papel de despertar la conciencia de clase, para su discípulo Germain, el análisis cumple uno todavía más revolucionario, puesto que es siempre” el de “cambiar las condiciones en favor de la revolución proletaria, no el de adaptarlas a la situación dada”.[89]

Esta peligrosa afirmación confunde lo que es un análisis con la política marxista, (de la misma manera que antes Mandel confundía lo que es ciencia marxista con programa y partido revolucionario). Una leve diferencia con la opinión de Lenin, para quien el marxismo busca realizar “un análisis estrictamente exacto y objetivamente verificable de las relaciones de clase y de los rasgos concretos propios de cada momento histórico”.[90]

Es decir, estudiar cuidadosamente la realidad para descubrir las tendencias hacia la revolución proletaria y las que se le oponen y las relaciones entre ambas. Esto es, nada menos, que la caracterización del “momento histórico” dado. Y es “la base científica” de la que habla Lenin, necesaria -no como cree Mandel “para blandirla contra la realidad y cambiarla”- sino solamente para forjar la herramienta con que la cambiaremos. Esa herramienta “es la política” decía Lenin. Y en particular nos referimos a la política del partido hacia las masas para imponer un cambio revolucionario.

El objetivo del análisis es profundizar una y otra vez el estudio de una determinada situación, para elaborar las consignas correctas que pueden fortalecer las tendencias revolucionarias y las que tratarán de destruir a las contrarrevolucionarias.

Pero el análisis no cumple para nada el objetivo de “cambiar las condiciones existentes en favor de la revolución proletaria”. Ese objetivo lo cumple la política. Análisis y política están, pues, íntimamente unidos aunque no son lo mismo. No podemos darnos una política revolucionaria si no partimos de un análisis y caracterización científicos de la realidad. Al mismo tiempo, nuestro análisis no sirve para nada si no deviene en una política para cambiar esa realidad.

Veamos un ejemplo. Análisis: el movimiento obrero está en ascenso; tiene a su frente a los socialdemócratas y stalinistas; la burguesía está en crisis; existe un gobierno débil que se ve obligado a dar libertades democráticas y a hacer concesiones al movimiento obrero; un sector de la burguesía prepara un golpe de estado fascista; la clase media está dividida: un sector tiende a dejarse arrastrar por el fascismo y otro por el movimiento obrero; nuestro partido no tiene influencia de masas pero es reconocido por sectores de vanguardia. Caracterizacion: estamos en una situación prerrevolucionaria que desembocará en la revolución obrera o en la contrarrevolución fascista; hacia la revolución obrera empuja el ascenso de la clase, la radicalización de un sector de la pequeña burguesía y la existencia de nuestro partido; hacia la contrarrevolución empujan la burguesía y el imperialismo, la clase media de derecha y la política traidora de las direcciones oportunistas del movimiento de masas; sólo si desplazamos a estas direcciones y ganamos la dirección del movimiento de masas la situación desembocará en la revolución obrera. Política: hay que unificar al movimiento obrero en un frente contra el fascismo y empezar a plantear el armamento de los organismos de masas, denunciando las vacilaciones y traiciones de las direcciones reformistas; en esta tarea debemos ganar al movimiento de masas; hay que realizar un trabajo sobre la base del ejército; hay que levantar un programa que contemple también las necesidades de la pequeña burguesía para arrastrarla hacia la revolución obrera; debemos trabajar en las organizaciones del movimiento obrero y de masas levantando las consignas que surgen de los puntos anteriores: “Unidad de todas las organizaciones obreras y partidos obreros y populares contra el fascismo”; “destacamentos armados de los sindicatos y soviets (si los hay)”; “derechos democráticos para los soldados y suboficiales”, etcétera.

El análisis marxista de las etapas

Para formular nuestra política, lo primero que hacemos es definir con todo cuidado la etapa de la lucha de clases por la que atraviesa un país, un continente, el mundo, un gremio, una fábrica o, inclusive, un colegio o una facultad. La base para el análisis y la caracterización marxista es la situación de la lucha de clases. Vale decir que se trata, antes que nada, de un análisis estructural, que debe responder a la siguiente pregunta: ¿Cuál es la relación de fuerzas entre las clases en la situación que queremos caracterizar? Sobre esta base se incorporan los elementos superestructurales: situación de los partidos políticos, de los sindicatos y otros organismos de masas, de las distintas tendencias existentes en su interior, etcétera. La relación de fuerzas general entre las clases se expresa en el tipo de régimen que existe en cada etapa. Un cambio general en la relación de fuerzas (es decir de etapa ) se transforma a corto plazo en un cambio de régimen.

Dentro de estas etapas hay momentos en que una clase toma la ofensiva y momentos en que la toma otra clase; dentro de una misma clase distintos sectores pueden estar a la ofensiva en cada momento; sectores de una misma clase pueden a veces luchar entre sí. Además, están las superestructuras de las diferentes clases, y el estado, que tienen cierta autonomía respecto al movimiento de las clases, lo que provoca situaciones contradictorias base-superestructura (como dando el movimiento obrero se orienta a la revolución y los partidos obreros se orientan cada vez más hacia la derecha). Todos estos vaivenes que se dan dentro de una etapa pueden determinar subetapas, que debemos precisar cuidadosamente.

Trotsky ha dicho que hay, en general, cuatro tipos de etapas, que reflejan cuatro estadios en el proceso de 1a lucha de clases: contrarrevolucionarios, no revolucionarios, prerrevolucionarios y revolucionarios. Los gobiernos reflejan de una manera no mecánica las características de la etapa, y en ellos se resumen todas las contradicciones. Existen gobiernos fascistas, bonapartistas, semibonapartistas, democráticoburgueses, kerenskistas. kornilovianos. En los paises atrasados, según Trotsky, se dan gobiernos bonapartistas sui generis , que son los que, sin dejar de ser burgueses, enfrentan o resisten a alguna potencia imperialista para lo cual tiende a apoyarse en el movimiento de masas u obrero o, por el contrario, aplastan a lops trabajadores como sirvientes del imperialismo.

La existencia de estos diferentes tipos de gobierno, inclusive a veces para una misma etapa, obedece a que, como toda superestructura, reflejan no sólo la relación fundamental explotadores-explotados, sino todas las otras contradicciones y combinaciones de clases o sectores de clases. Siguen siendo, todos ellos, gobiernos burgueses, pero algunos se apoyan en la clase media de las ciudades, otros se ven obligados a apoyarse en el campesinado o en los partidos de la clase obrera; en algunos tiene más peso el aparato burocrático-militar del estado que en otros, etcétera. De estas diferentes combinaciones, surgen diferentes tipos de gobierno, que reflejan situaciones particulares de la lucha de clases. Pero todos estos gobiernos están determinados por las características especiales de la etapa y por el régimen. En una etapa prerrevolucionaria, puede haber un gobierno democrático-burgués o uno kerenskista, pero no puede haber un gobierno fascista; en una etapa contrarrevolucionaria puede haber un gobierno fascista o uno bonapartista, pero no puede haber un gobierno democrático-burgués.

Este método, que consiste en definir las etapas y regímenes por la situación de la lucha de clases y los gobiernos por la combinación concreta de sectores sociales y superestructuras que expresan, era el de nuestra Internacional en las buenas épocas del “arqueotrotskismo”. Nuestra política comenzaba por el intento serio, tenaz, cuidadoso y científico, de definir la etapa que atravesábamos y el gobierno que soportábamos en cada momento. Pero, desde que la mayoría predomina en la dirección de nuestra Internacional, ese método se ha abandonado. Nuestros análisis se hacen ahora únicamente en base a las relaciones existentes dentro del movimiento obrero y muy especialmente, casi exclusivamente, a la situación de la vanguardia. Del resultado de semejantes análisis surge una política cuyo objetivo ya no es dirigir correctamente a las masas en las situaciones que deben enfrentar sino impactar a la vanguardia. De ahí el desprecio por el método científico que ha elaborado el trotskismo.

Antes, hubiéramos discutido meses enteros si la definición del gobierno de Banzer como “fascista” que hace el compañero González Moscoso era correcta o no. ¿Por qué? Porque sólo poniéndonos de acuerdo en eso podíamos ponernos de acuerdo en la política a seguir. Actualmente, los compañeros de la mayoría están de acuerdo en la política y estrategia del POR(C) para Bolivia, sin estar de acuerdo, aparentemente, en la definición del gobierno, pues González dice que es “fascista” y Germain lo califica de “reaccionario”. Esto podría ser una casualidad, pero desgraciadamente, es la regla. Los compañeros de la mayoría decían que la política del ERP y del PRT(C) era un ejemplo (o sea que la aprobaban con elogios), pese a que el PRT(C) había definido la situación argentina como de “guerra civil” Y los compañeros del SU como prerrevolucionaria.

Los “análisis justificación” de la mayoría

Parece imposible que se pueda coincidir en una política a partir de caracterizaciones de la situación real diametralmente opuestas. Y en realidad lo es. Pero lo que ocurre es que los compañeros de la mayoría no parten del análisis de la situación de la lucha de clases, sino que hacen casi al revés: formulan una estrategia de acuerdo a los fenómenos internos al movimiento obrero y de masas y luego inventan un análisis de la realidad que se acomode a esa estrategia y la justifique.

En otra época, el sector al que le dieron importancia fundamental fue el de las organizaciones burocráticas del movimiento obrero, en especial a los partidos comunistas. Entonces formularon una estrategia dirigida a ese sector: la del entrismo “sui generis”. Para justificarla, empezaron por asegurar que la guerra mundial era inevitable y que los partidos comunistas se verían obligados a encabezar la lucha de las masas, con el consiguiente surgimiento de tendencias centristas que dirigirían toda una etapa de la revolución.

No hubo guerra mundial ni surgieron las tendencias centristas, pero se fueron inventando nuevos análisis de la realidad para seguir justificando esa estrategia decenal. Ya hemos visto el último de ellos, que nos dice que la estrategia del entrismo “sui generis” se adoptó porque se previó que “. . . el proceso de radicalización (...) se produciría esencialmente en el seno de las organizaciones de masas tradicionales”[91]. Y también hemos visto que, como lo demostró el fenómeno castrista y guevarista, no fue así.

La política del IX Congreso para América Latina es otro buen ejemplo de este método. Los camaradas de la mayoría no tomaron en cuenta para nada el análisis marxista de la lucha de clases para definir su estrategia. No dieron ninguna importancia a las etapas que estaba viviendo cada país latinoamericano. Lo que tomaron como punto de referencia es lo que discutía la “vanguardia”: guerra rural o no, lucha armada o no. De ahí sacaron la estrategia. Primero fue la guerrilla rural; después —cuando las papas quemaban porque se habían hundido todas las guerrillas rurales— la destilaron y obtuvieron la quintaesencia, la “estrategia de la lucha armada”. A los camaradas de la Mayoría no les importaba que en Brasil hubiera un régimen semifascista o ultrarreaccionario; en Perú un bonapartismo “sui generis”; cierto desplazamiento nacionalista en otros países latinoamericanos y diferentes etapas de la lucha de clases en cada país. Ellos englobaron a todos en un análisis por el cual necesitaran una estrategia común

El primer análisis-justificación de la estrategia de lucha armada fue inventar un tipo de régimen común a toda América Latina, un régimen de acuerdo monolítico entre el imperialismo, las burguesías nacionales y las fuerzas armadas. Pero después del Congreso Mundial surgieron gobiernos como el de Torres y el de Allende y cayó Onganía en la Argentina, acontecimientos que derrumbaron ese análisis. Como había que mantener la estrategia, se inventó un nuevo tipo de régimen: el “reformismo militar”. En realidad, lo único que tenían de nuevo los englobados por este nombre, era precisamente el nombre. Fue Rockefeller quien lo inventó. Cuando visitó América Latina, escribió un informe en el que recomendaba al imperialismo una nueva política, el “reformismo militar”, con el cual estuvieron de acuerdo el imperialismo, las burguesías nacionales y las fuerzas armadas. Esta caracterización también se derrumbó cuando vinieron los sangrientos golpes proimperialistas de Banzer y la Junta Militar chilena, por razones obvias.

Gran parte del gobierno de Torres y la última parte del de Allende tuvieron las características de gobiernos “kerenskistas”. La única definición aproximada es la que nos da Germain por la negativa, cuando califica a Banzer de “korniloviano”, pero muy a la pasada. ¿Por qué fueron incapaces los camaradas de la mayoría de prever estos gobiernos y darse una política frente a ellos? Porque el análisis correcto significaba, por ejemplo en el caso de los gobiernos kerenskistas, plantear el frente único obrero contra el golpe reaccionario y la formación de milicias como parte de las organizaciones naturales del movimiento dé masas. Es decir, significaba que no había que hacer guerrillas. El análisis correcto no servía para justificar su estrategia.

¿Cómo caracterizábamos nosotros a los regímenes latinoamericanos? Veamos: “La derrota o la necesidad de enfrentar al movimiento de masas, así como la coyuntura económica, facilitaron la unidad imperialismo-burguesía nacional y esta unidad permitió el surgimiento de gobiernos bonapartistas dictatoriales, apoyados por el ejército o directamente militares, y en algunos casos semifascistas, como Brasil.

“Esto plantea un importante problema teórico: el frente único monolítico entre el imperialismo yanqui y la burguesía nacional. . . ¿se dará dentro de un periodo histórico de cinco, diez o más años, o por el contrario, es un fenómeno transitorio como el visto en todos los otros periodos latinoamericanos de gobiernos fuertes que fueron seguidos por gobiernos débiles cuando ascendió el movimiento de masas? En principio creemos que la solución castrista y guevarista del problema, de que estos gobiernos seguirán siendo así, es falsa.

“La crisis actual creciente entre sectores burguesas nacionales y de algunos de éstos con el imperialismo, combinada con un factor mucho más importante y decisivo, el ascenso del movimiento de masas, está provocando la crisis de todos estos gobiernos. Es decir no son un fenómeno monolítico y eterno, por el contrario, es bien momentáneo, tanto como dure el retroceso del movimiento de masas.[92]

Dos años más tarde decíamos: “Definir los gobiernos y regímenes latinoamericanos no es una preocupación ociosa, sino una de las necesidades revolucionarias más urgentes”. “El intento de ignorar el grave problema teórico de definir los regímenes latinoamericanos actuales con ingeniosas frases periodísticas como, por ejemplo, “reformismo militar”, no hace más que oscurecer el problema y alejarnos del análisis marxista, de clase. Las tenazas de la colonización yanqui, por un lado, la movilización obrera, por otro, originan violentos y espectaculares cambios en el carácter de los regímenes burgueses. Algunos son semifascistas, como el de Brasil, o directamente reaccionarios sobre bases de legalidad burguesa, como el de Uruguay. Otros, nacionalistas burgueses que tienden a transformarse o se transforman en bonapartistas “sui generis según las enseñanzas de Trotsky.

“El espectacular ascenso del movimiento de masas origina situaciones de poder dual institucionalizado o atomizado, que dan origen a otro tipo de gobierno y regímenes, los kerenskistas. Estos son típicos de situaciones revolucionarias, cuando el poder obrero es tan fuerte que el gobierno queda suspendido en el vacío entre los dos poderes.”

“[el kerenskismo es]. . . sumamente inestable, bonapartismo o semibonapartismo entre los explotadores y el movimiento de masas, y no como el [bonapartismol “sui generis” entre el imperialismo y el movimiento de masas”. El actual ascenso revolucionario tiende a transformar el bonapartismo “su¡ generis” en bonapartismo kerenskista o en reaccionario”. “Creemos que el régimen de Velasco tiene elementos bonapartistas “sui generis”. Allende está a mitad de camino.”

“En Bolivia se han dado los tres tipos de gobierno que hemos definido: reaccionario o semifascista el de Barrientos- tendiendo a bonapartista “sui generis” el de Ovando; kerenskista el de Torres”.[93]

Para nosotros, a cada tipo de régimen, por expresar una distinta situación de la lucha de clases, había que enfrentarlo con una estrategia diferente. Para los camaradas de la mayoría, el análisis se reducía a explicar por qué motivo regía una misma estrategia para cualquier tipo de etapa, régimen y país. La explicación es, en realidad, muy sencilla: porque ésa era la estrategia más simpática a la vanguardia. Este carácter vanguardista fue abiertamente proclamado por Mandel cuando nos dijo que había que realizar “. . . campañas políticas nacionales, elegidas cuidadosamente, coincidiendo con las preocupaciones de la vanguardia...”[94]

Toda esta negación del marxismo navega a velas desplegadas en el documento europeo de la mayoría. No se hacen allí distingos de ningún tipo entre las etapas que viven los distintos países europeos. Sin embargo, unos viven en una situación contrarrevolucionaria (como Grecia, España y Portugal) que evoluciona a prerrevolucionaria (como España) o se combina con la guerra civil dentro de su imperio (como en Portugal); otros viven una situación no revolucionaria pero evolucionando a prerrevolucionaria (como Italia, Francia y, quizás, Inglaterra, qué soporta una guerra de hecho en Ir “ landa) o revolucionaria (como Irlanda del Norte). Los otros países viven una situación no revolucionaria, sin posibilidades de transformarse a corto plazo en prerrevolucionaria.

Nuestra caracterización es sumaria y posiblemente equivocada; querríamos que se la tome solamente como un ejemplo metodológico.

Lo que queremos destacar es que de las diferentes situaciones surgen, evidentemente, tareas diferentes, a veces diametralmente opuestas.

En Grecia, España y Portugal —con situaciones parecidas— las grandes tareas planteadas son las democráticas; en los últimos países con carácter urgente, porque en España el movimiento obrero viene en continuo ascenso y Portugal enfrenta la guerrilla en sus colonias. En Inglaterra, donde se da una situación opuesta a las mencionadas, la tarea esencial es lograr que los soldados ingleses se retiren de Irlanda del Norte y, además, elaborar un programa de transición para enfrentar la miseria creciente del movimiento obrero. En Italia y Francia tenemos planteados problemas objetivos diferentes a los del resto de los países europeos, porque la lucha de clases está a un nivel más alto. Los camaradas de la mayoría dicen control obrero y trabajo sobre la vanguardia, no porque crean que las situaciones de todos los países sean iguales, sino porque ellos recorren un camino inverso: en lugar de decir a esta situación corresponde esta tarea, dicen “puesto que vamos a aplicarles la misma estrategia, todos los países son iguales”.

¿Por qué degeneraron la II y la III Internacionales?

El desplazamiento de los camaradas dé la mayoría a una concepción vanguardista se expresa no sólo en el terreno de los análisis concretos, sino también en cuestiones teóricas generales. Hay dos de ellas donde la dimensión de las aberraciones llega al límite del revisionismo: la degeneración de la II y III Internacionales y la caracterización de las situaciones prerrevolucionaria y revolucionaria.

En ambos casos, el camarada Mandel-Germain basa toda su explicación en las relaciones internas de la clase obrera y, dentro de ella, en el papel de la vanguardia. Para Mandel “la raíz de la degeneración, tanto de la II como de la III Internacionales, es decir, la subordinación de los partidos de masas socialdemócratas y comunistas de Europa Occidental a una burocracia conservadora y reformista, que en la práctica diaria se ha convertido en parte del statu-quo”, responde a una ley general de la degeneración.

Veamos esa ley: “El resultado de estas tendencias contradictorias depende de la lucha entre ellas, que a la vez está determinada, en última instancia, por dos factores sociales: por una parte, el grado de los intereses sociales específicos que se desprende de la organización autónoma y, por otra parte, el grado de actividad política de la vanguardia de la clase obrera.”[95]

Los trotskistas siempre hemos tomado como elemento fundamental para analizar las causas de la degeneración de la II y III Internacionales, el proceso general de la lucha de clases en el mundo. Creemos que la II Internacional degeneró por la existencia y ascenso, del imperialismo, que otorgó grandes concesiones a sectores importantes de la clase obrera gracias ala explotación de sus colonias. Esto provocó el nacimiento de una aristocracia obrera íntimamente ligada a las concesiones que otorgaba el capitalismo. Mandel ahora descubre que la “organización autónoma” y “autopreservación del aparato” en sí se explican por la necesidad de preservación de los “intereses sociales específicos del propio aparato y no como parte del proceso general de formación de la aristocracia obrera. La III Internacional degeneró por las derrotas y el retroceso del movimiento obrero en todo el mundo y por la refracción de este mismo retroceso en el primer estado obrero, la URSS, una nación campesina y atrasada. De ahí la importancia que nuevamente tuvo la preservación del “aparato en sí”.

Pero Mandel ahora abandona este clásico análisis, y entonces la degeneración burocrática es la resultante de la relación- entre una burocracia que defiende su aparato y el “grado de actividad política de la vanguardia. Las masas con sus luchas no cuentan para nada. Con este método, se puede deducir que la burocracia puede ser liquidada por la mera “actividad de la vanguardia”, es decir, sin necesidad de apelar a la movilización.

Las situaciones prerrevolucionaria y revolucionaria

Todo un capítulo de la “nueva metodología mandeliana” lo constituye la revisión de la teoría en cuanto a la calificación de las situaciones prerrevolucionaria y revolucionaria.

Siempre partiendo de las relaciones internas del movimiento obrero, y de las de vanguardia con el partido Mandel afirma: “La maduración de una situación prerrevolucionaria (explosión potencialmente revolucionaria) es la integración de la acción de las grandes masas con la acción de los obreros avanzados. Una situación revolucionaria o sea la posibilidad de la conquista revolucionaria del poder- aparece cuando ha sido alcanzada la integración de las acciones de la vanguardia y las masas con la conciencia de la vanguardia y los estratos revolucionarios.”[96]

O sea que la burguesía y la pequeña burguesía no entran en este esquema. Tenemos derecho a pensar que Mandel considera que la situación de esas clases y su relación con el movimiento de masas no tienen importancia. Por el contrario, Trotsky pensaba que “el descontento, la nerviosidad, la inestabilidad, el arrebato fácil de la pequeña burguesía, son signos extremadamente importantes de una situación prerrevolucionaria.[97] Y definía una situación “apta para la victoria de la revolución proletaria”, como aquella en que se daban las siguientes condiciones: “1) el impasse de la burguesía y la consecuente confusión de la clase dominante; 2) la aguda insatisfacción y el anhelo de cambios decisivos en las filas de la pequeña burguesía, sin cuyo apoyo la gran burguesía no puede mantenerse; 3) la conciencia de lo intolerable de la situación y la disposición para las acciones revolucionarias en las filas del proletariado; 4) un programa claro y una dirección firme de la vanguardia proletaria.”[98]

Este ordenamiento que Trotsky repite sistemáticamente durante la década de los 30, es aleccionador: primero, la situación de la burguesía; segundo, la de la pequeña burguesía; tercero, la de la clase obrera, y, último, la existencia de un partido revolucionario. Como buen marxista, empieza por lo objetivo y termina por lo subjetivo, De la situación prerrevolucionaria Trotsky no nos ha dado una definición tan exacta. Ha señalado que es una situación intermedia entre la no revolucionaria y la revolucionaria. Ha insinuado que está caracterizada por la existencia de las tres primeras condiciones y la ausencia de la última, el partido.

Por otra parte, esto no es sólo una cuestión de ortodoxia trotskista, sino sencillamente de sentido común: si la burguesía está unida en un sólido frente, goza de una buena situación económica, mantiene satisfecha a la pequeña burguesía y cuenta con su simpatía, las famosas “integraciones” de Mandel no llevan, ni por casualidad, a la revolución. El más avanzado de los casos que pudiéramos imaginar —masas, vanguardia y partido integrados en sus acciones y su conciencia— terminarán con un aplastamiento brutal y sangriento de la clase obrera a manos de esa burguesía unida, apoyada por la pequeña burguesía y defendida por un ejército sin ninguna clase de fisuras. Por suerte, no hay ninguna posibilidad real de que semejante “integración “mandelista se produzca en la lucha de clases tal cual la conocemos hasta ahora.

El concepto germainista de normalidad

Ahora bien, esta incomprensión de los camaradas de la mayoría, en especial de Germain, acerca de qué es una situación prerrevolucionaria o revolucionaria, ha provocado toda una discusión viciosa alrededor de la palabra normal”. Esta discusión comenzó para América Latina, pero tiene importancia decisiva para el análisis marxista de la situación mundial. Los camaradas de la mayoría afirman que no veremos en América Latina procesos de desarrollo “normal” del movimiento de masas, porque no habrá lapsos prolongados con condiciones de democracia burguesa. Con esto pretenden demostrar que el pronóstico de la minoría de que América Latina se aproxima cada vez más a las normas clásicas de la revolución proletaria es falso.

La cuestión de si la revolución tiende o no a “normalizarse” no tiene que ver con la mayor o menor duración de los regímenes de legalidad burguesa. Tiene que ver con que los procesos revolucionarios de todo el mundo tiendan o no hacia las situaciones que fueron descritas por Lenin y Trotsky, es decir con que se generalicen o no situaciones parecidas a la Revolución Rusa. “Normales” son las revoluciones que tienen como centro al proletariado industrial, a las ciudades como ámbito geográfico y a la insurrección urbana como eje de la lucha armada. “Normal” es también que dichas revoluciones sólo triunfen, si tienen a su frente a un partido bolchevique.

Esta concepción de “normalidad” nació en oposición a la de “anormalidad” que hemos presenciado en esta postguerra, donde partidos pequeñoburgueses, o burocráticos, desde el stalinismo hasta el castrismo, se vieron obligados a encabezar gobiernos obreros y campesinos. La anormalidad fue consecuencia de varios factores combinados: el primero fue que dos de las condiciones de una situación revolucionaria (el impasse de la burguesía y la radicalización de la pequeña burguesía) se transformaron de coyunturales en crónicas. El crack financiero, la crisis crónica de la economía, se reflejaron en una crisis sin salida de la burguesía durante años y una izquierdización permanente de la pequeña burguesía que no encontraba ninguna posibilidad de apoyarse en una ligera recuperación de la economía burguesa.

Estos factores se combinaron con la crisis del imperialismo yanqui en la posguerra y su división ante Castro y con dos carencias revolucionarias fundamentales: la del movimiento obrero y su dirección. El campesinado pasó a jugar un papel preponderante y las condiciones objetivas terminaron llevando a los partidos pequeñoburgueses al gobierno y a la ruptura con el régimen imperialista, terrateniente y, por último, burgués.

La anormalidad consistió, en definitiva, en que, por la ausencia del movimiento obrero y del partido revolucionario las dos primeras condiciones de la situación revolucionaria adquirieron un peso colosal y el papel del partido revolucionario fue cumplido por partidos pequeñoburgueses con influencia de masas. Esta combinación anormal había sido prevista por Trotsky en el Programa de Transición.

La actual vuelta de la “normalidad” no significa lisa y llanamente que se vuelva a la situación previa a la Segunda Guerra Mundial, sino que el movimiento obrero se incorpora a la situación revolucionaria y nuestros partidos, los únicos obreros y revolucionarios que existen hoy, se desarrollan.

Las demás condiciones no sólo no van a retroceder, sino que seguirán avanzando. El carácter crónico de la crisis se extenderá a países capitalistas con una estructura mucho más sólida que los atrasados y esto acentuará el peso de la intervención de la clase obrera industrial.

La combinación será mucho más explosiva que en cualquier etapa que hayamos conocido anteriormente: mayor crisis crónica de la economía burguesa, mayor ízquierdización de la pequeña burguesía, mayores sentimientos y actividad revolucionarios de la clase obrera, colosal crecimiento e influencia en el movimiento de masas de nuestros partidos y nuestra Internacional. Es decir, la revolución se vuelve “normal” en forma creciente porque se vuelve objetivamente más fácil y, sobre todo, porque la clase obrera y nuestros partidos entran en escena. Se pueden volver a dar situaciones revolucionarias “anormales”, pero quedarán supeditadas (y ayudarán) a escala mundial a la normalización.

¿Qué tiene que ver con todo esto la mayor o menor duración de los períodos de legalidad burguesa? La Revolución Rusa, la más “normal” de todas las revoluciones triunfantes, se dio en la Rusia zarista, con siglos de despotismo, un año de legalidad en 1905 y unos meses en 1917, más unos pocos años de resquicios legales. Esa es nuestra “normalidad”: la clandestinidad del movimiento revolucionario y el enfrentamiento, a gobiernos reaccionarios de distinto pelaje la mayor parte del tiempo. No entendemos la “normalidad” como la situación de Europa Occidental, con un siglo o más de legalidad burguesa, interrumpida brevemente por fenómenos como el fascismo.

Creemos, sí, que las etapas de clandestinidad serán mucho menos prolongadas que las rusas, porque las condiciones son mucho más favorables al movimiento de masas. Y sostenemos 44 firmemente que, al igual que en Rusia, los resquicios legales y las etapas democráticas serán logradas únicamente por la acción del movimiento de masas; y que, cuanto más fuertes sean los golpes que éste le aseste a la burguesía, más débiles serán los regímenes que irán surgiendo. La tendencia a los gobiernos kerenskistas será cada vez más aguda, en la medida en que siga el ascenso, y sólo una oportunidad revolucionaria desaprovechada por la falta de un partido bolchevique y una política trotskista, explicará los retrocesos parciales a regímenes semifascistas.

Estas han sido las experiencias de Bolivia y Chile, que nuestro método marxista de análisis fue capaz de prever y el método estrategista y vanguardista de los camaradas de la mayoría ignoró por completo. El camarada Germain, al llamar “korniloviano” a Banzer, reconoce al gobierno de Torres como kerenskista. ¿No se da cuenta de que reconocer la existencia de gobiernos kerenskistas, significa reconocer las pautas “normales” de la Revolución Rusa? Evidentemente no. Ellos opinan que los golpes de Banzer y los militares chilenos les dan la razón, porque demuestran la “excepcionalidad” de los períodos de democracia burguesa. ¡Sin embargo Bolivia y Chile han tenido más tiempo de democracia burguesa en los últimos cinco anos que la Rusia revolucionaria en todo un siglo! Silencio absoluto: los camaradas de la mayoría siguen comparando la situación latinoamericana con la de Europa dominada por el fascismo.

Distintos países —Bolivia y Chile entre ellos— han entrado en la situación prerrevolucionaria clásica, que no se convirtió en revolucionaria por la falta del partido. Esto no quiere decir que todos los países latinoamericanos han entrado en esa etapa. Todo lo contrario, es una minoría de países la que se encamina hacia ella en un proceso de conjunto, desigual. Pero esas Rusias latinoamericanas le señalan el camino a los otros países del continente y, nos atrevemos a decirlo, como mínimo, a todo el mundo occidental.

El proceso latinoamericano y mundial nos confirma esta tendencia y esto convierte en herramientas fundamentales de nuestro análisis las enseñanzas de la Revolución Rusa en contra de las estrategias de “lucha armada”, de “trabajo sobre la vanguardia” y de “control obrero” de la mayoría. Los bolcheviques no encararon otra forma de lucha armada que no fuera la que marcaba el ascenso del movimiento de masas. Con la lucha armada o sin ella, con “control obrero” o sin él, iban construyendo el partido en todo momento. ¿Por qué cambiar? Aún no hemos sido derrotados, ni vemos ese peligro de ocupación nazi de nuestros países que hace temblar a la mayoría. Cuando esa perspectiva exista, cosa que no creemos, podremos discutir las nuevas formas de lucha armada. Mientras tanto, seguimos orgullosos de nuestro análisis y de nuestra política.

Los camaradas de la mayoría, Germain incluido, tienen que dejar de jugar a los films del Oeste “made in Italy”, para volver al método y al programa tradicional de nuestro movimiento. Esto es más necesario que nunca. Hay que partir de la realidad y no de “La hora de los hornos” o las películas de Costa-Gavras[99], ni de las “inquietudes (necesidades) de la vanguardia” que, en muchos casos, se inspiran en ellas. Acabamos de ver el desarrollo acelerado de otro régimen kerenskista: el de Allende. Acabamos de ver cómo el triunfo momentáneo de los Kornilovs chilenos fue facilitado por la ausencia de una política y un partido bolchevique. Por eso esa política y esos partidos son hoy más necesarios que nunca. ¡Desempolvemos los tres tomos de Lenin del año 1917 y los análisis de Trotsky sobre la Revolución Rusa!

Lenin y Trotsky Sobre la orientación de los partidos comunistas y trotskistas

El camarada Mandel ha señalado al pasar que su interpretación del nuevo papel del partido leninista fue anticipado por Lenin, en El ultraizquierdismo, enfermedad infantil del comunismo. Suponemos que los párrafos que toma son los siguientes: “El primer objetivo histórico (el de ganar para el poder soviético y para la dictadura de la clase obrera a la vanguardia con conciencia de clase del proletariado) no podía alcanzarse sin una victoria ideológica y política completa sobre el oportunismo y el socialchovinismo...”[100] y “Lo principal se ha logrado ya: se ha conquistado a la vanguardia de la clase obrera...” “...la vanguardia proletaria ha sido conquistada ideológicamente. Esto es lo principal.”[101]

Lenin dijo esto en un momento histórico concreto: cuando luchaba contra el oportunismo para ganar a los obreros socialistas de izquierda y anarcosindicalistas para la III Internacional. Y se refería a una vanguardia también concreta: una vanguardia obrera, que era lo más avanzado de su clase, y que tenía fuerte influencia y era ampliamente reconocida por amplios sectores de la clase obrera. Todo el capítulo donde figuran esas citas comienza señalando este hecho, que configura una situación distinta a la actual, donde la numerosa vanguardia existente no es reconocida por la clase trabajadora, y predominan en ella los elementos no proletarios. Para Lenin se trataba de ganar a esa vanguardia para concretar el triunfo de los obreros rusos a nivel organizativo y de la vanguardia mundial. Pero esa tarea central sobre la vanguardia no lo llevó a modificar las características centrales de los partidos comunistas; los siguió considerando un órgano para conducir a las masas a la revolución proletaria. El esfuerzo de Lenin estaba dirigido, justamente, a convencer a dicha vanguardia de que debía organizar partidos bolcheviques, con una política marxista revolucionaria ara las masas y no para la vanguardia en cada uno de sus países

Ubicadas estas citas en su lugar, cabe preguntarse por qué Mandel las usó en lugar de las resoluciones de la III Internacional. Nosotros sabemos por qué: porque los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista han dicho lo contrario de lo que dice Mandel-Germain: “. . . esta minoría que es comunista y que tiene un programa, que quiere organizar la lucha de las masas, es el Partido Comunista.

“El Partido Comunista sólo difiere de la gran masa de trabajadores en lo que él considera la misión histórica del con. junto de la clase obrera y se esfuerza en todo momento en defender no los intereses de algunos grupos o profesiones sino los de toda la clase obrera.”[102]

“El Partido Comunista, si es realmente la vanguardia de la clase revolucionaria. . . si ha sabido unirse indisolublemente a toda la existencia de la clase obrera y, por su intermedio, a la de toda la masa explotada...”[103]

Como vemos, la Internacional Comunista plantea con claridad que el objetivo de los partidos revolucionarios debe ser organizar la lucha de las masas” (no de la vanguardia); defender siempre (“en todo momento”) los intereses de “toda la clase obrera”, no de algunos grupos (¿qué es la vanguardia sino un “grupo” dentro del movimiento obrero?); y para ello debe saber unirse indisolublemente a toda la existencia de la clase obrera no a la existencia parcial de un sector, así sea de “vanguardia”).

Trotsky contra Germain

Germain sostiene que la posición del documento europeo de la mayoría con respecto a los organismos de masas, es similar a la que tuvo Trotsky durante los años 34-36 para Bélgica, Francia y España, a pesar de que nuestras organizaciones eran más débiles. Es una lástima que Germain no siga adelante con su comparación y no nos explique cuál fue la posición de Trotsky sobre el papel de nuestros partidos para la misma época. Jamás planteó nada de lo que dicen los camaradas de la mayoría. Nunca dijo que no había posibilidades inmediatas de lograr partidos con influencia de masas. Nunca dijo que nuestra táctica central para el próximo periodo fuera trabajar sobre la vanguardia de masas. Y menos aún, dijo que el trabajo sobre esa vanguardia era lo que caracterizaba al partido bolchevique.

Lo que Trotsky planteó fue lo opuesto. El consideró que la situación prerrevolucionaria en esos países posibilitaba un amplio trabajo sobre las masas y un rápido crecimiento de nuestras secciones: “Las fuerzas de las que disponemos son pequeñas. Pero la ventaja de una situación revolucionaria consiste en que un grupo, incluso poco numeroso, puede llegar a ser una gran fuerza en un corto espacio de tiempo, a condición de saber formular pronósticos exactos y lanzar a tiempo las consignas justas.”[104] “Es cierto que en el curso de una revolución, es decir, cuando los acontecimientos se suceden a un ritmo acelerado, un partido débil puede convertirse en un partido poderoso, con la única condición de que comprenda con lucidez el curso de la revolución y de que posea cuadros probados que no se dejan exaltar por las palabras o aterrorizar por la represión.”[105] “Una decena de millares de militantes, con una dirección firme y perspicaz, pueden encontrar el camino de las masas, arrancarlas de la influencia de los charlatanes, stalinistas y socialdemócratas.”[106] “Es preciso dirigirse hacia las masas, hacia sus capas más bajas y explotadas.”[107] “Pero 20.000, o incluso 10.000 con una política clara, decidida, agresiva, pueden ganarse a las masas en un corto plazo, de la misma forma que se las ganaron los bolcheviques en ocho meses.”[108] “Debemos dirigirnos hacia las amplias masas, hacia las organizaciones de masas, a cualquier precio, por todos los medios, sin dejamos influir ni paralizar por la intransigencia conservadora.”[109] “El primer deber de toda organización revolucionaria, especialmente en un periodo crítico como el presente, en que la conciencia de las masas cambia literalmente a diario, consiste en mantener oídos atentos a lo que el trabajador común comenta en la fábrica, en la calle, en los transportes, en el café y en el hogar, para saber cómo ve él la situación, que esperanzas alienta, en qué cosas cree: hay que escuchar atentamente a ese trabajador.”[110]

La situación europea de la época en que Trotsky escribía estas líneas, era parecida a la actual: se estaba entrando en un periodo prerrevolucionario. Pero, de la misma manera que ocurre con los escritos de Lenin y con las resoluciones de la III Internacional, todo lo que dijo Trotsky es lo opuesto a lo que dicen los camaradas de la mayoría. La mayoría nos dice que no hay posibilidades de lograr partidos con influencia de masas; Trotsky no se cansa de repetir que “un grupo, incluso poco numeroso, puede llegar a ser una gran fuerza”, “un partido débil puede convertirse en un partido poderoso”, “con una dirección firme y perspicaz, pueden encontrar el camino de las masas”, “con una política clara, decidida, agresiva, pueden ganarse a las masas en un corto plazo”, etcétera. La mayoría nos dice que hay que centrar nuestra actividad en la vanguardia; Trotsky afirma que “es preciso dirigirse hacia las masas, hacia sus capas más bajas y explotadas”, “debemos dirigirnos hacia las amplias masas”, etcétera. La mayoría nos dice que nuestras campañas políticas deben girar alrededor de “problemas cuidadosamente elegidos que correspondan a las inquietudes (necesidades) de la vanguardia”; Trotsky afirma que mantener oídos atentos” al “trabajador común es el deber de toda organización revolucionaria”.

No se aparta Trotsky ni un milímetro de esta concepción cuando aconseja, para la misma época, el trabajo entrista. Este entrismo no tenía como objetivo esencial el ganar a ninguna vanguardia; era una táctica para ir hacia el movimiento de masas. Trotsky decía: “Es necesario ir a las masas. Es necesario que hallemos un lugar para nosotros dentro del frente único, es decir dentro de los marcos de alguno de los dos partidos que lo componen. En la realidad práctica, eso significa dentro de la SFIO.”[111]

Para Trotsky, la función del partido siempre es intervenir de lleno en las luchas de las masas, disputando su dirección y levantando las consignas más adecuadas a esas luchas. Para Trotsky siempre es posible transformar nuestros partidos, por pequeños que sean, en partidos de masas en una etapa prerrevolucionaria. Es decir, Trotsky siempre tiene posiciones contrarias a las de Germain. El nuevo tipo de partido leninista, cuya misión fundamental es trabajar sobre la vanguardia, no se encuentra por ninguna parte en sus escritos de aquella época. Pero, quizás previendo que en el futuro pudieran aparecer algunos Germain es en el movimiento trotskista, también dijo algo sobre la vanguardia: “Si el proletariado no advirtiese, en algunos meses, en el proceso de la lucha, que sus tareas, sus métodos, se han clarificado y que sus filas se cohesionan y robustecen, entonces comenzaría inevitablemente la disgregación en su propio seno. Amplias capas despertadas por primera vez por el movimiento actual volverían a caer en la pasividad. A medida que el suelo comenzase a hundirse bajo sus pies, la vanguardia engendraría un estado de espíritu favorable a la acción de grupos aislados y al aventurerismo en general.[112]

Resumiendo, sólo el movimiento de masas, orientado por el partido, puede salvar a la vanguardia de caer en la desesperación aventurera y guerrillerista.

Nuestro trabajo político sobre las masas y la vanguardia: propaganda y agitación

Por lo que hemos dicho hasta ahora, parecería que opinamos que el partido debe ignorar la existencia de las vanguardias que aparecen en cada momento de la lucha de clases y no darse ninguna actividad hacia ella. Esto no es así; reconocemos que la vanguardia del movimiento obrero y del movimiento de masas es un sector al cual le debemos dar importancia y sobre el cual debemos trabajar. Lo que hemos dicho hasta ahora es que esas vanguardias no definen la política del partido , ni sus consignas , ni su organización , ni sus análisis.

Hay un gran sector de la política del partido que esta destinado a la vanguardia la propaganda. Así lo define Lenin cuando dice: “Mientras se trataba (y en la medida en que aún se trata)de ganar para el comunismo a la vanguardia del proletariado la prioridad recaía y recae sobre la propaganda.[113]

El problema es que para Mandel-Germain, nuestro trabajo sobre la vanguardia debe ser mucho más ambicioso que el que nos proponía Lenin: Se trata de “. . . campañas políticas nacionales en torno a problemas cuidadosamente elegidos que corresponden a las inquietudes (necesidades) de la vanguardia que no vayan contra la corriente de la lucha de masas y les ofrezcan a nuestras secciones una posibilidad de demostrar una capacidad de iniciativa efectiva aunque todavía modesta.”[114] Y “concentrar su propaganda y, donde sea posible su agitación, sobre la preparación de estos obreros avanzados”.[115]

Y el documento de Germain aclara aún más esta posición. Según é 1, lo que fue proyectado en el IX Congreso “. . . fue un giro hacia la transformación de las organizaciones trotskistas de grupos de propaganda en organizaciones capaces ya de aquellas iniciativas políticas a un nivel de la vanguardia de masas que son requeridas por la dinámica de la lucha de clases misma.”[116]

Para la mayoría se debe tender a la agitación y las acciones (“iniciativas políticas”) “a un nivel de, la vanguardia de masas”. Aun cuando fuera correcto que los esfuerzos de nuestras secciones se centraran en la vanguardia, el solo hecho de proponer, agitación y acciones sobre ella ya está en contradicción con el leninismo (“la prioridad recae en la labor de propaganda”).

Debería ser ampliamente conocida la definición de propaganda como “la actividad de dar muchas ideas, a unos pocos” y la de agitación como la de “dar unas pocas ideas a muchos”. La propaganda abarca desde un curso de economía marxista o de lógica dialéctica hasta la charla individual con un activista obrero al que le explicamos la situación nacional e internacional, nuestro programa y las diferencias entre la nuestra y las otras organizaciones obreras. La agitación, por el contrario, consiste en levantar unas pocas consignas (a veces una sola) que den salida para la lucha que tiene planteada en cada momento el movimiento obrero o de masas, (aumentos de salarios, libertades democráticas, asamblea constituyente, todo el poder a los soviets, etcétera).

Lo que caracteriza a un partido leninista trotskista es que su actividad principal es la agitación sobre el conjunto de toda la población explotada y no solo sobre un sector de ella, aunque este sector sea la clase obrera. Lo que caracteriza al partido Mandelista es que su actividad principal es la agitación y las campañas políticas principalmente sobre la vanguardia.

El arte de encontrar las consignas

Un partido bolchevique comienza por efectuar un análisis de la etapa de la lucha de clases, de ese análisis surgen una, dos o tres tareas esenciales para el movimiento de masas, que concretamos en consignas. Este es el aspecto concreto de nuestra política, por eso es el fundamental. La teoría y la propaganda sirven para precisar este aspecto. Toda nuestra actividad incluyendo la Teoría y la Propaganda esta sujeta a este objetivo ultimo definir cuales son las tareas generales que enfrentan las masas en una etapa determinada , pero plantearlas en forma de consignas.

Veamos un ejemplo: sube un nuevo gobierno. El grueso del esfuerzo teórico del partido se concentrara en definirlo con precisión, en analizar cuidadosamente la relación dé fuerzas entre las clases, los sectores que integran el nuevo gobierno y los que están en oposición, y las relaciones de ambos con el imperialismo, el papel que juegan en él las fuerzas armadas, etcétera. Si de allí se deduce, por ejemplo, que es un gobierno bonapartista contrarrevolucionario, definiremos unas pocas consignas agitativas que responderán a las necesidades que le plantea dicho gobierno al movimiento de masas (defensa de las conquistas económicas; libertades democráticas; defensa de las organizaciones obreras). Pero nos encontraremos con que esta caracterización y estas tareas son distintas de las que plantean las direcciones reformistas y burocráticas y la ultraizquierda y también chocan con las tendencias espontáneas de la vanguardia. Esto nos obligará a que también nuestra propaganda gire alrededor de la explicación constante de las características de ese régimen, de la polémica con nuestros enemigos dentro del movimiento obrero alrededor de dicha caracterización y de por qué las tareas que nosotros proponemos al movimiento de masas son las correctas. En síntesis: nuestra teoría se volcará a descubrir qué consignas debemos agitar, nuestra propaganda a explicar a la vanguardia por qué debemos agitar esas consignas y no otras. Esto no quiere decir que sean nuestras únicas actividades teóricas y propagandísticas, sino que son las principales.

Esquematizando, podemos decir que toda la ciencia y el arte trotskista se sintetizan en la capacidad para elaborar las consignas adecuadas en cada momento de la lucha de clases. Es lo mismo que decía Lenin: “Por lo tanto, el contenido capital de las actividades de la organización de nuestro partido, el centro de gravedad de estas actividades debe consistir en una labor que es posible y necesaria, tanto durante el periodo de la explosión más violenta, como durante el de la calma más completa, a saber: en una labor de agitación política unificada en toda Rusia que arroje luz sobre todos los aspectos de la vida y que se dirija a las grandes masas.”[117]

Lenin basa esta línea de denuncias políticas en una confianza ciega en la capacidad de organización y de movilización del obrero atrasado o del obrero medio, y no en la capacidad especial de los obreros de vanguardia o “avanzados”. Nunca se detiene, en relación al movimiento de masas, en la vanguardia obrera o en la necesidad de que el partido tome iniciativas propias en la acción, sino solamente en la organización de campañas agitativas. Para Lenin, si impactamos a las masas con una de esas campanas, los obreros son capaces de todo. El papel del ido es iniciar esas campanas, acampanar y dirigir al movimiento de masas. Por eso criticaba a los intelectuales “que no saben o no tienen la posibilidad de ligar el trabajo revolucionario al movimiento obrero para formar un todo”. “Debemos imputar la culpa a nosotros mismos, a nuestro atraso con respecto al movimiento de masas, a no haber sabido aún organizar denuncias suficientemente amplias, resonantes, rápidas contra todas esas ignominias el obrero más atrasado comprenderá y sentirá y al sentirlo él mismo querrá reaccionar, lo querrá con un deseo incontenible, y sabrá entonces organizar hoy una batahola contra los censores, desfilar mañana en manifestación frente a la casa del gobernador que haya sofocado un alzamiento campesino dar pasado mañana una lección a los gendarmes con sotana que desempeñan la función de la santa inquisición, etcétera.”[118]

Ya hemos visto cómo Trotsky recordaba para España (un país tan caro a Mandel-Germain que lo usa como analogía para la actual situación europea) que: “Las fuerzas de las que disponemos son pequeñas. Pero la ventaja de una situación revolucionaria consiste en que un grupo, incluso poco numeroso, puede llegar a ser una gran fuerza en un corto espacio de tiempo, a condición de saber formular pronósticos exactos y lanzar a tiempo las consignas justas.”[119]

Trotsky resume su posición diciendo: “La agitación no es sólo el medio de comunicar a las masas tales o cuales consignas de llamarlas a la acción, etcétera. Para el partido, la agitación es también un medio de escuchar a las masas, de sondear su estado de animó y sus pensamientos y, según los resultados, de tomar tal o cual decisión práctica.”[120] Y se cansó de decir lo mismo para Estados Unidos: “Cuando iniciamos la lucha no podemos estar seguros de la victoria. Sólo podemos decir que nuestra consigna se ajusta a la situación objetiva, y los mejores elementos la comprenderán y los más atrasados que no la comprendan no se opondrán.”[121] “Lo importante, cuando el programa sea sancionado definitivamente, es conocer las consignas muy bien y utilizarlas hábilmente para que en cada parte del país todo el mundo utilice las mismas consignas al mismo tiempo. Tres mil pueden dar la impresión de quince o de cincuenta mil.”[122]

La especificidad de las consignas

Estas verdades archisabidas han sido olvidadas -o nunca las conocieron- por los camaradas de la mayoría. Ellos sostienen el trabajo sobre la vanguardia mientras Lenin y Trotsky sostienen la agitación sobre las masas. Esta diferencia entre quienes seguimos las enseñanzas de Lenin y Trotsky y quienes siguen los camaradas de la mayoría se manifiesta claramente en la actividad militante de nuestras secciones. Por más que nos esforzamos en descubrirlas, no logramos saber cuáles son las consignas generales e importantes para la acción de nuestra sección francesa, por ejemplo. Si algo la caracteriza, es la carencia de consignas generales para el movimiento obrero y de masas.

No estamos hablando del programa, sino de una, dos o tres consignas que caractericen y respondan a las necesidades del movimiento de masas en la situación actual de Francia. Los camaradas norteamericanos han tenido una consigna fundamental en los últimos años: “Retiremos las tropas de Vietnam, ahora”. Nosotros, para la campaña electoral, hemos tenido otra: “No vote patrones, ni militares, ni dirigentes vendidos vote por sus compañeros obreros. “ ¿Cuáles fueron las consignas centrales de la campaña electoral de los camaradas franceses? Es imposible saberlo.

Vayamos a las consignas para el movimiento obrero y de masas francés. Si revisamos la colección de Rouge de junio a agosto de 1973, veremos que allí hay sólo tres campañas de denuncia constantes: solidaridad con los obreros de la fábrica de relojes LIP, con los obreros inmigrantes y lucha contra los grupos fascistas.

La única que podría tener algo que ver con el conjunto del movimiento de masas francés es la campaña contra los grupos fascistas pero en ella no se levanta la consigna “frenemos o aplastemos a Ordre Nouveau y al fascismo”. Las otras dos son campañas parciales para sectores específicos. Nos preguntamos: ¿cuál es la o las consignas generales que dan solución a los problemas más sentidos del movimiento obrero? Exceptuando los grupos fascistas, ¿el régimen no le crea al movimiento obrero ninguna clase de problemas? ¿No responde a una necesidad de las masas la consigna “frenemos la ofensiva patronal contra nuestro nivel de vida y de trabajo”? Si el único problema es el fascismo, ¿por qué no levantamos una consigna para movilizar a las masas contra él? Y que conste que aquí no estamos defendiendo ni atacando tal o cual consigna, estamos planteando algo mucho más elemental: nuestra obligación de darnos consignas para la acción del movimiento de masas. Vale decir, nuestra obligación de hacer agitación.

Insistimos en que no estamos diciendo que no haya que darle una enorme importancia al trabajo sobre la vanguardia obrera o de masas. Al contrario, hay momentos de la lucha de clases en que se convierte en nuestro trabajo fundamental. Cuando hay una grave derrota histórica en el movimiento obrero , nuestra actividad esencial en la propaganda sobre la vanguardia hasta que el movimiento obrero se recupere. Hubo también una situación excepcional que transformó el trabajo sobre la vanguardia en el eje de la actividad revolucionaria en un período de ascenso. Fue la situación que ya vimos en la construcción de la III Internacional, basada en el triunfo de la Revolución Rusa y la, aparición del primer estado obrero. En este último caso estuvo planteado por” uno o dos años, ganar de un solo golpe a toda o casi toda la van, guardia mundial a caballo del ejemplo y entusiasmo despertado por el triunfo espectacular del movimiento de masas con una dirección bolchevique, que se expande a escala mundial a través de la vanguardia, porque ella asimila ese triunfo del movimiento de masas. Esta situación está determinada por la ley del desarrollo desigual y combinado del movimiento revolucionario mundial: un triunfo colosal, con una dirección marxista revolucionaria, del movimiento de masas en un determinado país va paralelo e interconectado al reflejo de ese triunfo a escala mundial al nivel de la vanguardia. Pero nuevamente aquí el elemento decisivo es el movimiento de masas.

Lo mismo nos va a ocurrir a escala nacional tan pronto obtengamos algún triunfo muy importante a nivel de la lucha de clases nacional. Un triunfo decisivo en un gremio importante del movimiento obrero francés, como por ejemplo el metalúrgico, el automotriz o el de maestros, dirigido por nuestro partido, provocará un impacto inmediato y de un solo golpe sobre toda la vanguardia del movimiento obrero francés. La vanguardia obrera se acercará por miles a nuestro partido, y nuestra tarea central, por un tiempo, será ganarla de un solo golpe para el trotskismo. Pero no debemos engañarnos. Ese vuelco se producirá en base a un triunfo del movimiento de masas, y por ningún otro motivo.

Cómo se gana a la vanguardia

Tanto una situación “normal”, en la cual la tarea es la agitación en el movimiento de masas, como estas situaciones momentáneas y excepcionales que hemos descrito, nos plantean una pregunta. ¿Cómo trabajamos sobre la vanguardia? ¿Cómo la ganamos? ¿Tal vez con una política específica? La mayoría opina que sí, que a la vanguardia se la gana desarrollando campañas nacionales sobre cuestiones que “corresponden a las inquietudes “de la vanguardia” y tomando “iniciativas efectivas” en esas cuestiones. Nosotros opinamos todo lo contrario: que a la vanguardia la debemos ganar explicándole pacientemente (haciendo política sobre ella ) nuestra política para el movimiento obrero y de masas y no con una política especifica para ella. Este problema es muy importante, porque aquí radica el origen del grueso de las diferencias políticas concretas entre la mayoría y la minoría.

La vanguardia, nunca surge con tendencias hacia la política trotskista o bolchevique. Surge expresando las tendencias espontáneas de la lucha del movimiento de masas en ese momento, y la primera lección de política la recibe de los partidos reformistas con influencia de masas, de la burocracia sindical y de los fenómenos mundiales de la revolución. Esas son las ideas que primero conoce, antes sólo conocía el veneno que vomitan todos los días los órganos de propaganda de la burguesía. El partido revolucionario no tiene ninguna posibilidad de competir con la “propaganda de la burguesía y sus agentes en el movimiento obrero. Partimos, pues, de una situación de inferioridad. La vanguardia contemporánea, por ejemplo, nació a la vida política bajo la presión de la propaganda stalinista en un polo, y la castrista en el otro. Eso explica que durante un tiempo discutiera fundamentalmente los problemas de la lucha armada.

Si tomamos como punto de partida esas “inquietudes”, nos veremos obligados a optar (como les ocurrió a los camaradas de la mayoría) por uno u otro polo. Quizás logremos, amoldándonos a esta situación, captar a un sector de esa vanguardia, pero sólo a costo de sacrificar nuestra propia línea política.

Ahora bien: captar a la vanguardia proguerrillera transformándonos en proguerrilleros, o a la vanguardia stalinista transformándonos en prostalinistas, ¿para qué sirve? Para nada. Es un golpe brutal a la posibilidad de dirigir la revolución. Sólo estaremos haciendo el juego a alguna de las políticas incorrectas que se expresan con mucha más fuerza que la nuestra dentro de la vanguardia. Tan pronto fracase la estrategia castrista o la stalinista, nuestro partido se hundirá con ella.

Como trotskistas, nosotros confiamos en el movimiento de masas; pensamos que él hará la revolución si sabemos construir un partido que lo dirija con una política correcta. Ese partido se construirá fundamentalmente ganando a la vanguardia para esa política trotskista, no para cualquier política o para su desviación de turno. Esta tarea es mucho más difícil y dura qué la que plantea la mayoría, pero es la única justa.

Captar a la vanguardia es un avance para el proceso revolucionario sólo si se la , capta para la política revolucionaria. El stalinismo captó a amplios sectores de la vanguardia . para su . política, y los esterilizó para dirigir la revolución, los liquidó como vanguardia. En nuestros días, el castrismo también captó a casi toda la vanguardia mundial y la llevó al desastre; desmoralizó políticamente a” un sector y llevó a la liquidación física a otro, a una gran parte de la vanguardia latinoamericana de los años 60.

¿Qué significa ganar a la vanguardia para la política trotskista? Algo muy sencillo: ganarla para la agitación, en el movimiento, de masas, de las consignas que nuestro partido elabora científicamente en cada etapa, para la estrategia de construir un partido bolchevique y para el programa de dicho partido. Es pelear muy duramente, día tras día, contra las direcciones burocráticas y reformistas, en primer lugar y contra las tendencias ultraizquierdistas en segundo término. Es decirle, ante cada problema de la lucha de clases: “Compañero de vanguardia, frente a esta situación, el stalinismo levanta tal consigna para el movimiento de masas; esa consigna es incorrecta porque nos lleva a, depositar confianza en algún sector de la burguesía, que terminará llevándonos al matadero. El ultraizquierdismo te plantea que te lances a realizar acciones por tu cuenta, aislándote del movimiento de masas, de tus compañeros de trabajo de todos los días: si le haces caso terminarás también siendo derrotado por la burguesía. Nosotros te planteamos que no te separes ni un milímetro de tus compañeros de trabajo, que permanezcas ligado al movimiento de masas, para convertirte en su dirección; que detectes cuidadosamente cuáles son los problemas ¡por los cuales tus : compañeros están dispuestos a movilizarse; busques la consigna precisa para llevar adelante esa movilización; y que esto que haces en tu trabajo lo hagas también a nivel nacional y de todo el mundo. Para realizar esta tarea debes dar un paso más allá de tu lugar de trabajo, necesitas organizarte en un partido de militantes como tú. En ese partido, que es el que estamos construyendo nosotros, hacemos lo mismo que tú haces en tu lugar de trabajo: buscamos las consignas adecuadas para movilizar en cada momento a las masas explotadas. Pero además sabemos que esa movilización de las masa terminará en la toma del poder o será derrotada, y tenemos un programa, el programa de transición, que es el que encadena las consignas hasta conducir a las masas a la toma del poder. “Te invitamos a construir ese partido con nosotros y a adherir a nuestro programa.”

Así de sencilla es la tarea sobre la vanguardia: partir de las consignas que agitamos en el movimiento de masas, y ganarla para el partido y el programa del que surgen dichas consignas. Y todo esto que tenemos que decirle a la vanguardia, ¿qué es sino propaganda (muchas ideas para unos pocos)? Pero, ¿cómo podremos hacer esta propaganda si no somos los campeones de la agitación de esas consignas?

Más aún, en los casos “excepcionales” que planteamos, nuestra propaganda tiene el mismo sentido. Después de un aplastamiento histórico del movimiento de masas, pasaremos s haciendo propaganda sobre la vanguardia. ¿Y qué le diremos? “Compañero: el movimiento obrero está derrotado pero confiamos incondicionalmente en que volverá a luchar. No te lances a acciones por tu cuenta: estudia y aprende toda la experiencia acumulada por los trabajadores en más de un siglo de lucha; fórmate como la dirección de esas nuevas luchas que inevitablemente van a venir; sondea cuidadosamente a tus compañeros y, apenas los veas dispuestos a reiniciar la lucha, aunque sea por una cuestión ínfima y mezquina, busca y plantea la consigna adecuada para esa lucha. El único sitio donde puedes estudiar y aprender toda esa experiencia, el único sitio donde podrás elaborar esa consigna, es nuestro partido.”

Veamos el otro caso excepcional, el de la III Internacional. Acaso definió Lenin una política específica para ganar a la vanguardia mundial? ¿Hizo “campañas políticas nacionales” en torno a las “inquietudes” de la vanguardia? ¿Se puso a favor de los socialistas de izquierda y los anarco-sindicalistas a los que quería ganar, en contra del oportunismo y el socialchovinismo de los partidos socialdemócratas? Nada de eso; ganar a la vanguardia significaba convencerla de que debía darse “una labor de agitación política unificada. . . que se dirija a las grandes masas”; ganarla para la política del partido bolchevique ruso. Y esto significaba hacerla romper definitivamente con los partidos socialdemócratas y las tendencias anarquistas para que construyeran en cada uno de sus países partidos bolcheviques al estilo del ruso.

¿Por qué fue ésa la única oportunidad en que Lenin planteó que la tarea central era ganar a esa vanguardia? Porque el impacto de ese gran triunfo del movimiento de masas que fue la Revolución Rusa hizo que, por primera (y hasta ahora única) vez en la historia, la propaganda del marxismo revolucionario pudiera competir con éxito con la propaganda burguesa y reformista; porque por primera (y hasta ahora única) vez en la historia, la vanguardia de todo el mundo se orientó masivamente hacia el marxismo revolucionario, fascinada por el ejemplo del proletariado soviético y su partido bolchevique.

La dialéctica masas vanguardia

Tanto la teoría marxista cómo los ejemplos históricos señalan que existe una dialéctica entre las masas y la vanguardia y, por lo tanto, que es falsa la concepción mecánica de los camaradas de la mayoría, según la cual por el solo hecho de ganar a la vanguardia hemos avanzado en el camino de dirigir a las masas. Si ganamos a la vanguardia para una política que no sea la leninista-trotskista de trabajar sobre el movimiento de masas, alejamos a nuestro partido de la política revolucionaria, separamos a la vanguardia de las masas y terminamos liquidando tanto al partido como a la vanguardia , abandonando el movimiento de masas a su suerte y cerrando el camino al triunfo de la revolución. Si ganamos a la vanguardia para la política leninista-trotskista habremos dado un paso inmenso hacia la construcción del partido con influencia de masas, que lleve al triunfo de la revolución.

En esta dialéctica, también cabe la posibilidad de que haya vanguardias, o sectores de ellas, que, por problemas históricos y sociales concretos, no puedan ser ganadas para la política marxista revolucionaria. En un sentido general, éste es el caso de un sector importante de la vanguardia estudiantil, que está condenado por la lógica inflexible de la lucha de clases a abandonar tarde o temprano las trincheras del movimiento de masas para pasar a las de la burguesía. Justamente esta dialéctica es la que explica que todo lo que ganemos o perdamos los marxistas revolucionarios, a todos los niveles de la lucha de clases (movimiento de masas, clase obrera o vanguardia) está determinado por la propia lucha de clases, con sus vaivenes; nunca por una política específica, más o menos correcta, para la vanguardia. Visto desde otro ángulo: la única forma de ganar a la vanguardia es tener una política correcta para el movimiento de masas. Pero con eso no basta: lo más importante es que esa política obtenga triunfos importantes que nos lleven a la dirección del movimiento de masas a escala nacional o internacional. Eso es lo que pasó en Francia en mayo del 68: “Una política correcta para el conjunto del estudiantado y del movimiento obrero nos llevó a impactar a la vanguardia, pero no logramos ganarla en forma masiva porque el movimiento de masas, en su primera gran movilización de conjunto de los últimos treinta y cinco años, no logró un triunfo completo y resonante sobre la burguesía. La medida del triunfo hizo que siguiéramos influyendo en la vanguardia cuando decayó la movilización.

Esta dialéctica es la que descubre el error básico de los razonamientos de los camaradas de la mayoría. Ellos señalan dos hechos ciertos: que hay una numerosa vanguardia y que “no podemos abrigar la esperanza de ganar la simpatía política general en la clase obrera de un solo golpe”. - Pero de esos dos hechos, sacan la conclusión equivocada de que debemos trabajar principalmente sobre la “vanguardia de masas”, con una política específica para ella, que parta de sus “inquietudes”. Aunque los camaradas de la mayoría no lo dicen, la lógica de este razonamiento lleva a la conclusión de que a esa “vanguardia de masas” sí la podemos ganar de “un solo golpe” a diferencia de lo que ocurre con la clase obrera.

Estamos de acuerdo en que no podemos ganar a la clase obrera “de un solo golpe”. Pero, ¿qué es lo que nos impide ganarla en un proceso? Si en cada momento de la lucha del movimiento de masas o de sectores de él levantamos las consignas correctas, iremos ganando, gradualmente o por saltos, sus “simpatías”. Y apenas se desencadenen luchas importantes, la “simpatía política” del movimiento de masas o importantes sectores de él por nuestros partidos y nuestra política, crecerá geométricamente.

Tampoco comprendemos qué es lo que nos puede permitir ganar la “simpatía política general” de la “vanguardia de masas” de un solo golpe. La “vanguardia de masas” no tiene necesidad de nuestro partido ni de nuestra política. En los momentos de calma en la lucha de clases, tenderá a realizar acciones separadas del movimiento de masas a las que nosotros nos deberemos oponer. Esto producirá que sólo un sector minoritario de ella §e acerque a nuestras posiciones; el resto seguirá con sus tendencias espontaneístas. No hay forma de evitarlo. Orientar al partido en torno a esas inquietudes, puede producir un éxito momentáneo. Pero es también muy probable que, a menos que rompamos total y absolutamente con el trotskismo, se den en la vanguardia tendencias no trotskistas mucho más hábiles y capaces que nosotros para seguir al pie de la letra la desviación (o inquietud) de turno de esa vanguardia.

Pero el panorama cambiará apenas entre a tallar el movimiento de masas. En ese momento, sectores de la vanguardia estarán mucho más preocupados por dar una orientación correcta a la lucha de las masas que por realizar acciones separadas de ellas. Entonces recordarán nuestro paciente pero intransigente trabajo propagandístico, y dirán: “los trotskistas tenían razón cuando nos decían que confiáramos en el movimiento de masas y no nos separáramos de él; vayamos a discutir con ellos cuál es la política correcta para esta movilización”. Otros sectores, los guerrilleros por ejemplo, seguirán con sus acciones aisladas de la lucha de las masas, se separarán cada vez más de ellas, y serán desconocidos por ellas como dirección de alternativa frente al reformismo y la burocracia. El partido entablará un diálogo amplio y fraternal con el primer sector, tratando de ganarlo para su” política hacia el movimiento de masas. Con respecto a los guerrilleristas, lo único que podrá hacer el partido será una caracterización: “estos compañeros son irrecuperables, por el momento, para el marxismo revolucionario; defendámoslos de los ataques de la burguesía, pero dejemos que se cocinen políticamente en su propia salsa “.

Por medio de este proceso, y no “de un solo golpe”, ganaremos día a día más influencia en la vanguardia del movimiento de masas. La dialéctica de las relaciones vanguardia-masas es inflexible: sólo podremos ganar “de un solo golpe” a la vanguardia en el momento de este proceso en que nuestro partido haya dirigido al movimiento de masas a la obtención de un triunfo colosal. Sólo en ese momento, y en ningún otro, la tarea (que sigue siendo propagandística). de ganar a la vanguardia, será la central. Y nunca por una etapa indefinida; apenas hayamos agotado las posibilidades de ese trabajo, volveremos (con nuestras fuerzas multiplicadas por cien) a nuestra tarea central de agitar las consignas correctas para cada momento de la lucha de las mares.

En muchas oportunidades, nuestras consignas agitativas no movilizan a las masas y sólo son tomadas por sectores de la vanguardia como cuando realiza, por ejemplo, una manifestación de apoyo a Vietnam o a una huelga obrera. La mayoría podría extraer de aquí la conclusión de que la vanguardia realiza acciones y ese solo hecho hace necesaria una política para ella.

En esto hay parte de razón: la vanguardia realiza acciones, pero no todas ellas son positivas. No basta con la condición que ponen los camaradas de la mayoría de que dichas acciones “no vayan en contra de la corriente de la lucha de las masas”. Se puede realizar una acción que en un sentido general coincida con la lucha de las masas, pero que en ese momento particular sólo sirva para desatar la represión o para distraer la atención de las masas de sus problemas centrales. Por, ejemplo, si en medio de una movilización de masas por salarios, un sector de la vanguardia hace una manifestación con la única consigna de “abajo la burocracia sindical”, distrae la atención de las masas, pues el problema central para ellas son los salarios, y la lucha contra la burocracia sólo estará planteada como un aspecto (en un comienzo secundario) de esa lucha antipatronal. Si esa manifestación de la vanguardia termina con la muerte de diez oficiales de la policía, producirá la represión del régimen sobre un movimiento de masas que aún no está preparado para enfrentaría. Por lo tanto, no es suficiente con que las acciones de la vanguardia no vayan “en contra de la corriente de la lucha de las masas”, sino que es necesario que respondan al milímetro a las necesidades presentes de esa lucha de masas. Toda otra posibilidad debe ser enérgicamente condenada por el partido.

Ahora bien, ¿qué significado tienen las acciones de la vanguardia, desde el punto de vista de la lucha de clases en su conjunto? Lo que para la vanguardia es una acción (una manifestación, un acto relámpago, etcétera), desde el punto de vista 1 de la lucha de clases es una tarea agitativa que dicha vanguardia realiza sobre el movimiento de masas. Cumple el mismo papel que hablar por radio o lanzar un volante, tratar de llegar a las masas con nuestras consignas; es una acción agitativa del partido y de la vanguardia. No es una acción directa del movimiento de masas, ni de enfrentamiento a los explotadores, sino una técnica, entre otras, para agitar consignas. Si la burocracia, el reformismo, la ultraizquierda o nosotros (porque nos equivocamos) repartimos un volante o levantamos una consigna incorrecta, perjudicamos a la lucha del movimiento de masas. Lo mismo ocurre con las acciones de la vanguardia: si el eje de esas acciones es correcto, la agitación que ellas provocan en el movimiento de masas es positiva; si no, es negativa. ¿Y cuáles son esas acciones correctas de la vanguardia, sino aquéllas que tienen como eje las consignas que nosotros agitamos en el movimiento de masas?

Resumamos todo este problema. Los camaradas de la mayoría sostienen que nuestra tarea central es el trabajo sobre la “vanguardia de masas”. Nosotros sostenemos que dicha tarea central sólo se justifica en un periodo de aplastamiento histórico del movimiento de masas o cuando un importante triunfo del movimiento de masas con nuestra dirección empuja a toda la vanguardia hacia nuestras posiciones; y que en la actual situación, que tiende a ser prerrevolucionaria a nivel mundial, nuestra tarda central es sobre el movimiento de masas en la gran mayoría de los países.

Los camaradas de la mayoría sostienen que. nuestra tarea central es agitar en 1, a vanguardia las consignas que, partiendo de sus inquietudes, la lleven a la acción. Nosotros sostenemos que nuestra agitación está reservada al movimiento de masas, para llevarlo a la acción, con consignas correctas, y que nuestra tarea sobre la vanguardia es, propagandística y debe girar, fundamentalmente, alrededor de la explicación de esas consignas”

Los camaradas de la mayoría toman como criterio casi absoluto para las tareas del partido las acciones de la vanguardia; plantean que nuestra tarea central es lanzar campañas políticas que respondan a sus inquietudes, o sea a los objetivos espontáneos de sus acciones. Plantean algo mucho más grave aún (que veremos más adelante): que nuestras secciones realicen acciones por su cuenta tomando como base esas inquietudes, para dar el ejemplo y ganar la simpatía de esa vanguardia.

Nosotros estamos totalmente a favor de que la vanguardia se unifique, crezca, se fortalezca y tenga iniciativa. Pero no nos cansamos de decirle: “Compañeros, líguense al movimiento de masas; confíen en él, realicen acciones propagandísticas y agitativas que sirvan para agitar la consigna precisa para cada momento de sus luchas; nosotros estaremos junto a ustedes en todas y cada una de esas acciones. Pero no estaremos con ustedes si realizan acciones físicas que intenten reemplazar a las de las masas, por más buenas intenciones que tengan y, más aún, estaremos contra ustedes si esas acciones perjudican a las masas. Si esto ocurre denunciaremos implacablemente que ustedes están en un error, que sus acciones son nefastas, y trataremos de dividirlos para ganar al sector de ustedes que se pueda recuperar para las filas del marxismo revolucionario y para desprestigiar definitivamente ante las masas al otro sector, al que las desprecia y realiza acciones que van, objetivamente, en contra de sus luchas”.

Programas y consignas: su relación con las necesidades y conciencia presentes del movimiento de masas

Esta serie de sustituciones que vamos descubriendo en Germain —conocimiento científico en lugar de conciencia política, objetivos políticos en lugar de análisis marxistas objetivos; propaganda por agitación; trabajo sobre la vanguardia en lugar de” trabajo sobre las masas, etcétera— son la base “teórica” que fundamenta las “graves” críticas que le hace a Camejo sobre su concepción del partido bolchevique en esta etapa.

Según Germain, mientras que Cannon habla de “revolución proletaria” Camejo la nombra una sola vez, y en relación con el programa: “El partido busca dirigir a la clase obrera y sus aliados hacia e lpoder del estado como su objetivo fundamental, pero no trata de sustituir él mismo a las masas.[123]

Nos gustaría preguntarle al camarada Germain si está de acuerdo o no con la definición que hace nuestro Programa de Transición de “revolución proletaria”: la toma del poder por la clase obrera ¡y sus aliados. ¿Y el hecho de que dicha “toma del poder” sea para Camejo el “objetivo fundamental” del partido, no le satisface, camarada Germain?

La primera objeción seria que le hace Germain es que Camejo presenta “la relación entre la vanguardia al partido- y la clase trabajadora. . . de una manera unilateral y mecánica. El partido “trata de promover la lucha de masas. . . por medio de movilizar a las masas” en tomo a demandas “relacionadas a su presente nivel de conciencia’.”[124]

Para demostrar que esto es un error, trata de, apoyarse en Trotsky, trayendo esta cita: “¿Qué puede hacer un partido revolucionario en esta situación? En primer lugar, dar una visión honesta y clara de la situación objetiva, de las tareas históricas que emanan de esta situación, independientemente de que los trabajadores estén o no maduros para esto. Nuestras tareas no dependen de la mentalidad del obrero. . . Nosotros debemos decir la verdad a los trabajadores y entonces ganaremos a los mejores elementos.”[125]

Como siempre, Germain ha sacado una cita de su contexto. Estas frases son una respuesta de Trotsky a algunos compañeros norteamericanos que planteaban que el programa de transición, no era adecuado a la mentalidad de los obreros de su país. Esta respuesta es correctísima porque Trotsky está hablando de las “tareas históricas” del programa general histórico para toda la época, es decir, del programa de transición. No se está refiriendo para nada a las tareas concretas que estaban enfrentando los camaradas norteamericanos en ese momento. Y lo que decía Trotsky es que nosotros no ocultamos nuestro programa, sino que, por el contrario, lo propagandizamos con todas nuestras fuerzas, aunque el obrero medio no lo entienda, para ganar a elementos de vanguardia (“los mejores elementos”). Esto no tiene nada que ver con la suposición de Germain de que ésta es una norma rectora de la actividad política del conjunto del partido en cualquier momento concreto.

Germain repite, corregida y aumentada, la confusión que ya antes había hecho entre propaganda y agitación. Camejo nunca dice que haya que tomar en cuenta el grado de conciencia de las masas para formular el programa general, histórico, del partido. Esta sería una posición total y absolutamente reformista y economicista. Lo que dice Camejo es que hay que partir del “presente nivel de conciencia de las masas” para formular las “demandas” que sirvan para “movilizar a las masas”. Esto quiere decir que Camejo se refiere a nuestra política concreta, a las consignas que agitamos para la acción del movimiento de masas, no a la propaganda ni al programa. La cita de Trotsky es correcta, justamente porque no se refiere para nada a las consignas sino al programa.

Un programa trotskista que no hable de piquetes armados, soviets, insurrección, gobierno obrero y campesino, dictadura del proletariado, no merece el nombre de tal. Pero la dirección de un partido que levante todas estas consignas, o algunas de ellas, en forma permanente para todas las etapas y momentos de la lucha de clases, merece ser internada en un asilo.

Trotsky, en el programa de transición dice exactamente lo mismo que Camejo, con la única diferencia de que, en lugar de “presente” dice “actual”: “es preciso ayudar a las masas, en el proceso de lucha cotidiana, a encontrar el puente entre sus actuales reivindicaciones y el programa de la revolución socialista. Este puente debe consistir en un sistema de reivindicaciones transitorias, que, partiendo de las condiciones actuales y de la actual conciencia de las amplias capas obreras, conduzcan a una -sola y misma conclusión: la conquista del poder por el proletariado”.[126] Para España planteaba lo mismo: “La participación de los comunistas en estas luchas, y sobre todo su dirección, exige de ellos, no sólo una comprensión clara del desarrollo de la revolución en su conjunto, sino también la capacidad para lanzar determinadas consignas ardientes y combativas, que no se des. prenden directamente del “programa” sino que son dictadas por” las circunstancias de cada día e impulsan a las masas hacia adelante.”[127]

El objetivo de estas consignas es “dirigir las masas hacia adelante”. En la misma conversación de Trotsky que cita Germain, éste plantea: “Toda la cuestión es cómo movilizar a las masas para la lucha.”[128] Exactamente lo mismo que plantea el camarada Camejo: que esas consignas, “relacionadas al presente nivel de conciencia (de las masas)” son las que utiliza el partido para movilizar a las masas

¿Qué es lo que esconde el ataque de Germain a esta definición de Camejo? Una típica posición ultraizquierdista: no darse una política para las necesidades y conciencia presentes de las masas, sino para supuestas necesidades y conciencia futuras: “¿Qué es este “presente nivel de conciencia de las masas”? ¿Es siempre el mismo? ¿Puede cambiar rápidamente? Si es así, ¿el partido de combate debe esperar hasta que éste se haya movido antes de “adaptar” sus demandas? ¿O puede prever” de qué estos cambios y actuar de acuerdo a ellos? ¿En función de qué factores se pueden prever estos cambios? ¿No puede ser el (presente nivel de conciencia” en sí mismo hasta un cierto grado una función del rol del “partido de combate dentro del movimiento de masas? Pero si uno de los principales objetivos del partido de combate” es levantar el nivel de conciencia de la clase obrera, ¿cómo puede el “presente nivel de conciencia” en sí mismo ser un criterio decisivo para determinar qué género de demandas debe plantear el partido ante las masas?”[129]

Estas preguntas implican sus respectivas respuestas, a saber: Germain opina que el nivel de conciencia no es siempre el mismo; que puede cambiar rápidamente; que el partido de combate no debe esperar hasta que haya cambiado antes de adaptar sus consignas; que el partido puede prever esos cambios y debe actuar de acuerdo a ellos, es decir, debe lanzar sus consignas adecuadas al nivel de conciencia futuro; que el presente nivel de conciencia de las masas es, hasta un cierto grado, una función del papel del partido; que uno de los objetivos principales del partido revolucionario es levantar el nivel de conciencia de clase de la clase obrera y que, por lo tanto, el presente nivel de conciencia no puede ser un criterio decisivo para determinar qué género de consignas debe plantear el partido ante la masas

Aquí está sintetizada una de las diferencias más importantes entre la mayoría y la minoría. Contestaremos a cada una de estas afirmaciones de Germain, pero nos tomaremos la libertad de cambiar el orden de presentación.

Primera afirmación: “el nivel de conciencia de las masas no es siempre el mismo”. Tiene toda la razón. Más aún, dentro de las masas hay un desarrollo desigual de la conciencia, lo que hace que en un mismo momento, haya sectores con distinto nivel de conciencia.

Segunda afirmación: el nivel de conciencia de las masas puede cambiar rápidamente. Nuevamente Germain tiene razón, pero no señala que esto ocurre sólo en algunos períodos, los de gran actividad del movimiento de masas. En los períodos de calma, el movimiento de masas cambia su conciencia muy lentamente.

Tercera afirmación: el nivel de conciencia inmediato (“presente”) de las masas es, en cierto grado, función del papel del partido revolucionario. Falso. El nivel presente de conciencias es un factor objetivo para el partido revolucionario, mucho más para nuestros pequeños grupos. Es el factor más. dinámico de la situación objetiva, pero no por ello deja de ser objetivo. Esto significa que es un dato, un hecho de la realidad que podemos ayudar a modificar en el futuro, pero que en el presente es como es, lo opuesto de nuestro partido, que es un factor subjetivo.

Como todo hecho presente, es una consecuencia del pasado, de la historia. Si en esa historia nuestro partido tuvo algo que ver, entonces y sólo entonces, “en un cierto grado”, la conciencia presente es “función del partido”. Pero si no fuimos ni somos un factor objetivo, es decir no nos siguen ni hemos educado a sectores del movimiento de masas antes de ahora, no tenemos nada que ver con su presente nivel de conciencia.

Desgraciadamente, ésta es la situación actual. Los obreros argentinos son peronistas y sindicalistas; los franceses stalinistas y socialistas, además de sindicalistas; los ingleses laboristas y los alemanes sindicalistas y socialdemócratas. Ese nivel presente no es en “ningún grado” función nuestra.

Hemos dicho que el presente nivel de conciencia es una consecuencia histórica. Debemos completar ese concepto: es una consecuencia directa de dos factores combinados: los cambios objetivos del régimen y el desarrollo de las luchas de masas. El papel del partido puede ser importante, y a veces decisivo, pero indirecto, como agitador, organizador y director de esas luchas.

Trotsky decía lo mismo: “Para nosotros, siendo una pequeña minoría, todo es objetivo, incluso el estado de ánimo de los obreros.”[130] “La conciencia de clase del proletariado es atrasada, pero la conciencia no es del mismo material que las fábricas, las m mas, los ferrocarriles, sino que es mas variable, y bajo los golpes de la crisis objetiva, de los millones de parados, puede cambiar rápidamente.”[131]

Hay una concepción muy típica de la intelectualidad pequeño burguesa radicalizada que consiste en atribuirle a las masas los mismos sentimientos que ella tiene. Hay miles de intelectuales pequeñoburgueses que “aman” la lucha, y piensan, un tanto románticamente, que con las masas sucede lo mismo. Desgraciadamente no es así, y cada vez que uno de esos intelectuales va a hablar con los obreros para incitarlos a la lucha por la simple razón emotiva de que “hay que luchar”, se lleva una tremenda decepción: los trabajadores no lo entienden; creen que está loco; le dan la espalda. El obrero común, el explotado en general, no siente ningún placer en ir a la lucha. Es un ser humano normal, que no tiene ningún interés en perder una parte de su escaso salario saliendo a la huelga, ni en arriesgar su integridad física yendo a una manifestación, ni en arriesgar su vida tomando la¡ armas contra el capitalismo. Las masas trabajadoras salen a la lucha porque el sistema capitalista las hunde en la miseria, porque no les deja otra salida que luchar para sobrevivir. El obrero no “ama” la huelga, pero se arriesga a perder su salario o su trabajo porque si no lucha se muere de hambre; no “ama” la violencia, pero se ve obligado a utilizarla para defenderse de la violencia, de los capitalistas; no “ama” las armas, pero se ve obligado a usarlas cuando el capitalismo las usa contra él.

Ese es el primer factor que determina el presente nivel de problemas más graves y más sentidos que sufren las masas hasta el punto en que están dispuestas a movilizarse para arrancarle al sistema capitalista una solución.

El segundo factor es el desarrollo de la propia movilización de las masas. No basta con que exista el problema objetivo para que, automáticamente, las masas salgan a la lucha. Los trabajadores pueden estar sufriendo salarios bajísimos, pero su actitud frente a ese problema depende de cuál sea la situación de sus luchas con la burguesía en ese momento. Si el problema de los salarios se da inmediatamente después de un aplastamiento fascista del movimiento de masas, probablemente no se produzca ninguna movilización. Los trabajadores serán conscientes de que están en una situación desfavorable, con sus dirigentes muertos o encarcelados, con sus organizaciones destruidas, con todo el peso “de la represión sobre sus espaldas, y no se movilizarán hasta haber reorganizado sus fuerzas. Si, en cambio, esta situación se produce en el otro polo del desarrollo de la lucha, con las masas en plena ofensiva, en una situación revolucionaria, éstas son capaces de llegar al borde de la toma del poder, impulsadas por la necesidad de solucionar ese problema objetivo. Esto explica que la consigna de “pan” haya sido una de las que llevaron al poder al proletariado ruso.

Así se combinan estos dos factores objetivos: la infamia de turno del sistema capitalista es la que crea la necesidad de luchar y fija el objetivo inmediato de esa lucha de las masas; el grado de desarrollo del movimiento de masas es el que determina que esa movilización estalle o no, la envergadura que pueda tener, los métodos que utilice, y sus resultados concretos, que pueden ser desde la reorganización de un sindicato hasta casi la toma del poder.

La conciencia inmediata, presente, de las masas esta determinada por esos dos factores es la conciencia de la necesidad que sufren y de las condiciones en que se encuentra para enfrentar a los explotadores.

El partido no tiene nada que ver con esta conciencia inmediata de las masas. Pero Germain, al sostener que el papel del partido es “en cierto grado” (no define cuál es ese grado) un factor determinante de la conciencia inmediata de las masas, cae en un típico error ultraizquierdista: confundir su propio nivel de conciencia, o el del partido, con el de las masas. Es la otra cara, la “racional” de esa intelectualidad romántica de que hablábamos: la que confunde no sus sentimientos, sino su nivel político con el de las masas.

Cuarta afirmación: el partido puede prever los cambios en el nivel de conciencia de las masas. Esto es cierto solamente en un sentido general e histórico. Nosotros sabemos que el sistema capitalista en decadencia, el sistema imperialista, arrojara cada vez más miseria y explotación, sobre las espaldas de los trabajadores; por lo tanto, les creará cada vez más necesidades, con lo cual los hará ser cada vez más conscientes de que sus problemas sólo se pueden solucionar a través de la lucha. Las luchas de las masas se irán desarrollando en forma cada vez más profunda y violenta. Su relación de fuerzas con la burguesía será cada vez más favorable; las hará cada vez más conscientes de sus propias fuerzas estarán cada día más dispuestas a lanzarse a nuevas movilizaciones. Este proceso las llevará al borde mismo de la política de clase, revolucionaria, de que pueden y del poder. Pero allí se detendrán y luego retrocederán, si no existe un partido revolucionario que las haga totalmente conscientes de esa situación las organice y las guíe para seguir adelante.

Pero esto es en general y para toda la etapa histórica. En un sentido concreto, inmediato, el partido tiene posibilidades muy limitadas de prever los cambios en la conciencia de las masas. No tanto por el factor económico (las necesidades que les crea el sistema capitalista), pues éste no cambia muy velozmente, sino por el desarrollo de las propias luchas. Cada vez que las masas se lanzan al combate, no sabemos si triunfarán o serán derrotadas y esto será decisivo para conocer cuál será el nivel de conciencia del que partirán las luchas posteriores. Supongamos una huelga general, que se mantiene dos o tres días. Puede ocurrir que las masas terminen derrotadas, con sus dirigentes despedidos y sin haber conseguido absolutamente nada. Puede ocurrir que vuelvan al trabajo sin haber logrado todos sus objetivos, pero conquistando importantes triunfos parciales (un aumento de salarios, una reducción de la jornada de trabajo, etcétera). Puede ocurrir finalmente, que la huelga desemboque en una insurrección que las deje con el poder político en sus manos. Evidentemente, su nivel de conciencia al día siguiente de la huelga no será el mismo en los tres casos. Esquematizando, en el primero de ellos, comenzarán a plantearse la necesidad de su reorganización para futuros movimientos. En el último, intentarán organizar la defensa de¡ Estado Obrero e irán planteándose comenzar la construcción del socialismo.

Lo máximo que puede lograr el partido es manejar algunas hipótesis, señalar la más probable, y prepararse teóricamente para enfrentar esa nueva situación. Esto le será relativamente fácil en los períodos de calma de la lucha de clases, y muy difícil en los períodos críticos, donde las luchas, y los consiguientes cambios en la conciencia inmediata de las masas, se suceden día tras día. Tan difícil es la tarea en esta última situación, que las hipótesis del propio partido bolchevique iban quedando rezagadas con respecto a la realidad a medida que se acercaba octubre de 1917.

Pero éste es un trabajo interno del partido, de preparación teórica para enfrentar nuevas situaciones. Nada tiene que ver, como veremos luego, con la política hacia las masas, porque apenas la realidad demuestre que nuestra hipótesis más probable no se da, nos veremos obligados a improvisar una nueva política de acuerdo a la nueva situación. Ya hace mucho que los marxistas decimos que la realidad es más rica que cualquier esquema.

Aclaremos que seguimos hablando de la conciencia inmediata de las masas. El partido es capaz de hacer previsiones generales, basándose en las leyes generales de la lucha de clases descubiertas por el marxismo y para períodos determinados de tiempo. Por ejemplo: ascenso del movimiento de masas = tendencia a gobiernos kerenskistas; crisis económica = división de la burguesía, etcétera. El camarada Germain, que se cree capaz de prever los cambios en la conciencia inmediata de las masas, se ha demostrado totalmente incapaz de realizar este otro tipo de previsiones más sencillas.

Quinta, sexta y séptima afirmaciones: uno de los objetivos principales del partido es elevar el nivel de conciencia de la clase obrera; por lo tanto, no debe esperar a que los cambios en la conciencia inmediata de las masas se produzcan para adaptar a ellos sus consignas, sino que (como es capaz de prever dichos cambios) debe actuar de acuerdo con ellos, no tomando como criterio decisivo para lanzar sus consignas el presente nivel de conciencia de las masas.

Estas afirmaciones se destruyen por si mismas, porque el, partido, como ya lo demostramos, es incapaz de prever los cambios en la conciencia inmediata (presente) de las masas. Pero démosle a Germain esa ventaja. Supongamos que fuera capaz de preverlos. Eliminada esa dificultad, el silogismo de Germain se desarrolla con limpieza. El partido tiene el objetivo de elevar la conciencia de las masas hacia la conciencia política de clase (correcta). Por lo tanto, sus consignas no deben partir del presente nivel de conciencia, sino del que el partido prevé que vendrá en el futuro (falso, mil veces falso).

Si Germain habla de futuros niveles de conciencia y propone que nuestras consignas se sujeten a ellos, nos preguntamos por que no propone que nuestra única consigna sea la toma del poder, la revolución proletaria a nivel mundial. No vemos la diferencia entre plantear una consigna para un futuro nivel de conciencia que se dará dentro de un mes o un año y plantear una consigna para dentro de 10 ó 20 años. ¿Para qué andar con pequeñeces? Levantemos solamente la toma del poder a nivel mundial. Es una consigna para un nivel de conciencia futuro tan buena como cualquier otra. Y si las masas están dispuestas a escuchar y movilizarse tras una consigna nuestra para un futuro cercano, no vemos por qué no estarán dispuestas a hacerlo con una consigna para un futuro lejano. En los términos en que lo plantea Germain, el problema es cuantitativo, no cualitativo. Y un problema cuantitativo (de cantidad de tiempo) no puede definir el carácter de una consigna. Así que, futuro por futuro, nos quedamos con el que más nos gusta: la toma del poder a nivel mundial.

En realidad el problema (consignas para el presente o consignas para el futuro) es cualitativo. Estamos a muerte a favor de usar todas las consignas que partan del nivel de conciencia y las necesidades de cada momento (presentes) del movimiento de masas; y estamos a muerte en contra de usar ninguna consigna que parta de un supuesto (o previsto) nivel de conciencia y necesidad futura del movimiento de masas.

Se nos podrá argumentar que cuando planteamos por primera vez en Estados Unidos, ¡Fuera las tropas de Vietnam, ahora!, el movimiento de masas no tenía conciencia inmediata de la necesidad de esa consigna, no la sentía suya.

Esto ocurre porque entre la necesidad inmediata y la conciencia inmediata de las masas se da la misma contradicción y dialéctica que existe entre lo objetivo y lo subjetivo: el hecho de que exista una necesidad objetiva, no determina mecánicamente que las masas tengan conciencia de esa necesidad. Más aún la conciencia inmediata va siempre con retraso respecto de la necesidad inmediata. Justamente por eso nuestras consignas agitativas deben ser un puente entre esos dos factores desigualmente desarrollados. De estos dos elementos el decisivo como siempre es el objetivo: la necesidad presente. esto es lo que Germain ni se plantea ya que para el factor determinante de nuestras consignas no es esa necesidad objetiva inmediata, sino la probable conciencia futura.

Si nosotros logramos tender ese puente, elaborar esa consigna justa, que sintetice la necesidad inmediata de las masas con su conciencia inmediata, ¿habremos logrado convertirnos “en un- cierto grado” en un factor determinante de su nivel de conciencia? Eso depende de si las masas o algún sector de ellas toman nuestra consigna. Porque, aun cuando nuestra consigna es. té científicamente elaborada y sea perfecta, hay multitud de razones históricas y objetivas inmediatas que pueden impedir a las masas transitar por ese puente que nosotros tendemos, que es lo mismo que movilizarse por nuestra consigna. Eso no depende de nosotros, más que en el sentido de que demos la con. signa justa. El resto, y lo verdaderamente determinante, como siempre, es el factor objetivo. Si las masas toman nuestra consigna y se movilizan por ella, efectivamente habremos sido, en un cierto grado, factor determinante de su conciencia. Si no es así, no lo seremos.

Trotsky no razonaba como Germain, sino como lo hacemos nosotros. El veía que, por la desocupación, la necesidad inmediata de la clase obrera norteamericana después de la gran crisis era la de conseguir trabajo. “Teóricamente”, la consigna que correspondía debía, ser “escala móvil de horas de trabajo”. Pero Trotsky no aplicó esta consigna. El tomó en cuenta, además de la necesidad inmediata, la conciencia inmediata de la clase obrera norteamericana, que confiaba en Roosevelt y planteó: “...exigimos que Mr. Roosevelt, con su grupo de expertos, presente un programa tal de obras públicas que todo aquél que pueda trabajar pueda hacerlo con salarios decentes.”[132]

Con la consigna de pedirle a Roosevelt, hemos tendido un puente entre la necesidad inmediata (desocupación) y la conciencia inmediata (los obreros creen en Roosevelt), para lograr la movilización de la clase obrera. Si Trotsky hubiera tomado únicamente la necesidad inmediata (“desocupación”) para formular su política, ésta no habría sido la apropiada para movilizar a la clase obrera, pues no tomaba en cuenta cuál era su conciencia inmediata (que los obreros confiaban en Roosevelt).

A partir de la escalada yanqui en Vietnam quedó planteada como necesidad inmediata la retirada de las tropas, independientemente de que esto fuera o no lo adecuado al nivel de conciencia de ese momento. El puente que teníamos que tender no podía rebajar esa necesidad para adecuarse a la conciencia inmediata más que en la forma o el lenguaje, nunca hasta el grado de ignorar la necesidad que originaba nuestra consigna. Todo intento de basar nuestras consignas solamente en el nivel de conciencia de cada momento, que no tome como elemento decisivo la necesidad inmediata del movimiento de masas y de que se movilice para superarla, es aventurerismo, ya que nuestra política es total, abarca un análisis, un programa (necesidad y conciencia histórica), la propaganda, la agitación (necesidades y conciencia inmediata) y tiene como objetivo la movilización permanente de las masas hasta la toma del poder por la clase obrera. Es decir, todo está íntimamente relacionado y los factores dependen unos de otros, siendo las consignas para la movilización de las masas el factor decisivo.

Trotsky, criticando esta costumbre de darse tareas en base a predicciones, nos decía hace más de treinta años: “Pero nuestra tarea no consiste en hacer predicciones mirando el calendario sino en movilizar a los obreros alrededor de las consignas que surgen de la situación política. Nuestra estrategia es de acción revolucionaria, no de especulación abstracta”.[133]

Todo intento de lanzar para una etapa inmediata de la lucha de clases, consignas y demandas para un nivel de conciencia que no es el de esa etapa, es un error ultraizquierdista. Más aún cuando además de consignas y demandas se elabora toda una estrategia, como ocurrió con el entrismo “sui generis”. Mientras el stalinismo tenía una política ultraoportunista y se dedicaba a levantar firmas por la paz, Germain y los camaradas de la mayoría sostenían que habría guerra, que el stalinismo cambiaría su política y mentalidad obligado por las circunstancias. De allí sacaron la estrategia de entrar al stalinismo a la espera de que se dieran esos cambios (que nunca se dieron).

Lo mismo ocurre con nuestras consignas. No podemos elaborarlas para una etapa futura de la lucha de clases, ni para la conciencia y necesidades que van a tener las masas en un futuro incierto. No podemos, en primer lugar, porque no la conocemos. Pero aun cuando fuéramos capaces de adivinar el futuro (“prever” diría Germain) no podemos utilizar esas consignas por otro motivo mucho más importante: porque las consignas tienen un solo objetivo, que es movilizar a los trabajadores. Y si las consignas reflejan necesidades y nivel de conciencia futuros, serán incomprensibles para las masas. Un ejemplo: si en lugar de la consigna de paz, el Partido Bolchevique, debido a la guerra imperialista, hubiera levantado la de cederles a los alemanes, como en Brest-Livstovsk, no hubiera hecho la Revolución Rusa.

Que el partido tenga como objetivo elevar la conciencia de las masas hacia la conciencia política de clase no quiere decir que sea capaz de hacerlo por sí mismo. El camarada Germain es el primero en insistir en que las masas sólo aprenden a través de sus acciones. Nuestro objetivo es, pues, movilizar a las masas para que, a través de esa movilización, adquieran conciencia política de clase. Hasta aquí estamos todos de acuerdo. En lo que no estamos de acuerdo es cómo hacemos para movilizarlas. Germain dice que movilizamos a las masas agitando consignas para el nivel de conciencia que éstas tendrán más adelante. Nosotros decimos qué movilizamos a las masas levantando consignas para las necesidades y el nivel de conciencia que tienen en el presente.

Germain y nosotros en una huelga general

Supongamos que hay conflictos por salarios, en forma aislada en el 30 ó 40% de las empresas industriales. ¿Cuál es la necesidad que tienen las masas en ese momento? La de unificar todos esos conflictos en una huelga general. ¿Cuál debe ser nuestra consigna? ¡Huelga general por aumento general de salarios! ¿Cuál sería la consigna que plantearía Germain? El razonaría de la siguiente manera: como la huelga general planteará el problema del poder, nuestra consigna debe ser ¡Huelga general para tomar el poder! Pero eso sería un error catastrófico. Las masas tienen la necesidad de hacer una huelga general para conseguir más salarios, y son conscientes de ello o deben llegar a serio, pero no son conscientes de que necesitan tomar el poder. Nuestra consigna de ¡Huelga general por más salarios! caería en terreno fértil, prendería a lo largo y ancho del movimiento de masas, la huelga general sería un hecho. La consigna de Germain caería en el vacío; sólo sería seguida por algún pequeño sector de vanguardia; liquidaría la posibilidad de una huelga general masiva.

Sin embargo, nosotros somos conscientes al igual que Germain de que la huelga general plantea el problema del poder. Pero lo plantea cuándo la huelga ya es un hecho. Para poder plantear la toma del poder, primero tenemos que conseguir que la huelga general se haga. Si conseguimos que las masas salgan a la huelga general, que paralicen al país que desesperen a la burguesía, que ésta vea peligrar todo su sistema, que comience a organizar la represión, sólo entonces las masas estarán en condiciones de ver claramente que la única salida de la huelga general es la toma del poder. Esa será la necesidad más inmediata de las masas, esa será su única salida. En ese momento, si el partido sigue manteniendo la consigna de huelga general por más salarios, comete un crimen y una traición. ¡Ha llegado el momento de cambiar la consigna! La movilización de las masas ha llegado al punto de que éstas puedan comprender la necesidad de tomar el poder. La consigna para esa etapa debe corresponder a la necesidad. ¡Todo el poder al soviet (o al comité que dirige la huelga)! es la consigna del momento.

Si no conseguimos que las masas salgan a la huelga general, porque le hemos planteado a esa huelga un objetivo distinto al que las masas sienten y quieren (el poder en lugar de salarios), nos podemos pasar siglos gritando, ¡Huelga general por la toma del poder!, pero no conseguiremos nada. Puede ocurrir que la huelga general se dé pese a nosotros, pero lo seguro es que las masas no tomarán el poder.

Aquí Germain nos podría contestar con el siguiente razonamiento: si nosotros antes de la huelga general ya venimos planteando que su única salida es la toma del poder, en el momento en que las masas enfrenten esa situación sabrán reconocerlo y nos considerarán una buena dirección que supo prever los acontecimientos. Este es un razonamiento intelectual, falso. Así se mueve la vanguardia, pero no las masas. A la vanguardia, efectivamente, tenemos que explicar pacientemente, en vísperas de una huelga general que ésta planteará el problema del poder y que tiene que prepararse para tomarlo. Toda nuestra propaganda sobre la vanguardia debe tener ese solo y único eje. Y la vanguardia sabrá reconocer que nuestra previsión fue correcta y entrará masivamente al partido.

Si las masas se comportaran de esta manera, hacer la revolución sería muy sencillo: nos pasamos cinco, diez o veinte años agitando la consigna de la toma del poder. Cuando se dé la crisis revolucionaria (la huelga general, por ejemplo) que se puede dar aunque nosotros no existamos porque es un momento inevitable de la lucha de clases, las masas recordarán nuestra agitación de tantos años, nos reconocerán como su dirección y tomarán el poder. Pero las masas no se mueven de esta manera: ellas reconocen como dirección a quien supo movilizarlas dando la consigna precisa para cada una de las luchas que emprendieron. Y al que dio una consigna que nada tenía que ver con sus necesidades ni con su conciencia, no sólo lo desconocerán como dirección, sino que además lo considerarán un elemento ajeno al movimiento de masas.

Son entonces dos los motivos por los cuales el partido debe agitar ante las masas la consigna que responda a su nivel de conciencia y a sus necesidades presentes. El primer motivo es que es la única manera de movilizar a las masas, y la movilización de las masas es la única manera de que éstas eleven su nivel de conciencia. Es decir, lo importante es lograr la huelga general, porque sólo durante la huelga general las masas estarán en condiciones de elevar su conciencia hasta entender que hay que tomar el poder. El segundo motivo para agitar estas consignas es que es la única manera de ser reconocido como dirección y ganar prestigio, influencia y confianza entre las masas. Lo que las masas recuerdan, y para eso tienen buena memoria, es quién fue el que les dijo que había que hacer un frente único contra el fascismo cuando ellas necesitaban hacerlo, quién les planteó que lucharan por salarios cuando ellas necesitaban luchar por salarios, quién les planteó (¿por qué no?) retroceder, cuando necesitaron retroceder para no ser aplastadas.

Sólo así, agitando esas consignas, un partido puede ganarse el derecho a ser dirección. Sólo así será reconocido como dirección antes de la crisis revolucionaria. Porque si esto no ocurre, en el momento de la crisis revolucionaria no habrá nadie con autoridad, que sea escuchado por las masas, para plantear la única consigna, la única tarea, de la cual el movimiento de masas nunca puede llegar a ser plenamente consciente por sus propios medios: la consigna y la tarea de la toma del poder.

Esto no es una novedad. Trotsky llevó una larga lucha contra el ultraizquierdismo con este mismo eje. En contra de lanzar la consigna de soviets en Alemania, de armamento en España, de control obrero en Alemania, cuando las condiciones y el nivel de conciencia del movimiento de masas o lo planteaban.

Todo el secreto de la política trotskista consiste precisamente en medir. al milímetro las necesidades y el nivel de conciencia las masas en cada momento y descubrir las consignas adecuadas, a ellos. La política trotskista es concreta, presente, a nivel de sus consignas; histórica a nivel de su programa. Esto no es más que la expresión de la vieja contradicción entre lo inmediato y lo mediato, entre lo concreto “ y lo abstracto que, a este nivel, se manifiesta en la contradicción entre las consignas y el programa, entre la agitación y la propaganda.

Esto explica por qué el Partido Bolchevique fue cambiando de consignas en el breve lapso de unos pocos meses: ¡Todo el poder a los soviets! ¡Fuera los ministros burgueses! ¡Todos contra Kornilov! ¡Asamblea Constituyente!, nuevamente ¡Todo el poder a los soviets!

Todo el arte y la ciencia de nuestros partidos y direcciones pasa por saber detectar los cambios en las necesidades y el nivel de conciencia del movimiento de masas. Pero para detectar esos cambios en la conciencia de las masas nos vemos obligados a utilizar dos herramientas. La primera son las consignas agitativas: “Para el partido, la agitación es también un medio dé escuchar a las masas, de sondear su estado de ánimo y sus pensamientos y, según los resultados, de tomar tal o cual decisión práctica.”[134]

La segunda herramienta es la que nos permite evaluar “el resultado” de nuestra agitación y “tomar así una u otra decisión”. Esa herramienta es nuestro método de análisis y nuestro programa histórico, que resumen, a su vez, la lucha histórica y de clase del movimiento obrero y la historia toda de la lucha de clases,

Esta dialéctica entre lo mediato y lo inmediato, lo histórico y lo presente, lo abstracto y lo concreto, se sintetizase unifica, cuando el partido revolucionario logra llegar a dirigir al movimiento obrero hacia la conquista del poder. Pero para lograr esa superación de la contradicción, hay que pasar por distintas etapas de la lucha de clases; etapas que siempre son concretas, inmediatas y presentes, hasta que se transforman en históricas, es decir, hasta que la lucha inmediata del movimiento de masas sea la toma del poder, la gran tarea histórica.

Lo inmediato, las luchas concretas del movimiento obrero, se transforman en una tarea histórica gracias al partido. Esta síntesis se manifiesta cuando se produce la unidad entre nuestro partido y su programa, expresiones ambos de los intereses históricos del proletariado, con la clase obrera, y de ésta con las grandes masas. Allí se sintetizan las contradicciones entre partido y movimiento de masas, entre programa y consignas, entre propaganda y agitación, entre tareas del partido y tareas del movimiento de masas. En la insurrección, las masas, la clase obrera y el partido tienen una sola y única tarea, una sola y única consigna, un solo y único programa, y realizan una sola y única acción, inmediata e histórica al mismo tiempo: tomar el poder.

¿”Iniciativas revolucionarias” del partido?

La tercera crítica del camarada Germain a los seis puntos de Camejo es la siguiente: “Tercero: otra dimensión esencial del concepto leninista de partido revolucionario está ausente en la “esencia” del camarada Camejo: la iniciativa revolucionaria”. “Una cosa es “promover” las luchas de las masas por diferentes medios, empezando por ser buenos sindicalistas y teniendo cuadros que son aceptados por los trabajadores en los locales. Tomar la iniciativa de organizar y de ser capaz de dirigir las luchas anticapitalistas de masas como un partido revolucionario, es algo bastante diferente. “ “Y una de las características esenciales del centrismo clásico de la escuela Kautsky-Bauer era precisamente esta inhabilidad para percibir la necesidad de una iniciativa revolucionaria del partido, haciendo que la “relación de fuerzas” las “condiciones objetivas”, el “estado de ánimo de las masas”, siempre decidiese todo de un modo fatalmente determinado. El leninismo se separa de este tipo de centrismo precisamente por su capacidad de comprender cómo la iniciativa revolucionaria puede modificar la relación de fuerzas.”[135]

El desastre de la guerrilla (una “iniciativa revolucionaria del partido” por excelencia) en América Latina, hace que el camarada Germain sea muy cauteloso y escurridizo en su definición de “iniciativa revolucionaria”. Primero nos dice que hay una diferencia entre hacer sindicalismo y “tomar la iniciativa de ser capaz de organizar y dirigir las luchas anticapitalistas de masas”. Nadie puede oponerse a esta afirmación: es evidente que el partido debe tomar la iniciativa, con toda audacia, para tratar de “organizar y dirigir las luchas anticapitalistas de masas”, y no limitarse a hacer sindicalismo. Por otro lado, no vemos a qué viene esta digresión de Germain, a menos que él opine que hay alguna sección de nuestra Internacional que se plantea hacer (o hace) exclusivamente sindicalismo. Si opina esto, debería darle más importancia al problema porque sería una gravísima desviación.

Pero luego empieza a aclarar un poco más el panorama. El dice que el centrismo Kautsky-Bauer plantea que todo está fatalmente determinado por la “relación de fuerzas”, las “condiciones objetivas”, el “estado de ánimo de las masas”; que el leninismo en cambio, se diferencia de él porque plantea que la “iniciativa revolucionaria (del partido) puede modificar la relación de fuerzas”.

La relación de fuerzas mide, como la expresión lo indica, la fuerza relativa en cada momento, de los dos antagonistas principales en la lucha permanente de clases. Cuando decimos que estamos más fuertes, queremos decir, por lo tanto, más fuertes que la burguesía. En un momento dado el movimiento de masas puede estar a la ofensiva (en ascenso) y la burguesía a la defensiva; puede ser a la inversa e, inclusive, pueden existir períodos de relativa estabilidad. Pero, en líneas generales, podemos decir que a un aflojamiento por parte del movimiento de masas corresponde un avance de la burguesía. Esa relación de fuerzas entre las clases, como ya vimos, da lugar, según Trotsky, a cuatro situaciones generales, cuatro regímenes: contrarrevolucionario, no revolucionario, prerrevolucionario y revolucionario.

Y si retornamos la afirmación de Germain de que “la iniciativa revolucionaria del partido” puede “modificar la relación de fuerzas”, esto quiere decir que la iniciativa del partido puede transformar un régimen contrarrevolucionario en uno no revolucionario, a éste en un prerrevolucionario y a éste en uno revolucionario. Contrastando con su manifiesta tendencia a abrumarnos con citas y ejemplos históricos, Germain no ofrece ni uno solo para ilustrar esta afirmación. No es casual: no existe ninguno.

Para los marxistas serios, las superestructuras (y el partido revolucionario es una de ellas), están determinadas por las estructuras (las clases) y no a la inversa. Es absolutamente imposible que una superestructura modifique, por su propia “iniciativa”, las relaciones entre las clases. Existe en esto también una dialéctica: las superestructuras cobran peso colosal en los momentos de gran inestabilidad y crisis de la estructura, por ejemplo en una situación revolucionaria, y sólo en esos momentos. Pero que se llegue a esa situación de crisis no depende para nada de las superestructuras, sino de las leyes que rigen la lucha entre las clases.

Lo que posibilita que el enfrentamiento entre las clases llegue al punto de la crisis total y absoluta de la estructura (crisis revolucionaria) es que la existencia del capitalismo está regida por una ley según la cual tendrá crisis económicas cada vez más profundas y que el movimiento de masas reaccionará siempre frente a las penurias que esas crisis le provocan. Cuando llega la crisis” revolucionaria, y sólo en ese momento, las superestructuras definen la salida de la crisis: el estado burgués y los partidos burgueses o pequeñoburgueses con influencia en el movimiento de masas, empujan hacia una salida reaccionaria, burguesa, de la crisis; el partido revolucionario empuja hacia la salida revolucionaria, obrera. De cuál de estos dos bandos gane la dirección del movimiento de masas, depende cuál será la salida de la crisis. Es decir, si el partido revolucionario logra ganar a la clase trabajadora, ésta toma firmemente la dirección del movimiento de masas, y la amplia mayoría de las masas pequeñoburguesas apoyan o permanecen neutrales en la lucha, la crisis se define hacia la revolución proletaria. Si no lo logra, y las superestructuras burguesas arrastran a la pequeña burguesía y logran confundir a amplios sectores del movimiento de masas y la clase obrera, la salida de la crisis será la salida burguesa, contrarrevolucionaria.

Pero aun en este caso, el papel de las superestructuras no es determinante en forma directa. La superestructura “partido revolucionario” no toma “la iniciativa” de tomar el poder: trata de ganar al “movimiento de masas para que éste tome la “iniciativa revolucionaria” de tomar las riendas del estado. Y este “ganar al movimiento de masas para la iniciativa revolucionaria” es, simplemente, una tarea política del partido.

En los períodos de estabilidad de la estructura, esta dialéctica entre el partido y la relación de fuerzas entre las clases se da en una forma cualitativamente inferior. Cuanto menor es el impulso de las luchas de masas, tanto menor es la influencia del partido. Cuando ellas crecen, también crece su influencia. El partido sólo puede acelerar (y dentro de límites bien precisos) el desarrollo del movimiento de masas, pero nunca pro-. , 7ocar un cambio en la relación de fuerzas por su propia iniciativa. No surge la misma relación de fuerzas entre las clases si una huelga triunfa que si es derrotada.

El partido puede jugar un papel en esta situación, siempre y cuando sea la dirección de la huelga, o logre serlo en algún momento de su desarrollo. Si el partido conduce la huelga al triunfo, esto acelera el desarrollo dei movimiento de masas; cambia la relación de fuerzas a favor del movimiento obrero. Si la huelga era muy importante, inclusive puede significar un cambio de régimen; por ejemplo, pasar de una situación no revolucionaria a una prerrevolucionaria. Pero, nuevamente, quien produce el cambio en la relación de fuerzas no es directamente el partido, sino ese triunfo del movimiento de masas. El partido, dirigiendo correctamente al movimiento de masas en esa huelga, ha acelerado el cambio de un régimen a otro, ha ayudado al movimiento masas a cambiar su relación de fuerzas con la burguesía; pero de ninguna manera ha cambiado dicha relación de fuerzas por su propia iniciativa. Si las masas no hubieran estado dispuestas a salir a la huelga, o si ésta se hubiera perdido (y esto puede ocurrir por factores objetivos, aún con nuestra dirección), el partido nada habría podido hacer.

Esto es el ABC del marxismo y es lo que nos muestra la realidad histórica y actual. Por eso no es casual que Germain no haya podido avalar con ninguna cita sus famosas “iniciativas revolucionarias”, que son capaces de “modificar la relación de fuerzas”?, ni aportar ejemplos al respecto.

¿O no es así? ¿Existe alguna iniciativa revolucionaria del partido que haya servido para cambiar la relación de fuerzas entre las clases? ¿Podría mencionar alguna el camarada Germain? ¿Podría ser la guerrilla del Inti Peredo en Bolivia? ¿O quizás los largos años de “preparación para la lucha armada” del POR(C)? ¿Serán quizás las acciones de los Tupamaros en Uruguay? ¿O las del PRT(C)-ERP en la Argentina? Ninguno de estos ejemplos apoya la concepción germainista. En todos esos países lo único que ha cambiado la relación de fuerzas fueron las movilizaciones de las masas: la huelga general contra el golpe de Miranda en Bolivia, las grandes huelgas generales, como las de los bancarios y los obreros de la carne en Uruguay, el “cordobazo” en la Argentina, etcétera. Y en estos hechos de la lucha de clases que realmente cambiaron la relación de fuerzas, ni el POR(C), ni el Inti Peredo, ni los Tupamaros, ni el PRT(C)-ERP, tuvieron nada que ver. En lo único que tuvieron que ver fue en las excusas que dieron al régimen para un aumento de la represión que pagó muy caro el movimiento obrero.

Con las “iniciativas revolucionarias” o con el movimiento de masas

Como toda cuestión teórica, ésta no se agota en la teoría, sino que se manifiesta, con mucha más claridad, en la política práctica. Hasta ahora habíamos polemizado con Germain acerca de si las consignas que utilizamos deben responder o no a las necesidades y conciencia inmediatas de las masas; acerca de si dicha agitación debía hacerse sobre el movimiento de masas o sobre la vanguardia.

Parecería que estamos de acuerdo en el hecho de que las consignas (o demandas) son la herramienta fundamental para desarrollar nuestra política. Pero ahora el desacuerdo tiende a ensancharse.

Para Germain, las “iniciativas revolucionarias” son una “dimensión esencial del concepto leninista de partido revolucionario”, lo que equivale a decir que, para ser leninista, el partido debe tener como tarea central tomar “iniciativas revolucionarias”, por su propia cuenta y riesgo. El papel de estas iniciativas revolucionarias del partido no está muy claro en el párrafo donde Germain hace la crítica a Camejo, pero de toda su concepción y de la política que han aplicado algunas secciones orientadas por la mayoría, se desprende claramente que estas iniciativas tienen como función darle el ejemplo a las masas y marcarles el camino por el cual deben movilizarse. Ejemplos: el POR(C) toma la “iniciativa” de la lucha armada (o de la preparación para ella) para que las masas bolivianas lo sigan, lanzándose a la lucha armada (o preparándose para ella)- la Liga Comunista toma la iniciativa de luchar físicamente contra el fascismo y rompe un acto de Ordre Nouveau para que las masas francesas sigan su ejemplo y destrocen al fascismo en toda Francia, etcétera, etcétera. Si nuestros partidos no toman tales iniciativas, son indignos, según Germain, del nombre de partidos leninistas o trotskistas.

¿Cómo calificaría Germain al Partido Bolchevique ruso? ¡No queremos ni imaginarlo! Pensemos solamente que semanas antes de la Revolución de Octubre, Lenin y Trotsky discutían si había que tomar el poder en nombre de los soviets o del partido. ¡Ni el propio Partido Bolchevique en el momento culminante de su influencia en el movimiento de masas podía aventurarse a tomar “la iniciativa revolucionaria” de tomar el poder! Evidentemente este partido carecía de esa “dimensión esencial” que tanto preocupa a Germain.

Nosotros no estamos en contra de que el partido tome cualquier tipo de iniciativas, pero nos oponemos a aquéllas con las cuales pretende sustituir al movimiento de masas en las tareas que le son propias. Es decir, cuando pretende enfrentar por su cuenta al régimen burgués, o a algún sector de clase enemiga del proletariado, o a alguna organización que responda a ese sector de clase (como es el caso de las organizaciones fascistas). Estamos a favor de que el partido enfrente políticamente a todas las clases, sectores u organizaciones enemigas del movimiento de masas, que las denuncie en su propaganda, que agite consignas en el movimiento de masas para tratar de movilizarlo contra ellas, pero no que las enfrente físicamente por su propia cuenta y riesgo, sin el apoyo activo del movimiento de masas o de un sector de él.

Esto no quiere decir que debamos cruzarnos de brazos y esperar a convencer a la mayor parte del movimiento de masas y sus organizaciones para lanzar nuestras consignas e intentar movilizar a los sectores que ya están enfrentados, objetivamente a la necesidad de hacerlo Allí es donde debemos desplegar nuestras mayores iniciativas; pero estas tienen este sólo y único objetivo: crear o descubrir las consignas que lleven a la movilización y a la organización revolucionaria al movimiento de masas. o a algún sector de él. Curiosamente, quienes son partidarios de que el partido debe tomar iniciativas por su propia cuenta son particularmente poco imaginativos y audaces en la tarea de realizar estas verdaderas iniciativas revolucionarias del partido. Así fue como el POR(C) en Bolivia desplegó toda su imaginación para inventar un Ejército Revolucionario, pero careció de la iniciativa y audacia suficientes como para plantear las consignas que llevaban efectivamente al armamento de las masas bolivianas: el armamento de las organizaciones de masas para enfrentar a los golpes de estado reaccionarios. Y en Europa no han tenido ninguna iniciativa para apoyar y defender las guerrillas de las colonias portuguesas.

Tampoco estamos planteando que sólo cuando el conjunto o la mayoría del movimiento de masas tome nuestras consignas habrá llegado el momento de pasar a la acción. Justamente nosotros polemizamos con Germain porque éste considera a la vanguardia como un sector formado por individuos del movimiento de masas; y nosotros consideramos que existe en el movimiento de masas un desarrollo desigual que hace que en cada momento de la lucha de clases haya un determinado sector que este a la vanguardia respecto de otros. Como regla general, tenemos que concentrar nuestro trabajo sobre aquellos sectores que insinúan la posibilidad de una movilización. El régimen capitalista promueve o exige permanentemente que distintas capas de la clase obrera y los explotados se movilicen para defenderse de los ataques de los explotadores. Nosotros debemos intervenir de lleno en esos procesos objetivos para adelantar las consignas que movilicen y organicen a esos sectores en forma permanente. Cada movilización y triunfo de esos sectores del movimiento de masas servirá como acicate para movilizar y poner en pie de lucha a los otros.

No será como cree Germain que lograremos desbordar a la burocracia o dar un ejemplo permanente al movimiento de masas por medio de la actual vanguardia o del partido Solamente lo lograremos por medio de sectores del movimiento de masas que impactarán con sus luchas a otros sectores Toda la ciencia de nuestros partidos consiste, justamente, en saber precisar cuáles son los sectores del movimiento de masas que por su situación objetiva y su nivel actual de conciencia son más proclives a la movilización . Todo el secreto de una política bolchevique radica en esta dialéctica. Hubiera sido un crimen no tomar como eje a la juventud norteamericana, con una consigna que expresaba su necesidad más inmediata y su nivel de conciencia ¡que vuelvan las tropas de Vietnam, ahora!”), a la espera de que todo el movimiento de masas norteamericano estuviera en condiciones de movilizarse. ¡Y ésta fue, verdaderamente, una excelente y ejemplar “iniciativa” del SWP! Pero no tiene nada que ver con las “iniciativas revolucionarias”.

Todo nos obliga, en Francia por ejemplo, a concentrarnos en los obreros inmigrantes con sus dos problemas específicos, el nacional y el de formar parte del sector más explotado de la clase “obrera. Debemos tratar de movilizarlos frente al ataque de los brotes fascistas y del capitalismo francés que quiere mantenerlos en la condición de obreros y ciudadanos de segunda categoría. Pero nuestra obligación surge del hecho de que este sector está dando indicios de que está dispuesto a movilizarse, de que es un sector desigualmente desarrollado del movimiento de masas que puede estar, por un período, a la vanguardia de la clase obrera y las masas francesas. Ese es el motivo por el cual una de nuestras tareas más urgentes en Francia es buscar las consignas capaces de movilizar a los obreros inmigrantes, pero de ninguna manera realizar nosotros, , nuestro partido, la “iniciativa revolucionaria” de luchar contra el fascismo por nuestra propia cuenta, sin que los obreros inmigrantes participen en esa lucha.

Esta cuestión de las iniciativas revolucionarias por parte del partido es peligrosa por varias razones. La primera de ellas es que educa mal al movimiento de masas y retrasa el desarrollo de sus movilizaciones y su conciencia. Los camaradas de la mayoría, por ejemplo, felicitaron al PRT(C)-ERP por el secuestro de Sylvester, cónsul inglés en la ciudad de Rosario, a cambio de cuya liberación exigieron (y obtuvieron) una serie de mejoras para los trabajadores del frigorífico Swift. ¿Educó esta “iniciativa revolucionaria” a los trabajadores del Swift? Según los camaradas de la mayoría, sí; dio el ejemplo de que a través de la lucha armada se podían conseguir las mejoras que necesitaban. Según nosotros, no, porque les demostró que la mera acción de un grupo de gente bienintencionada y audaz podía reemplazar a su movilización activa para defender sus propios intereses y derechos. La dura realidad de la lucha de clases desmintió a la mayoría: poco tiempo después, las acciones gremiales fueron ganadas nuevamente por la burocracia peronista y las condiciones de trabajo volvieron a, ser tan malas o peores que antes de la “iniciativa revolucionaria” del ERP.

Otro tanto podríamos decir de la acción de la Liga Comunista contra Ordre Nouveau. Y aquí podemos demostrar algo más: que cuanto más éxito relativo tengan estas “iniciativas” tanto más perjudican el desarrollo del movimiento de masas. Si seguimos realizando acciones contra los brotes fascistas, y seguimos teniendo éxitos técnicos, ¿con qué argumento 1 vamos a tratar de movilizar a los obreros inmigrantes? Cuando tratemos de hacerlo, ellos nos responderán: “¿Para qué nos vamos a movilizar si están esos buenos tipos de la Liga Comunista que ya se van a encargar de liquidar a los fascistas?”. Pero en la medida en que los obreros inmigrantes y el movimiento de masas francés no se movilice contra los brotes fascistas, estos cobrarán cada vez mayor envergadura (porque éste es un problema de relación de fuerzas entre las clases), y llegará el momento en que sólo el movimiento de masas podrá derrotarlos. En ese momento nuestras iniciativas revolucionarias” mostrarán su cara negativa: por confiar hasta entonces en que el problema del fascismo puede ser resuelto por la Liga Comunista, no habrá ningún sector del movimiento de masas políticamente preparado para movilizarse contra él. Las consecuencias no pueden menos que ser nefastas. Por suerte no hay mayor peligro de que esto ocurra, porque apenas crezca el fascismo nuestra sección, y con ella sus “iniciativas revolucionarias” de enfrentarlo por su propia cuenta, serán arrastradas por el movimiento de masas.

El segundo peligro de estas “iniciativas revolucionarias” del partido es que nos lleven al olvido o la ignorancia de las iniciativas revolucionarias de las propias masas y a la obligación que tiene el partido y sus cuadros de intervenir en ellas. Nosotros creemos que el proceso en el que ha entrado Europa, como antes nuestro continente, se caracterizará por miles y miles de movilizaciones de todo tipo que efectuarán las masas. Frente a esas miles y miles de movilizaciones de las masas, nuestros partidos tienen pocos cuadros para atenderlas, para darles una orientación política y organizativa adecuada. Nos falta tiempo, militantes y capacidad dirigente para ello.

Por lo tanto, es un crimen sacar cuadros de las movilizaciones que hacen las masas para apartarlos hacia la realización de acciones independientes, propias, alejadas de las que hacen las masas.

El planteamiento de que la dimensión esencial del partido en esta etapa es su propia iniciativa revolucionaria tiende a alejarnos de la solución de la contradicción más grave que enfrentan nuestras secciones: su tremenda debilidad frente a las iniciativas o movilizaciones del movimiento de masas. Esta contradicción amenaza con irse agravando 0, al menos, con ser una contradicción aguda durante toda una extensa etapa, ya que nuestro crecimiento y elevación de nivel político irá acompañado de mayores iniciativas revolucionarias del movimiento de masas en ambos continentes, por no decir en todo el mundo.

Desgraciadamente, no hemos tenido la oportunidad de conversar con los camaradas de la mayoría europea. Pero sí lo hemos hecho con la nueva vanguardia latinoamericana y con los representantes de la mayoría en nuestro continente. También hace tiempo que dialogamos con los camaradas de la dirección del Swift. En estas conversaciones siempre nos llamó la atención una profunda diferencia entre el lenguaje de los compañeros latinoamericanos de la mayoría, por un lado, y el de los camaradas norteamericanos y el nuestro, por el otro. Los primeros tienen manía por los términos “crear” e “iniciativa revolucionaria”. Nosotros, por “descubrir oportunidades” y “desarrollar con toda audacia una política para esas oportunidades”. Creemos poder decir, muy esquemáticamente, que en esa diferencia de lenguaje se expresa actualmente una de las diferencias de fondo entre la mayoría y la minoría. Para la mayoría, hay que “crear”, por medio de la “iniciativa revolucionaria”, enseñanzas, ejemplos para el movimiento de masas. Para la minoría, el movimiento de masas no necesita ninguna clase de ejemplos, ni ninguna “iniciativa revolucionaria” de nuestra parte, sino que nosotros tenemos que saber “descubrir las movilizaciones que las propias masas hacen o las que pueden hacer, llevadas por sus necesidades y conciencia inmediatas”. A esas movilizaciones presentes o para un inmediato futuro, las llamamos oportunidades , y toda nuestra política debe orientarse a utilizarlas por medio de nuestras consignas, para evitar que se detengan y para lograr ganarlas para nuestra dirección.

Como ya dijimos, además de teórica, ésta es una cuestión práctica. ¿Para qué rompernos la cabeza pensando cómo atacamos a Ordre Nouveau? Si de verdad Ordre Nouveau ha empezado a atacar a los argelinos y a otras nacionalidades oprimidas por el imperialismo francés, debemos comenzar ya mismo un trabajo agitativo profundo sobre las nacionalidades que sufren preferentemente los ataques de estos imberbes fascistas. Sólo este trabajo nos permitirá conocer su mentalidad, sus reacciones, y saber si están dispuestas o no a defenderse de esos ataques. Si nuestras consignas no prenden, ello indicará que el partido deberá abandonar, momentáneamente, esa tarea. Si ocurre lo contrario, si” nuestras consignas son bien recibidas por los obreros inmigrantes, si tenemos éxito en organizarlos, entonces y sólo entonces, íntimamente ligados a los barrios argelinos atacados por los de Ordre Nouveau, daremos un escarmiento ejemplar a estos fascistas. Las condiciones para esta tarea, como para toda política verdaderamente revolucionaria es, entonces, que responda a una necesidad imperiosa del movimiento de masas (defenderse de los ataques fascistas que se suceden sin solución de continuidad) y a la iniciativa del propio movimiento (que éste se movilice contra dicho peligro).

Nuestro papel es trabajar dentro de esas movilizaciones ya dadas o” potenciales, levantar las consignas correctas que reflejen las necesidades y la conciencia de ese sector del movimiento de masas, organizarlas, postularnos como dirección de alternativa si están a su frente direcciones oportunistas, y dirigirlas si no tenemos rivales. (Esto último puede ocurrir si trabajamos sobre los sectores más explotados de la clase obrera y del movimiento de masas). No se trata, entonces, de “crear”, sino de “descubrir” dentro del propio movimiento de masas, dónde se nos abren posibilidades de imponer nuestras consignas de transición.

El tercer peligro de estas “iniciativas revolucionarias” es que transforma las relaciones de partido con el movimiento de masas, de objetivas en subjetivas. Para los camaradas de la mayoría, las iniciativas sirven si despiertan simpatías en el movimiento de masas. Maitán ha ponderado las acciones del ERP por esta razón; lo mismo ha hecho Frank.

Nuestra relación con el movimiento de masas tiene que ser esencialmente orgánica y política, no emotiva y basada en la propaganda. Nosotros queremos grupos del partido en los organismos y en las luchas concretas, objetivas, del movimiento de masas. Nosotros queremos que esos grupos partidarios y sus militantes disputen la dirección de los organismos de masas y de las luchas en nombre del partido. Es una relación precisa y objetiva: luchas y organismos del movimiento obrero y dé masas por un lado; organismos partidarios dentro de ellas, disputando la dirección de esos organismos y luchas, por otro.

Los camaradas de la mayoría, no son consecuentes en su política “de “iniciativas revolucionarias”. En la Argentina, por ejemplo, no ha habido gran diferencia entre las “iniciativas” del PRT(C) y las de los grupos armados peronistas. , Ambas fueron hechas al margen del movimiento de masas, ambas configuraban acciones “ejemplarizadoras” de una vanguardia, ambas se caracterizaron por intentar resolver por la propia iniciativa las tareas que sólo pueden resolver las movilizaciones masivas. Sin embargo, quienes captaron la mayor cuota de “simpatía” fueron las organizaciones armadas peronistas y no el PRT(C). Esto se demostró en todas las movilizaciones callejeras posteriores a la asunción del gobierno peronista de Cámpora; las columnas de FAR y Montoneros (organizaciones armadas peronistas) llegaron a movilizar hasta a 40.000 jóvenes, las del ERP nunca pasaron de los 500, las de nuestro partido llegaron a un máximo de 4.000. ¿Quién captó más “simpatías”? Indudablemente, en primer lugar, la izquierda peronista, en base a una claudicación política permanente a la confianza que las masas aún tienen en Perón (es decir, en base a una “claudicación armada” al peronismo). En segundo lugar, nuestro partido, pero no en base a ninguna “iniciativa revolucionaria”, sino a estar presente en todas y cada una de las luchas del movimiento de masas y a diferenciarse con toda claridad de la política peronista. Finalmente, el PRT(C), quien también se diferenció del peronismo, pero estuvo ausente de las movilizaciones porque estaba muy ocupado en meditar, organizar y realizar sus “iniciativas revolucionarias”.

Las conclusiones son obvias. Los camaradas de la mayoría no deben quedarse a mitad de camino: o están con las “iniciativas revolucionarias” (y, consecuentemente, abandonan el trabajo político sobre el movimiento de masas) o están con la política trotskista. Y Europa no será una excepción: en la medida en que la crisis económica se profundice, surgirán sectores de la pequeña burguesía desesperados con “iniciativas revolucionarias” infinitamente superiores a las de nuestras secciones. En ese momento, nuestras secciones habrán hecho muy bien si ya han definido su actitud. Pueden claudicar políticamente, y obtener los éxitos y las “simpatías” momentáneas que en su momento obtuvieron las organizaciones armadas peronistas de la Argentina- o pueden abandonar estas famosas “iniciativas revolucionarias” y obtener los éxitos Y simpatías, mucho más modestos pero mucho más importantes, de nuestro partido. Lo que sería lamentable es que cumplieran el mismo triste papel del PRT(C).

Una concepción superestructural y subjetiva del frente único

Esta polémica que acabamos de ver sobre la “iniciativa revolucionaria” se expresa en otra, en cierta forma tácita, que existe entre la mayoría y la minoría alrededor de¡ frente único obrero. Gracias a la gentil visita de dos miembros de la sección francesa a nuestro partido, tuvimos la oportunidad de escuchar la exposición más clara de su concepción: “Pensamos que no tenemos la fuerza para imponer, como organización política, solos, el frente único a los partidos reformistas; podemos hacer la polémica, y la hacemos, pero no es suficiente. Trotsky planteó el problema muy bien, cuando dijo que la correlación de fuerzas era entre una tercera parte y una séptima parte de las fuerzas obreras. Cuando no se tiene ni siquiera una séptima parte de las fuerzas obreras, la táctica del frente único no es suficiente, no se puede aplicar. Cuando se tiene más de la tercera parte, el partido revolucionario puede asumir sus responsabilidades.”[136]

Germain, sin tanta claridad, sostiene la misma concepción. Discrepamos con esta forma de encarar el frente único; es una desviación subjetiva, al igual que las restantes desviaciones de la mayoría. Esta interpretación es, por su contenido, superestructural y subjetiva, aventurera y sectaria. Considera que el frente único es esencialmente una cuestión de relación entre partidos.

Para nuestra sección francesa, la posibilidad de plantear un frente único a los partidos reformistas depende de qué relación numérica tenemos con ellos dentro del movimiento obrero: si tenemos menos de un séptimo, no podemos plantearlo; si tenemos entre un séptimo y un tercio, sí podemos; y si tenemos más de un tercio no necesitamos hacerlo porque nos bastamos solos.

El frente único es una táctica

Los camaradas de la Liga Comunista están equivocados. En primer lugar, el frente único no es un principio, ni una estrategia de nuestro partido, sino táctica política para situaciones específicas de la lucha de clases. En segundo lugar, como cualquier otra política nuestra, debe responder a necesidades profundas de una etapa del movimiento de masas, y no a las relaciones internas entre los diferentes sectores del movimiento. Dicho de otra manera: el frente único es una táctica que nosotros aplicamos cuando la situación de la lucha de clases le exige objetivamente al movimiento obrero, unificar todas sus fuerzas para enfrentar a la burguesía; depende de las relaciones entre el movimiento de masas y los explotadores, no de las relaciones entre los diferentes partidos del movimiento de masas. Vale decir, lo que determina nuestra política de frente único es el factor estructural (relaciones entre las clases) y no el superestructuras (relaciones entre los partidos obreros).

Sin embargo, esta política tiene un aspecto superestructuras muy importante, que es la forma de plantear el frente único.

Contra la política oportunista, que plantea el frente único solamente a las direcciones y no lo plantea a las bases para no tener roces con aquéllas; contra la política ultraizquierdista, que lo plantea sólo a las bases e ignora a las direcciones; la política trotskista consiste en plantear el frente único a las bases y a las direcciones, con tres objetivos: primero, no romper con las bases de los partidos reformistas ignorando a las direcciones que ellas reconocen; segundo, promover la presión de las bases sobre las direcciones para obligar a éstas a aceptar el frente único; tercero, agotar la experiencia de las bases con las direcciones reformistas, desenmascarando a éstas por sus vacilaciones y traiciones frente a las tareas del frente único, y postularse como dirección revolucionaria de alternativa.

Pero este aspecto superestructuras, esta forma de plantear el frente único, sin la cual no existe una verdadera política de frente único, no es más que eso: una forma, un aspecto superestructuras pero no el determinante. Lo decisivo es que haya necesidades muy apremiantes para el conjunto del movimiento obrero que nos obliguen a plantear esa política.

Justamente porque el frente único obrero responde a una necesidad objetiva del movimiento de masas en una etapa precisa de la lucha de clases, generalmente es defensivo. Si durante años no estuvo planteado el frente único en Europa, no fue por razones numéricas, sino por una profunda razón objetiva: no hubo una brutal ofensiva de los explotadores que planteara la necesidad de una política defensiva de conjunto de los explotados. La pobreza relativa (o riqueza absoluta) de los trabajadores europeos es lo que explica que el frente único no estuviera planteado en forma inmediata, agitativa. No podía estarlo, no lo podrá estar, mientras objetivamente toda la clase obrera no enfrente, no sienta, un grave peligro que la afecta en forma inmediata: fascismo, reacción, carestía de la vida, desocupación, racismo, etc.

¿Cómo instrumentamos la política del frente único? Este es un problema muy delicado: cómo distribuimos nuestros militantes, sobre que sectores del movimiento de masas golpeamos preferentemente “y con qué consignas lo hacemos es algo que se resolverá correctamente según la habilidad de nuestras direcciones y partidos para evaluar la situación objetiva y nuestras propias fuerzas, y su capacidad para distribuirlas y armarlas con consignas correctas. No existe una respuesta general a este problema, porque todas las situaciones son concretas. Lo máximo que podemos decir es que habrá que golpear sobre los sectores del movimiento de masas en los cuales los problemas objetivos se presenten en forma más aguda (si se trata de problemas económicos o democráticos parciales, como los problemas nacionales) o sobre aquellos que hayan demostrado una mayor sensibilidad y disposición para la movilización si se trata de problemas políticos generales (peligro de golpe reaccionario, por ejemplo); que a esos sectores debemos volcar la mayor parte y lo mejor de nuestras fuerzas; y que debemos buscar la consigna específica que refleje en su seno el problema general que está enfrentando el movimiento de masas en su conjunto. Como cualquier otra política nuestra, su posibilidad de éxito depende del proceso objetivo de la lucha de clases y, secundariamente, de nuestra relación numérica con los demás partidos obreros.

El frente único en Francia

Por ejemplo, si nosotros levantamos hoy un programa y una, consigna por la defensa del nivel de vida y de trabajo del conjunto del movimiento obrero francés, y llamamos a la unidad de las dos o tres centrales sindicales con ese eje, es muy posible que tengamos un éxito parcial o total al cabo de un cierto tiempo si las condiciones objetivas ayudan y supimos instrumentar correctamente nuestra política. Si la ofensiva patronal contra ese nivel de vida se acentúa cada vez más, si esa estrategia de defensa del nivel de vida y de trabajo la sabemos aplicar tácticamente en los diferentes gremios, concentrándonos en aquellos donde hay mayores posibilidades de que se dé una lucha unitaria a corto plazo, habrá posibilidades de que esas luchas parciales, unitarias, de frente único, tengan éxito. Si alguna de estas luchas triunfa, impactará al conjunto del movimiento obrero francés, y lo llevará a una lucha de conjunto para frenar la ofensiva patronal. Entonces, nuestra política de frente único habrá triunfado.

En Francia ya tenemos una experiencia. de lo que significa una concepción incorrecta, subjetiva y superestructuras del frente único. El 21 de junio de 1973, la organización fascista francesa Ordre Nouveau realizó una manifestación contra los inmigrantes argelinos. Nuestra sección, la Liga Comunista, había llamado a la realización de una contra-manifestación de la izquierda. Al no encontrar eco, la realizó por sí sola, y se produjo un violento enfrentamiento con los fascistas. El gobierno francés aprovechó este suceso para ¡legalizar a la Liga y encarcelar a Alain Krivine y Pierre Rousset, dos de sus voceros más destacados. Algunos días más tarde, el Comité por las Libertades, organización del Partido Socialista, llamó a un mitin donde asistió el conjunto de la izquierda y unas 15. 000 personas. Se había formado un frente único de hecho de todos los partidos de izquierda, incluido el PC, contra el gobierno y a favor de las libertades democráticas. Pero, aunque el motivo del acto era exigir la revocación del decreto de ¡legalización de la Liga, nuestros compañeros no pudieron hablar.

Otra hubiera sido la situación si hubieran llevado a la práctica correcta y consecuentemente una política de frente único, Si la Liga Comunista hubiera transformado su campaña contra los brotes fascistas y las tendencias reaccionarias del gobierno en una campaña permanente de frente único dirigida al PC y al PS y mantenida sistemáticamente desde hace un año, el acto habría sido un éxito espectacular de nuestra política de frente único. Todos los concurrentes habrían dicho o pensado: “La Liga tenía razón: había que hacer un frente único, y éste ya empezó a estructurarse”.

Quizás los camaradas de la Liga no habrían podido hablar de todos modos, pero ante las maniobras de la dirección del PC para tratar de impedírselo, las bases del acto se habrían preguntado: ¿por qué no los aceptan si son los únicos que hace más de un año vienen insistiendo en la necesidad de una acción concreta, no sólo un acto, contra el curso reaccionario del gobierno y los brotes fascistas?” Y este solo hecho hubiera permitido que la base del PC comenzara a presionar sobre su dirección e inclusive a cuestionarla.

Pero lo más importante hubiera sido plantear el frente único entre los obreros inmigrantes. Estamos aún a tiempo para hacerlo. Junto a nuestro trabajo paciente sobre esas nacionalidades, la política de frente único de todas las tendencias para defenderlas de los ataques racistas se abriría paso, tarde o temprano, si los ataques continúan.

Pero si los camaradas de la Liga Comunista siguen esperando a que se dé una proporción numérica determinada para tomar la política de frente único como la táctica central del partido para las tareas defensivas, volverá a ocurrir lo que ya ocurrió en el acto de defensa de la Liga y en la Asamblea Popular boliviana: el frente único se dio en los hechos y ni la Liga Comunista ni el POR(C) respectivamente, pudieron ostentar ante las masas el galardón proletario y revolucionario de haber sido sus máximos agitadores y organizadores. Quien se llevó el prestigio de haberlo hecho fue el stalinismo en un caso y la burocracia de Lechín en el otro. También puede ocurrir que el frente único no se dé y, por lo tanto, la derrota del movimiento de masas sea inevitable. Esta derrota tendrá como origen teórico la concepción superestructuralista y subjetiva del frente único y como responsables políticos a los camaradas que no hayan tomado como tarea central la agitación de la consigna de frente único en el movimiento de masas, además de las direcciones oportunistas.

Dos olvidos: los militantes profesionales y el centralismo democrático

Es notable que el furibundo ataque del camarada Germain a Camejo acerca de su concepción de partido no se vea complementado con otro a Mandel, que olvidó dos de los pilares de la concepción leninista del partido bolchevique: los militantes profesionales y el centralismo democrático. Estos dos olvidos de Mandel tienen una explicación. Ya hemos visto que para él la superación de la conciencia de los obreros avanzados se produce por una vía intelectual y efectuada por intelectuales: es un proceso subjetivo de aprendizaje de la filosofía, la sociología, la economía y la historia marxistas. Es decir, del “marxismo como ciencia”. Este proceso, que sólo puede cumplirse individualmente, tiene sus ejecutores siempre siguiendo a Mandel en los intelectuales, cuyo papel, como sector de clase, es llevar 46. . . hacia los estratos despertados y críticos de la clase obrera lo que por ellos mismos no pueden llevar a cabo, debido al estado fragmentado de su conciencia: el conocimiento científico y la conciencia que les posibilitará reconocer la verdadera faz de la escandalosamente velada explotación y de la opresión disfrazada a que son sometidos.”[137]

¿Sobre qué bases objetivas se realiza este aprendizaje de los “sectores despertados y críticos de la clase obrera”, es decir de la vanguardia obrera? 0 dicho, de otra manera, ¿cómo tiene que organizar su vida el obrero de vanguardia para convertirse en militante revolucionario? Mandel nos responde, en otro de sus trabajos, diciendo que uno de los privilegios políticos de los militantes revolucionarios” es el de... “dedicar a la actividad social una fracción de su vida mucho más grande que la de los otros trabajadores.”[138]

Aquí el camarada Mandel nos está diciendo (por lo que no dice) que el obrero de vanguardia debe seguir en la misma situación objetiva que antes, sólo que sacrificándose mucho más. Es decir, que debe organizar su vida de la siguiente manera: cumple su horario de todos los días en la fábrica, después recibe en su casa a un intelectual que le explica y le hace estudiar el socialismo marxista y trotskista, y después tiene que ir a visitar a otros obreros, o al sindicato donde luchará por sus compañeros y por el partido. En síntesis: en la transformación de un obrero de vanguardia en militante revolucionario, el partido no tiene nada que ver; la tarea de educación en el marxismo la cumplen los intelectuales; la tarea de arreglárselas para poder vivir la cumple el propio obrero continuando con su trabajo en la fábrica; y si los intelectuales cumplen con su tarea y el obrero con la suya, éste habrá logrado el “conocimiento científico” y, por lo tanto, la “conciencia”. Esto no es ni marxismo ni teoría leninista de la organización.

Los militantes profesionales

El marxismo es materialista, Lenin también lo era. Para Lenin, la superación de ¡a conciencia fragmentada del obrero avanzado era esencialmente un proceso material, y no intelectual: era darle tiempo libre al obrero para que éste se capacitara en todos los aspectos (tanto teóricos como prácticos) como revolucionario profesional. No era una penosa y terrible obligación que se sumaba a las ya penosas y terribles obligaciones que tenía el obrero por el sólo hecho de ser obrero. Era una tarea que empezaba por darle tiempo libre al obrero avanzado para que dejara de ser obrero fragmentado en la vida real y comenzara a ser revolucionario en la vida también real.

Porque Lenin era materialista y dialéctico no podía concebir que se pudiera superar una conciencia derivada de una situación material (la alienación del trabajo parcelario durante 8, 11 6 14 horas diarias) por, medio de cursos. Es decir, mientras el obrero dedicara tantas horas de su vida a hacer un trabajo que le era in. diferente, dentro de una cadena de producción cuyo mecanismo desconocía, para elaborar un producto cuyo destino final no le importaba, su conciencia debía reflejar estas características de su actividad, debía ser una conciencia fragmentada, parcializada. los cursos que le podía ofrecer el partido (¡y no los intelectuales como sector social, camarada Mandel!) podían aliviar el problema, pero no lo podían solucionar. La única forma de solucionarlo era partiendo de la modificación de sus condiciones de vida materiales.

La solución marxista hasta los tuétanos que ofrece Lenin a este problema es su teoría, de los revolucionarios profesionales. Esta teoría es para él casi una obsesión: “Y nosotros no debemos preocuparnos sólo de que la masa “plantee” reivindicaciones concretas, sino también de que la masa de obreros “destaque”, en un número cada vez más grande, estos revolucionarios profesionales. Así pues hemos llegado al problema de las relaciones entre la organización de revolucionarios profesionales y el movimiento puramente obrero”. “Todo agitador obrero que tenga algún talento, que “prometa”, no debe trabajar once horas en su fábrica. Debemos arreglárnoslas de modo que viva por cuenta del partido. “Y sabremos hacerlo precisamente porque las masas que despiertan espontáneamente destacan también en su seno más y más “revolucionarios profesionales” “. “No comprendemos que es nuestro deber ayudar a todo obrero que se distinga por su capacidad a convertirse en agitador profesional. . . “ “El obrero revolucionario, si quiere prepararse plenamente para su trabajo, debe convertirse también en revolucionario profesional”.[139]

Este “olvido” del camarada Mandel de la transformación por el partido de los obreros en militantes profesionales de vanguardia, no se limita al plano teórico. Hay una estadística muy ejemplificadora al respecto, que va unida a una polémica subyacente” , aún no formulada, entre los camaradas de la mayoría y el SWP y nuestro partido. La estadística es la siguiente: de todos los militantes profesionales que tiene nuestra Internacional, entre el 70 y el 80% como mínimo, pertenecen a la minoría. Además, si tomamos las direcciones de las dos secciones numéricamente más fuertes de la IV Internacional —la francesa y nuestro partido argentino— veremos que la proporción de camaradas que viven o han vivido de una profesión liberal en la Liga Comunista es de 20 ó 30 a 1, en relación a los camaradas del PST; es decir que, tomando los cien dirigentes más importantes de la sección francesa y de la dirección del PST, por cada 20 ó 30 doctores y profesores en la sección francesa, hay uno en nuestro partido argentino. Concretamente, en nuestro Comité Central de 120 miembros, hay sólo 3 miembros con profesiones liberales, siendo casi 100 profesionales del partido, de los cuales el 80% han sido dirigentes del movimiento obrero. En el Comité Ejecutivo, la máxima dirección de nuestro partido, exceptuando cuatro compañeros, es en su totalidad formada por militantes profesionales que han sido importantes dirigentes del movimiento obrero. Finalmente, hay una tradición en nuestro partido, que el vertiginoso crecimiento actual nos impide aplicar al pie de la letra, que estipula que nadie puede llegar a la dirección sin haber cumplido con dos años de actividad destacada como militante profesional en el seno del movimiento obrero. Si comparamos otras secciones de la mayoría con el SWP, existen relaciones y situaciones parecidas.

Hay un último aspecto del problema de los militantes profesionales: ellos deben ser la base de sustentación del partido. Esto es así porque la actividad revolucionaria exige una atención y un aprendizaje totales, no parciales. Un militante revolucionario cabal, un cuadro de dirección del partido, de una zona o de un frente importante, es aquél que puede resolver por sus propios medios los problemas políticos (no los “científicos”) que le plantee cualquier situación de la lucha de clases. Debe saber analizar una situación, formular las consignas precisas que responden a ella, plantear las formas de organización convenientes, distribuir las fuerzas del partido en general o en su zona o frente, definir los sectores fundamentales de trabajo, orientar los ejes de la propaganda sobre la vanguardia, dar cursos de formación marxista elementales, captar para el partido y organizar convenientemente dentro del partido a los nuevos sectores que ingresan. Sería absurdo exigirle a un solo cuadro partidario que sea la máxima expresión en todas estas tareas, puesto que la labor de dirección es una labor de equipo, donde se combinan las capacidades y experiencias desigualmente desarrolladas de quienes lo integran. Pero un cuadro de dirección debe ser capaz de dar una primera respuesta, aunque sea elemental, a estas tareas.

Es absolutamente imposible que la especialización como revolucionario cabal, marxista, pueda obtenerse de otra forma que no sea tomando esta actividad como una profesión hecha y derecha. Para eso es necesario ser un militante profesional, un revolucionario “full-time”. Y estos militantes profesionales son, insistimos, la base fundamental sobre la que se asienta el partido. Por eso es tanto más imperdonable que el camarada Mandel se haya “olvidado” de ellos.

El centralismo democrático

En su definición de partido leninista de combate, Mandel comete otro olvido no menos peligroso: el centralismo democrático, que es una forma organizativa que hace a la esencia del partido bolchevique. Significa que, junto a una vida democrática interna, nuestra organización necesita una dirección centralizada dotada de poder ejecutivo, y una estricta disciplina interna.

La necesidad de disciplina estricta y centralizada se debe a dos razones objetivas que nos impone la lucha de clases. La primera es que nuestro máximo objetivo partidario es dirigir o postularnos para dirigir las luchas de las masas en forma permanente hasta la toma del poder y, después, hasta la construcción del socialismo. Y esta lucha mortal sólo podemos llevarla a cabo como un ejército férreamente organizado; no nos podemos dar el lujo de ofrecerle al enemigo la menor desconcentración o falta de coordinación de nuestras fuerzas. La segunda razón es la existencia de partidos contrarrevolucionarios y aparatos burocráticos en el seno del movimiento obrero, que también forman parte del enemigo. A la organización del enemigo no podemos oponerle un desorden ni siquiera en nombre de la democracia. Ante un ataque fascista a un local, no vamos a consultar telefónicamente a todo el partido lo que hacemos. En una asamblea donde la burocracia trata de dividirnos, no vamos a esbozar posiciones diferentes, aunque dentro del partido la discusión no esté acabada.

La necesidad de vida interna democrática tiene que ver con la relación objetiva que el partido tiene con el movimiento de masas y con la dialéctica de esa relación. En primer lugar, el partido necesita democracia porque la elaboración de su línea política es colectiva. No es obra de algunos individuos particularmente inteligentes o preparados, sino del choque de las opiniones de todos aquellos que componen el partido; de todos esos militantes que expresan al sector del movimiento de masas sobre el que desarrollan su actividad. Pero una vez elaborada, esa línea debe ser confrontada con la realidad, lo que se hace a través de la actividad militante de cada uno de los equipos e individuos y del partido en su conjunto. Esta actividad práctica es la única que nos indica los aspectos correctos e incorrectos de la línea votada, y la discusión democrática de ese balance es la que permite las rectificaciones necesarias de la política.

Sintetizando, la democracia es la que establece la relación del sujeto (partido revolucionario) con su objeto (movimiento de masas) y, por lo tanto, la única garantía de una elaboración objetiva (científica) de la línea política y de su confrontación objetiva (científica) con la realidad de la lucha de clases. Pero la fórmula “centralismo democrático” se descompone en dos polos que, en sus límites, son antagónicos: el más absoluto centralismo significa que la dirección resuelve todos los problemas, desde teoría y caracterizaciones hasta los más ínfimos detalles tácticos, pasando por la línea política general. Cuando esto ocurre, la democracia desaparece. Al mismo tiempo, la más absoluta democracia significa que todos estos problemas se resuelven a través de discusiones que sólo pueden desenvolverse en un permanente estado deliberativo de todo el partido; y esto es decir que desaparece el centralismo. La proporción en que ambos elementos se combinan en cada momento determinado, no puede ser fijada de antemano; no constituye ni una receta ni una fórmula aritmética. Nadie puede decir, por ejemplo: en todo momento el partido debe ser un 50 % centralista y un 50% democrático o algo parecido. Nuestros partidos son una realidad viva, un proceso de construcción permanente; por eso el centralismo democrático es una fórmula algebraica. La combinación específica del elemento centralista y el democrático es diferente en cada momento de su construcción y debe ser precisada en cada momento.

Pero, ¿como hacemos para encontrar siempre esa justa proporción? Actualmente hay en nuestra Internacional una discusión pendiente con los camaradas Frank y Krivine. Ellos opinan que hay que fortalecer en nuestro partido mundial el polo centralista de la fórmula; nosotros, que hay que fortalecer el democrático. Daremos un primer paso en esta discusión. “

Una de las grandes virtudes de esta fórmula es, precisamente, que sea algebraica. Es decir, que deje libradas a las circunstancias de la lucha de clases y del desarrollo del partido su precisión “cuantitativa”, “aritmética”. Para lograr esa precisión debemos tener en cuenta, como uno de los elementos esenciales el prestigio político ganado por la dirección del partido ante la base. Esquemáticamente, podemos decir que, a mayor prestigio mayor centralización.

Decimos esto porque cuanto mayores sean los aciertos políticos de la. dirección, tanto mayor será la confianza de la base en ella; y cuanto mayor sea la confianza, tanto más fuertes, . Serán la disciplina y la centralización. A la inversa, menores aciertos provocan desconfianza, y esta desconfianza atenta, lo queramos o no, contra la disciplina y la centralización. En última instancia, la fórmula del centralismo democrático es una expresión político-moral-organizativa, y no sólo moral-organizativa. No es una fórmula alejada de la lucha de clases y del desarrollo del partido, sino íntimamente ligada a ellos. No se confunde con estos dos factores, porque aún en los peores momentos de una dirección, debemos esforzarnos conscientemente por mantener lo más posible el centralismo, así como en sus mejores momentos debemos vigilar atentamente que siga existiendo la democracia. Pero, aunque no se confunda con los vaivenes de la lucha de clases y del proceso de construcción del partido, la precisión de la fórmula centralista democrática está, insistimos, fuertemente influida por ellos.

Nosotros estamos construyendo la más formidable arma organizativa revolucionaria que ha conocido la historia: un partido mundial bolchevique. Precisamente por eso, la tarea es tan dificultosa y lleva tanto tiempo. En este proceso de construcción del partido se impone, para esta etapa, fortificar el polo democrático y no el centralista, justamente porque nuestras direcciones, tanto nacionales como internacionales, todavía no han ganado un gran prestigio político ante las bases de nuestras secciones por sus éxitos en la dirección del movimiento de masas. Sólo ese prestigio podría fortalecer el polo centralista y disciplinario; mientras tanto, debe primar el aspecto democrático.

Esto no quiere decir que abandonemos todo centralismo y toda disciplina; seguimos siendo centralistas y democráticos, pero dando predominio al factor democrático. La lucha actual entre dos tendencias, constituidas en fracciones, claramente delimitadas, señalan que este análisis nuestro se ajusta a la realidad y a las necesidades de la IV Internacional. Intentar imponer actualmente un fuerte centralismo, existiendo dos fracciones que discrepan en aspectos fundamentales de la política que debemos seguir, implicaría fatalmente la ruptura de la Internacional, cualquiera que fuera la fracción que ganara la dirección en el próximo congreso.

Volvamos al partido leninista-trotskista

El ataque más original de Germain es el que hace cuando dice que la definición de Camejo del partido revolucionario le atribuye a éste las mismas características de los partidos socialdemócratas de la primera preguerra. Recordemos que, para Camejo, el partido revolucionario “trata de promover luchas de masas, dándoles confianza en su propia fuerza al movilizarlas en torno a demandas transitorias, democráticas o inmediatamente relacionadas con su presente nivel de conciencia y promueve cualquier forma de lucha que sea apropiada, usando tácticas que van desde marchas pacíficas hasta la lucha armada (incluyendo la guerra de guerrillas)”[140]. Estas serían pues para Germain las características de un partido socialdemócrata.

Sin embargo, Mandel, el maestro de Germain, asegura que lo que caracterizaba a la socialdemocracia de la preguerra era, por un lado, que hacía “. . . actividades electorales y parlamentarias, y por otro, una lucha por reformas inmediatas de naturaleza económica y sindicalista”.[141] ¿Están de acuerdo los camaradas Mandel y Germain en que las “reformas inmediatas” y las “actividades electorales y parlamentarias” son lo opuesto a las “luchas de masas” y la movilización “alrededor de demandas transicionales, democráticas e inmediatas”? ¿Cuál de estos tipos de actividad realizaba realmente la socialdemocracia? Sería deseable un pronto encuentro entre Mandel y Germain para que se pusieran de acuerdo sobre esta cuestión. Aunque no les será fácil, ya que sus discrepancias no terminan allí: Mandel, en su “Teoría leninista de la organización” afirma que la política actual del stalinismo es similar a la de la socialdemocracia; Germain, como ya vimos, afirma que la definición de Camejo también coincide con lo que fue la socialdemocracia. Por carácter transitivo, si Germain es igual a Mandel, definición de Camejo es igual a stalinismo. Conclusión para Mandel-Germain, los partidos stalinistas contemporáneos. . . “son construidos en torno a un programa revolucionario; trata de promover la lucha de masas, dándole confianza en sus propias fuerzas, al movilizarlas en torno a demandas transitorias, democráticas o inmediatamente relacionadas con su presente nivel de conciencia; el partido promueve cualquier forma de lucha apropiada, usando tácticas que van desde las marchas pacíficas hasta la lucha armada, (incluyendo la guerra de guerrillas); busca dirigir a la clase obrera y sus aliados hacia el poder del estado como su objetivo fundamental, pero no trata de sustituir él mismo a las masas. Cada partido nacional es parte de un único partido internacional del proletariado mundial”.[142]

Si Germain hubiera dicho todo esto claramente, nuestro movimiento habría estallado unánimemente en estruendosas carcajadas, y habría comprendido que la descripción de Camejo es, efectivamente, la de un partido revolucionario, trotskista, opuesta por el vértice a la de los partidos stalinistas y reformistas. Para evitarlo, Germain trató de confundir a los jóvenes camaradas asegurando que la descripción de Camejo coincidía con lo que hacían y decían los socialdemócratas de la preguerra (a quienes los jóvenes camaradas no conocieron directamente como conocen a los stalinistas). Pero la maniobra le salió mal al olvidar (como le está ocurriendo muy frecuentemente) que su maestro Mandel había afirmado que el stalinismo tiene actualmente la misma política que tenía la socialdemocracia. Nosotros no hemos hecho más que unir una afirmación del discípulo a una afirmación del maestro y así hemos dejado al descubierto toda la falsedad de su ataque a Camejo.

Hay un solo programa revolucionario

Camejo dice: “El partido se construye alrededor de un programa revolucionario”. Germain responde: “¿Un programa del partido revolucionario? Después de todo, ¿no fue el programa de Erfurt de la socialdemocracia alemana corregido y aceptado por el propio Engels?”[143]

Concretamente, Germain no cree que el partido revolucionario esté esencialmente caracterizado por el programa revolucionario; no cree que ésta sea la primera característica de un partido revolucionario. Sin embargo, Trotsky dice, categóricamente, lo mismo que Camejo: “No se pueden formular los intereses de clase de otro modo que por medio de un programa, como tampoco se puede defender un programa de otro modo que creando un partido”.[144]

No sabemos si Germain está a favor o en contra de esta afirmación, pero si sabemos que en el desprecio que siente por el programa revolucionario como base de sustentación del partido hay un típico error idealista: creer que el programa es siempre el mismo, por encima de las etapas de la lucha de clases. Por eso hace su analogía con el programa de Erfurt. Pero no la lleva hasta el final.

Lo que ocurre es que el programa no está por encima de las etapas; cambia con ellas y se supera al compás de las, luchas de la clase obrera y de los cambios en la situación objetiva. El programa de Erfurt fue revolucionario para una etapa del capitalismo y de la lucha de clases; comenzó a dejar de serlo después y terminó superado por otro, el que lógicamente imponía la nueva etapa. Baste con decir que ese programa no definía al imperialismo.

Lo mismo ocurrió con los programas mínimos de los partidos socialdemócratas: fueron útiles, “revolucionarios” para la época de la organización política y sindical de la clase obrera. Esta organización se dio durante la primera fase de la época imperialista, que permitió el mejoramiento del nivel de vida de la clase obrera en los países metropolitanos. En ese momento, y alrededor de la tarea de la organización política de clase, los programas socialistas fueron útiles y “revolucionarios” pero sólo en ese momento y en ese sentido.

Los grandes líderes e intelectuales que llevaron a cabo esa tarea progresiva, los Bebel, Kautsky, Jaurés, sufrieron el mismo proceso que los programas socialistas: de progresivos a centristas, y de centristas a oportunistas. Programas y líderes siguieron una pendiente que reflejaba la supervivencia, por peso de inercia y por la existencia de una aristocracia obrera agente del imperialismo, de un programa y unas direcciones que habían dejado de ser progresivas y revolucionarias una vez que se había logrado la organización política independiente de la clase obrera.

Desde su concepción idealista y estática del programa, Germain le contrapone, como algo mucho más importante, “las perspectivas y las luchas revolucionarias”. Esta oposición es incomprensible: no puede haber un programa revolucionario que no sea justamente la síntesis de las tareas que plantean, en una determinada época de la lucha de clases, las perspectivas y las luchas revolucionarias de esa época. Cuando esas luchas y esas perspectivas no son contempladas en un programa, dicho programa ha dejado de ser revolucionario, o nunca lo fue (como el de Bernstein).

En esta época de transición del capitalismo al socialismo y de decadencia del sistema mundial capitalista, existe un solo programa que plantea las tareas generales de la clase obrera y el movimiento de masas, que surgen de las “perspectivas y luchas revolucionarias”: nuestro programa de transición. Diga lo que diga Germain, este programa es la base de todo partido revolucionario contemporáneo: sin él no puede haber partido revolucionario.

¿Qué es para Germain la IV Internacional?

Camejo dice que “cada partido nacional es parte de un único partido internacional del proletariado mundial”. Germain responde: “La necesidad de ser “parte de un partido internacional del proletariado mundial”. ¿No fue la socialdemocracia alemana el sostén principal de la Segunda Internacional?71

¿Qué quiere decir Germain con esto? ¿Que la condición que pone Camejo es falsa porque la socialdemocracia alemana fue el sostén de la II Internacional? Esto lo único que demuestra es que hubo una II Internacional cuyo partido más fuerte, que tuvo papel dirigente, fue el alemán, pero no demuestra que Camejo esté equivocado. ¿O quizás Germain nos está haciendo una analogía, pues concibe a la II Internacional como un “partido internacional del proletariado mundial” del cual eran “parte” los partidos socialdemócratas nacionales?

Esta última es la única explicación racional. Podemos decir que el silogismo es el siguiente: hubo un “partido internacional del proletariado mundial”, que fue la II Internacional; la socialdemocracia alemana formaba parte y era sostén de dicho partido mundial; la socialdemocracia alemana no era revolucionaria sino oportunista: por lo tanto, la exigencia de Camejo de que un partido revolucionario forme parte de un partido internacional del proletariado mundial no es tan importante, pues la socialdemocracia alemana la cumplió y no por ello se transformó en partido revolucionario.

Lamentablemente, este silogismo falla por la base. Hasta ahora, todo el movimiento trotskista pensó, siguiendo a Trotsky, que la II Internacional fue una “suma de partidos nacionales” y nunca un “partido internacional del proletariado mundial” del cual son “parte” las secciones nacionales, como interpreta Germain. Lo concreto, ¡y Camejo vuelve a tener razón! es que actualmente el hecho de formar parte de un “único partido internacional del proletariado mundial” es un requisito indispensable para que cualquier partido nacional sea realmente un partido leninista de combate. Y el único “partido mundial” que existe, el único que puede llamarse así porque no es una federación de partidos nacionales, es nuestra IV Internacional.

Las características esenciales de los partidos leninistas-trotskistas

Toda esta discusión sobre las características y el papel de nuestros partidos nos obliga a ratificar las seis características que da Camejo y que no repetiremos, y a ampliarlas sumándoles otras cuatro, esenciales, de los partidos leninistas-trotskistas, que son las siguientes:

Primera: El partido utiliza un análisis marxista –científico de las relaciones entre todas las clases y su probable dinámica antes de darse una línea para una etapa, con su estrategia y sus tácticas, su propaganda y su agitación, su programa y sus consignas. Este análisis debe sintetizarse en definiciones precisas del carácter de la etapa a que se refiere. El partido rechaza el análisis obrerista que toma en cuenta fundamentalmente las relaciones internas del movimiento de masas para definir las etapas. También rechaza el análisis economicista que pretende extraer las características de la etapa esencialmente de los procesos que se dan dentro de la economía burguesa. Y finalmente, rechaza la falta de análisis que proviene de invertir el proceso, fijando primero la estrategia o definiéndose por lo que piensa o quiere la vanguardia, e imaginando luego un seudo análisis para justificar dicha estrategia.

Para hacer el análisis marxista el partido utiliza la herramienta conceptual más perfeccionada por el marxismo, la ley del desarrollo desigual y combinado.

Segunda: La política del partido se dirige hacia todo el movimiento de masas, con todos sus sectores, aunque reflejando los intereses de la clase obrera y promoviendo a ésta como caudillo de la revolución. Su actividad se centra en el movimiento de masas y no en la vanguardia. Su objetivo es movilizar a las masas y no a la vanguardia. (Camejo señala esta característica, pero no subraya suficientemente que el partido pretende elevar a la clase obrera al papel de caudillo de la revolución).

Esta política del partido tiene una teoría-programa, el de la revolución permanente, que se sintetiza en una frase: el objetivo del partido es movilizar a la clase obrera y a las masas en forma permanente hasta la sociedad socialista. Y tiene un programa y un método, el programa de transición, que también se sintetiza en una frase: el partido debe lanzar aquellas consignas que movilicen a las masas contra los explotadores a partir de sus necesidades y Conciencia inmediatas e ir elevando dichas consignas a medida que la propia movilización eleve la conciencia de las masas y les cree nuevas necesidades, hasta culminar en la consigna y la lucha por la toma del poder.

Tercera: El objetivo del partido hacia dentro del movimiento obrero y de masas es transformar a los elementos de vanguardia en militantes profesionales, como la única forma de convertirlos en revolucionarios trotskistas cabales y totales, ya que el trabajo alienante les impide lograr ese nivel.

Este objetivo hacia la vanguardia responde a otro objetivo mucho más general: el partido debe tener como columna vertebral a militantes profesionales, ya que hacer la revolución debe ser, es, una actividad total, y no un hobby, una actividad benéfica o intelectual.

No hay partido leninista-trotskista con diletantes, amateurs, miembros de las profesiones liberales, sino con militantes profesionales, cuya mayor parte haya surgido del movimiento de masas, principalmente del movimiento obrero.

Cuarta: La construcción de cada partido es parte de la construcción del partido mundial de la revolución socialista. Ambos, partido nacional y partido mundial, se construyen bajo las normas del centralismo democrático. Es obligatoria la más estricta disciplina dentro del partido, en primer lugar porque su aspiración de dirigir a las masas en su lucha contra los explotadores le exige actuar como un solo hombre, sin la menor vacilación; en “ segundo lugar, por la feroz lucha que tiene que desarrollar contra los aparatos burocráticos, que también hace del centralismo una necesidad. Pero esa centralización debe ir unida a las mayores garantías democráticas, porque la elaboración democrática de la línea política es la única garantía de que ésta exprese las necesidades y el nivel de conciencia del movimiento de masas, y porque la discusión democrática de los resultados de su aplicación es la única garantía de que ésta sea ratificada total o parcialmente con la misma objetividad.

La centralización debe también ir unida a las mayores garantías morales y de lealtad militante. También está ligada al prestigio político que haya logrado la dirección que aplica el centralismo, ya que éste no es un juramento o un compromiso meramente moral, sino una consecuencia política. Por eso, a menor prestigio de la dirección mayores garantías democráticas, dentro de esta fórmula que deberá llenarse de contenidos diferentes según sean las etapas de construcción del partido leninista-trotskista nacional o mundial, y de solidificación de sus direcciones

Estas diez características del partido leninista-trotskista se sintetizan en una sola: la relación entre la movilización de las masas y la clase obrera con el partido revolucionario. Movimiento obrero y de masas por un lado, partido por otro, son los dos polos esenciales del movimiento revolucionario. Son los dos polos en los que se dividió la izquierda europea de principios de siglo: Rosa Luxemburgo y Trotsky opinaron que la movilización de las masas era omnipotente; Lenin no llegó a creer que el partido lo era, pero algunos de sus discípulos sí. El mérito de Lenin fue comprender que con un único polo, el de la movilización de la clase obrera Y de las masas, no era suficiente, , mejor dicho, era total y absolutamente insuficiente si no existía el otro polo, el partido.

Cuando el reflujo del movimiento obrero de los países industrialmente desarrollados y el “boom” económico de la postguerra dificultó hasta el límite el trabajo revolucionario sobre el movimiento de masas, surgieron tendencias seguidistas a las organizaciones burocráticas, del movimiento, que plantearon que debíamos abandonar por un largo período la tarea de construir el partido revolucionario. En ese momento luchamos duramente contra ellas, reivindicando la necesidad de seguir en la tarea central de construir el partido leninista-trotskista.

Actualmente, en los primeros pasos del ascenso revolucionario más grande que ha conocido la historia, surgen concepciones pequeñoburguesas, subjetivas, que tienden a plantear que el papel fundamental es el de la vanguardia, la organización armada, el heroísmo de los dispuestos a la lucha. Contra estas concepciones subjetivas de la revolución hay que volver a reafirmar que el factor decisivo es la movilización de las masas, y que estas movilizaciones se dan por profundas necesidades objetivas, independientemente de nuestra voluntad. Pero también reafirmamos que hay una relación dialéctica, dinámica entre el movimiento de masas y el partido revolucionario que condiciona toda nuestra política. Esta relación determina que el factor decisivo, la movilización de las masas, es insuficiente por sí solo, necesita imperiosamente de un partido revolucionario que dirija esas movilizaciones. Por eso, antes como ahora, mantenemos la única estrategia que permanece aun cuando cambien las condiciones de la lucha de clases: la de movilizar a las masas y la de construir el partido bolchevique, leninista-trotskista.

Capítulo VII
Elementos revisionistas en las concepciones de Germain

Mandel y Germain transforman en subjetivas las premisas objetivas de la revolución socialista

Mandel asegura que en la actual etapa el capitalismo y el imperialismo están logrando un importante avance en el desarrollo de las fuerzas productivas. Aunque no ligue explícitamente esta afirmación al resto de su pensamiento económico, ella es evidentemente la necesaria premisa de la cual partieron tanto él como Germain para llegar a la idea central: en la actualidad hay una tendencia al aumento absoluto de la riqueza que consumen las masas en el mundo entero; por eso su lucha ya no se dirige hacia la solución de una situación de miseria insoportable (bajos salarios, desocupación), sino contra quienes conducen las empresas y contra el carácter alienante de ese consumo masivo de las riquezas producidas.

Mandel insiste repetidas veces en que “el fenómeno de la de-Pauperización relativa es, en efecto, el más típico del modo de producción capitalista”.[145] Dicho de otra manera, en relación al aumento de la riqueza de la sociedad, la clase obrera es cada vez más pobre, pero en relación a su nivel de vida del pasado, está cada vez mejor. Su demostración de que esa era la posición de Marx es convincente. Pero Marx formuló su ley cuando el capitalismo estaba en pleno desarrollo y sus crisis se daban cada diez años y durante poco tiempo. Advertimos, entonces, que para Germain la nueva etapa capitalista no modifica aquella ley. Parece, por el contrario, que la refuerza.

En “La teoría leninista de la organización”, Mandel, por su parte, sostiene que “una de las tres características fundamentales” de esa teoría es “la importancia presente de la revolución para los países subdesarrollados en la época imperialista”.[146] Con lo cual nos aclara que está hablando de todos los países del mundo, incluso de los atrasados. Luego plantea que “... en la medida en que el neocapitalismo busca una nueva venia para prolongar su vida, al elevar el nivel de consumo de la clase obrera...”[147]

“En la medida en que encontramos que la barrera decisiva que hoy estorba a la clase obrera el poder adquirir una conciencia política de clase, reside en menor grado sobre la miseria de las masas y en la extrema pobreza de sus alrededores, y en mayor grado en la influencia constante del consumo y la mistifica-don de la pequeña burguesía y de la burguesía...”[148]

Esta ley es elevada a su máxima potencia en los países adelantados: “... el capitalismo no está más definitivamente caracterizado por los bajos salarios, y tampoco por un gran número de obreros desocupados”.[149]

La Gauche, que con tanta honestidad lleva habitualmente hasta sus últimas consecuencias las posiciones teóricas del compañero Germain, sacó las conclusiones obligadas de esta teoría: que “el imperialismo tiene nuevas perspectivas”, una “aparente liberalización” y una “variante democrática” para América La tina.

Esta posición de los germainistas es un ataque solapado a la concepción de Lenin y Trotsky acerca de las premisas objetivas de la revolución socialista en la etapa imperialista. Es decir, es una revisión total de nuestras tesis, que Germain tiene todo el derecho de sostener, pero para lo cual debería aclarar que cuestiona la base de sustentación de la fundación de la III y la IV Internacionales.

“Las fuerzas productivas han cesado de crecer”

Para nuestros maestros, hay una serie de leyes del capitalismo en ascenso, en su etapa librecambista, que cambian con la imperialista, principalmente desde la primera guerra mundial. El primer y fundamental cambio es que para la humanidad, el capitalismo deja de ser progresivo y se transforma en degenerativo, bárbaro, en una traba absoluta para su desarrollo. Esta nueva ley general del régimen capitalista mantiene y acentúa su esencia explotadora y modifica todas sus demás características o leyes subordinadas. Por ejemplo, la ley de la miseria, que de relativa (las masas cada vez consumen más) se transforma en absoluta (cada vez consumen menos).

Para no abundar en citas, daremos tres que demuestran que éste era el criterio tanto de la III como de la IV Internacional: “Los Partidos comunistas deben tener en cuenta no las capacidades de existencia y de competencia de la industria capitalista, no la fuerza de resistencia de las finanzas capitalistas, sino el aumento de la miseria que el proletariado no puede y no debe soportar”.[150]

“Las crisis de coyuntura, en las condiciones de la crisis social de todo el sistema capitalista, infligen a las masas privaciones y sufrimientos siempre mayores”.[151]

“La contradicción fundamental se da entre las fuerzas productivas del capitalismo y el nivel de consumo de las masas”.[152]

Refiriéndose a que podía haber un mejoramiento en la economía norteamericana, Trotsky dice:

“Ello no es en absoluto contradictorio con nuestro análisis general de un capitalismo decadente, enfermo, que produce cada vez mayor miseria”.[153]

Se suman nuevas declaraciones y escritos de Trotsky que se transforman así en una verdadera campaña:

“El capitalismo sólo puede continuar manteniéndose si disminuye el nivel de vida de la clase obrera”.[154]

“El agonizante capitalismo está en quiebra. Y la clase domi-nante sólo tiene un plan para salir de esta bancarrota histórica: ¡aun más miseria para las masas laboriosas! ¡Supresión de todas las reformas, aun las más insignificantes! ¡Supresión del régimen democrático!”[155]

Y la realidad actual no hace más que darle toda la razón: el anuario de la FAO de 1971 nos informa que el 60% de la humanidad no llega a las 2. 200 calorías (es decir, sufre de hambre] crónica, ya que se necesitan 2. 700 como mínimo); y el 13% consume entre 2. 200 y 2. 700, o sea que está en estado prefamélico. Con relación a las proteínas, el elemento más importan-te en la alimentación, según Josué de Castro, el panorama es más desolador aún. Si exceptuamos Estados Unidos, Reino Unido, Oceanía, Argentina, Uruguay, Canadá, Alemania, Suecia, Suiza, Noruega, Dinamarca, Francia, Bélgica, Países Bajos, Austria y Finlandia, todo el resto del mundo capitalista, (es decir, las dos terceras partes en población) está por debajo de los 25 gramos diarios de proteínas por habitante, o sea muy por debajo de los 40 gramos que se necesitan como mínimo para un desarrollo normal de la vida. Este panorama se ensombrece más todavía si tenemos en cuenta que la India, Indonesia y Pakistán están por debajo de los 7 gramos, vale decir seis veces me-nos de lo que se necesita para vivir.

Esta situación calamitosa no tiende a mejorar; las cifras indican lo contrario, y también demuestran que Trotsky y Lenin tenían razón. La FAO informa que el consumo de calorías en las regiones atrasadas del mundo —Asia, África y América Latina (1.800 millones de habitantes exceptuando China)— fue de 2.130 en la preguerra, 1.960 en la postguerra y 2.150 en el año 1960. Con respecto a las proteínas, las cifras son de 10, 8 y 9. En este último caso queda claro que hubo una baja absoluta en relación a la preguerra. En cuanto a las calorías, aunque las cifras parecen indicar lo contrario, la propia FAO reconoce que al aumentar fabulosamente el índice de crecimiento vegetativo se requieren muchas más calorías, ya que los niños necesitan muchas más que los adultos. Este promedio no se ha hecho, pero daría evidentemente como resultado, que cada vez se consumen muchas menos calorías y proteínas que las que la humanidad necesita.

Sólo nos falta agregar que, entre 1960 y 1970, aparentemente la situación ha ido empeorando, según lo indican las estadísticas de producción, muy difíciles de evaluar. Por ejemplo, en la India la producción de alimentos en relación a los habitantes ha bajado un 3°/o, y en Indonesia un 2°/o, entre los quinquenios 1961/5 y 1966/70. Hay cifras parecidas para casi todos los países atrasados del mundo. Pero esta situación no es exclusiva de los países atrasados.

Debemos reconocer que en los adelantados hubo un aumento del nivel de vida de las masas trabajadoras en los últimos quince años que parte del boom económico de la postguerra. Pero al poco tiempo dé que Mandel escribiera las páginas que citamos, la ley de la miseria absoluta empezó a manifestarse también en estos países. Ya el propio Mandel se vio obligado a reconocer, en 1969, que “debe insistirse en que las consecuencias de estas tendencias inflacionarias, combinadas con la guerra de Vietnam, dieron por resultado que, por primera vez en casi tres décadas, se detuviera el crecimiento del ingreso real dispo-nible de la clase obrera norteamericana”. Y La Liga Comunista hizo una pintura del mundo capitalista, diametralmente opuesta a la risueña pintura mandeliana, en la que está incluido Estados Unidos.

“Este mundo donde se masacra a los hambrientos y a los explotados para salvarlos del comunismo. La rica Norteamérica, que tiene sus 50 millones de pobres en los ghettos, en ba-rrios insalubres —este país donde el 1, 6% de la población tiene el 80°/o del capital en acciones, y donde las rentas de la fortuna, es decir las primas a la holgazanería, representan la cuarta parte de la renta nacional— este país moderno, en donde la degradación de las condiciones de vida y de trabajo ha hecho regresar, en 10 años, del 10° al 24° lugar en higiene y salud pública. Este país apacible, donde cada año 2 millones de trabajadores son muertos o heridos por los accidentes de trabajo, debido a la aceleración infernal de las cadencias. Este gran país avanzado, con 6 millones de desocupados, en el que el aumento del número de los sin trabajo supera, algunos meses, los 200. 000, donde el 47°/o de los obreros son bachilleres, donde centenas de millares de diplomados no encuentran en ninguna parte dónde emplear sus capacidades”.[156]

Por más que Mandel diga que el capitalismo se caracteriza esencialmente por “la influencia constante del consumo” en relación a las masas del mundo entero, hay que reconocer que las cifras dicen exactamente lo contrario. En el mundo capitalista hay cada vez más hambre y desocupación.

Como para Mandel todos estos datos no tienen mayor valor, él mantiene su teoría de la pauperización relativa como base para minimizar la lucha contra la miseria y la desocupación. Así deja en el aire, sin apoyo concreto, la tarea fundamental de luchar contra la dirección capitalista de las empresas y por el control obrero. Porque justamente esa lucha tiene su razón de ser en la miseria y la desocupación que provoca la conducción capitalista de las empresas. Ni nosotros, ni mucho menos clase obrera, cuestionamos la dirección de las empresas “en sí”, sino por sus ataques al nivel de vida y ocupación de los trabaja-dores. Por otro lado, los clásicos del marxismo sostenían que, al tiempo que anarquizaban en forma total el conjunto de la producción, los capitalistas eran el sumum de la eficiencia dentro de cada una de sus fábricas. Quizás esta situación ha variado, como lo sostiene Guerin, pero igualmente dudamos de que el grueso de los trabajadores se preocupen por la mayor o menor eficiencia del capitalismo en la dirección de las empresas. Esto puede preocupar, a lo sumo, a los sectores técnicos asalariados y a parte de los operarios altamente especializados. Pero veamos lo que dice Mandel:

“El capitalismo no está más definitivamente caracterizado por los bajos salarios y tampoco por un gran número de obreros desocupados. Está caracterizado por el hecho de que este capital, estos capitalistas, dirigen hombres y máquinas”.[157]

Por eso, mientras que “el capitalismo clásico educaba al obrero para que luchara por mayores salarios y menos horas de trabajo en su fábrica”, “el neocapitalismo lo educa para desafiar la división del ingreso nacional y la orientación de la inversión al nivel superior de la economía en su conjunto”.[158]

Y: “Las cuestiones de salarios y menos horas de trabajo son importantes; pero lo que es mucho más importante que los problemas de la distribución del ingreso es decidir quién debe comandar las máquinas y quién debe determinar la inversión, quién debe decidir qué producir y cómo producirlo”.[159]

Traducido al lenguaje de nuestra militancia de todos los días, esto quiere decir que la lucha contra la miseria creciente y la desocupación —que, por otro lado, según Mandel no existen— es de secundaria importancia. “Mucho más importante” es cuestionar a la dirección capitalista en sí, como dirección (y además, como dice en otra parte, cuestionar el carácter alienante del consumo).

En la primera preguerra hubo un ascenso nunca visto del nivel de vida de las masas trabajadoras. Pero a ningún marxista de la época (y entre ellos estaban Lenin y Trotsky) se le ocurrió pensar que ese fenómeno cambiaba todas las leyes de la lucha de clases. Ellos siguieron pensando que las masas se iban a movilizar a partir de las necesidades inmediatas que les creaba el sistema capitalista. Y las masas respondieron a esas expectativas o, al menos, no se movilizaron cuestionando si la dirección de las empresas era o no eficiente, o si el mayor consumo que les permitía su alto nivel de vida tenía características alienantes. Claro que todo esto pudo haber ocurrido porque ni las masas ni los marxistas tuvieron un Germain que les señalara el camino correcto.

Hablando en serio, no debemos buscar lejos en nuestro arsenal teórico para encontrar la réplica a esta orientación mandeliana. Veamos el Programa de Transición. ¿Es casual que la primer consigna que plantea sea la escala móvil de salarios y escala móvil de horas de trabajo? De ninguna manera; en la fundamentación de esta consigna, nuestro programa dice:

“En las condiciones del capitalismo en descomposición, las masas continúan viviendo la triste vida de los oprimidos, y ahora más que nunca, amenazadas por el peligro de ser arrojadas a un abismo de miseria. Están obligadas a defender su pedazo de pan, ya que no pueden aumentarlo ni mejorarlo. No es necesario ni posible enumerar las diversas reivindicaciones parciales que surgen a cada momento de circunstancias concretas, nacionales, locales y sindicales. Pero dos calamidades económicos fundamentales... a saber: la desocupación y la carestía de la vida, exigen consignas y métodos de lucha generalizados”.[160]

Pero salgamos nuevamente del terreno de las citas y echemos una ojeada a los hechos. ¿Las masas trabajadoras del mundo se han movilizado cuestionando la conducción capitalista de las empresas y el carácter alienante del consumo? Nuestra experiencia argentina y latinoamericana nos indica que no. Más aun, nos muestra que incluso las grandes movilizaciones y semi-insurrecciones urbanas que se transforman en luchas políticas abiertas, por tareas democráticas, o nacieron como tales (ocupaciones en Uruguay después del golpe de estado, movilizaciones en Chile para enfrentar a la derecha), o bien se desarrollaron a partir de cuestiones que nada tenían que ver con los planteos mandelistas y mucho con nuestro Programa de Transición. Así ocurrió en el Cordobazo, que se originó por el sábado inglés; en la rebelión de Mendoza, detonada por los aumentos de la luz; en las grandes huelgas docentes por salarios, que conmovieron a Colombia y a Perú; en la huelga, también por salarios, de los obreros petroleros venezolanos; y en innumerables luchas a lo largo de todo el continente.

En los países adelantados, no le va mejor a esta tesis del compañero Mandel. Parece que ha habido alguna que otra lucha cuestionando a la dirección de las empresas. No estamos seguros por falta de información, de que no tuvieran como objetivo disminuir los ritmos de explotación, o enfrentar sanciones disciplinarias.

Pero veamos las movilizaciones obreras más importantes de este año 1973. En Bélgica los portuarios pelearon por el convenio, los obreros de Cockerill por aumentos, los de la Fábrica Nacional por aumentos, los de AKZO por la defensa de la fuente de trabajo, (incluyendo las plantas de Alemania y Holanda), los de General Motors por aumentos, aguinaldo y reducción de la jornada de trabajo. En Francia lucharon los trabajadores de LIP en defensa de la fuente de trabajo, de Peugeot por aumentos y aguinaldo, de Seguridad Social por aumentos, de Renault por las categorías, de Citroen por categorías. En Inglaterra los camioneros se movilizaron contra la desocupación. En Italia, los trabajadores de Alfa-Romeo pelearon por el convenio, etcétera.

¿Hace falta agregar más? Diga lo que diga Mandel, las masas trabajadoras se movilizan por los problemas objetivos que les crea el régimen capitalista: bajos salarios y desocupación, miseria creciente. Si aún no lo cree nos permitimos sugerirle que vaya a la puerta de una fábrica a plantear a los trabajadores que están equivocados, porque esa miseria y esa desocupación no existen en este mundo “neoimperialista”. Que les diga a los obreros que hay que luchar contra la conducción, pero no porque le paga bajos salarios, sino porque es la culpable de la alienación del consumo.

Los únicos que lo seguirán, si trabajan como obreros en esa fábrica, son Erich Fromm y Marcuse, pero dudamos mucho de que el resto de los trabajadores lo escuchen.

¿Cómo llega Mandel a la formulación de estas dos tesis, que en el fondo no son más que una; a saber, que bajo el imperialismo crece en forma absoluta la riqueza de las masas y, por lo tan-to, no debe ser la miseria creciente el punto de partida de nuestra política hacia ellas? Lo que le ocurre a Mandel es que no ha sabido comprender el desarrollo desigual y combinado de la ley de la miseria absoluta bajo el imperialismo. Principalmente se ha confundido con la observación de la particular manifestación de esta ley en los países imperialistas durante esta postguerra.

Un sistema económico para la contrarrevolución mundial

Nosotros creemos que la economía europea y norteamericana han podido tener este esplendor durante veinticinco años por la combinación de tres razones fundamentales. La primera es la impresionante destrucción de las fuerzas productivas (máquinas y hombres) que significó la Segunda Guerra Mundial; la segunda es la traición del stalinismo, que permitió la subsistencia y recuperación del capitalismo en Europa Occidental; la tercera es la explotación de los pueblos coloniales.

Durante estos veinticinco años el imperialismo en descomposición ha montado una economía capitalista de estado para la contrarrevolución mundial. No existe otra definición económica marxista seria para la etapa que hemos vivido desde la postguerra. Esta economía contrarrevolucionaria, basada en la producción de armamentos para aplastar la revolución, combinada con los tres factores que señalamos antes, permitió el desarrollo de las tendencias que ha subrayado Mandel-Germain: desarrollo tecnológico como parte de la tercera revolución industrial, empobrecimiento relativo de los trabajadores occidentales (mayor consumo).

Pero estas dos tendencias chocaban con todas las otras que surgen de la esencia misma de la etapa imperialista, que son las señaladas por Trotsky y Lenin. Sin embargo, subsistieron du-rante veinticinco años por los tres factores que ya vimos, y por la enorme riqueza (intelectual y material) acumulada por el mundo capitalista durante varios siglos de dominio.

Actualmente esta lucha entre las tendencias opuestas, que se sintetizan en el consumo mayor de las masas occidentales y en el menor de las colonias, está llegando a su fin, como consecuencia de la economía contrarrevolucionaria y el agotamiento de las reservas y la capacidad de maniobra económica del imperialismo. Comienza la etapa de empobrecimiento absoluto, de las masas occidentales. Los síntomas de este empobrecimiento absoluto ya existían desde hace muchos años (salubridad, vivienda, salud, accidentes, etc.), pero ahora cristalizan cambiando la etapa de la lucha de clases en los países imperialistas.

El compañero Mandel no comprendió estas condiciones particulares que describimos, y que provocaron que la ley de la miseria creciente se manifestara en los países atrasados en forma absoluta y en los adelantados en forma relativa. Tampoco pudo entonces comprender que, tomado como fenómeno de conjunto, la ley seguía siendo la que señalaron Lenin y Trotsky. Mandel razonó en forma opuesta: de la refracción particular y temporaria de la ley en Europa y Estados Unidos, sacó una nueva ley general para todo el mundo y para siempre; para todo el futuro del capitalismo. Una ley que embellecía al capitalismo imperialista, hasta le cambiaba el nombre; por el de neocapitalismo o neoimperialismo, y según la cual el consumo de las masas aumentaba, haciendo de su miseria algo relativo.

Al formular su nueva ley revisionista, el compañero Mandel nos dejaba sin explicación objetiva para las revoluciones triunfantes que se dieron en los países coloniales y semi-coloniales en esta postguerra. Porque, como muy bien señala la compañera Chen Pi-Lan, en su trabajo The real lesson of China on Guerrilla Warfare, la explicación última de la revolución china tiene que ver con la situación objetiva de los imperialismos. Es justamente la ley de la miseria creciente absoluta la que explica la derrota de Chiang y el triunfo de Mao, a pesar de la podrida política stalinista, menchevique, de este último. Sin esa ley, tampoco se entiende el vaticinio de Trotsky sobre la posibilidad de gobiernos obreros y campesinos provocados por una crisis sin salida de algunos regímenes burgueses.

Pero las consecuencias de este revisionismo descarado del trotskismo no se reducen a los países atrasados. Con esta ley de la miseria relativa, el compañero Mandel nos desarma para entender lo que está pasando hoy, en forma incipiente, en Europa y Estados Unidos. Y lo que es mucho más grave, nos desarma para darnos una correcta línea de trabajo sobre las masas en el futuro, cuando estallen más y más movilizaciones masivas por los problemas objetivos que le crea el sistema capitalista imperialista a la clase trabajadora.

Si en esta nueva etapa que ya se ha iniciado no sabemos ver la realidad y seguimos charlando sobre cuestiones subjetivas tales como la conducción de las empresas y la alienación del consumo, estaremos cavando la fosa de la IV Internacional.

La tercera revolución industrial y sus límites

Al comenzar este capítulo dijimos que era necesaria una premisa a partir de la cual desarrollar todo este revisionismo de las concepciones trotskistas: la de que estamos viviendo una etapa de desarrollo de las fuerzas productivas bajo el imperialismo. Y Mandel es, efectivamente, un defensor incansable de dicha premisa, aunque no la toma como tal, dado que no la liga a sus inevitables consecuencias económicas y políticas que también plantea y defiende.

También en este terreno, la concepción mandelista es una revisión del trotskismo y el leninismo. Para no abundar en citas, recordaremos solamente estas frases de nuestro Programa de Transición:

“Las fuerzas productivas de la humanidad han cesado de crecer. Los nuevos inventos y progresos técnicos no conducen a un acrecentamiento de la riqueza material”.

Esto no significa desconocer que existe una tercera revolución industrial. Mandel tiene el mérito intelectual de haber sido uno de los mejores expositores de la existencia e influencia de la tercera revolución industrial. Pero ha parcializado este hecho para cambiar las leyes básicas de la actual etapa, sin comprender sus contradicciones; no ha captado lo que en verdad ha significado y significa el desarrollo de las fuerzas productivas.

Las fuerzas productivas, tomadas en su conjunto, están formadas por tres elementos: los medios de trabajo (cuya fuente esencial es la naturaleza), las herramientas y la técnica, y el hombre. Para Marx, el factor más importante es el hombre; por eso lo calificó de principal fuerza productiva. Podríamos decir que la naturaleza y el hombre son dos polos esenciales del desarrollo de las fuerzas productivas, y la técnica y las herramientas el medio relacionante entre ambos.

El capitalismo, en su época de ascenso, provocó un colosal progreso de las fuerzas productivas, justamente porque significó un enriquecimiento total de ellas: mayor dominio de la naturaleza, enorme desarrollo de las máquinas y las técnicas, mayor consumo y enriquecimiento general del hombre y de la sociedad. El imperialismo ha provocado una contradicción aguda dentro del sistema de las fuerzas productivas: destrucción sistemática de la naturaleza y del hombre, en contraposición a. la tercera revolución industrial. El problema ecológico (que tanto preocupa a los científicos que ven la destrucción de la naturaleza), por un lado, el hambre crónica y las guerras por otro, llevan a una destrucción sistemática, tanto de la naturaleza como del hombre.

Esto que Mandel no toma en cuenta es el origen teórico de todo su revisionismo. Pero la razón metodológica es la misma que descubrimos en el capítulo anterior como explicación de sus vaticinios sistemáticamente equivocados. Al darle tanto énfasis al aumento del consumo de las masas occidentales y a la tercera revolución industrial, sin señalar sus aspectos más negativos ni su dinámica, no hace más que trasladar a nuestro movimiento la concepción y la terminología de los teóricos del capitalismo en la actual etapa, los teóricos de la sociedad de consumo. Ellos son los que hablan, al igual que Mandel, de neocapitalismo y de neoimperialismo.

Es verdad que Mandel combate esas tendencias teóricas en nombre de la revolución socialista y de nuestro movimiento, pero lo hace aceptando sus premisas teóricas, que trata de volver en su contra. Los teóricos del capitalismo dicen: “Las fuerzas productivas siguen su marcha, las masas consumen más que antes, por lo tanto no habrá revolución”. Mandel dice: “Las fuerzas productivas siguen su marcha, las masas consumen más que antes; hagamos la revolución centrando nuestra acción en los problemas subjetivos que crea el capitalismo”. Nosotros decimos: “Las fuerzas productivas no se desarrollan más, las masas están o se dirigen hacia una miseria total y absoluta, ¡ahí están las bases objetivas para hacer la revolución!”.

Una interpretación fenomenológica del Programa de Transición

En la “Fenomenología del Espíritu”, su primer libro importante, el viejo Hegel construía el mundo a través del desarrollo de la conciencia. No era el desarrollo del mundo el que originaba las distintas etapas de la conciencia, sino al revés: éstas originaban al mundo. El compañero Germain nos hace una interpretación parecida de nuestro programa de transición. Para él, nuestras consignas no surgen de las más profundas necesidades de las masas, no se clasifican de acuerdo al tipo de necesidades del movimiento de masas que solucionan, ni se utilizan de acuerdo a la movilización objetiva que provocan. Según Germain, las consignas se definen y se utilizan con base en si elevan o no el nivel de conciencia de las masas.

“En otras palabras: la función del programa de transición no está limitada a enarbolar demandas ‘relacionadas al presente nivel de conciencia’ de las masas, sino que tiende a cambiar ese nivel de conciencia en función de las necesidades objetivas de la lucha de clases. Esa es la diferencia clave entre las demandas de transición por un lado, y las demandas democráticas e inmediatas por el otro (las que, naturalmente, no deben ser descuidadas u olvidadas por un partido revolucionario)”.[161]

Siguiendo con el tema, Germain dice:

“Lo que es transicional respecto a las demandas de transición es precisamente el movimiento de un nivel dado de conciencia hacia otro más elevado, y no una simple adaptación al nivel dado”.[162]

Resumiendo, según el compañero Germain, lo que caracteriza a las consignas de transición es que elevan el nivel de conciencia de las masas. Y esa característica es la que las diferencia de las consignas democráticas y mínimas (él dice “inmediatas”).

¿Cómo llega Germain a esta interpretación? Recordemos que, como vimos antes, según Germain el imperialismo no trae cada vez más miseria, peores salarios y más desocupación a las masas trabajadoras, e incluso tiende a “liberalizarse”. Por lo tanto, no le crea a las masas causas objetivas —o, más simplemente, necesidades materiales o de tipo democrático— por las cuales movilizarse. Para un marxista, esta situación (si fuera verdadera) significaría el fin de las posibilidades de movilización revolucionaria de las masas. Pero, como Germain quiere seguir siendo un revolucionario, aun a costa de dejar de ser marxista, tiene que buscar otro tipo de motivos para hacer la revolución. Y así descubre las causas subjetivas, o sea algo así como los conflictos psicológicos que producirían en el trabajador la ineficiencia de la conducción capitalista de las empresas y el carácter alienante del consumo. Evidentemente, estas cuestiones son problemas “de conciencia”.

Esta concepción de Germain lo lleva a su peculiar interpretación del programa de transición. Porque lo que Germain necesita es, justamente, un programa que gire alrededor de las diferentes “conciencias”. Pero, desgraciadamente, se encuentra con que el programa trotskista tiene que ver con las necesidades de las masas, parte de esas necesidades y del nivel presente del movimiento de masas, con el objetivo de lograr, desde allí, su movilización revolucionaria.

Como Germain también quiere seguir siendo trotskista, no tiene más remedio que hacer el más absoluto revisionismo de nuestro programa. Y así hace su interpretación fenomenológica de él: hace nacer, clasifica y propone que se utilicen, las consignas según el “nivel de conciencia”, y no según las necesidades objetivas del movimiento de masas, ni la movilización objetiva que provocan.

Esta interpretación germainista de las consignas y del programa, nos empantana en contradicciones insolubles. (Este no es casual, porque el revisionismo se caracteriza por deformar una teoría, sin animarse a romper con ella y, al quedar a mitad de camino, se debate en una multitud de contradicciones e incoherencias). Veamos algunos ejemplos:

Germain nos dice que las consignas de transición son las que elevan el nivel de conciencia, pero una de las consignas fundamentales que llevó a los bolcheviques al poder fue la consigna democrática de nacionalización y reparto de las tierras. Si esta consigna era democrática, ¿no “cambió el nivel de conciencia”? Si cambió el nivel de conciencia, ¿no era democrática?

Sigamos. Trotsky planteaba la necesidad de bregar por la formación de un partido laborista en Norteamérica. Evidentemente, si se lograba que los obreros yanquis rompieran con un partido burgués como el demócrata, esto significaba un cambio en su “nivel de conciencia”. Según Germain, “partido laborista” sería una consigna de transición, pero Trotsky se encargó de aclarar que era una consigna democrática, no transicional.

Una primera clasificación de las consignas

Para salir de esta confusión, tenemos que aclarar qué criterio seguimos para definir las consignas que se combinan con nuestro programa de transición.

En contra de Germain, que define las consignas con base en el “nivel de conciencia”, el trotskismo las define por el papel que han cumplido y cumplen en el desarrollo del movimiento de masas. La movilización de las masas siempre ha tenido un objetivo concreto: solucionar alguna necesidad provocada por la sociedad. Esa movilización permanente de las masas, enfrentándose en cada época con nuevas necesidades surgidas de la sociedad de clases, es la que da nacimiento a más y más consignas, que van alternándose en la primera línea de la movilización, y combinándose entre ellas.

Esto no es nada complicado. Una consigna es una frase escrita o dicha, que expresa la necesidad por la cual se movilizan las masas en un determinado momento. Los trabajadores sufren hambre: la consigna es ¡aumento de salarios!; sólo una minoría calificada puede actuar en política: la consigna es ¡voto universal!; Kerensky es incapaz de solucionar los problemas de la paz, el pan y la tierra: la consigna es ¡todo el poder a los soviets!

Cada época histórica le planteó al movimiento de masas necesidades nuevas que fueron encaradas con nuevas consignas: vale decir, luchando por nuevas soluciones a los nuevos problemas. Por eso, en contra de la definición fenomenológica, por “niveles de conciencia”, que hace Germain, el trotskismo clasifica las consignas según las necesidades del movimiento de masas a las cuales respondían. Nuestra clasificación de las consignas es, por lo tanto, objetiva e histórica.

Las consignas democráticas son aquéllas que el pueblo logró durante la época de las revoluciones democrático burguesas: elecciones, voto universal, formación y derecho al idioma nacional, escuela para todos, libertad de prensa, reunión y asociación, formación de los partidos políticos y, fundamentalmente, independencia nacional y revolución agraria.

A esta época histórica le siguió el comienzo de la época imperialista, donde la clase obrera comenzó, a partir de 1890, a organizar los sindicatos y los partidos obreros, y conquistó las ocho horas, la legalidad de sus organizaciones, la limitación del trabajo nocturno y otras demandas parciales. Estas son, justamente, las demandas mínimas o parciales. Así las define Trots-ky, cuando dice:

“... la lucha por las reivindicaciones inmediatas tiene como tarea mejorar la situación de los obreros”.[163]

Luego vino la época que actualmente vivimos, la de la revolución socialista, la de transición del capitalismo al socialismo. Durante esta etapa transicional, la clase obrera en el poder impondrá un conjunto de medidas para garantizar el nivel de vida y de trabajo de la clase obrera y los sectores explotados: escala móvil de salarios y horas de trabajo, control obrero de la producción, nacionalización total de la industria, el comercio exterior y los bancos, planificación de la economía, etcétera. Son demandas superiores al capitalismo, son ya demandas socialistas. Así lo plantea Trotsky:

“Pienso que, al comienzo, esta consigna (escala móvil de salarios y horas de trabajo) será asumida. ¿Qué es esta consigna? En realidad, es el sistema de trabajo en la sociedad socialista El número total de obreros dividido por el número total de horas de trabajo. Pero si presentamos todo el sistema socialista aparecerá como utópico al americano medio, como algo que viene de Europa. Nosotros lo presentamos como una solución a la crisis que debe asegurar su derecho a comer, a beber y a vivir en pisos decentes. Es el programa del socialismo, pero en forma muy popular y sencilla”.[164]

Resumiendo, podemos decir que nuestro programa abarca, tradicionalmente, tres tipos de consignas: las democráticas (arrancadas por y para todo el pueblo en la época de ascenso del capitalismo), las mínimas o parciales (arrancadas por y para la clase obrera en los comienzos de la época imperialista) y las transicionales (que responden a las nuevas necesidades del movimiento de masas en esta etapa de decadencia imperialista y transición al socialismo).

En 1958, nuestro partido formuló en Leed’s, la tesis de que hay un cuarto lote de consignas, que son también parte esencial del programa de transición: las consignas internas a las organizaciones obreras. Estas consignas también tienen un origen histórico objetivo: son una consecuencia distorsionada de la decadencia imperialista, que se manifestó dentro del movimiento obrero organizado y dentro del primer estado obrero como degeneración burocrática, y le creó a la clase obrera la necesidad de luchar contra esa degeneración.

La lucha de las masas contra la casta burocrática es una lu-cha interior al movimiento obrero y de masas; no tiene que ver con la estructura del régimen capitalista e imperialista, sino con la estructura organizativa del movimiento obrero. Las consignas para esta lucha pueden ser englobadas en forma sumaria bajo el término genérico de revolución política, ya que la expresión más notable de ese lote de consignas son las de la revolución política en la URSS. ¡Fuera la burocracia de las organizaciones del movimiento de masas y de los soviets!, ¡Abajo la camarilla bonapartista!, ¡Viva la democracia soviética! Son algunas de las consignas de la revolución política. Y no se expresan solamente en la URSS y los estados obreros deformados, sino también en los estados capitalistas, como una refracción particular de esa degeneración en los organismos del movimiento obrero del mundo capitalista y de la necesidad de combatirla a través de consignas generales y específicas.

El problema de lo inmediato y lo mediato

Con esta clasificación de las consignas en democráticas, mínimas o parciales, transicionales y de la revolución política, hemos desenmarañado la confusión creada por el compañero Germain con su clasificación fenomenológica según “niveles de conciencia”. Ahora debemos sumergirnos en otra maraña: la de las consignas inmediatas y mediatas.

Germain y otros compañeros ponen un signo igual entre consignas mínimas o parciales y consignas inmediatas. Pero ¿qué quiere decir “inmediato”? Inmediato quiere decir actual, presente: su opuesto es lo mediato, lo que no está planteado en el presente, sino en un futuro indeterminado. Vale decir que consignas inmediatas serían aquellas que el partido puede levantar ya mismo para la movilización de las masas, y mediatas serían las que sólo se podrán levantar en otra etapa histórica futura, más avanzada, del movimiento de masas.

Asimilar las consignas mínimas a las inmediatas es una mala interpretación de algunas citas de Trotsky sacadas fuera de contexto. Por ejemplo cuando Trotsky dice “la lucha por las demandas inmediatas tiene como tarea aliviar la situación de los trabajadores”, se está refiriendo, para criticarlo, al programa inmediato del stalinismo francés en ese momento. Por eso, no hay contradicción con lo que planteó unos renglones más arriba:

“... la más inmediata de todas las reivindicaciones debe ser reivindicar la expropiación de los capitalistas y la nacionalización (socialización) de los medios de producción”.[165]

Trotsky sólo habla de consignas inmediatas en el mismo sentido que mínimas cuando se está refiriendo a los programas de la burocracia stalinista o del socialismo. Normalmente, utiliza la clasificación que antes expusimos:

“En la medida en que las viejas reivindicaciones parciales, ‘mínimas’, de las masas entran en conflicto con la tendencias destructivas y degradantes del capitalismo decadente —y eso ocurre a cada paso—, la IV Internacional auspicia un sistema de reivindicaciones transitorias, cuya esencia es la de dirigirse cada vez más abierta y resueltamente contra las bases mismas del régimen burgués”.[166]

Leyendo atentamente (y con buena fe) a Trotsky no quedan dudas al respecto. Sin embargo, el compañero Germain insiste en que, “por un lado están las consignas transicionales” y por otro lado están “las democráticas e inmediatas”. Y en el compañero Germain esta no es una simple confusión en la lectura de Trotsky, es un resultado de su interpretación fenomenológica del programa de transición. Como para él las consignas se dividen entre las que elevan el nivel de, conciencia y las que no lo elevan, todas las consignas del pasado (las democráticas y las mínimas o parciales) no elevan el nivel de conciencia, porque ya se incorporaron a la conciencia de las masas cuando lucharon por ellas en el pasado. Según Germain, hablarle a un obrero de la jornada de ocho horas, de los sindicatos, de las libertades democráticas, no eleva su nivel de conciencia, porque eso ya lo sabe todo el mundo.

En cambio, las consignas transicionales, que hablan de un futuro socialista que la clase obrera aún no está viviendo, que no conoce, sí elevan el nivel de conciencia. Por lo tanto, para la concepción intelectual y profesoral que Germain tiene de la lucha de clases, las consignas mínimas son inmediatas, porque no hay necesidad de explicarlas, porque ya son conocidas. Y las que todavía no son conocidas, las del socialismo, las que hay que explicar a los trabajadores para que las tomen y luchen por ellas, no son inmediatas, son transicionales.

Según Germain, si no tenemos que perder tiempo explicando (elevando él “nivel de conciencia”), la consigna es inmediata. Si tenemos que explicarla (elevar el “nivel de conciencia”), es transicional. Una vez más, las necesidades concretas del movimiento de masas no tienen nada que ver con estas definiciones.

Si el compañero Germain hubiera actuado como un marxista (y no como un fenomenólogo), en vez de crear tanta confusión habría ido a buscar el origen de esta clasificación de consignas en la historia del movimiento de masas. Y allí habría encontrado que el propio desarrollo del movimiento de masas es el que ha liquidado esa división.

Durante la época de la socialdemocracia, las consignas directamente socialistas no estaban planteadas por la realidad objetiva, porque el capitalismo no había entrado en decadencia y descomposición. Por eso había dos programas, el mínimo, el parcial, y el máximo, el socialista. El primero era el programa de las luchas presentes, actuales, “inmediatas”; el segundo era el programa para un futuro distante. En ese sentido (y así lo emplea Trotsky), durante esa época se podía hablar de consignas inmediatas, que el partido se planteaba lograr —y que consistían básicamente en demandas democráticas y mínimas— y de consignas para el futuro, mediatas, que no estaban planteadas en el presente —las consignas del socialismo—.

Pero justamente el programa de transición nace por que las consignas socialistas, fundamentalmente la toma revolucionaria del poder por el proletariado, pasan a ser las consignas más urgentes e inmediatas cuando el capitalismo entra en descomposición, en su etapa imperialista. Esto provoca que se torne inmediato el viejo programa máximo, sin que pierdan actualidad las viejas consignas democráticas y mínimas. Se produce entonces una combinación de consignas de distintas épocas históricas de la humanidad que responden, todas ellas, a las actuales necesidades objetivas y subjetivas de la movilización de las masas.

Esto, que es la esencia misma de la revolución permanente y del programa de transición, lo dijo Trotsky en múltiples oportunidades:

“Entre el programa mínimo y el programa máximo se establece una continuidad revolucionaria. No se trata de un solo ‘golpe’, ni de un día o de un mes, sino de toda una época histórica”.[167]

Veamos otra cita:

“La fórmula política marxista, en realidad, debe ser la siguiente: Explicando todos los días a las masas que el capitalismo burgués en putrefacción no deja lugar, no sólo para el mejoramiento de su situación, sino incluso para el mantenimiento del nivel de miseria habitual; planteando abiertamente ante las masas la tarea de la revolución socialista como la tarea inmediata de nuestros días; movilizando a los obreros para la toma del poder; defendiendo a las organizaciones obreras por medio de las milicias; los comunistas (o socialistas) no pierden, al mismo tiempo, ni una sola ocasión de arrancar al enemigo, en el camino, tal o cual concesión parcial o, por lo menos, impedirle re-bajar aún más el nivel de vida de los obreros”.[168]

Y, para terminar con las citas, veamos ésta, donde Trotsky, refiriéndose a la revolución en los países atrasados, dice:

“El mismo acto de entrar al gobierno, no como huéspedes impotentes sino como fuerza dirigente, permitirá a los representantes del proletariado quebrar los límites entre el programa mínimo y el máximo, es decir, poner el colectivismo a la orden del día”.[169]

Queda claro, entonces, que todas estas consignas son, en nuestros días actuales, “inmediatas”. Justamente lo que tienen en común todas las consignas de nuestro programa de transición (las democráticas, las mínimas o parciales, las transicionales y las de la revolución política) es su carácter de inmediatas.

Como vemos, el hecho de que los cuatro tipos de consignas estén planteados en forma inmediata, no está determinado por fenómenos “de conciencia”, sino por la situación objetiva de la sociedad y por el desarrollo del movimiento de masas. Esto quiere decir que el imperialismo en descomposición trae más miseria a las masas trabajadoras y crea la necesidad de luchar contra esa miseria, poniendo al orden del día (haciendo “inmediatas”) las consignas mínimas y parciales. Que el imperialismo hace retroceder las conquistas democráticas que se obtuvieron en épocas anteriores, que recurre también a dictaduras fascistas o bonapartistas, y pone al orden del día (hace “inmediatas”) a las consignas democráticas. Que el imperialismo es el capitalismo en decadencia y es totalmente impotente para seguir haciendo avanzar a la humanidad, y pone al orden del día (hace “inmediatas”) a las consignas socialistas (transicionales), fundamentalmente la toma del poder por la clase obrera. Que la decadencia imperialista provoca el fenómeno de la degeneración burocrática de los organismos del movimiento de masas y de los estados obreros, y pone al orden del día (hace “inmediatas”) las consignas de la revolución política.

El programa de transición es justamente el programa que combina todas esas consignas para la movilización inmediata de las masas, porque es una necesidad del movimiento de masas luchar por todas esas consignas al mismo tiempo, combinándolas según la situación concreta y dirigiéndolas, todas ellas, hacia la toma del poder por la clase obrera.

Buscar las consignas que movilizan

Pero el hecho de que los cuatro tipos de consignas se combinen en nuestros programas y que estén todas planteadas en forma inmediata, no significa que cualquier combinación de consignas sea correcta. Para descubrir la combinación adecuada a cada situación concreta de la lucha de clases, hay que tener en cuenta dos factores: el país de que se trata (su situación económica y política) y la movilización concreta sobre la que vamos a actuar. En los países atrasados gravitan más las consignas democráticas y mínimas, y en los adelantados tienen más peso las transicionales (con la excepción de aquellos donde se dan formas bonapartistas o fascistas de gobierno, en cuyo caso las mínimas y democráticas pasan también a un primer plano). Ahora vamos a ver qué tiene que ver nuestro programa y nuestras consignas con las movilizaciones concretas sobre las que debemos actuar todos los días.

Según el fenomenólogo Germain, hay que darle fundamental importancia a las consignas transicionales, porque son las que “elevan el nivel de conciencia”. Según el trotskismo, hay que utilizar la consigna o la combinación de consignas adecuadas a la movilización concreta de que se trate, para desarrollarla hacia la toma del poder por la clase obrera. Porque sólo puestas en el contexto de la lucha de clases, las consignas se llenan de vida, y entonces cada consigna puede tener consecuencias dispares a las que le corresponderían por su ubicación histórica. En el desarrollo vivo de la movilización de las masas, consignas mínimas pueden tener consecuencias transicionales, y consignas transicionales pueden tener consecuencias mínimas. Es decir, de su carácter histórico, de su definición (vale decir de la necesidad del movimiento de masas que expresaban en el momento en que nacieron), no les brotan a las consignas propiedades superiores a la lucha de clases.

La movilización permanente de la clase obrera y las masas trabajadoras es la única que le da significado a las consignas y existen múltiples ejemplos de esa contradicción entre el carácter histórico de las consignas y sus consecuencias cuando se las aplica a una movilización concreta. Veamos algunos:

La consigna de paz (o la de pan) en la revolución rusa, tuvo consecuencias transicionales, vale decir, sirvió para movilizar a las masas hacia la toma del poder y la revolución socialista, porque el imperialismo en crisis no podía otorgar esas concesiones. Pero estas consignas, “en sí”, eran mínimas.

Lo mismo ocurre con la consigna predilecta de Germain, el “control obrero”. Trotsky ha señalado cómo, si éste se ejerce a través de las direcciones burocráticas, se transforma en una herramienta del régimen capitalista y no en una consigna con consecuencias transicionales. Si hay una huelga general, como la del mayo francés, y nosotros planteamos el control obrero como la consigna central de la huelga, esta se transforma en una consigna de la contrarrevolución burguesa o del reformismo burocrático. Y esto es así, porque desvía a las masas de lo que objetivamente plantea esa huelga general, que es el problema del poder, algo muy por encima del control obrero.

Tanto la consigna de control obrero como cualquier combinación táctica adecuada de consignas de poder (gobierno obrero y campesino, todo el poder a la COB, etcétera), son consignas transicionales. Pero el resultado de aplicar una u otra, en un caso como éste, no puede ser más opuesto. Germain no comprende ni la clasificación de las consignas con base en criterios objetivos, ni advierte que todas las consignas son inmediatas por las necesidades objetivas que plantea al movimiento de masas la decadencia imperialista, ni menos aún, que ese mismo criterio objetivo es el que debe prevalecer en su aplicación. El sigue con sus famosos “niveles de conciencia”.

Si las consignas sirven para la movilización de las masas, para acercarlas a la toma del poder, son las mejores, sea cual fuere su “contenido histórico”, ya que ellas se combinan con la consigna de transición fundamental: la toma del poder por el proletariado. Si sirven para distraer a las masas de esta tarea inmediata, son malas, así sean “transicionales” a su enésima potencia.

Ahora podemos pasar al gran problema que preocupa a Germain: el del papel de las consignas en el desarrollo del “nivel de conciencia”. El problema de la conciencia, es verdad, tiene una enorme importancia. Creemos que elevar el nivel de conciencia del movimiento obrero es una tarea esencial de nuestra actividad. Lo que cuestionamos es la ubicación de la conciencia en relación a la definición de las consignas y a su utilización.

¿Cuál es esa relación? Muy sencilla: se trata de que nuestras consignas tienen que partir del nivel de movilización de las masas (que expresan su conciencia inmediata de la necesidad que tienen) para tratar de elevarla a un nivel más alto de movilización (que se expresará en un nivel más alto de conciencia). Por ejemplo, si hay luchas por salarios en multitud de fábricas, debemos partir de ese nivel de movilización y de ese nivel inmediato de conciencia: “necesitamos más salarios”, para tratar de elevarlo a la huelga general por un aumento general. Si logramos que se dé la huelga general, ésta llevará a las I masas a un enfrentamiento de conjunto con el régimen capitalista (si éste no puede conceder dicho aumento) y creará al movimiento de masas la necesidad de una respuesta política (inevitablemente transicional), que nosotros debemos llenar con una consigna de poder, de transición.

Esto es un esquema lineal, que jamás se dará tal cual en la lucha de clases, pero nos sirve para explicarle pedagógicamente a Germain la relación directa de las consignas con el nivel de movilización de las masas e indirectamente, con su nivel inmediato de conciencia.

La conciencia de las masas se desarrolla de esa manera, aprendiendo de su propia movilización a partir de las necesidades de las que ya tiene conciencia. La etapa de decadencia imperialista y de transición al socialismo plantea como necesidad inmediata para el movimiento de masas la revolución socialista. Pero la plantea en un sentido histórico, para toda esta etapa, que va desde la Revolución Rusa hasta la victoria final de la revolución mundial. No la plantea para el comienzo de cualquier movilización en cualquier país del mundo: la plantea como necesidad para esa movilización en tanto ella se transforme en permanente. Nuestro esfuerzo debe centrarse justamente en darle un carácter permanente a las movilizaciones de las masas, por-que sólo así ellas se elevarán a la conciencia superior de que debemos tomar el poder por medio de la revolución socialista.

Sintetizando: nuestras consignas deben servir para elevar toda movilización a un nivel superior, ya que lo único que eleva la conciencia de las masas es la movilización. Este desarrollo creará la necesidad de nuevas consignas, más avanzadas, hasta llegar, en un proceso permanente, a la necesidad (y la consigna) de la toma del poder y la revolución socialista.

Intentar reemplazar este proceso objetivo (a través de la movilización permanente) de elevación del nivel de conciencia de las masas hacia la conciencia superior de que deben tomar el poder, por la propaganda (hablada, escrita o de “acciones ejemplificadoras”) del partido alrededor de consignas que, por sí mismas, milagrosamente, “elevan el nivel de conciencia”, es un delito de leso trotskismo.

El mismo Trotsky dice:

“Toda tentativa de saltar por alto las etapas reales, esto es, objetivamente condicionadas en el desarrollo de las masas, significa aventurerismo político”.[170]

Y ese intento (que efectivamente en Germain deviene en aventurerismo político) se hace desde el punto de vista teórico, revisando nuestro programa de transición. Este revisionismo tiene sus raíces en la permanente manía de Germain de separar lo objetivo de lo subjetivo y jerarquizar este último elemento. Así lo vimos creyendo a pie juntillas en los planes “subjetivos” del imperialismo o la burocracia soviética y produciendo en serie vaticinios equivocados. Así lo vimos descubriendo las bondades de un imperialismo que desarrolla las fuerzas productivas y satisface cada vez más las necesidades de las masas. Así lo vimos deduciendo que las masas no se movilizarán más por su miseria, sino por los conflictos subjetivos que les crea el capitalismo. Y así lo vemos ahora, siguiendo fatalmente con los dictados de la lógica, que es inflexible, sosteniendo que nuestro programa, sus consignas y la utilización que de ellas hacemos, nada tienen que ver con la miseria y necesidades de las masas ni con el desarrollo concreto de su movilización, sino con cuestiones “de conciencia”, es decir, ¡una vez más!, “subjetivas”.

Esto ya no es sólo el revisionismo de algunos aspectos parciales del marxismo, es el revisionismo de las bases mismas del materialismo histórico.

Germain cuestiona la revolución permanente en los países adelantados

La teoría-programa de la revolución permanente es el eje del Programa de Transición. Tiene que ver con la movilización del movimiento de masas y con nuestros objetivos marxistas revolucionarios en relación a ella. Podemos formular esa teoría-programa muy sencillamente: movilizar a las masas permanente-mente hasta lograr, como mínimo, la sociedad socialista internacional y arrancar definitivamente todo vestigio de la sociedad de clase en todos los órdenes de la vida social. Es la máxima expresión de nuestra política.

Esta definición, tan sencilla, tiene un “defecto” para Germain: toma como punto de referencia la lucha de clases y el papel de nuestros partidos. Es decir, plantea cómo deben actuar! nuestros partidos en la lucha de clases para dirigir la movilización ininterrumpida de las masas hasta el triunfo definitivo de la revolución socialista. Germain tiene una definición más “científica”, “profesional”. Antes que nada le cambia el nombre: en lugar de teoría, tesis o programa —como acostumbramos llamarla en el movimiento trotskista—, él la denomina “fórmula”. Lo hace por razones profundas, y hace bien, porque para Germain la revolución permanente es una fórmula intelectual, casi química, y no una ley científica, política, de la movilización del movimiento de masas en el mundo entero.

Para Germain, la revolución permanente se aplica en los países atrasados, y no en los adelantados.

“La noción total de aplicar la fórmula de la revolución permanente a los países imperialistas es extremadamente dudosa en el mejor de los casos. Puede hacerse solamente con la más completa circunspección y en la forma de una analogía”.[171]

La razón que da Germain para explicar semejante afirmación es muy simple. En todos los países del mundo se dan tareas democráticas y transicionales, pero combinadas de distinta manera. Donde el peso de las democráticas es más grande que el de las transicionales, o sea en los países atrasados, se aplica la revolución permanente. Donde es mayor el peso de las transicionales, es decir en los países imperialistas, no se aplica.

Germain ha elaborado una verdadera tabla de Mendeleiev para los distintos tipos de fórmulas a aplicar en los diferentes países, pero es una tabla incompleta: mayor peso de las democráticas, revolución permanente; mayor peso de las transicionales, misterio (sólo sabemos que “es extremadamente dudoso que se aplique la revolución permanente”).

Ahora bien: si la revolución en los países adelantados no se rige por la fórmula de la revolución permanente, ¿por cuál otra fórmula se rige?; ¿cuál aplica Germain?; ¿la fórmula de la revolución socialista, acaso? Pero esta fórmula de la revolución socialista internacional es la fórmula de la revolución permanente; ¿o hay otra? ¿Ha descubierto Germain una nueva fórmula y es tan modesto que no quiere publicarla? La combinación de tareas democráticas y transicionales (socialistas) en la movilización de las masas de los países imperialistas, ¿bajo qué fórmula cae, compañero Germain? ¿Puede decirnos su nombre? O, si es un descubrimiento reciente, sin nombre aún, ¿tendría la bondad de explicarnos a todos sus compañeros de la Internacional, en qué consiste?

Germain explica su concepción de una forma un tanto curiosa:

“Pero sería sofística sacar la conclusión de que no existen diferencias cualitativas entre las tareas combinadas que enfrenta la revolución en los países imperialistas y las de los países coloniales y semicoloniales simplemente por el incuestionable hecho de que algunas tareas de la revolución democrática burguesa continúan sin resolverse en la mayor parte de las naciones imperialistas avanzadas, o se plantean allí nuevamente, mientras todas las tareas fundamentales de la revolución continúan sin resolverse (o resueltas solamente en una forma miserablemente incompleta) en los países coloniales o semicoloniales. Trotsky subraya en el Programa de Transición que: ‘El peso relativo de las diversas reivindicaciones democráticas y transitorias en la lucha proletaria, sus mutuas relaciones y su orden de presentación, está determinado por las condiciones peculiares y específicas de cada país atrasado y, en una considerable extensión, por el grado de su atraso’”.[172]

Nadie niega que hay “diferencias cualitativas” en las mutuas relaciones y el orden de presentación —es decir, en la combinación concreta— de las consignas democráticas y transicionales entre los diferentes países. Incluso podemos decir que tienen más peso las tareas democráticas en un país atrasado y las transicionales, generalmente, en una adelantado. Podemos, más aún, definir esa diferencia cualitativa diciendo que, en el país atrasado, está planteada esencialmente una revolución democrático-burguesa que se transforma en socialista, y en el país adelantado está planteada la revolución socialista que lleva a cabo importantes o fundamentales tareas democráticas. Pero decir esto último ya es peligroso, porque la verdad es que, por su dinámica de clase (es decir por la clase que la llevará a cabo tomando el poder), lo que está planteado en los países adelantados y atrasados es la revolución socialista, que lleva a cabo importantes tareas democrático-burguesas.

Lo que no podemos hacer es sacar de aquí la conclusión que saca Germain: que esto demuestra que en los países adelantados no se aplica la fórmula de la revolución permanente. No podemos decirlo, porque esta fórmula no gira alrededor del mayor o menor peso de las consignas democráticas en el proceso revolucionario de un determinado país, sino alrededor de algo mucho más sencillo: el carácter que debe tener la movilización de masas en esta etapa de transición al socialismo. Los que defienden a la revolución permanente, sostienen que es internacional y permanente; los que no la defienden, sostienen que es nacional o regional y por etapas. Y punto.

Es decir, de la diferencia cualitativa que aparece entre las combinaciones de consignas según los países, Germain saca la conclusión de que esa diferencia cualitativa hace a la esencia de la revolución permanente. Lo que está haciendo, en realidad, es descuartizar la ley de la revolución permanente en sus partes nacionales o regionales, porque no sólo hay diferencias cualitativas en la combinación de tareas entre países atrasados y adelantados; también las hay entre diferentes países imperialistas y entre diferentes países atrasados. Hay diferencias cualitativas entre la combinación de tareas que se da en Uruguay y la que se da en las colonias portuguesas (dos países atrasados); hay diferencias cualitativas entre Alemania y Estados Unidos (dos países adelantados).

Una pausa para recordar a Trotsky

En última instancia Germain considera a la revolución permanente como el programa de la revolución nacional y democrática en los países atrasados. No la considera el programa y la ley de la revolución mundial hasta la instauración del socialismo en todo el mundo, del cual una nación es sólo una parte supeditada. Por eso no es casual que crea que hay países en los que no se aplica.

Trotsky sostenía exactamente lo contrario:

“La teoría de la revolución permanente exige en la actualidad la mayor atención por parte de todo marxista, puesto que el rumbo de la lucha de clases y de la lucha ideológica ha venido a desplazar de un modo completo y definitivo la cuestión, sacándola de la esfera de los recuerdos de antiguas divergencias entre los marxistas rusos para hacerla versar sobre el carácter, el nexo interno y los métodos de la revolución internacional en general”.

“La revolución socialista empieza en la palestra nacional, se desarrolla en la internacional y llega a su término y remate en la mundial. Por lo tanto, la revolución socialista se convierte en permanente en un sentido nuevo y más amplio de la palabra: en el sentido de que sólo se consuma con la victoria definitiva de la nueva sociedad en todo el planeta”.[173]

Como la confusión con la teoría de la revolución permanente no empieza ni terminará con Germain, el propio Trotsky se encargó de aclararla:

“Con el fin de disipar el caos que cerca la teoría de la revolución permanente, es necesario que separemos las tres series de ideas aglutinadas en dicha teoría.

“En primer lugar, ésta encierra el problema del tránsito de la revolución democrática a la socialista. No es otro, en el fondo, el origen histórico de la teoría.”

“El ‘marxismo’ vulgar se creó un esquema de la evolución histórica según el cual toda sociedad burguesa conquista tarde o temprano un régimen democrático, a la sombra del cual el proletariado, aprovechándose de las condiciones creadas por la democracia, se organiza y educa poco a poco para el socialismo.”

“La teoría de la revolución permanente, resucitada en 1905, declaró la guerra a estas ideas, demostrando que los objetivos democráticos de las naciones burguesas atrasadas conducían, en nuestra época, a la dictadura del proletariado, y que ésta ponía a la orden del día las reivindicaciones socialistas. En esto consistía la idea central de la teoría.

“Si la opinión tradicional sostenía que el camino de la dictadura del proletariado pasaba por un prolongado período de democracia, la teoría de la revolución permanente venía a proclamar que, en los países atrasados, el camino de la democracia pasaba por la dictadura del proletariado. Con ello, la democracia dejaba de ser un régimen de valor intrínseco para varias décadas y se convertía en el preludio inmediato de la revolución socialista, unidas ambas por un nexo continuo. Entre la revolución democrática y la transformación socialista de la sociedad se establecía, por lo tanto, un ritmo revolucionario permanente.

“El segundo aspecto de la teoría caracteriza ya a la revolución socialista como tal. A lo largo de un período de duración indefinida y de una lucha interna constante, van transformándose todas las relaciones sociales. La sociedad sufre un proceso de metamorfosis. Y en ese proceso de transformación cada nueva etapa es consecuencia directa de la anterior. Este proceso conserva forzosamente un carácter político, o lo que es lo mismo, se desenvuelve a través del choque de los distintos grupos de la sociedad en transformación. A las explosiones de la guerra civil y de las guerras exteriores suceden los períodos de reformas ‘pacíficas’. Las revoluciones de la economía, de la técnica, de la ciencia, de la familia, de las costumbres, se desenvuelven en una compleja acción recíproca que no permite a la sociedad alcanzar el equilibrio. En esto consiste el carácter permanente de la revolución socialista como tal.

“El carácter internacional de la revolución socialista, que constituye el tercer aspecto de la teoría de la revolución permanente, es consecuencia inevitable del estado actual de la economía y de la estructura social de la humanidad. El internacionalismo no es un principio abstracto, sino únicamente un reflejo teórico y político del carácter mundial de la economía, del desarrollo mundial de las fuerzas productivas y del alcance mundial de la lucha de clases.”

“Los ataques de los epígonos van dirigidos, aunque no con igual claridad, contra los tres aspectos de la teoría de la revolución permanente. Y no podía ser de otro modo, puesto que se trata de partes inseparables de un todo. Los epígonos separan mecánicamente la dictadura democrática de la socialista, la revolución socialista nacional de la internacional”.[174]

Está suficientemente claro: para Trotsky, la revolución permanente tiene vigencia desde los países atrasados hasta los que están construyendo el socialismo. Para Germain sólo rige en los países atrasados. Pero sigamos con Trotsky:

La Cuarta Internacional no establece compartimientos estancos entre los países atrasados y los avanzados, entre las revoluciones democráticas y las socialistas. Las combina y las subordina a la lucha mundial de los oprimidos contra los opresores. Así como la única fuerza genuinamente revolucionaria de nuestra época es el proletariado internacional, el único programa con el que realmente se liquidará toda opresión social y nacional es el programa de la revolución permanente”.[175]

Trotsky alerta que en su teoría hay tres “partes inseparablemente conectadas en un todo”, “rio hace distinciones entre países adelantados y atrasados”, y sostiene que el único programa es “el programa de la revolución permanente”. Germain separa una parte de la teoría (la que se refiere a los países atrasados), hace distinciones entre países adelantados y atrasados, y sostiene que el programa de la revolución permanente se aplica sólo a los segundos. Por eso fue necesario volver a Trotsky.

El imperialismo y la autodeterminación nacional

Sigamos con el argumento de Germain de que la diferente combinación de las tareas democráticas y transicionales define qué está y qué no está dentro de la fórmula de la revolución permanente. Para continuar, Germain recurre a la artillería pesada: las demandas democráticas son revolucionarias, “transicionales por su peso” en los países atrasados y no lo son (son, de hecho, reformistas y mínimas) en los países adelantados, porque en es-tos países el imperialismo no tiene fundamentales razones de clase que le impidan otorgarlas. Dicho en sus palabras:

“En los países coloniales y semi-coloniales, las reivindicaciones democráticas tienen generalmente el peso de las reivindicaciones transitorias. Es imposible realizarlas bajo el capitalismo, al menos en su esencia colectiva. En los países imperialistas esto no es verdad. Las reivindicaciones democráticas no serán normalmente garantizadas por la burguesía imperialista decadente. Pero, desde un punto de vista orgánico, económico o social, es decir, en términos de relaciones de clase fundamentales, nada impide a la burguesía garantizarlas como ‘mal menor’, para evitar que un movimiento de masas se transforme en revolución socialista victoriosa. Orgánicamente, la ‘burguesía nacional’ de un país colonial no puede resolver la cuestión agraria sin expropiarse, en gran medida, a sí misma. No hay un obstáculo fundamental de la misma naturaleza para impedir la aplicación del aborto gratuito a pedido, o de la libertad de prensa, o incluso de una ley electoral democrática en un país imperialista. En el caso de una sublevación de masas con potencial revolucionario, la burguesía imperialista puede acordar concesiones para evitar, precisamente, la expropiación.

“Normalmente, el imperialismo no estuvo dispuesto a acordar la independencia nacional a Polonia; tampoco está preparado para hacerlo hoy día con Irlanda, Finlandia, o Québec. Pero en el caso de una situación prerrevolucionaria, de un ascenso pujante de las luchas obreras, de un peligro real de constitución de una república obrera en algunas de esas nacionalidades, no hay ningún interés fundamental dé clase que impida al imperialismo transformar una cualquiera de esas nacionalidades en un estado títere independiente.

“Por estas razones, el peligro de que un movimiento de masas en un país imperialista basado solamente en demandas por la autodeterminación nacional sea absorbido por la burguesía, es muy real”.[176]

Estos párrafos de Germain están repletos de confusiones inadmisibles. En primer lugar, ataca a un enemigo inexistente: un supuesto partido revolucionario que se limita a plantear solamente la demanda de la autodeterminación nacional en un país imperialista. Nadie plantea semejante barbaridad en nuestra Internacional, y si no es así que Germain diga quién es. Lo que se está discutiendo es si las consignas democráticas, en su combinación con las transicionales, tienen o no un gran peso en los países imperialistas. Germain dice que no y nosotros decimos que sí.

La segunda confusión es con respecto a los cambios formales y a los de fondo. Germain nos dice que si hay grandes movilizaciones de masas, el país imperialista puede concederle al país atrasado la independencia formal. Esto es totalmente cierto, pero de lo que se trata es, justamente, de lograr una verdadera liberación nacional, de fondo, no formal. Vale decir, se trata de lograr la independencia como estado soberano, económica y políticamente, y no de transformar una colonia en un estado “títere” independiente. La cuestión es cómo lograrlo. Nosotros no vemos otra posibilidad que no sea la instauración de la dictadura del proletariado en el país atrasado a través de la revolución obrera que cuente con el apoyo de la clase obrera del país imperialista. ¿Es así, o no, compañero Germain?

Pero hay una tercera confusión, que es la más grave. Para Germain, el imperialismo puede otorgar las demandas democráticas, ya que no hay razones “orgánicas” en la estructura del país imperialista que le impidan hacer concesiones mínimas de tipo democrático (aborto, libertad de prensa, etc. ). En cambio, en los países atrasados, la burguesía nacional no puede hacer ese tipo de concesiones “en su esencia colectiva”; por ejemplo, no puede admitir la revolución agraria. Esto es cierto, pero el compañero Germain olvida que las burguesías nacionales también pueden hacer concesiones democráticas mínimas al movimiento de masas (aborto, libertad de prensa, etc. ) porque no hay ninguna razón “orgánica” que les impida hacerlo. Y también olvida (y esto es lo realmente grave) que el imperialismo no puede hacer, “en su esencia colectiva”, la concesión democrática de liberar económicamente a todas sus colonias. Si la burguesía nacional no puede hacer la revolución agraria porque sería “expropiarse a sí misma en gran medida”; el imperialismo tampoco puede conceder la independencia nacional completa a los países dependientes, porque sería también “expropiarse a sí mismo”, y no ya “en gran medida” sino en forma total. Significaría que dejaría de ser imperialismo.

De este monumental “olvido” teórico de Germain se desprende un no menos monumental y peligrosísimo “olvido” político. El apoya la demanda de autodeterminación nacional aplicada a cualquier país colonial en particular, pero se “olvida” de esa demanda aplicada a todo el imperio. Y de allí deduce que un movimiento de masas en el país imperialista basado en la lucha por la autodeterminación nacional corre el peligro de “ser absorbido por la burguesía imperialista”. ¿A usted le parece, compañero Germain, que un movimiento de masas que plantea la liberación de todos los países explotados por el imperialismo puede ser “absorbido” por la burguesía imperialista?

La demanda de la autodeterminación nacional en todo el imperio toca directamente la estructura del régimen imperialista: no es una demanda parcial, ni formal, sino estructural. Ningún país imperialista puede otorgar el derecho a la autodeterminación nacional, económica y política a todos los países del imperio, sin dejar de ser imperialista. Hay una diferencia cualitativa entre esa demanda democrática y las otras que cita Germain. Esta demanda democrática esencial es tan importante como la nacionalización de todo el comercio exterior, la tierra y la industria del propio país imperialista. Son demandas que no pueden ser absorbidas por el régimen capitalista, como tampoco puede serlo la de la autodeterminación nacional para todo el imperio por el régimen imperialista.

Este simple problema no está ni siquiera planteado por Germain: él minimiza y parcializa la demanda por la autodeterminación nacional al país que lucha por ella, y no la generaliza como una tarea democrática estructural y fundamental para el proletariado del país imperialista.

Reconoce que los obreros del país metropolitano deben apoyar las luchas por la autodeterminación nacional, pero no dice que ellos deben no sólo apoyar, sino plantear esta tarea para todo el imperio, ni que justamente los únicos que pueden generalizarla en forma absoluta son los trabajadores de los países imperialistas.

Sin embargo, Lenin escribió volúmenes enteros explicando que una de las tareas democráticas principales del proletariado ruso era liberar las nacionalidades que sufrían el yugo imperialista del zarismo. Y es lo mismo que planteaba la Internacional comunista cuando decía:

“Todos los partidos de la Internacional Comunista deben explicar constantemente a las multitudes trabajadoras la extrema importancia de la lucha contra la dominación imperialista en los países atrasados. Los partidos comunistas que actúan en los países metropolitanos deben formar ante sus comités dirigentes comisiones coloniales permanentes que trabajarán con los objetivos indicados anteriormente”. “Los partidos comunistas de las metrópolis deben aprovechar toda ocasión que se presente para poner en evidencia el bandidismo de la política colonial de sus gobiernos imperialistas así como de sus partidos burgueses y reformistas”.[177]

Y Trotsky no sólo coincidía con esa política, sino que esbozaba una línea de acción para el futuro:

“Una Europa Socialista proclamará la plena independencia de las colonias, establecerá relaciones económicas fraternales con ellas y, paso a paso, sin la menor violencia, por medio del ejemplo y la colaboración, las introducirá en una federación socialista mundial”.[178]

Germain coincide, sin lugar a dudas, con la política bolchevique hacia las nacionalidades oprimidas. Pero su concepción del imperialismo no va más allá del imperialismo territorial, fronterizo. Basta con que se interponga un mar o un océano entre el país imperialista y la colonia o semicolonia, para que Germain piense que la tarea democrática de la liberación nacional queda casi exclusivamente en manos del proletariado del país dependiente al que, eso lo reconocemos, plantea que hay que apoyar. Ni el hecho de que la más grande movilización de masas en los últimos tiempos en los Estados Unidos haya sido originada objetivamente por la defensa de la independencia nacional de Vietnam, le hace cambiar de posición.

Germain no se da cuenta de que, si en los países atrasados la revolución democrática deviene socialista, en los imperios capitalistas la revolución socialista deviene, en un sentido, democrática, porque libera no sólo a los obreros metropolitanos, sino también a los pueblos y naciones colonizadas por ese imperialismo, lo que es una tarea democrática de primera magnitud.

Este problema no ha sido planteado a fondo en relación a los países imperialistas y, por lo tanto, no lo hemos desarrollado programáticamente aunque, como vimos, tenemos claras indicaciones para solucionarlo. La solución vendrá de responder a estas preguntas: ¿Cómo se aplica concretamente en un país imperialista la consigna democrática de la autodeterminación nacional para todas las colonias, semicolonias y países dependientes del imperialismo? ¿Cómo se realiza esta tarea antes de la toma del poder por el proletariado y después? Concretamente: ¿qué hacemos en Estados Unidos a favor de las semicolonias latinoamericanas y en Francia a favor de sus colonias y semicolonias antes y después de tomar el poder? Una consigna es la ruptura de todos los pactos colonizantes (OEA para Estados Unidos, Commonwealth para Inglaterra, OCAM y Yaounde I y II para Francia y el MCE respectivamente) y el otorgamiento de la más total y absoluta independencia.

¿Qué hacemos con las inversiones y préstamos imperialistas? Tenemos que estar por la expropiación a favor de los países coloniales y semicoloniales. Pero, ¿cómo? No podemos dárselos a las burguesías y a los terratenientes para que sigan explotando a los trabajadores. Esto plantea un programa democrático dentro del país imperialista, que tiene que tener consecuencias transicionales. Porque para evitar que la independencia nacional se transforme en nuevas cadenas para los explotados de las colonias, hay que combinar esa consigna con la de Federación de Estados Socialistas del ex-imperio, planteando que las empresas de propiedad imperialista en los países coloniales, expropiadas por el proletariado metropolitano, sean administradas por la clase obrera colonial. Es decir, tenemos que imponer el control obrero como condición fundamental, para que no sean vehículo de una nueva explotación. Si no es ésa, tendrá que ser una variante transicional parecida.

Pero lo importante de esta discusión no es esto, sino el revisionismo de Germain, que no se plantea esta consigna democrática fundamental de autodeterminación nacional de las colonias, semicolonias y países dependientes, para todo el imperio, incluyendo, en primer lugar, al proletariado del país imperialista. Y no la plantea porque él sólo la ve desde el punto de vista de un país, cuyo proletariado, aislado, lucha por ella. Pero la gran tarea democrática de destruir el imperio, de liberar a iodos los países oprimidos, ¿puede ser normalmente otorgada por el imperialismo? ¿Eso es lo que cree Germain? ¿O cree que sólo se logrará con la revolución obrera, y por ningún otro medio? Y si cree esto último, ¿no considera que las tareas democráticas de la revolución socialista en los países imperialistas son gigantescas e imposibles de lograr si el proletariado no toma el poder?

Las consignas democráticas y la revolución permanente

Sigamos ahora con la revolución permanente desde el punto de vista “interior” (por llamarlo de alguna manera) de los países adelantados.

Trotsky ha insistido mucho en la importancia de las demandas democráticas en los países adelantados. Refiriéndose a la Italia fascista y a España, lo mismo que a Alemania, no sólo destaca la importancia de estas consignas, sino incluso dice que puede haber una etapa democrática en el proceso de revolución en esos países (en España la da por hecha):

“Pero, en el despertar revolucionario de las masas, las con-signas democráticas constituirán inevitablemente el primer capítulo. Aunque el proceso de la lucha no permita que se regenere el estado democrático ni por un solo día —lo que es muy posible—; ¡la lucha misma no puede evitar las consignas democráticas! Cualquier partido revolucionario que intente saltar esta etapa se romperá el cuello.[179] Trotsky saca esta conclusión con base en el análisis de que la existencia del imperialismo hace retroceder a la humanidad. “En Alemania no hubo ni hay dictadura proletaria, pero sí hay una dictadura fascista; Alemania retrocedió inclusive de las conquistas de la democracia burguesa. En tales condiciones, renunciar de antemano a las consignas democráticas y al parlamentarismo burgués significa allanarle el camino a la regeneración de la socialdemocracia”.[180]

Pero este planteamiento de Trotsky no es exclusivamente para los países fascistas. Algo muy parecido plantea para Estados Unidos, comparándolo con la Italia fascista y la etapa democrática de la Revolución Rusa: “¿Es forzoso que Norteamérica atraviese una época de reformismo social? El proyecto plantea la pregunta y contesta que todavía no se puede dar una respuesta definitiva, pero que en gran medida depende del Partido Comunista. Eso es correcto en general, pero no basta. Aquí recurrimos una vez más a las leyes del desarrollo desigual y combinado. En Rusia se usaba el argumento de que el proletariado no había pasado aún por la escuela democrática, que en definitiva podría conducirlo a la toma del poder, para refutar la revolución permanente y la toma del poder por el proletariado. Pero el proletariado ruso atravesó el período democrático en el curso de ocho meses, de once a doce años si contamos desde la época de la Duma. En Inglaterra ya lleva siglos y en Norteamérica este sucio embrollo ya dura bastante. La desigualdad también se expresa en que las distintas etapas no son combinadas sino recorridas muy rápidamente, como ocurrió con la etapa democrática en Rusia.

“Podemos suponer que cuando caiga el fascismo en Italia la primera oleada que lo seguirá será democrática. Pero sólo podría durar unos meses, no años.

“Puesto que el proletariado norteamericano, en tanto que proletariado no ha librado grandes luchas democráticas, ya que no ha combatido por la legislación social, por estar sometido a presiones económicas y políticas crecientes, es de suponer que la fase democrática de la lucha requerirá un cierto tiempo. Tal vez no será como en Europa, una época que duró décadas: más bien, quizás, un período de años o, si los acontecimientos se desarrollan con ritmo febril, de meses. Hay que aclarar el problema del ritmo, y también debemos reconocer que la etapa democrática no es inevitable. No podemos predecir si la próxima etapa obrera comenzará el año que viene, dentro de tres años, de cinco años, o tal vez de diez años. Pero sí afirmar con certeza que, apenas el proletariado norteamericano se constituya en partido independiente, aunque al principio lo haga bajo una bandera democrático-reformista, atravesará esta etapa con bastante rapidez”.[181]

Todo esto fue resumido por Trotsky en “Tareas y Métodos de la Oposición de Izquierda Internacional” (diciembre de 1932), donde codificaba la esencia del marxismo contemporáneo:

“Reconocimiento de la necesidad de movilizar a las masas mediante consignas transicionales que correspondan a la situación concreta de cada país y, en particular, mediante consignas democráticas cuando se trate de luchar contra las relaciones feudales, la opresión nacional o la dictadura imperialista descarada en sus diversas variantes (fascismo, bonapartismo, etcétera)”.[182]

Es decir qué para Trotsky las consignas democráticas ponen un signo igual entre casi todos los países imperialistas (los que tienen “abiertas dictaduras bonapartistas, fascistas, etc. “) y los países atrasados (los que tienen “relaciones feudales” u “opresión nacional”).

Los compañeros de la mayoría plantean que en Europa se está llegando, o ya se llegó, a regímenes fuertes, bonapartistas o semi-bonapartistas. Según Trotsky, eso significa que hay que luchar “particularmente por consignas democráticas”. Pero Germain, al dividir los países como lo hace, elimina la importancia fundamental que este tipo de consignas tiene en los países adelantados.

La combinación de etapas y tareas, también se da en la URSS, y también allí tienen gran importancia las consignas democráticas y mínimas. La lucha por la autodeterminación de Ucrania, bajo la consigna “Por una Ucrania independiente y soviética”, que podemos ampliar con adecuaciones tácticas a todos los países del Este de Europa, plantea la relación entre esta tarea y consigna democrática fundamental y la revolución política. Pero aun si estuviéramos bajo un estado obrero “normal”, estarán planteadas combinaciones de tareas, uno de los rasgos fundamentales de la revolución permanente. Y lo que es más importante, se daría en todo su esplendor la fórmula de la revolución permanente, ya que estaríamos a punto de lograr que se transforme en realidad el objetivo central de nuestro programa: la movilización en permanencia de los trabajadores.

Esta discusión teórica contra el revisionismo germainista tiene profundas y decisivas consecuencias prácticas para la vida de todas nuestras secciones. No es por casualidad que el documento europeo de la mayoría no plantee como una de nuestras tareas básicas en Europa la tarea democrático burguesa de la unidad alemana, quizás la más importante que deben encarar nuestra sección alemana, nuestras secciones europeas y el proletariado europeo en su conjunto. Esta tarea nos la plantea la decadencia imperialista, porque la burguesía alemana ya había conseguido la unidad. Sin Austria, pero la había conseguido. El imperialismo, junto con la burocracia, ha hecho retroceder a Alemania en esta gigantesca tarea histórica a más de un siglo atrás. Pero Germain no plantea la necesidad de esta tarea porque seguramente pensará que, como es democrática, el imperialismo podrá resolverla sin ningún impedimento “orgánico, económico y social”. Si para ello es necesario que Alemania esté al borde de “transformarse en una república obrera”, a caballo de una “movilización de masas” tras la consigna democrática de la unidad alemana, y nosotros no hemos levantado esa consigna, mediremos en carne propia los resultados catastróficos del revisionismo germainista. Porque esta tarea se combina con la revolución política del Este y con la revolución socialista en el Oeste.

Alemania ejemplifica, de una forma u otra, la vigencia cada vez mayor de la fórmula de la revolución permanente en todos los países del mundo, incluyendo los imperialistas. Pero no es la unidad de Alemania la única tarea democrática planteada en Europa. Sin gran esfuerzo podemos enumerar otras que son fundamentales para la política de nuestras secciones: la lucha por las libertades democráticas en España, Portugal y Grecia, por la independencia nacional de Irlanda del Norte, son tareas democráticas que están a la orden del día. Inclusive alrededor de cuestiones secundarias se expresa la vigencia de este aspecto de la teoría de revolución permanente para Europa, cómo luchar para liquidar los privilegios de la monarquía y de la nobleza de Inglaterra, Holanda, Suecia y Bélgica.

Es evidente, y Germain no lo niega, que hay tareas y consignas democráticas planteadas para Europa en su conjunto y para cada uno de sus países. Y estamos todos de acuerdo en que también hay tareas y consignas transicionales. Sin entrar por el momento en la discusión sobre cuáles son más importantes y cuáles son secundarios, lo cierto es que los dos tipos de tareas y consignas están allí. ¿Qué hacemos con ellas?

Trotsky es categórico al respecto cuando dice (como ya hemos citado) que se “borran las fronteras entre el programa mínimo y el máximo”. Nosotros sostenemos, igual que Trotsky, que a las consignas mínimas y democráticas (antiguo programa mínimo) y a las transicionales (antiguo programa máximo), hay que combinarlas según la fórmula de la revolución permanente.

Germain dice que eso de aplicar la fórmula de la revolución permanente a los países imperialistas, es “en el mejor de los casos (!!!), extremadamente dudoso”. “Extremas dudas” aparte, Germain nos está diciendo que no debemos aplicarla.

Germain revisa la teoría de la revolución permanente para los países coloniales y semicoloniales

Como vimos repetidas veces, Germain opina que el imperialismo no provoca cada vez más miseria en las masas del mundo entero. Esta opinión tiene consecuencias muy graves cuando la traslada a la parte de la teoría de la revolución permanente más elaborada por el trotskismo, es decir la que se refiere a los países coloniales y semicoloniales.

Germain arroja por la borda, sin medir las consecuencias prácticas, toda la concepción trotskista sobre el papel de las burguesías nacionales de los países atrasados, cuando les atribuye potencialidades revolucionarias en la lucha antiimperialista. La otra cara de este error es atribuirle al imperialismo un papel relativamente progresivo, como cuando sostiene que el imperialismo es capaz de dejar que los países atrasados se liberen de él sin muchos problemas.

“¿Es cierto —pregunta— que a causa de que la burguesía es dependiente del imperialismo, es incapaz de romper con todos los vínculos con el imperialismo y por tanto no puede dirigir a un buen fin la lucha contra la opresión extranjera?”. El mismo contesta: “Esto es completamente equivocado”.[183]

Germain acostumbra a ocultar su pensamiento por medio de frases negativas, efectuadas como preguntas, que tienen respuestas negativas. Pero el pez por la boca muere, ya que esto da como resultado afirmaciones mucho más fuertes. De manera que nosotros pasaremos esta frase a su sentido positivo, para saber bien qué está diciendo y evitar sus argumentos leguleyos de buen polemista. La frase, en buen romance, queda así:

“Es completamente cierto que la burguesía nacional, pese a ser dependiente del imperialismo, es capaz de romper todos sus lazos con el imperialismo y puede, por lo tanto, dirigir una lu-cha victoriosa contra la opresión extranjera”.

Esta afirmación de Germain es la negación total y absoluta de toda la concepción trotskista de la revolución en los países atrasados. Para nosotros, los verdaderos trotskistas, la tesis de la revolución permanente tiene este único significado: en los países donde se plantea una revolución democrático-burguesa, la burguesía nacional es total y absolutamente incapaz de romper sus lazos con el imperialismo y, por lo tanto, no puede dirigir una lucha victoriosa contra la opresión extranjera.

“Con respecto a los países de desarrollo burgués retrasado, y en particular, de los semicoloniales y coloniales, la teoría de la revolución permanente significa que la resolución íntegra y efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación nacional tan sólo pueden concebirse por medio de la dictadura del proletariado, empuñando éste el poder como caudillo de la nación oprimida y, ante todo, de sus masas campesinas”.[184]

Trotsky es taxativo al señalar el papel de las burguesías nacionales en los países atrasados. Es muy instructiva su opinión sobre una de las más fuertes y poderosas, la latinoamericana:

“La naciente burguesía nacional de muchos países latinoamericanos, buscando una parte mayor del botín e incluso tratando de conseguir un grado mayor de independencia (o sea la preferencia en la explotación de su propio país) trata, ciertamente, de utilizar para sus fines las rivalidades y conflictos de los imperialistas extranjeros. Pero su debilidad general y su aparición tardía les impide obtener un grado de desarrollo que les permita algo más que servir a un amo imperialista en contra de otro. No puede lanzar una lucha seria contra toda dominación imperialista y por una genuina liberación nacional por temor a desatar un movimiento masivo de los trabajadores del país que podría, a su vez, amenazar su propia existencia social”.[185]

Germain podría contestar que esa es la posición de Trotsky en relación a las burguesías latinoamericanas, pero no en relación a las de otras zonas atrasadas del mundo. Pero nosotros sostenemos que estas posiciones son la aplicación a América Latina de la ley general de la revolución permanente, y Trotsky, en el Manifiesto de Emergencia de 1940, nos decía, refiriéndose a todos los países atrasados del mundo:

“Rodeada por el capitalismo decadente y sumergida en las contradicciones imperialistas, la independencia de un país atrasado será inevitablemente semificticia [... ]”. Más abajo aclaraba que se trataba de “[... ] el régimen del Partido ‘del Pueblo’ en Turquía; el del Kuomintang en China; así será mañana el régimen de Ghandi en la India”.[186]

Y hablando en general de todos los países atrasados, no ha sido menos categórico: “Ni una sola de las tareas de la revolución ‘burguesa’ puede realizarse en los países atrasados bajo la dirección de la burguesía ‘nacional’, porque ésta, desde su nacimiento, surge con apoyo foráneo como clase ajena u hostil al pueblo. Cada etapa de su desarrollo la liga más estrechamente al capital financiero foráneo del cual es, en esencia, agente”.[187]

Y una vez más: “En las condiciones de la época imperialista, la revolución nacional-democrática sólo puede ser conducida hasta la victoria en el caso de que las relaciones sociales y políticas del país de que se trate hayan madurado en el sentido de elevar al proletariado al Poder como director de las masas populares. ¿Y si no es así? Entonces, la lucha por la emancipación nacional dará resultados muy exiguos, dirigidos enteramente contra las masas trabajadoras”.[188]

Todo esto no quiere decir que la burguesía nacional no tenga profundos roces con el imperialismo en determinados momentos. Pero sí quiere decir que esos roces nunca son tan serios como para llevarla a “romper todos sus lazos con él” o a “dirigir una lucha victoriosa” contra él.

Visto que por el lado del trotskismo no le va muy bien a Germain, ha llegado el momento de confrontar su concepción con la realidad. ¿Dónde está esa burguesía nacional “capaz de romper todos sus lazos con el imperialismo y de dirigir una lucha victoriosa contra la opresión extranjera”? ¿Quizás en Bolivia o en Chile? ¿Acaso en Pakistán o la India? ¿O en los países árabes? Esa burguesía, estimado Germain, no existe en ningún lado, salvo en las posiciones stalinistas y... germainistas.

La lucha contra el imperialismo es una tarea socialista

Como ya dijimos, Germain cree que el imperialismo no se opone en forma brutal, “absoluta” a la independencia nacional de los países atrasados. Dicho por él mismo: “La lucha contra la opresión nacional no es una lucha anticapitalista. Es una lucha por una demanda democrático-burguesa. La existencia del sistema capitalista mundial no es un obstáculo absoluto para el derrocamiento de la opresión nacional bajo las condiciones del imperialismo”.[189]

En realidad, aquí hay dos afirmaciones, igualmente incorrectas. Primera: la lucha por la liberación nacional no es anticapitalista; segunda: el imperialismo no se opone en forma “absoluta” a la liquidación de la opresión nacional. Empecemos por la primera.

Germain saca, del carácter democrático burgués de la tarea de la liberación nacional, la conclusión de que no es una lucha anticapitalista. Ha olvidado, si alguna vez lo supo, la esencia del programa de transición y de la teoría de la revolución permanente.

La tarea de la independencia nacional de los países atrasados es democrático-burguesa y, al mismo tiempo, socialista. Es la combinación, en una sola consigna, de dos tareas: la tarea históricamente democrático burguesa de conquistar la independencia nacional que, en la actualidad, es una tarea socialista.

“De manera similar se definen las luchas políticas del proletariado de los países atrasados: la lucha por los objetivos más elementales de independencia nacional y de democracia burguesa se combina con la lucha socialista contra el imperialismo mundial”.[190]

Dicho de otra manera más accesible a los conocimientos trotskistas de Germain: la lucha por la total independencia nacional de los países atrasados es una tarea democrático-burguesa porque corresponde a la época histórica de ascenso del capitalismo y de formación de las nacionalidades; y es una tarea socialista en la actualidad porque el enemigo principal es el imperialismo, o sea, la expresión superior del régimen capitalista.

Y hay algo más. El sistema capitalista mundial es único, es una totalidad formada por partes nacionales, las cuales están determinadas (y esto no debería ser una novedad para alguien que se precia de manejar la dialéctica) por el todo, que es el sistema capitalista mundial. Los países atrasados no son una excepción: por sus relaciones de producción interna y sus estrechas ligazones con el capitalismo mundial son países capitalistas. Por eso toda lucha a fondo por la independencia nacional no choca solamente con un factor externo —el imperialismo— sino también con la estructura capitalista interna, dependiente y parte del sistema mundial.

Esto explica por qué los países que liquidaron la explotación capitalista dentro de sus fronteras fueron los únicos capaces de liberarse totalmente del imperialismo. Esta es la refracción interior del hecho de que la lucha contra el imperialismo es la lucha contra el sistema capitalista de conjunto y, por lo tanto, contra el sistema capitalista del propio país que se libera.

Para terminar con este punto, señalemos que aquí se repite la concepción fenomenológica, no ligada al desarrollo concreto del movimiento de masas que tiene Germain de nuestras consignas y tareas. Para él hay una secuencia lógica, que es la siguiente: Independencia nacional — tarea democrática —consigna democrática — consecuencias democráticas (no “anticapitalistas”). Para nosotros, que ya hemos visto que las consignas se definen por su carácter histórico, pero sus resultados dependen de la situación concreta de la lucha de clases, la secuencia es distinta: Independencia nacional —tarea democrática— consigna democrática (tomada por el proletariado porque la burguesía es incapaz de realizarla) — consecuencias transicionales (dictadura del proletariado que destruye al sistema capitalista dentro del país y ataca al imperialismo, o sea al sistema capitalista mundial). Trotsky lo dijo con claridad, al señalar que: “En las condiciones de la época imperialista la revolución nacional-democrática sólo puede ser conducida hasta la victoria en el caso de que las relaciones sociales y políticas del país de que se trate hayan madurado en el sentido de elevar al proletariado al poder como director de las masas populares”.[191]

Si esto no es así, ¿dónde hay en la actualidad un país atrasado dirigido por la burguesía nacional, que haya logrado romper “todos sus lazos con el imperialismo”, después de una “lucha victoriosa contra la opresión extranjera”? En ningún lugar del mundo, mal que le pese a Germain.

Vayamos ahora a su segunda afirmación: el sistema capitalista mundial, imperialista, “no es un obstáculo absoluto a la liquidación de la opresión nacional”. No sabemos qué quiere decir con “obstáculo absoluto”. Si se refiere al hecho de que el imperialismo mundial no desaparece ni sufre una derrota definitiva por el hecho de que un país se independice totalmente de él, está diciendo una perogrullada, ya que lo mismo ocurre cuando la clase obrera toma el poder en un país imperialista, como ocurrió en Rusia y puede ocurrir el día de mañana en Italia o Francia. Es decir, que no necesitamos destruir el sistema capitalista mundial para hacer la revolución obrera en un determinado país. La verdad es que Germain trata de impresionarnos con el término “absoluto”. Y no comprende la relación dialéctica entre lo “absoluto” y su opuesto “relativo”; no comprende cómo uno se transforma en el otro. En un momento de la lucha de clases, lo que es absoluto en un país, es relativo a escala mundial. Pero a escala histórica (para toda esta etapa) la relatividad mundial se transforma en absoluta. Veamos este problema un poco más de cerca.

Podemos decir que, en un país adelantado, la existencia del sistema capitalista dentro de sus fronteras es un “obstáculo absoluto” al triunfo de la revolución obrera.

Si la burguesía sigue dominando la economía no habrá triunfo de la revolución; y para hacer la revolución hay que liquidar en forma “absoluta” ese obstáculo. Pero la existencia del sistema capitalista mundial es un obstáculo “sólo relativo” al triunfo de la revolución obrera nacional. Aunque no destruyamos al sistema mundial, podemos hacer la revolución y, pese a ella, el sistema capitalista mundial podrá seguir funcionando.

A escala mundial, la revolución obrera en un país, sea avanzado o atrasado, no liquida al sistema capitalista mundial, es solo un triunfo relativo sobre él. Y esto es así porque el sistema capitalista mundial tiene un solo límite “absoluto”: su propia existencia como régimen mundial. Todos los triunfos de la revolución obrera, tanto en los países adelantados como en los atrasados, son triunfos relativos mientras el régimen capitalista mundial siga sobreviviendo. Pero no podemos por ello minimizar los triunfos obreros en ningún país, ni la liberación nacional del yugo imperialista, porque son los más importantes triunfos que obtiene en la actualidad el movimiento obrero mundial. Por el contrario, ellos son los que nos acercan al límite absoluto, que es la liquidación del régimen capitalista mundial.

Ahora bien, la relatividad de todos los triunfos o derrotas del movimiento obrero a escala nacional, se inscribe dentro de la lucha mundial entre los explotados y el imperialismo para toda una época histórica. Justamente porque esa lucha es mundial e histórica, los triunfos o derrotas nacionales y momentáneos de cualquiera de los dos bandos son relativos. Pero a escala mundial e histórica, la lucha es total, absoluta, a muerte; no hay en ella ningún tipo de relatividad: termina en el socialismo o termina en la barbarie.

De estas consideraciones surge la ley del imperialismo a escala histórico-mundial: el capitalismo en descomposición es un “obstáculo absoluto” a la independencia de los países atrasados y a la revolución socialista en los adelantados. Mientras subsista el imperialismo todos los triunfos son relativos, porque éste, tarde o temprano (si sigue con vida) volverá a esclavizar aún peor que antes a los trabajadores del mundo entero.

Los pueblos atrasados o la clase obrera que obtengan una victoria deberán saber —y es nuestro deber decírselo— que mientras subsista el imperialismo esa victoria será relativa, momentánea y táctica; será cuestionada, comprometida y amenazada. Deberán saber que el imperialismo no podrá sobrevivir si no vuelve a esclavizarlos, porque el imperialismo es el capitalismo en descomposición, cuya ley absoluta (es decir histórica) es traer mayor miseria y explotación para todos los explotados de todos los países del mundo. ¡Yen vez de decirles todo esto, el compañero Germain les dice a las masas de los países atrasados que no se hagan problemas, porque el imperialismo no es un “obstáculo absoluto” a la liquidación de la opresión nacional!

¿”Política trotskista” con revisionismo teórico?

Esta liquidación de la teoría de la revolución permanente para los países atrasados es también la liquidación de la necesidad de la dictadura del proletariado en dichos países. Pero Germain se resiste a sacar esa conclusión; intenta conciliar su revisionismo teórico con una política trotskista, y dice que el proletariado de los países atrasados debe tomar el poder para solucionar los problemas de la revolución democrático burguesa.

Pero si no es necesaria la dictadura del proletariado para liquidar la opresión nacional, (porque la burguesía nacional es capaz de dirigir esa lucha victoriosa, y el imperialismo no es un obstáculo absoluto para ella), ¿por qué motivos debe el proletariado tomar el poder? Germain nos responde con tres argumentos: primero, porque “opresión nacional” no tiene nada que ver con “explotación económica de la nación” (la primera se liquida pero la segunda subsiste); segundo, porque aún queda planteada la revolución agraria (insinúa que esa es la tarea democrático burguesa fundamental); y tercero porque los marxistas nos negamos (!!) a postergar los levantamientos campesinos y obreros para otra etapa. Veamos estos tres argumentos en su orden.

Primer argumento; habla Germain:

“... no es necesario ‘romper todos los vínculos con el imperialismo’ para eliminar la opresión nacional extranjera.

“... Donde es eliminada la opresión nacional extranjera, permanece y se incrementa la explotación económica extranjera”.[192]

Pero es necesario distinguir los aspectos formales de toda explotación de los aspectos reales. Bajo el imperialismo capita-lista, la esencia de la explotación colonial no es política sino económica. Esa diferencia entre opresión nacional y explotación económica extranjera es un juego de palabras. La opresión nacional no es más que la expresión de la explotación económica y la explotación económica adquiere distintas formas políticas (colonial, semicolonial y dependiente).

Para Germain, opresión nacional es sinónimo de colonia. Para nosotros no, porque una semicolonia o un país dependiente sigue siendo una nacionalidad oprimida por el imperialismo, aunque tenga una formal independencia política. No existe explotación económica sin opresión nacional, ni a la inversa. Bajo cualquiera de sus formas, la explotación de un país por otro sigue siendo opresión nacional y explotación económica al mismo tiempo.

Segundo argumento; habla Germain:

“Es porque la cuestión agraria no se resuelve ahora en ninguno de los países coloniales que conquistaron la independencia nacional después de la Segunda Guerra Mundial que, a pesar de la situación minoritaria del proletariado, el establecimiento de la dictadura del proletariado aliado al campesinado pobre sigue siendo una perspectiva realista”.[193]

Germain dice que la dictadura del proletariado es posible en los países semicoloniales porque éstos aún no han solucionado la revolución agraria, ¿y el hecho de que sigan siendo semicoloniales no tiene nada que ver con la revolución obrera? Si semicolonial significa que aún no consiguieron liberarse del imperialismo, ¿lograr una efectiva liberación nacional no es igualmente una perspectiva realista para la dictadura del proletariado? ¿Por qué no le da importancia (desde el punto de vista de la revolución obrera) al hecho de que esos países sigan siendo semicoloniales? La tarea de la liberación nacional, ¿no es acaso tan realista como la de revolución agraria para el proletariado de los países atrasados? Nosotros creemos que en los países atrasados las dos tareas más importantes que enfrentan las masas son las de liberación nacional y revolución agraria, íntimamente ligadas, combinadas. (Germain reconoce esto en su trabajo). Estas dos tareas se combinan estrechamente por razones objetivas, por la conjunción de la penetración imperialista con la gran propiedad terrateniente en la estructura económica del país atrasado. El imperialismo, al penetrar, construye relaciones de producción capitalistas dominadas por el capital extranjero en el país atrasado. Y la propiedad terrateniente queda subordinada a esas relaciones.

Por otra parte, a través del mercado mundial también controlado por el imperialismo, se establece un estrecho vínculo entre la clase terrateniente y el imperialismo comprador.

Todas estas relaciones económicas hacen que las dos tareas históricas planteadas en los países atrasados (la liberación nacional y la revolución agraria) estén íntimamente ligadas. Y, mal que le pese a Germain, la más dificultosa de esas dos tareas (si es que podemos separarlas) es la lucha contra el imperialismo, ya que éste es mucho más fuerte que la clase terrateniente.

Tercer argumento, o última trinchera y verdadera concepción de Germain: “Los marxistas revolucionarios rechazan esta teoría [menchevique] no sólo porque enfaticen lo inhábil de la burguesía nacional para conquistar en realidad la independencia nacional contra el imperialismo, sin tomar en consideración las circunstancias concretas. La rechazan porque se niegan a posponer a una etapa superior los levantamientos de los obreros y de los campesinos por sus propios intereses de clase, los que inevitablemente se alzarán espontáneamente junto con la lucha nacional a medida que ésta se desarrolle, y para combinarse rápidamente en un programa común inseparable en la conciencia de las masas.”[194] Antes que nada, debemos aclarar que la “teoría menchevique” fue una teoría elaborada en relación a la opresión absolutista feudal, es decir, en relación a la revolución burguesa clásica, antifeudal y antiabsolutista; no, como pareciera desprenderse de esta afirmación de Germain, como respuesta a la opresión nacional imperialista. (Quien trasladó esta concepción menchevique a los países dominados por el imperialismo fue el stalinismo. ) Para los mencheviques, la revolución democrática y campesina antifeudal podía ser llevada a cabo bajo la dirección de la burguesía nacional. Para Lenin y Trotsky, no. Para los stalinistas, la revolución nacional y antiimperialista puede ser llevada a cabo bajo la dirección de la burguesía nacional. Para Trotsky, no. Para mencheviques y stalinistas no hay una contradicción “absoluta” entre la burguesía nacional, la revolución democrático burguesa y la revolución agraria. Para nosotros, los trotskistas, sí la hay. Y sólo del ángulo de los mencheviques y los stalinistas, hay una burguesía nacional capaz de cumplir esas tareas históricas, y por lo tanto, de conciliar con los levantamientos obreros y campesinos. Para los trotskistas, las burguesías nacionales se alinean, junto al imperialismo y los terratenientes, contra los levantamientos obreros y campesinos.

Pero en esta cita hay una afirmación tanto o más grave que la anterior: los trotskistas no rechazamos “principalmente” la teoría de la revolución por etapas en los países atrasados porque opinamos que la burguesía. nacional sea incapaz de realizar la revolución democrática: la rechazamos porque “nos negamos a posponer para otra etapa los levantamientos obreros y campesinos”. O sea que rechazamos la teoría de la revolución por etapas porque se nos da la gana hacer la revolución socialista ahora.

En primer lugar, (y lamentamos bajar de su pedestal a Germain) quienes deciden si posponen o no posponen los levantamientos obreros y campesinos, son los mismos obreros y campesinos. Lo máximo que podemos decidir nosotros es qué orientación le damos a esos levantamientos: si los orientamos o no hacia la torna del poder. Pero lo concreto es que, sin pedirle autorización a Germain, los levantamientos obreros y campesinos en los países atrasados existen.

En segundo lugar, entonces, estamos todos de acuerdo, Germain y nosotros, en orientar esos levantamientos hacia la toma del poder, pero por distintos motivos. El motivo de Germain es que los trotskistas tenemos el antojo de hacer la revolución socialista ahora y nos negamos a posponerla. Nosotros lo hacemos porque creemos que el carácter socialista de la revolución en los países atrasados surge de la estructura de la sociedad. Y esa estructura hace, antes que nada, que la única clase que puede llevar adelante la revolución democrática sea una clase socialista, la clase obrera. También surge del hecho de que, bajo el régimen capitalista (atrasado o no), todos los atrasos son parte estructural de ese régimen, de esa estructura a escala tanto nacional como mundial. Combatir el atraso campesino o nacional, es decir luchar contra la opresión nacional o campesina, significa atacar por razones estructurales, objetivas al capitalismo nacional e internacional. Es decir, significa atacar al imperialismo, base de sustentación de todas las explotaciones que existen, porque todas ellas están combinadas y supeditadas a la explotación imperialista.

Esta no es una diferencia académica, porque en los países atrasados no estará solo el trotskismo intentando dirigir los levantamientos obreros y campesinos y la revolución democrática. Estarán la burguesía y la pequeña burguesía nacional, con sus agentes stalinistas en el movimiento obrero, tratando de tomar la dirección, para después traicionar a las masas, como ha ocurrido con trágicos resultados en Bolivia, Chile e Indonesia, para no citar más que unos pocos ejemplos. Y en los países atrasados la clase obrera dirigirá la revolución proletaria únicamente si le disputa la dirección de la revolución democrático-burguesa a la burguesía y a la pequeña burguesía nacionales.

Para que el proletariado pueda pelear por la dirección y ganarla, el deber de los marxistas revolucionarios es denunciar que la traición de la burguesía y pequeña burguesía nacionales a la revolución democrático burguesa es inevitable, aunque en algún momento participen, por estar llenas miedo, en alguna fase del proceso revolucionario. Nuestro deber es explicar incansablemente a los trabajadores que la única manera de hacer hasta el final la revolución democrático burguesa es que ellos tomen su dirección e impongan su dictadura.

Si en lugar de hacer esto, vamos a explicarles a los trabajado-res que el imperialismo no es un “obstáculo absoluto” para la liberación nacional, que la burguesía nacional puede romper todos sus lazos con el imperialismo y dirigir una lucha victoriosa contra la opresión extranjera y que ellos deben tomar el poder por la simple razón de que los trotskistas nos negamos a posponer la revolución socialista, la dirección de la revolución democrático burguesa quedará sin dudas en manos de la burguesía y la derrota será inevitable. Y el responsable político de la derrota será Germain, así como el responsable teórico será su revisionismo de la teoría de la revolución permanente.

Todo intento de asentar la dictadura del proletariado en los países atrasados sobre las tareas socialistas de la revolución, saliéndose de la revolución democrático burguesa, liquidará cualquier posibilidad de triunfo de la clase obrera.

Germain revisa la concepción marxista de los movimientos nacionalistas de las nacionalidades oprimidas

Ya hemos visto que para Germain la burguesía nacional y el imperialismo juegan un papel relativamente progresivo en la lucha contra la “opresión extranjera”; la primera es capaz de liberar al país atrasado, el segundo es capaz de permitirlo. Como ocurre muy comúnmente a quienes sostienen posiciones oportunistas, Germain (que llegó a ellas a través del más crudo revisionismo) pasa a una posición sectaria (e igualmente revisionista) en relación a los movimientos nacionalistas de las nacionalidades oprimidas. Supone que estos movimientos son, en general, reaccionarios, no progresivos. La conclusión política es obvia: salvo excepciones, no hay que apoyarlos. Para demostrar sus tesis, se vale de tres argumentos y una serie de citas.

Primer argumento: el nacionalismo ha dejado de ser una ideología progresiva; se ha vuelto reaccionaria y la única ideología progresiva en la época imperialista es el internacionalismo proletario. Para llegar a esta conclusión, empieza por explicarnos que el nacionalismo fue progresivo en los siglos XVI, XVII y XVIII:

“... en el periodo clásico de la revolución democrático burguesa de la era preindustrial, cuando la burguesía fue una clase históricamente revolucionaria. Fue una poderosa arma ideológica y política en contra de las dos fuerzas sociales reaccionarias: las fuerzas regionales particulares, feudal o semifeudal, que se resistían a su integración en naciones modernas y los monarcas absolutos nativos o extranjeros”, etc.

“Con la época imperialista el nacionalismo como una regla se vuelve reaccionario, aunque sea ‘puramente’ burgués o pequeño burgués en su carácter. La idea universal de la organización independiente de la clase trabajadora, de los fines autónomos de clase perseguidos por el proletariado y el campesinado pobre en la lucha de clases, de la solidaridad internacional de clase de los trabajadores de todos los países y de todas las nacionalidades, se opone a la idea de la solidaridad nacional o la de comunidad nacional de intereses”.[195]

Creemos que aquí está la explicación de que los camaradas de la mayoría, en el documento sobre Europa, no plantearan el apoyo a la lucha de las guerrillas en las colonias portuguesas. Su razonamiento debe de haber sido que, pese a que se trataba de una lucha antiimperialista, su ideología era reaccionaria por nacionalista. Sin embargo, los camaradas de la mayoría han dado su más caluroso aplauso a los Tupamaros en el Uruguay, y al Movimiento 26 de Julio de Fidel Castro. ¿Acaso no tenían una ideología nacionalista?

Los camaradas, si fueran consecuentes, deberían decir que Fidel Castro y los Tupamaros tenían una ideología reaccionaria. Esta flagrante contradicción teórica, proviene de la falta de criterio para juzgar a los movimientos. Si hicieran lo que hacemos nosotros —juzgarlos por el papel objetivo que cumplen en la lucha de clases a escala nacional e internacional en un momento dado— podrían tener una política consecuente y un análisis teórico acertado.

Para el análisis marxista, el nacionalismo que devino reaccionario es el de los países adelantados, porque es un nacionalismo imperialista. En cambio, el nacionalismo de los países atrasados sigue teniendo, pero acrecentadas, las virtudes del nacionalismo europeo de los siglos XVI, XVII y XVIII.

Germain cree que hay una contradicción absoluta entre el internacionalismo proletario y el nacionalismo en general, incluido el de los países atrasados, dominados por el imperialismo. Y, como fenomenólogo que es, plantea el problema como un problema “ideológico”. Pero el nacionalismo, como toda ideología, tiene un contenido de clase y sigue los vaivenes de la lucha de clases. Los marxistas lo definimos como ideología de tal movimiento o sector social en tal etapa de la lucha de clases, y no como ideología “en sí”. El nacionalismo de los grandes países imperialistas es reaccionario porque promueve la explotación de los países atrasados. Pero es precisamente contra el imperialismo (y el nacionalismo imperialista) que surgen en los países atrasados movimientos con ideologías nacionalistas o democráticas. ¿Es cierto que esos movimientos y sus ideologías son reaccionarias en general? ¿Puede ser reaccionaria la ideología y progresivo el movimiento? ¿Es igualmente reaccionaria la ideología nacionalista de un movimiento nacionalista de un país atrasado y la ideología nacionalista del imperialismo?

Para Germain debe de ser así, por cuanto no hace absolutamente ninguna distinción entre el nacionalismo antiimperialista en un país atrasado y el nacionalismo proimperialista en uno adelantado. Sin embargo, los movimientos nacionalistas de las nacionalidades oprimidas son progresivos en la medida en que van contra el imperialismo, y sus ideologías nacionalistas son contradictorias, vale decir son progresivas en la misma medida.

La relación entre la ideología nacionalista y el internacionalismo proletario es la misma y está determinada por la relación entre el movimiento nacionalista y el partido revolucionario. Una vez más, las ideologías no establecen relaciones entre sí, como ideologías “en sí”, sino que sus relaciones se basan en las relaciones objetivas, es decir en las relaciones entre los movimientos sociales que ellas reflejan.

Bajo el imperialismo surgen, además del movimiento obrero, todo tipo de movimientos y sectores sociales que son objetiva y momentáneamente progresivos, revolucionarios (lucha contra la legislación represiva, libertad de los presos, contra la dominación imperialista, por el derecho al voto o al aborto, por la revolución agraria). Estos movimientos no proletarios tienen, lógicamente, ideologías no proletarias, pero no dejan por ello de ser progresivos. Sus ideologías reflejan el carácter del movimiento que las sustenta.

Siempre el factor determinante es el factor social de la lucha de clases, no el ideológico. El movimiento campesino, por ejemplo, está frecuentemente a favor del reparto de las tierras. Esta es una ideología pequeñoburguesa pero, en la medida en que va contra los terratenientes, es progresiva. Sin embargo, cuando el movimiento campesino se aferré al reparto de tierras, oponiéndolo a la nacionalización socialista, el movimiento se transformará en reaccionario, y este carácter se trasladará a su ideología. Una situación parecida puede darse en el caso de un movimiento feminista: que tenga una falsa ideología feminista no quiere decir que no sea progresivo en la medida en que movilice a amplios sectores de mujeres contra el capitalismo. Y lo mismo ocurre con los movimientos de las nacionalidades oprimidas, cuya ideología en determinado momento es progresiva, pese a que no es proletaria.

Nuestro partido mundial y nuestras secciones nacionales, en tanto que representantes de los intereses históricos de la clase obrera, tienen una política en relación a los movimientos nacionalistas: ligarse íntimamente a ellos, formar frentes con ellos, pero sin perder ni por un instante la independencia política. Esta política la tenemos justamente por ser representantes de los intereses históricos de la clase obrera, que en esta etapa se sintetizan en uno solo: el de la destrucción del sistema imperialista mundial. Para destruirlo, golpeamos juntos con cualquier movimiento o sector social que esté dispuesto a hacerlo.

Esta relación de nuestro partido y de nuestra clase con los movimientos nacionalistas es la que determina la relación de nuestra ideología con la ideología de dichos movimientos: van juntas en todos los aspectos de la ideología nacionalista burguesa o pequeño burguesa que enfrentan a la ideología nacionalista del imperialismo. Pero el internacionalismo proletario, como ideología, no se deja penetrar; se mantiene estrictamente independiente de los aspectos reaccionarios del nacionalismo burgués o pequeñoburgués.

Vista de esta forma objetiva, basada en la lucha de clases, y no en ideologías “en sí”, la afirmación de Germain de que “fines autónomos de clase perseguidos por el proletariado y el campesinado pobre” se oponen a la “solidaridad nacional o comunidad nacional de intereses” en los países atrasados, significa lo mismo que decir que hay un antagonismo insoluble entre la revolución democrático burguesa de los países atrasados y la revolución socialista internacional, cuando lo que ocurre en realidad es que hay una relación íntima entre ambas tareas.

Esto mismo ocurre entre el internacionalismo proletario y el nacionalismo de las naciones oprimidas. El internacionalismo proletario tiene una razón objetiva para su existencia: nació como una respuesta necesaria del movimiento obrero a la existencia del sistema capitalista mundial. Hoy en día ese sistema capitalista mundial tiene su máxima expresión en el sistema imperialista, y esa es la base objetiva actual del internacionalismo proletario.

El nacionalismo de las naciones oprimidas lucha contra el mismo enemigo. No entendemos por qué, entonces, el nacionalismo era progresivo en el siglo XVIII, cuando enfrentaba a los señores feudales y a las monarquías absolutas, y ha dejado de ser progresivo ahora, cuando enfrenta en los países atrasados a un enemigo mucho más fuerte y peligroso, al principal enemigo del proletariado internacional que es el imperialismo. Con el mismo criterio, todos los movimientos progresivos de tipo democrático de los siglos anteriores han dejado de ser progresivos. Ya lo vemos a Germain diciendo que, como el imperialismo se volvió ultramontano y quiere imponer la enseñanza religiosa en las escuelas, el movimiento por la enseñanza laica ha dejado de ser progresivo. Para nosotros, en cambio, un movimiento por la enseñanza laica, en los países en donde hay enseñanza religiosa, es progresivo, lo dirija quien lo dirija y enfrente a quien enfrente. Si hace un siglo enfrentaba a la reacción terrateniente y hoy enfrenta a la reacción imperialista, hoy es tanto o más progresivo que antes.

Los movimientos se definen por sus objetivos históricos y por los enemigos a los que enfrentan. Los movimientos nacionalistas de las nacionalidades oprimidas son progresivos porque se plantean un objetivo histórico progresivo —la liberación nacional— y enfrentan al más reaccionario de los enemigos: el imperialismo.

Segundo argumento: podemos apoyar, como excepción, a los movimientos nacionalistas que no tienen elementos burgueses o pequeñoburgueses en su dirección; a los que sí los tienen no debemos darles ningún apoyo.

“Esta oposición de Lenin al nacionalismo —dice Germain— no es un principio abstracto y formal, sino que arranca, como Lenin lo indica, de una ‘clara noción de las circunstancias históricas y económicas’. Esa es la razón por la cual pueden haber algunas excepciones a la ley basadas sobre ‘condiciones históricas y económicas’ excepcionales, en aquellas nacionalidades oprimidas que no tienen su propia clase dominante, o que tienen solamente un embrión de burguesía que, en la situación dada y por venir, esté excluido que dicho embrión pueda actualmente volverse una clase dominante sin una completa desintegración de la estructura imperialista. Los mejores ejemplos de tales excepciones son las nacionalidades negra y chicana dentro de los EE.UU. ... Pero es claro que, el Québec, Cataluña, el país Vasco, India, Ceylán o las naciones árabes no pueden ser clasificados como excepcionales. Todas estas naciones tienen su propia clase burguesa. Muchas de ellas, igualmente, tienen sus propios estados semicoloniales. Apoyar al nacionalismo dentro de esas nacionalidades, bajo el pretexto de apoyar las luchas antiimperialistas, o igualmente, de defender la doctrina de que el ‘nacionalismo consecuente’ puede automáticamente dirigir la lucha hacia la dictadura del proletariado, es perder la ‘clara noción de las circunstancias históricas y económicas’, es perder de vista la estructura de clase, las definiciones de clase y los conflictos irreconciliables de clase dentro de esas naciones, a las que la opresión nacional y la explotación económica del imperialismo no eliminan, sino, en cierto sentido, aún la incrementan; comparado con lo que ocurre en las naciones no oprimidas”.[196]

De esta manera, Germain clasifica a los movimientos por la mayor o menor importancia de la intervención de los elementos burgueses en ellos, y no por su carácter masivo y la lucha que lleven a cabo contra el imperialismo en determinado momento. De la misma manera podría clasificar cualquier otra lucha del movimiento de masas, y llegar a la conclusión, por ejemplo, de que apoyaremos solamente a los sindicatos o partidos obreros que tienen direcciones revolucionarias, o a los movimientos democráticos que tienen dirección obrera.

Nosotros, en cambio, opinamos que, sin dejar de criticar y de diferenciarnos de sus direcciones, se debe apoyar a toda lucha obrera democrática que vaya objetivamente contra la burguesía, que sea progresiva, cualquiera que sea su dirección.

El mismo criterio debemos seguir con respecto a todo el movimiento nacionalista. Si objetivamente ya contra el imperialismo, debemos apoyarlo, lo dirija quien lo dirija, atacando y diferenciándonos de las inevitables vacilaciones y traiciones de la burguesía y la pequeña burguesía. Y lo mismo debemos hacer ante cualquier movimiento que plantee reivindicaciones progresivas (por la libertad de los presos políticos, el aborto, la igualdad de la mujer), intervenga quien intervenga en él, y cualquiera que sea el sector que lo dirija en ese momento.

Tercer argumento: no es lo mismo la lucha por la autodeterminación nacional y los movimientos nacionalistas: hay que hacer entre ambos una clara distinción: “Los sectarios y los. oportunistas —dice Germain— fallan por igual en hacer esta distinción básica entre la lucha por la autodeterminación nacional y la ideología nacionalista. Los sectarios se niegan a apoyar las luchas por la autodeterminación con el pretexto de que sus dirigentes, la ideología aún prevaleciente entre esos luchadores, es el nacionalismo. Los oportunistas se niegan a combatir las ideologías nacionalistas burguesas y pequeñoburguesas bajo el pretexto de que la lucha por la autodeterminación nacional, en la cual esta ideología predomina, es progresiva... La posición correcta marxista leninista es combinar el pleno apoyo total a la lucha por la autodeterminación nacional de las masas incluyendo demandas concretas que expresan este derecho en los campos político, cultural y lingüístico, con la lucha contra el nacionalismo burgués y pequeñoburgués”.[197]

Hay varias cosas incomprensibles en este argumento. La primera es por qué Germain se limita a las “demandas concretas políticas, culturales y lingüísticas”. ¿Acaso no hay un campo económico de lucha por la autodeterminación nacional? ¿La expropiación sin pago de las empresas imperialistas, no es la máxima expresión de la lucha por la autodeterminación nacional (como lo enseñó Trotsky en relación al petróleo mexicano)? La segunda cuestión es la afirmación de que la “ideología dominante entre los luchadores por la autodeterminación nacional” es el nacionalismo burgués y pequeñoburgués. Si con esto Germain nos quiere decir que las masas se movilizan tras una dirección burguesa o pequeñoburguesa, y nosotros debemos luchar para que sea la clase obrera la que tome la dirección, estamos totalmente de acuerdo. Pero si de ahí deduce que su sentimiento nacionalista es reaccionario y tenemos que chocar frontalmente con él, oponiéndole el internacionalismo proletario, estamos totalmente en desacuerdo.

El sentimiento nacionalista de las masas es contradictorio: en tanto que es nacionalista, es progresivo; en tanto que deposita confianza en los explotadores nacionales, es reaccionario. Y además de ser reaccionario, no es consecuentemente nacionalista, porque la burguesía y la pequeña burguesía nacionales son incapaces de llevar hasta el final la liberación nacional de un país atrasado con respecto al imperialismo.

¿Por qué tenemos que rechazar en bloque este sentimiento contradictorio? Si desarrollamos el aspecto positivo de este sentimiento (el nacionalismo) hasta el final, hasta el nacionalismo consecuente, ¿no quedarán al descubierto las vacilaciones y traiciones de la dirección burguesa? ¿Que tiene de reaccionario el sentimiento nacionalista consecuentemente antiimperialista? ¿Qué otra manera propone Germain para liquidar la influencia ideológica y la dirección burguesas de los movimientos nacionalistas? ¿Acaso la propaganda general sobre el internacionalismo proletario y el contenido reaccionario de la ideología nacionalista burguesa?

Todas estas preguntas quedan sin respuesta, porque Germain hace una separación absoluta entre las luchas antiimperialistas y el nacionalismo, cuando en la realidad están íntimamente ligados: el nacionalismo es la expresión ideológica de las luchas antiimperialistas.

Dejamos de lado para no crear otro eje de discusión, el problema de que en última instancia Germain propone que usemos fundamentalmente consignas negativas. Es decir, que caigamos en los famosos “anti” que, según Trotsky, caracterizan a los oportunistas. Nosotros estamos por las consignas positivas (nacionalismo en lugar de antiimperialismo) que caracterizaron al bolchevismo.

Una escandalosa falsificación

Germain apela a la autoridad de Lenin y Trotsky para apoyar sus argumentos y su conclusión de que, salvo excepciones, no debemos apoyar al nacionalismo de las nacionalidades oprimidas. Dice que “Lenin tiene completamente la misma posición [que Germain]” y agrega: “Y en su mayor contribución final al problema, que tiene valor programático, sus ‘tesis sobre la cuestión nacional y colonial’ escritas para el Segundo Congreso de la Comintern, leemos el siguiente pasaje esclarecedor.[198] Ese “pasaje esclarecedor” de que habla Germain, constituye uno de los más escandalosos fraudes de que tengamos memoria.

En el Segundo Congreso de la III Internacional hubo una discusión sobre la cuestión nacional y colonial entre Lenin y el delegado de la India, Roy, que culminó en la votación de un documento “Tesis y adiciones... “ donde se incluían tanto algunas de las posiciones iniciales de Lenin como las de Roy. En las Obras Completas de Lenin figura el documento con las posiciones específicas de Lenin, bastante distintas a las de Roy. He aquí la cita que transcribe Germain:

“El Partido Comunista, intérprete consciente del proletariado en lucha contra el yugo de la burguesía, no debe considerar como clave esencial de la cuestión nacional a los principios abstractos y formales, sino: 1) una noción clara de las circunstancias históricas y económicas, 2) la disociación precisa entre los intereses de las clases oprimidas, de los trabajadores, los explotados, en relación a la concepción general de los así llamados intereses nacionales, que representan en realidad los de las clases dominantes; 3) a diferencia de la hipocresía burguesa y democrática, que disimula cuidadosamente la esclavización (propia de la época del capital financiero, del imperialismo) de la inmensa mayoría de las poblaciones del globo por parte de una minoría de países imperialistas ricos, por su potencia colonizante y financiera, la división tan neta y precisa que existe entre las naciones oprimidas, dependientes, colonizadas y las opresoras, explotadoras, que gozan de todos los derechos.”

“... es la práctica habitual no sólo de los partidos del centro de la Segunda Internacional, sino también de aquellos que la han abandonado, para reconocer el internacionalismo en las palabras y sustituirlo, en la realidad, en la propaganda, en la agitación y en la práctica, por el nacionalismo y el pacifismo de los pequeñoburgueses. Eso se ve también ahora entre los partidos que se llaman a sí mismos Comunistas... El nacionalismo pequeñoburgués restringe el internacionalismo al reconocimiento del principio de la igualdad de las naciones y (sin insistir por adelantado sobre su carácter puramente verbal) conserva intacto el egoísmo nacional...”

“... en los países oprimidos existen dos movimientos que, cada día, se separan más: el primero es el movimiento burgués democrático nacionalista, que tiene un programa de independencia política y de orden burgués, el otro es el de los campesinos y los obreros ignorantes y pobres, por su emancipación de todo tipo de explotación.

“El primero trata de dirigir al segundo y en cierta medida lo ha logrado. Pero la Internacional Comunista y los partidos adherentes deben combatir esta tendencia y retornar a desarrollar los sentimientos de clase independientes entre las masas obreras de las colonias.”

La mentira de Germain consiste en lo siguiente: los dos primeros parágrafos de la cita son de Lenin, los dos últimos (que aparecen como de Lenin) son de Roy, el delegado de La India. Además, los dos de Lenin son efectivamente de las “Tesis sobre la cuestión nacional y colonial”, pero los de Roy son de otra resolución— las “Tesis suplementarias”— que Lenin no escribió. Por si esto fuera poco, para obtener su “pasaje esclarecedor” Germain salta de la Tesis No. 2 a la No. 10, sin aclarar que se había cambiado completamente de tema, ya que en esta última se estaba hablando de los partidos y corrientes que rompieron con la socialdemocracia, fundamentalmente en los países imperialistas.

Veamos, ahora sí, qué es lo que dice Lenin:

“Primero: que todos los partidos comunistas deben ayudar al. movimiento de liberatión democráticoburgués en esos países, y que el deber de prestar la ayuda más activa descansa, en primer término, en los obreros del país del cual la nación atrasada es colonial o financieramente dependiente.”[199]

Pero el compañero Germain no sólo cambia las citas, sino que olvida precisar que hubo toda una discusión entre Roy y Lenin. En ella, Roy era quien tenía la posición más ultraizquierdista y Lenin la más favorable a la burguesía nacional. Así es como Lenin resume esas discusiones en sus Obras Completas diciendo que:

“... hemos discutido acerca de si sería correcto, desde el punto de vista de los principios y desde el punto de vista teórico, afirmar que la Internacional Comunista y los Partidos Comunistas deben apoyar o no al movimiento democrático burgués en los países atrasados; después de esta discusión, hemos acordado por unanimidad hablar del movimiento nacional revolucionario en vez de movimiento democrático burgués.”[200]

Este cambio en la definición de los movimientos nacionalistas tiene que ver con el carácter de estos movimientos (reformistas o revolucionarios), y no, como parece interpretar Germain, con la clase que los dirija. Por otra parte, fue una salida conciliatoria, una concesión de Lenin a Roy. Y esto se demuestra en el hecho de que Lenin decía, en el mismo momento, que los dos grandes movimientos mundiales que enfrentaban al imperialismo eran “los movimientos soviéticos de los obreros de los países adelantados y, por otro lado, todos los movimientos de liberación nacional de las colonias y las nacionalidades oprimidas”.

Esta posición de Lenin fue desarrollada mucho más por el IV Congreso de la Internacional Comunista, en la famosa Tesis sobre Oriente.

Allí se dice categóricamente: “Consciente de que en diversas condiciones históricas los elementos más variados pueden ser los portavoces de la autonomía política, la Internacional Comunista apoya todo movimiento nacional revolucionario dirigido contra el imperialismo [... ]. También es indispensable forzar a los partidos burgueses nacionalistas a adoptar la mayor parte posible de ese programa agrario revolucionario [... ]. La negativa de los comunistas de las colonias a participar en la lucha contra la opresión imperialista bajo el pretexto de la ‘defensa’ exclusiva de los intereses de clase es la consecuencia de un oportunismo de la peor especie que no puede sino desacreditar a la revolución proletaria en Oriente.”[201]

Es evidente que, para Lenin, quién es el que dirige el movimiento es lo secundario; lo importante es si lucha contra el imperialismo. Si es así, “sostenemos todo movimiento nacionalista”, aunque lo dirijan los feudales, no ya la burguesía nacional. Nosotros coincidimos con Lenin en apoyar a todo movimiento que luche contra el imperialismo; y no apoyamos los movimientos nacionalistas que se apoyan en él, como el sionismo. Para Germain, no debemos actuar así: a los movimientos nacionalistas los apoyamos en el caso excepcional de que no intervengan en ellos la burguesía y las pequeñas burguesías nacionales. Si intervienen, ¡no los apoyamos! Y el pretexto que da para sostener esta política son los “objetivos autónomos de clase”, algo muy parecido a la “defensa exclusiva de los intereses de clase” que Lenin denunciaba como “oportunismo de la peor especie”.

Trotsky, heredero de las enseñanzas de Lenin, aclara aún más el criterio leninista, al apoyar al movimiento nacionalista, sea cual fuera su dirección: directamente elimina de su línea política el agregado de “revolucionarios” que hizo Roy a los movimientos nacionalistas y consideraba la ideología de Sun Yat-sen progresiva porque era nacionalista. Veamos lo que decía Trotsky:

“[... ] el movimiento nacional en Oriente constituye un factor progresivo en la historia mundial. La lucha por la independencia de la India es un movimiento sumamente progresivo, pero todos sabemos que, al mismo tiempo, es una lucha que persigue fines nacionalistas burgueses estrictamente limitados. La lucha por la liberación de China, la ideología de Sun Yat-sen, constituyen una lucha democrática con una ideología progresiva, pero sin embargo bur-guesa. Nosotros aprobamos el apoyo comunista al Kuomintang en China, al que procuramos radicalizar.”[202]

“Tenemos ante nosotros el espectáculo de Turquía aboliendo el califato y de MacDonald restaurándolo. ¿No es éste un ejemplo contundente del menchevismo contrarrevolucionario de Occidente y del democratismo progresista y nacionalista burgués de Oriente? Hoy en día, Afganistán es escenario de acontecimientos realmente dramáticos: allí, la Inglaterra de Ramsay MacDonald está luchando contra el ala nacionalista burguesa de izquierda, que busca la europeización de un Afganistán independiente. Inglaterra se propone colocar en el poder de ese país a los elementos más ignorantes y reaccionarios, imbuidos de los peores prejuicios del panislamismo, del califato, etcétera. Una apreciación correcta de estas dos fuerzas en conflicto les permitirá comprender por qué el Oriente se acercará cada vez más hacia nosotros, hacia la Unión Soviética y la Tercera Internacional.”[203]

La posición de Trotsky con respecto a los movimientos nacionales burgueses y pequeñoburgueses latinoamericanos reafirma lo anterior. Es de simpatía hacia Cárdenas y hacia el APRA peruano. Esta posición se concreta en la siguiente resolución de nuestra Internacional:

“En la lucha contra el imperialismo extranjero en Méjico, la dirección de la LCI (grupo Galicia), en vez de poner todo el énfasis de su agitación en la lucha contra los bandidos norteamericanos y británicos, enfatizaron más aún el régimen nacional-burgués de Cárdenas, atacándolo de una manera tendenciosa, sectaria, y dadas las circunstancias, objetivamente reaccionaria.”[204]

Germain revisa a Trotsky y al marxismo, pero no sólo en el terreno de la concepción general; también lo hace en los casos concretos que utiliza como ejemplos. Según el compañero Germain, el trotskismo está contra el nacionalismo catalán, porque es un movimiento donde participa la burguesía. Veamos qué dijo Trotsky sobre el movimiento nacionalista catalán.

“Ya he afirmado que en el actual estadio de la revolución, el nacionalismo pequeñoburgués catalán es un factor progresivo, pero con una condición: que desarrolle su actividad fuera de las filas comunistas y que pueda estar siempre bajo la crítica de éstos.”

“Dada la combinación presente de fuerzas de clase, el nacionalismo catalán es un factor revolucionario progresista en la fase actual. El nacionalismo español es un factor imperialista reaccionario. El comunista español que no comprenda esta distinción, que la ignore, que no la valore en primer plano, que, por el contrario, se esfuerce por minimizar su importancia, corre el peligro de convertirse en agente inconsciente de la burguesía española, y de estar perdido para siempre para la causa de la revolución proletaria... Una política distinta equivaldría a sostener el nacionalismo reaccionario de la burguesía imperialista que es dueña del país, en contra del nacionalismo revolucionario-democrático de la pequeña burguesía de una nacionalidad oprimida”.[205]

Sigamos ahora con el problema negro en Estados Unidos. Para Germain es una excepción, dado que se trata de un nacionalismo al que hay que apoyar porque proviene de una nacionalidad oprimida donde no hay burguesía. La Internacional Comunista, en cambio, considera el problema negro de Estados Unidos como parte del movimiento negro mundial, y no como una excepción limitada a ese país. Para la Internacional Comunista, los negros norteamericanos deben ser la vanguardia de la lucha mundial de los negros de África y Centroamérica.

“Por eso el 4°. Congreso declara que todos los comunistas deben aplicar especialmente al problema negro las ‘tesis sobre la cuestión colonial’.

6. a) El 4°. Congreso reconoce la necesidad de mantener toda forma del movimiento negro que tenga por objetivo socavar y debilitar al capitalismo o al imperialismo, o detener su penetración.”[206]

Como vemos, para la Internacional Comunista el movimiento negro es uno solo en todas partes del mundo; y en todas partes, no sólo en Estados Unidos, hay que apoyarlo, lo dirija quien lo dirija, siempre que “tenga por fin sabotear o debilitar al imperialismo o detener su penetración”. Por lo tanto, cuando Germain dice que sólo debemos apoyar a la excepción que es el movimiento negro de Estados Unidos está cometiendo un error; intenta dividir el movimiento nacionalista mundial negro, separando de él al norteamericano.

Esta discusión es muy importante en relación con los obreros inmigrantes, ya que ellos son, en muchos casos, una parte de la revolución colonial enquistada en los propios países imperialistas. En otros casos, son la expresión de una nacionalidad oprimida. Esto último ni siquiera es sospechado por los autores del documento europeo de la mayoría. Por el contrario, confunden nacionalidad oprimida con nación.

La independencia de clase

Apenas ahora, que hemos definido objetivamente nuestra política hacia los movimientos nacionalistas, podemos entrar en el problema subjetivo, es decir en el problema de la dirección. Que apoyemos a los movimientos nacionalistas, cualquiera sea su dirección, con la única condición de que vayan contra el imperialismo, no significa que nos confundamos con la dirección burguesa o pequeñoburguesa de esos movimientos. De la misma manera que cuando apoyamos a un movimiento sindical que lucha contra la burguesía, no nos confundimos con su dirección burocrática, ni diluimos a nuestro partido en los sindicatos. Mantenemos nuestra independencia de clase, lo que quiere decir que imponemos una separación tajante entre esas direcciones y nosotros, y entre nuestra clase y nuestro partido y esos movimientos. Esto nos permite apoyar al movimiento nacionalista cuando va contra el imperialismo y, al mismo tiempo, llevar una crítica implacable contra sus direcciones y sus limitaciones.

¿Cómo realizamos esta diferenciación? Por un lado, manteniendo a muerte nuestra defensa e impulso de las luchas obreras por sus intereses específicos, y denunciando a las direcciones burguesas porque pretenden utilizar al movimiento obrero para enfrentar al imperialismo, pero, simultáneamente, lo siguen explotando. Por otro lado, y esto es lo fundamental, planteando al movimiento obrero que exija a esas direcciones una lucha y medidas consecuentemente antiimperialistas (que nosotros sabemos que son incapaces de llevar adelante), como forma de ir desprestigiándolas frente a los trabajadores e ir planteando la necesidad de que sea la propia clase obrera la que tome la dirección del movimiento nacionalista. Finalmente, oponiéndonos en forma terminante a que el movimiento obrero ponga sus organizaciones (sindicales y políticas) bajo la disciplina de la dirección burguesa e insistiendo hasta el cansancio en la necesidad de una organización y una política independiente de los trabajadores.

Pero todo esto no es ninguna novedad: es lo mismo que hacemos frente a todo movimiento progresivo, por ejemplo, el movimiento contra la guerra en Vietnam dentro de Estados Unidos. Apoyamos el movimiento contra la guerra, sin perder la independencia de nuestro partido, y sin dejar de atacar ni un solo minuto a las direcciones oportunistas o liberal-burguesas. Lo único que no podemos hacer es decir que no lo apoyamos porque es un movimiento democrático donde intervienen (y en un momento lo dirigieron) los burgueses liberales y los reformistas.

Apoyo a los movimientos progresivos, con total independencia para criticar al movimiento y a sus direcciones, sí; confusión y pérdida de nuestro partido dentro del movimiento, no. Esta es la esencia de la política leninista y trotskista.

Germain nos propone otra: aunque enfrenten al imperialismo, no debemos apoyar a los movimientos nacionalistas si en ellos intervienen sectores burgueses o pequeñoburgueses. Y este revisionismo germainista nos lleva a un peligro gravísimo; que nos confundamos, por nuestra política, con la propia burguesía imperialista. Esta se cuidará muy bien de apoyar a los movimientos nacionalistas que vayan en contra suyo, por el contrario, los atacará. Y Germain... no les dará su apoyo. Ante las masas ¿cuál es la diferencia?

Capítulo VIII
El mayor peligro es
la tendencia mayoritaria

Conocemos de antemano la respuesta de Germain

Hace ya muchos años que Trotsky describió la forma de razonar del pensamiento oportunista y sectario. Esa descripción cobra actualidad en esta polémica, porque esa forma de razonamiento es la misma que utilizan los camaradas de la mayoría, especialmente Germain:

“La ideología marxista es concreta, es decir, observa todos los factores decisivos de una cuestión determinada, no sólo en sus relaciones recíprocas, sino también en su desarrollo. No disuelve la situación del momento presente en la perspectiva general, sino que, mediante la perspectiva general, hace posible el análisis de la situación presente en toda su particularidad. Precisamente la política comienza con este análisis concreto. El pensamiento oportunista, así como el sectario, tienen un rasgo en común: extraen de la complejidad de las circunstancias y de las fuerzas uno o dos factores que les parecen los más importantes —y que de hecho a veces lo son—, los aíslan de la compleja realidad y les atribuyen una fuerza sin. límites ni restricciones.[207]

De la misma manera, los camaradas de la mayoría aíslan la tendencia y la ley general de que sin lucha armada no habrá revolución y la transforman en la única ley de nuestra política para América Latina. Separan la tendencia hacia el control obrero de todas las otras circunstancias que lo pueden hacer factible en un determinado momento y sólo en ese determinado momento de la lucha de clases, y la transforman en una estrategia y táctica casi permanentes para Europa. Abstraen un elemento del actual ascenso del movimiento de masas en Europa —la existencia de una numerosa vanguardia que no sigue a los aparatos reformistas—, la transforman en una categoría social y la convierten en el eje estratégico de nuestra actividad. Siempre, en cada análisis y política de la mayoría encontramos el mismo error.

Este error fundamental se combina con otros para hacer aún más equivocada su forma de razonar y polemizar. En casi todos los trabajos de los camaradas de la mayoría hay una tendencia muy manifiesta al impresionismo, al subjetivismo (darle importancia fundamental a las cuestiones de tipo ideológico —o de conciencia—, por encima de la situación objetiva de la lucha de clases), al economicismo (sobrevalorar el factor económico y trasladarlo mecánicamente al análisis político) y a la erudición (utilizar una avalancha de citas tomadas literalmente y fuera de contexto para fundamentar una posición). Todo esto se transforma, en la polémica, en golpes de efecto espectaculares, en maniobras emotivas intelectuales para impresionar al auditorio.

Germain actúa siempre como abogado defensor: le preocupa mucho menos ir derecho al grano, exponer con claridad lo que piensa y proponer categóricamente lo que hay que hacer, que defenderse por anticipado de todos los posibles ataques que se le puedan hacer desde cualquier ángulo imaginable. De ahí provienen las altas cumbres, pero también los profundos abismos de Germain: cuando la causa que defiende es justa, ésta brilla en todo su esplendor, sólidamente protegida por esa caparazón defensiva que la rodea; pero cuando es injusta, la verdadera posición que plantea queda escondida y confusa, detrás de esa misma caparazón, convertida en una maraña inextrincable donde se suman y se restan afirmaciones totalmente opuestas entre sí, que sirven para demostrar que él siempre ha dicho algo correcto. Si se le ataca porque ha dicho “blanco”, él siempre nos podrá demostrar que en alguna otra parte dijo “negro”; si se le ataca porque ha dicho “sí”, siempre nos podrá demostrar que, algunas líneas más arriba o más abajo, dijo “no”.

Desgraciadamente, Germain no ha defendido siempre causas justas. Y, como siempre, lo más importante es establecer al servicio de qué política está una determinada forma de razonar o polemizar. La trayectoria de Germain, en ese sentido, es muy contradictoria, porque tiene dos constantes: defender al trotskismo (una causa justa) y defender su prestigio dirigente (una causa injusta, aun cuando fuera realmente un dirigente sin tacha). De ahí que sus documentos, sobre todo cuando se refieren a una polémica interna al movimiento trotskista donde su prestigio de dirigente está en juego, sirven para cualquier cosa, menos para armar a nuestros cuadros para su actividad militante.

De ahí el título de este subcapítulo. Estamos seguros de que Germain, así como los otros camaradas de la mayoría, nos responderán oponiéndonos tres o cuatro citas de sus escritos, (donde dicen exactamente lo contrario), por cada una de las citas que nosotros hemos empleado. A la cita donde sostiene que las burguesías nacionales son capaces de romper total y absolutamente con el imperialismo y conducir una lucha victoriosa contra la opresión nacional, nos opondrán muchas otras donde dice, con la mejor ortodoxia trotskista, que no pueden hacerlo (para que no se tomen el trabajo de buscarlas les podemos decir donde encontrar una: en la última carta de Germain a Horowitz). Estamos seguros de que existen (y serán traídas a la luz) citas exactamente opuestas a las que nosotros utilizamos para todos y cada uno de los problemas teóricos que hemos tocado en esta polémica. Más aún, estamos convencidos de que después de ese aluvión de citas, el camarada Germain nos acusará de haber falsificado su pensamiento. Lo que jamás lograremos será que algún camarada de la mayoría discuta sobre las citas que nosotros utilizamos, o reconozca que allí cometió un error y acepte nuestra crítica. Y aquí es donde se acaba toda posibilidad de seguir polemizando, porque si aceptáramos el método de sumas y restas de afirmaciones que utiliza Germain, la polémica entre marxistas dejaría de ser una tarea militante para convertirse en un trabajo de usar tijeras, pegar recortes y pesarlos en una balanza. Porque recortando y agrupando las afirmaciones teóricas correctas del camarada Germain se podría hacer uno de los volúmenes más grandes de teoría trotskista ortodoxa; pero haciendo lo mismo con las incorrectas, también se podrá hacer otro volumen, tanto o más grande que el anterior, de revisionismo trotskista. Según el método de las sumas y restas bastaría con poner cada uno de estos volúmenes en los platillos de una balanza, y según cuál pese más, demostrar quién tiene razón. Pero éste no es para nada el método marxista. La teoría también es dialéctica, y una afirmación teórica equivocada puede derrumbar cien afirmaciones correctas, según el contexto del problema concreto que se discutía cuando dicha afirmación fue formulada.

Esto en cuanto a la teoría, pero lo que sucederá con las políticas concretas que tratamos en este y en los otros documentos de la minoría, será mucho más grave. Las políticas se confrontan con los hechos, y a los hechos los conocen a fondo los jóvenes cuadros de nuestra Internacional, cosa que aún no ocurre con las cuestiones teóricas. Nadie puede negar por ejemplo que, desde el IX Congreso a la fecha, América Latina fue escenario de grandes movilizaciones obreras y urbanas, y prácticamente de ninguna lucha armada campesina (o sea que ocurrió lo opuesto a lo que se previo en las resoluciones). Este es un hecho imposible de tergiversar, como cualquier otro hecho contemporáneo. E incluso los hechos del pasado son mucho más difíciles de tergiversar que las cuestiones teóricas. Esta gran virtud que tienen los hechos concretos y las políticas concretas (expresadas en periódicos, volantes y otros documentos de tipo agitativo) es la que determinará la forma de actuar de los cama-radas de la mayoría. Directamente no se darán por aludidos en lo que respecta a nuestras afirmaciones documentadas de que la política de la mayoría no dio respuesta a los hechos concretos de la lucha de clases. Hace veinte años que les pedimos que nos expliquen su política de apoyo crítico al MNR que llevó a la derrota a la revolución boliviana de 1952, y no responden. ¿Acaso no están haciendo lo mismo cuando insistimos en que nos digan en qué fecha empezó el periódico del POR(C) su campaña política de lucha contra los golpes de estado en Bolivia? ¿Acaso nos han contestado a nuestra pregunta sobre si había o no había que intervenir en las elecciones en la Argentina?

Las respuestas de los camaradas siempre fueron las mismas: silencio, silencio y más silencio. En realidad, un silencio plagado de gritos, de cortinas de humo, de argumentaciones kilométricas, pero un silencio al fin, puesto que nunca fue roto por una respuesta categórica. El día que los camaradas nos digan: “efectivamente, nosotros apoyamos críticamente al gobierno del MNR en Bolivia entre 1952 y 1956, pese a que el movimiento obrero y campesino había liquidado al ejército burgués y se había organizado en milicias obreras, y ahora pensamos que fue un trágico error (o bien, que fue muy correcto) por tales y cuales razones; efectivamente, el periódico del POR(C) desarrolló una campaña de lucha política contra los golpes, a partir del número tal de tal fecha, y la mantuvo durante tantos números en forma consecuente (o bien, nunca lo hizo y nos autocriticamos por haber mentido); efectivamente, había que participar en las elecciones en la Argentina (o no había que hacerlo)”: el día que los camaradas digan estas cosas tan sencillas, reconoceremos que su método ha cambiado.

Pero por ahora, no hay ningún síntoma de ello. Por eso pensamos que nuestra denuncia de que la mayoría ha cometido en su documento europeo uno de los mayores crímenes de la historia al olvidarse del Vietnam del imperialismo europeo, las guerrillas en las colonias portuguesas, correrá la misma suerte que todas las otras sobre sus errores políticos anteriores. Una vez más, creemos, la respuesta será el silencio.

Pero si no es así, de algo estamos seguros: su respuesta no será jamás la de los verdaderos dirigentes proletarios que, cuando se equivocan o se olvidan de posiciones fundamentales, dicen sencillamente: “nos hemos equivocado; estudiemos juntos las razones de esta equivocación”.

La crisis de nuestra Internacional es la crisis de su dirección

Para Germain, el principal peligro que afronta ahora nuestra Internacional no es el ultraizquierdismo, sino el “seguidismo oportunista”. Para fundamentar esta afirmación, como siempre, no parte de la realidad concreta, sino de una cita y de una serie de ejemplos muy parciales, muy pequeños y falsificados.

El más grave revés que sufrió nuestra Internacional en los últimos cuatro años —hacer sección oficial argentina a un grupo que al poco tiempo desertó del trotskismo— no sirve de base para su análisis: ni siquiera la menciona. Y sin embargo es el mejor ejemplo de cuál es el peligro más grave que nos acecha. Nuestra tendencia había alertado que esa ruptura del PRT-C con la Internacional era inevitable. El rompimiento se produjo, pero Germain, pese a su supuesta lucidez sobre los peligros que nos amenazan, fue incapaz de preverlo. Sí lo previmos nosotros, como consta en nuestros documentos. Este hecho sirve para demostrar que el criterio que debimos haber tenido para prever los peligros que amenazaban a nuestra organización, debió haber sido el nuestro y no el “erudito” de Germain.

Un partido revolucionario está siempre expuesto a desviaciones de dos tipos: las de derecha, oportunistas, y las ultraizquierdistas y sectarias. Las desviaciones de derecha son provocadas por la presión sobre el partido de estratos privilegiados o en retroceso del movimiento de masas o, según la teoría de Mandel, por la existencia de aparatos en los partidos de masas. Las desviaciones de izquierda provienen de la influencia dentro del partido de sectores de la pequeña-burguesía radicalizada que tiende a salidas desesperadas e individualistas.

¿En qué situación están nuestros partidos en la actualidad? ¿Están, aunque sea mínimamente, rodeados por el movimiento de masas en retroceso, o por sectores privilegiados de él, o tienen costosos y colosales aparatos burocráticos? ¿O, más bien, están en la otra situación, sin penetración en el movimiento de masas, menos aún en sectores en retroceso, en tanto que sus filas se nutren de miles de militantes juveniles provenientes, en su mayor parte, de la pequeña burguesía radicalizada, en especial estudiantil?

Evidentemente, estamos en esta última situación. En ningún lugar se dan esas situaciones que explican y provocan las desviaciones “seguidistas y oportunistas”. Por el contrario, nuestras secciones, eminentemente estudiantiles, deben enfrentar, en ocasiones, situaciones prerrevolucionarias o cercanas a ellas. Para Trotsky, en esas situaciones, “... el partido comunista es débil: la presión de las masas es más fuerte...”[208]

Por eso acusamos a Germain de utilizar un método erudito: extrajo la cita de Cannon y la estampó en sus fundamentaciones, sin explicar la situación del SWP en relación al movimiento de masas para la fecha en que fue escrita. Olvidó entonces, que el SWP, durante la guerra, era un partido con influencia, aunque fuera mínima, en el movimiento obrero.

¿Cuál es la relación de estas dos desviaciones y de la necesidad de combatirlas en la vida real de un partido revolucionario? Lenin las definió de la siguiente manera:

“El primer objetivo histórico (el de ganar para el poder soviético y para la dictadura de la clase obrera a la vanguardia con conciencia de clase del proletariado) no podía alcanzarse sin una victoria ideológica y política completa sobre el oportunismo y el socialchovinismo; el objetivo segundo e inmediato, que consiste en saber conducir a las masas a una nueva posición que asegure el triunfo de la vanguardia de la revolución, no puede alcanzarse sin la liquidación del doctrinarismo de izquierda, sin la eliminación total de sus errores.”[209]

Como vemos, hay una dialéctica: para afuera del movimiento, el enemigo es el oportunismo, para adentro es el ultraizquierdismo. Dicho de otra manera, nosotros vamos a ganar a la vanguardia obrera liquidando ideológica y políticamente al stalinismo, a las burocracias en general y a los partidos reformistas, y la vamos a conducir hacia el triunfo sólo si liquidamos al ultraizquierdismo.

Esto es relativamente verdadero, ya que dentro del movimiento revolucionario pueden darse variantes de derecha como consecuencia de las presiones de clase, y dentro del propio movimiento de masas (como ocurrió con las manifestaciones apresuradas de julio del 17 en la Revolución Bolchevique) pueden cobrar fuerza tendencias de signo contrarío. Pero éstas son sólo las excepciones a la regla general.

Pasando por encima de todo esto, Mandel afirmaba que: “La gran incorporación de nuevos miembros en la Internacional Comunista después de su primer año de vida, no crea exclusivamente, ni principalmente, ultraizquierdismo, sino principalmente desviaciones oportunistas”.[210]

¡Y está hablando de la misma época en que se desarrolló toda la lucha dentro de la IC contra el ultraizquierdismo, de la misma época en que Lenin tuvo que escribir “El Izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”, uno de cuyos párrafos hemos citado!

Volviendo a la situación de nuestra Internacional, la posición de Germain, de que el principal peligro actual es el oportunismo, no tiene ni siquiera antecedentes en las propias posiciones de la mayoría. ¿Qué preveían los compañeros de la mayoría en 1969? Veamos:

“Es evidente que en esta vanguardia el principal peligro actual, debido a su experiencia y composición social, se encontrará en las corrientes ultraizquierdistas. Una de las primeras condiciones para una lucha contra estas corrientes, y más particularmente contra su reflexión en nuestras propias filas...”[211]

Hay más: “Hasta que una vanguardia de cierto peso numérico y contenido social emerja de la masa trabajadora, nosotros tendremos considerables dificultades con las manifestaciones sectarias. Estas manifestaciones tomarán primeramente la forma de ultraizquierdismo, pero en esto veremos extrañas combinaciones de rasgos oportunistas, espontaneistas, etcétera.”[212]

Para terminar, en la tesis 13 del último documento europeo se señala cómo la ultraizquierda se ha precisado y organizado en cinco corrientes, y en la tesis siguiente se nos da como tarea trabajar sobre esa vanguardia ultraizquierdista. Pero aquí viene un olvido imperdonable desde el punto de vista marxista: no se señala que el peligro mayor es siempre ceder a las presiones del sector sobre el cual trabajamos. Por lo tanto no se dice que el mayor peligro, en Europa, es ceder al ultraizquierdismo y a su otra cara, el oportunismo obrerista.

¿Qué ha cambiado en estos cuatro años para que el peligro más importante haya dejado de ser el ultraizquierdismo y ahora sea el oportunismo? Lo único que ha cambiado es que nuestras secciones, fundamentalmente las europeas, han nutrido sus filas con esa vanguardia ultraizquierdista y, pese a los alertas que ellos mismos hicieron, los compañeros de la mayoría han terminado por ceder incondicionalmente a sus presiones.

¿Cómo es posible que viejos militantes trotskistas, que supieron prever el peligro, hayan capitulado ante los nuevos cuadros que provienen de la nueva vanguardia? ¿Quién tiene la culpa? Nosotros no creemos que la culpa recaiga en esos nuevos cuadros inexperimentados y sin ninguna tradición marxista, sino en las limitaciones de nuestra dirección europea, principalmente de los camaradas Germain, Frank y Livio. Esta afirmación tiene una explicación histórica, que es la que nos va a develar el secreto de la actual crisis de nuestra Internacional.

La dirección europea liderada por los camaradas que nombramos es parte de la historia del movimiento trotskista europeo y de su dirección, que vivió en el pasado circunstancias excepcionales que explican su presente. Hay tres que son fundamentales, y que marcaron indeleblemente al trotskismo europeo.

La primera de ellas es la deserción de nuestras filas de la dirección de la oposición trotskista española (Nin) y la incapacidad de la dirección trotskista francesa (Navilley Rosmer primero; Molinier y Frank después) de formar una dirección proletaria. Con la deserción de unos y la incapacidad de otros, nos quedamos sin direcciones ni cuadros fuertes y serios en las dos secciones que, en su momento, fueron las más importantes de Europa.

La segunda razón fue la ocupación nazi, a la que tuvimos que enfrentar sin una tradición proletaria de los cuadros y la dirección, y que agravó al máximo los otros males.

La tercera razón fue que el ascenso del movimiento de masas europeo duró muy poco; los tres años que van de 1944 a 1947 aproximadamente. Esto significó que nuestros cuadros y direcciones no tuvieran posibilidades de foguearse en la lucha de clases.

El largo retroceso del movimiento de masas impidió durante aproximadamente veinte años que surgiera una dirección mínimamente probada en la lucha de clases y ligada al movimiento obrero. La defensa del trotskismo no pudo ser, por estas circunstancias, la confrontación cotidiana de la política trotskista con las restantes políticas que se dan en el movimiento de masas: se convirtió en un ejercicio esencialmente intelectual, teórico.

Esto se agravó cuando los dirigentes de la mayoría no comprendieron el proceso que se había abierto y no advirtieron que la única forma de que el partido sobreviviera al retroceso era insistiendo en la ligazón independiente de nuestros grupos y militantes con el movimiento obrero y de masas. Allí, aun en la participación en las luchas más mezquinas por las reivindicaciones más insignificantes, o aun, si éstas no existían, en la propaganda de nuestras posiciones sobre los pequeños sectores del movimiento que estuvieran dispuestos a escucharlas, estaba la clave para lograr que nuestras secciones mantuvieran o recuperaran su carácter proletario. Pero los camaradas capitularon al retroceso, dándose una estrategia de entrismo en el stalinis-mo y los otros partidos oportunistas por muchísimo tiempo.

Esta política produjo una división tajante entre nuestros militantes europeos y la dirección. Los militantes tuvieron que esconder, durante casi veinte años, su condición de trotskistas; si no lo hacían, serían expulsados de las organizaciones oportunistas en las que trabajaban. Todo su arte y su ciencia se redujo a dar nuestro programa en cómodas cuotas, digeribles por la disciplina de los partidos stalinistas.

Los dirigentes, por su parte, se dedicaron a esperar que el “proceso objetivo” llevara al stalinismo o a sus corrientes de izquierda, a la lucha por el poder. ¿Qué otra cosa podían hacer sin militantes públicos y sin partido independiente? Sólo comentarios y más comentarios; no había posibilidad de otra política que no fuera comentar los acontecimientos, comentar los errores políticos de los demás y comentar cuál debería ser la política correcta. ¿Para qué formular una política concreta si no había partido ni militantes que pudieran llevarla a la práctica? Esto acentuó el carácter comentarista, “periodístico”, de la dirección europea.

La vida es la que crea la conciencia. Y ésta doble vida, una para los militantes y otra para los dirigentes, de la etapa entrista “sui generis”, dejó secuelas imborrables en ambos sectores. Nos quedamos casi sin militantes ni dirigentes. La mayor parte de los militantes terminaron capitulando a las organizaciones oportunistas dentro de las cuales actuaban. Alrededor de un 70% de los más grandes dirigentes trotskistas que defendieron y practicaron el entrismo “sui generis” abandonaron nuestro movimiento. ¿Dónde están los viejos camaradas de la dirección de la que formaba parte el camarada Germain? Sólo quedan cuatro: Germain, Frank, Livio y González. ¿Dónde están Pablo, Posadas, Arroyo, Frías, Ortiz, Michele Mestre, Rivas, Levingston, Colwin da Silva... ? Nada tienen que ver estos excamaradas con el trotskismo. Su claudicación fue hacia la derecha, hacia el enemigo de clase, hacia el oportunismo: Pablo se transformó en el socio de izquierda del stalinismo, Posadas en el socio de izquierda de las burguesías nacionales. De conjunto, todos ellos se convirtieron en oportunistas sin remedio.

En contraste con este proceso, los más importantes dirigentes que estuvieron contra el entrismo “sui generis” siguen siendo trotskistas. ¿Dónde están Cannon, Dobbs, Hansen, Moreno, Vitale, Humbergert, Healy, Lambert? En el trotskismo. Algunos de estos camaradas se han pasado a posiciones sectarias, ultraizquierdistas (si es que ya antes no las tenían). Pero aun así, han claudicado a las presiones de la pequeña burguesía o la intelectualidad radicalizada, no a la de nuestros máximos enemigos, la burguesía y la burocracia stalinista, como ocurrió con quienes apoyaron el entrismo “sui generis”.

Este fenómeno debe tener una explicación marxista, no meramente psicológica. Nosotros creemos haberla descubierto.

El SWP logró asentarse como un partido proletario por sus cuadros y su dirección. Para ello se combinaron circunstancias especiales muy importantes: su proximidad y acuerdo con Trotsky, la formación y tradición proletaria de su dirección, el ascenso del movimiento obrero, su alejamiento de la tendencia intelectual y pequeñoburguesa a través de la ruptura del año 40. Nuestro partido también fue afortunado, ya que las circunstancias objetivas nos ayudaron: La lucha de la clase obrera de nuestro país y la de Bolivia, en nuestras fronteras, fueron las más intensas en el mundo en los últimos treinta años. No nos ayudaron las circunstancias subjetivas: nuestro aislamiento y nuestra formación independiente fueron la causa de todos nuestros vicios. Pero, precisamente gracias a aquellas luchas, pudimos superar nuestros incontables errores, aprender de ellos, superarnos y ligarnos a nuestra Internacional, sin sucumbir. Nosotros tuvimos la gran suerte de que nunca tuvimos que esperar para ligarnos al movimiento obrero y de masas, ya que, año tras año, se sucedían las oleadas de luchas masivas.

Observando la cantidad de errores que hemos cometido, nuestra formación independiente, nuestra marcha como un peregrino, como decía Trotsky, dos pasos adelante y uno atrás, hemos bautizado a nuestro partido como “trotskismo bárbaro”. Lo que nos salvó de la barbarie fue nuestra íntima ligazón con nuestra clase y sus luchas, en primer lugar, y nuestra ligazón a la Internacional, en segundo término. Y ponemos los factores en ese orden, porque si no fuera por esa íntima ligazón con los trabajadores y sus luchas, jamás nos hubiéramos integrado a la Internacional en la forma consciente y cabal en que lo hemos hecho. Esto no hace más que demostrar que el Partido Mundial de la Revolución no es el fruto del mero esfuerzo de los militantes trotskistas, sino la expresión de una necesidad objetiva profunda, de la más urgente necesidad de los trabajadores en cualquier parte del mundo.

Estas dos formaciones distintas —la del trotskismo europeo, por un lado; la del norteamericano y argentino, por el otro— explican un fenómeno muy importante, que a veces pasa desapercibido: la “tradición”.

La verdadera tradición del partido la dan sus luchas, que unen íntimamente a la base con la dirección y dejan un recuerdo imborrable que va pasando de generación en generación partidaria. El SWP y nuestro partido tienen una tradición de gran peso, que es la síntesis de años y años, de décadas de lucha como partido independiente para imponer el programa trotskista e imponerse a sí mismos como partidos en el movimiento obrero y de masas.

El trotskismo europeo no tiene tradición; la ha perdido debido al entrismo “sui generis”. Si la base del trotskismo europeo se pasó veinte años dentro del stalinismo o de algún partido reformista, adaptándose al medio ambiente para que no la echaran, ¿qué lucha en común con su dirección pudo desarrollar en el seno del movimiento obrero y de masas? Ninguna. ¿Cuándo defendió el programa y el partido trotskistas, enfrentándolos con todos los otros programas y partidos del movimiento de masas, y se postuló como dirección? Nunca, jamás. Esta falta de tradición tuvo su expresión simbólica en el acto de fundación de la Liga Comunista francesa, en su primer congreso: la nueva dirección juvenil de la Liga le prohibió hablar al camarada Pierre Frank. Hoy en día se nos puede dar cualquier explicación de semejante monstruosidad. Por ejemplo, que el camarada Frank no quiso hablar o que tácticamente era más conveniente que no hablara. Pero para nosotros eso tiene una sola explicación política: Pierre Frank no era el nexo de unión entre los viejos y los nuevos cuadros que se incorporaban al trotskismo en Francia. Si así hubiera sido, los jóvenes y los viejos hubieran exigido a gritos que la de Frank fuera la intervención central.

Pierre Frank no podía ser ese nexo de unión porque ese nexo no existía. Gracias al entrismo “sui generis”, los nuevos cuadros no entraban a un partido orgulloso de su tradición; para ellos era como si estuvieran fundando el trotskismo en Francia. Y, en cierto sentido, tenían razón: como consecuencia del entrismo “sui generis” el trotskismo de Pierre Frank prácticamente había desaparecido de la escena política francesa.

La combinación de esta vieja dirección, sin tradición y sin política trotskista firme durante veinte años, con los nuevos cuadros, sin experiencia y ligados por el origen y las relaciones sociales a la nueva vanguardia ultraizquierdista y oportunista al mismo tiempo, dio origen a la actual tendencia mayoritaria. De “ahí su carácter centrista, de frente único sin principios, donde coexisten todo tipo de tendencias, métodos y programas, desde el PRT(C) hasta las distintas fracciones inglesas. Quien escriba algún día la historia de nuestra Internacional, no podrá echarle la culpa de que se haya formado esta tendencia centrista, este frente sin principios, a los nuevos camaradas de la vanguardia europea que nació en el 68. Los grandes culpables son los camaradas dirigentes que han pasado de claudicar como comentaristas a las grandes organizaciones de masas, a claudicar como consejeros a la nueva vanguardia. El método de ambas claudicaciones es el mismo; el abandono de la tradición, también.

Los camaradas Germain, Frank, Livio y González tuvieron un gran mérito histórico: constituir ese 30% de grandes dirigentes que, pese a haber practicado el entrismo “sui generis”, no sucumbió a nuestros enemigos, la burguesía y la burocracia stalinista. Estos camaradas tienen el gran mérito de no haber seguido el curso liquidacionista de Pablo: no rompieron con el trotskismo. Pero se quedaron a mitad del camino, puesto que no fueron capaces de retomar la tradición proletaria de nuestro movimiento.

Es así como la tendencia mayoritaria va perfilando su trayectoria: de ultraizquierdista a centrista, del centrismo se irá aproximando al liquidacionismo. No es casual que uno de sus caballitos de batalla sea la lucha contra el “arqueotrotskismo”, el mismo que usaba Pablo. Es hora de parar, antes que sea demasiado tarde.

En el anterior Congreso Mundial de 1969 hicimos un vaticinio. Dijimos que en 1951 el reconocimiento de Posadas había podido durar bastante tiempo, antes de que el movimiento comprobara quién era quién. El movimiento de masas estaba en retroceso y la única prueba de todo, en materia de política revolucionaria, es la revolución. Pero que ahora, con el nuevo ascenso de masas, los análisis y la política se probarían en muy poco tiempo. Cuando el PRT(C) rompió con nuestra Internacional, a menos de cuatro años de haber sido reconocido como la sección oficial argentina, nuestro vaticinio se cumplió.

Si la mayoría, mejor dicho, si sus dirigentes más viejos, los que han dedicado toda una vida a la defensa del trotskismo, no se detienen y comienzan una marcha atrás hacia nuestros principios y nuestros métodos, si siguen cediendo a las irresponsabilidades y presiones de una vanguardia inexperimentada y no proletaria, que ellos mismos denunciaban hace cuatro años como el mayor peligro, corren el riesgo de terminar como Pablo, o como los viejos trotskistas que se unieron al PRT(C). De estos últimos, ni uno solo sobrevive junto a la vanguardia guerrillera de Santucho: fueron utilizados como teóricos y escritores para la polémica con nosotros, para luego ser dejados de lado, apenas la ruptura se produjo.

Por nuestra parte, tenemos el futuro asegurado: es el mismo del movimiento de masas mundial, al compás de cuyas luchas nos iremos haciendo el partido internacional de la clase obrera. Jamás una tendencia tuvo una seguridad mayor.

Hemos terminado. Sólo nos queda una aclaración por hacer. La construcción de un partido revolucionario mundial de los trabajadores es, ya lo hemos dicho, la más grande tarea que se haya planteado nunca al ser humano. Por su inmensidad y por los poderosísimos enemigos que enfrenta, es una tarea muy larga y muy difícil. Somos un puñado de militantes que enfrentamos, con la única arma moral de nuestra confianza incondicional y ciega en el movimiento de masas y en la clase obrera, al imperialismo y a la burocracia: una clase y una casta que han concentrado en sus manos el poderío más grande de que tenga noticias la humanidad.

Los nuevos camaradas que apenas ahora se enteran, en medio de una discusión muy dura y violenta entre dos fracciones, de todas las luchas anteriores, tanto o más duras y violentas, los nuevos camaradas que ven que estamos frente a una nueva crisis; los nuevos camaradas que ven la tremenda cantidad de errores que ha cometido la IV Internacional en los últimos veinticinco años; estos nuevos camaradas tienen todo el derecho a preguntarse, y muchos lo hacen, para qué seguir dentro de esta Internacional. Queremos responderles lo siguiente: lo que hemos vivido hasta ahora es la prehistoria del Partido Mundial Revolucionario de los Trabajadores. Pese a todos sus errores, esta Internacional ha tenido un mérito gigantesco: en medio de la más feroz persecución de la burguesía y la burocracia stalinista, ha conservado para el movimiento obrero y de masas toda la experiencia adquirida en más de un siglo de lucha. Una experiencia cuya pérdida hubiera atrasado por varias décadas el desarrollo de la revolución socialista. Una experiencia que se sintetiza en una teoría, la de la revolución permanente, un programa, el programa de transición, y una organización, el partido leninista-trotskista. Por el solo hecho de haber conservado estas herramientas de lucha del movimiento obrero y de masas, aun esta etapa prehistórica está en la historia de la humanidad.

Pero ahora estamos dejando la prehistoria y entramos en la historia de la IV Internacional. El movimiento de masas ha entrado en el más colosal ascenso que se haya conocido; el sistema capitalista mundial, el imperialismo, sigue debatiéndose en una crisis dramática, cada vez más profunda, que expresa su decadencia y su putrefacción definitiva; décadas de experiencia de las masas con el stalinismo y el reformismo las aproximan, cada día más, a romper definitivamente con ellos; ya no hay ningún obstáculo histórico entre la IV Internacional y las masas: desde 1968 estamos en condiciones de comenzar a construir partidos trotskistas con influencia de masas en cualquier rincón del mundo. El Partido Mundial Revolucionario de los Trabajadores ya no es sólo una necesidad histórica de esta etapa de transición: ya existen las bases objetivas para construirlo. Y todos esos errores, divisiones, y agrias discusiones del pasado y del presente, no son más que los dolores del parto de ese partido mundial con influencia de masas. La IV Internacional que nosotros conocemos es, a la vez, el embrión y la partera de ese partido. Por eso estamos en ella y por eso seguiremos en ella.



[1] Germain, Ernest: “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional”, ob. cit., pp. 2-3.

[2] TMI: “La construcción de los partidos revolucionarios en Europa capitalista”, en Boletín de Informaciones Internacionales, pp. 28-29.

[3] Carta del Secretariado Internacional al CC del PCI francés, del 14 de enero de 1959.

[4] TMI: “La construcción de los partidos revolucionarios en Europa capitalista”, p. 28.

[5] Trotsky, León: “Consideraciones de principio sobre el entrismo”, 16 de septiembre de 1933, en Escritos, Pluma, Bogotá, 1976, T. V., vol. I, p. 130.

[6] Declaración del SI del 25 de junio de 1953, en Quatriéme Internationale, de julio de 1953, pp. 19-20

[7] Idem.

[8] Trotsky, León: Programa de Transición, Pluma, Bogotá, 1977, pp. 47-48.

[9] “Tareas específicas y generales del movimiento proletario marxista revolucionario en América Latina”, para el Tercer Congreso de la IV Internacional, en Quatriéme Internationale, agosto de 1951.

El delegado del SWP (Clark) votó esta resolución. Otras resoluciones de tenor parecido también fueron votadas por el SWP. Dejando de lado el hecho de que Clark rompió con el SWP para apoyar a Pablo, lo importante es señalar que el SWP apoyó y contribuyó a construir el Comité Internacional de la IV Internacional. Al hacerlo, el SWP estaba apoyando explícita o implícitamente la batalla en contra de esta línea en Bolivia, que llevaban a cabo nuestro partido y el SLATO (Secretariado Latinoamericano del Trotskismo Ortodoxo), la organización del Comité Internacional para América Latina.

[10] Idem, p. 56.

[11] Tesis de la décima conferencia del POR, citadas por Liborio Justo en Bolivia: la revolución derrotada, Rojas Araújo editor, Cochabamba, 1967, p. 223.

[12] Quatriéme Internationale, abril de 1953, p. 25.

[13] Quatriéme Internationale, julio de 1953, p. 74.

[14] “Resoluciones del V Congreso Mundial”, en Quatriéme Internationale, junio de 1954, p. 54.

[15] Boletín Interno del POR, mayo de 1956, citado por Liborio Justo en Bolivia: la revolución derrotada, ob. cit., p. 225

[16] Idem, p. 225.

[17] Resolución del CE del POR boliviano de mayo de 1956, citada por Liborio Justo en Bolivia: la revolución derrotada, ob. cit., pp. 232-233.

[18] Moreno, Nahuel: “¿Quiénes supieron luchar contra la revolución libertadora antes del 16 de septiembre de 1955?”, en El golpe gorila de 1955. Pluma, Buenos Aires, 1974, p. 82.

[19] “La iglesia católica al servicio del golpe de estado del imperialismo yanqui”, artículo de La Verdad, del 3 de diciembre de 1954, en El golpe gorila de 1955, ob. cit., pp. 90-91.

[20] “Leña a la reacción clerical-patronal-imperialista. ¡Manos libres a la clase obrera!”, artículo de La Verdad, del 5 de septiembre de 1955, en El golpe gorila de 1955, ob. cit., pp. 129-130.

[21] Moreno, Nahuel: El golpe gorila de 1955, ob. cit., pp. 132-133. 246

[22] Voz Proletaria, No. 104, del 25 de abril de 1955.

[23] Suplemento de Voz Proletaria, 26 de septiembre de 1955.

[24] Trotsky, León: “El control obrero y la colaboración con la URSS”, en La lucha contra el fascismo en Alemania, ob. cit., vol. 1, p. 208.

[25] Idem, pp. 209 y 210.

[26] Mandel, Ernest: “La economía del neocapitalismo”, en Ensayos sobre el neocapitalismo, ERA, México, 1971.

[27] VIII Congreso, Cuarta Internacional, abril de 1966, p. 134.

[28] Mandel, Ernest: “El debate sobre el control obrero”, en International Socialist Reuiew, mayo-junio de 1969, pp. 1 y 3.

[29] TMI, “La construcción de los partidos revolucionarios en Europa capitalista”, ob. cit., p. 25.

[30] Idem, p. 26.

[31] Idem, p. 13.

[32] Idem, p. 18.

[33] Mandel, Ernest: “Discurso del 16 de mayo de 1971 en homenaje a la Comuna de París”, en Intercontinental Press, vol. 9, No. 25, p. 608.

[34] Trotsky, León: “Una vez más, ¿adonde va Francia?”, en ¿Adonde va Francia?, ob. cit., p, 86.

[35] Idem, pp. 86 y 87.

[36] Idem, p. 88.

[37] Mandel, Ernest: “Workers under neocapitalism”, en International Socialist Review, noviembre-diciembre de 1968, p. 15.

[38] Mandel, Ernest: “El debate sobre el control obrero”, ob. cit., p. 3.

[39] Germain y Knoeller, ob. cit., pp. 13-14.

[40] “Resolución sobre América Latina” del IX Congreso Mundial, noviembre de 1968, en Boletín de Informaciones Internacionales, del SWP No. 3, octubre de 1973, p. 11.

[41] Idem. p. 12.

[42] Idem. p. 12.

[43] Idem. p. 12.

[44] Idem, p. 12.

[45] Idem, p. 9.

[46] Idem, p. 12.

[47] Intercontinental Press, 20 de abril de 1970, p. 360.

[48] Hansen, Joe: “Consideraciones al proyecto de resolución sobre América Latina”, febrero de 1969, BII del SWP, No. 3, octubre de 1973, p. 33.

[49] Hansen, Joe: “Una contribución a la discusión sobre la estrategia revolucionaria en América Latina”, junio de 1970, p. 97.

[50] IX Congreso de la IV Internacional, América Latina, “Proyecto de Resolución sobre América Latina”, p. 9.

[51] Idem, pp. 9-10.

[52] Hansen, Joe: “Consideraciones al proyecto de resolución sobre América Latina”, ob. cit., p. 36.

[53] IX Congreso de la IV Internacional, “Proyecto de Resolución sobre América Latina”, p. 11.

[54] Idem. p. 11.

[55] Hansen, Joe: “Consideraciones al proyecto de resolución sobre América Latina”, ob. cit., pp. 35-36.

[56] IX Congreso de la IV Internacional, “Proyecto de resolución sobre América Latina”, ob. cit., p. 15.

[57] Hansen, Joe: “Consideraciones al proyecto de resolución sobre América Latina”, ob. cit., p. 34.

[58] Trotsky, León: El gran organizador de derrotas, Olimpo, Buenos Aires, p. 223.

[59] Germain, Ernest: “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional”, ob. cit., pp. 50-51.

[60] Trotsky, León: El gran organizador de derrotas, ob. cit., p. 239

[61] Germain, Ernest: “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional”, ob. cit., p. 60.

[62] Trotsky, León: El gran organizador de derrotas, ob. cit., p. 223.

[63] Germain, Ernest: “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional”, ob. cit., p. 25.

[64] Discusiones con Trotsky sobre el programa de transición, Folletos de Bandera Socialista, No. 55, México, s/f., p. 72.

[65] Idem. p. 73.

[66] Idem. p. 72.

[67] Idem, p. 72.

[68] Germain, Ernest: “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional”, ob. cit., p. 53.

[69] Maitán, Livio: “La IV Internacionale et les problemes mayeurs de la revolution Latinoamericaine a la etape actuelle”, p. 23.

[70] Dubois, Jules: Fidel Castro, Grijalbo, Buenos Aires, 1959, pp. 137-138.

[71] Idem, p. 138.

[72] Guevara, Ernesto: “Carta a Ernesto Sábato del 12 de abril de 1960”, en Claves Políticas, de Ernesto Sábato, Alonso Editor, Buenos Aires, 1972, p. 90.

[73] Idem. p. 88.

[74] Estas son algunas de las citas taxativas:

“La opción prioritaria de conquistar la hegemonía política en el seno de la nueva vanguardia masiva...” en La construcción de los partidos revolucionarios en la Europa capitalista, ob. cit. , p. 16.

“...la tarea central para los marxistas revolucionarios en la etapa abierta en 1967-68 consiste en conquistar la hegemonía en el seno de la nueva vanguardia con carácter de masas, a fin de construir organizaciones revolucionarias cualitativamente más poderosas que las de la precedente etapa, así como en pasar del estadio de grupos revolucionarios de propaganda al estadio de organizaciones políticas revolucionarias en vías de implantación en el proletariado” (Idem, p. 15).

[75] “...la organización de campañas políticas nacionales, elegidas cuidadosamente, coincidiendo con las inquietudes (necesidades) de la vanguardia, sin ir en sentido contrario a las luchas de las masas, y demostrando una capacidad de iniciativa eficaz, aunque sea modesta, por parte de nuestras secciones”. (Idem, pp. 42-43).

[76] Centralizar sus fuerzas a nivel regional y nacional con el propósito de romper el muro de silencio y de indiferencia que rodea a determinadas luchas obreras ejemplares y “salvajes” y comenzar acciones solidarias”. (Idem, p. 43).

[77] “...la orientación fundamental de los trotskistas europeos debe ser la de implantarse en la clase trabajadora, usar el peso de la vanguardia de masas para modificar la relación de fuerzas entre la burocracia y los trabajadores avanzados de los sindicatos, fábricas, oficinas y en la calle, así como concentrar su propaganda y, cuando esto sea posible, su agitación en la preparación de estos trabajadores avanzados para la aparición de los, comités de fábrica, de los órganos de poder dual, a la altura de la próxima ola de luchas generalizadas de masas, huelgas masivas y huelgas con ocupación de fábricas” (Germain, Ernest; “En defensa del leninismo, ¡en defensa de la IV Internacional”, ob. cit. , p. 113).

[78] “Ahora, en vez de decir que el propósito del partido es el de perfeccionar la conciencia política de clase de los obreros, la fórmula se vuelve mía precisa: la función de la vanguardia revolucionaria consiste en desarrollar la conciencia revolucionaria en la vanguardia de la clase trabajadora. “ (Mandel, Ernest, La teoría leninista de la organización, Ediciones Combate, Pasto, s/f. , p. 40.

[79] “De acuerdo con el concepto leninista de la organización, no existe una vanguardia autoproclamada. Más bien, la vanguardia debe ganar su reconocimiento como vanguardia (o sea el derecho histórico de actuar como vanguardia) a través de sus intentos de establecer contacto con la parte avanzada de su clase y su verdadera lucha. “ (Mandel, Ernest: La teoría leninista de la organización. Ediciones del Siglo, Buenos Aires, p. 15. ) Nótese que en estas últimas dos citas Mandel utiliza el término “vanguardia” corno equivalente de “partido” y de “la parte más avanzada de la clase obrera”.

[80] Nos referimos al citado trabajo, La teoría leninista de la organización.

[81] Idem, p. 15.

[82] Idem, pp. 14 y 19

[83] Trotsky, León: “El ultimatismo burocrático”, en La lucha contra el fascismo en Alemania , ob. cit. Tomo I, p. 112.

[84] Mandel, Ernest: La teoría leninista de la organización, ob. cit. , pp. 60-61.

[85] Idem, p. 17.

[86] Idem.

[87] Idem.

[88] Trotsky, León: “El ultimatismo burocrático”, en La lucha contra el fascismo en Alemania, ob. cit. , pp. 111 y 112.

[89] Germain, Ernest: “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional”. ob. cit.

[90] Lenin”, V. I. : “Cartas sobre táctica” del 8 al 13 de abril de 1917, en Obras Completas, Cartago, Buenos Aires, T. XXXIV, p. 458.

[91] TMI: “La construcción de los partidos revolucionarios en Europa capitalista”, ob. cit. , p. 28.

[92] “Proyecto de tesis sobre la situación latinoamericana”, presentado al Comité Central del PRT (La Verdad).

[93] Quinto Congreso del PRT (La Verdad): “Los gobiernos latinoamericanos y la lucha revolucionaria”, en Revista de América, No. 819, pp. 10-11.

[94] TMI: “La construcción de los partidos revolucionarios en Europa capitalista”, ob. cit. , p. 42.

[95] Mandel, Ernest: “Teoría leninista de la organización, , ob. cit. , p. 37.

[96] Idem p. 22.

[97] Trotsky, León: “Una vez más, ¿adónde va Francia?”, en ¿Adónde va Francia?, ob. cit. , p. 160.

[98] Trotsky, León: “Manifiesto de la Cuarta Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial”, en Escritos, Pluma, Bogotá, 197 6, T. XI, vol. 2, pp. 297 -298.

[99] La hora de los hornos: Filme argentino realizado en 1967, que registra la historia de las luchas populares en Argentina desde la caída del gobierno peronista en 1955. Sus realizadores, Fernando Solanas y Octavio Getino, viven en el exilio. El filme ha sido prohibido en Argentina. Costa-Gavras: Cineasta griego, radicado en Francia, realizador de conocidos filmes de “denuncia” como Zeta, La Confesión y Estado de Sitio. Aquí, la referencia es a este último filme, cuya trama se desarrolla en el Uruguay previo al golpe de 1973 y narra el secuestro de un diplomático norteamericano por un comando Tupamaro.

[100] Lenin, V. I. : “El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”, en Obras Completas, ob. cit. , p. 27.

[101] Idem, p. 101.

[102] “Resolución sobre el papel del Partido Comunista en la revolución proletaria” en Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, Buenos Aires, Cuadernos de Pasado y Presente, 1973. Primera parte, pp. 135 y 131.

[103] “Las tareas fundamentales de la Internacional Comunista”, en Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, ob. cit. , p. 118.

[104] Trotsky, León: “Por un manifiesto de la Oposición sobre la revolución española”, carta al Secretariado Internacional, 18 de junio de 1931, La revolución española, ob. cit. , vol. 1, p. 167.

[105] Trotsky, León: “Clase, partido y dirección: ¿por qué ha sido vencido el proletariado español? Cuestiones de teoría marxista”, en La revolución española, ob. cit. , vol. 2, pp. 313-314.

[106] Trotsky, León: “¿Es posible la victoria?”, en La revolución española, ob. cit. , vol. 2, p. 112.

[107] Idem, p. 110.

[108] Trotsky, León: “La política de Lenin. Carta a Harold R. Isaac”, 25 de febrero de 1937 en La revolución española, ob. cit. , vol. 2, p. 77.

[109] Trotsky, León: “Hacia las masas. Carta al SI”, 27 de julio de 1936, en La revolución española, ob. cit. , vol. 2, pp. 51-52.

[110] Trotsky, León: “La Liga frente a un giro decisivo”, en Escritos, T. VI, vol. 1, p. 62.

[111] Idem, p. 55.

[112] Trotsky, León: “La revolución española y las tareas de los comunistas”, 24 de enero de 1931, en La revolución española, ob. cit. , vol. 1, pp. 87-88.

[113] Lenin, V I: “El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”, en Obras Completas, ob. cit, p. 103.

[114] TMI: “La construcción de los partidos revolucionarios en Europa capitalista”, ob. cit, pp. 42-43.

[115] Germain, Ernest: “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional”, ob. cit, p. 113.

[116] Idem, p. 102.

[117] Lenin, V. I. , “¿Qué hacer?”, en Obras Completas, ob. cit. , p. 270.

[118] Idem, PP. 131 y 124.

[119] Trotsky, León: “Por un manifiesto de la oposición sobre la revolución española”, en La revolución española, ob. cit., vol. 1, p. 167.

[120] Trotsky, . León: “Una vez m”: ¿adónde va Francia?”, en ¿Adónde va Francia? , ob. cit., pp. 81-82.

[121] Discusiones con Trotsky sobre el programa de transición. ob. cit. , p. 63.

[122] Idem, pp. 79-80.

[123] Germain, Ernest: “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional”, ob. cit. , p, 91.

[124] Idem, p. 93.

[125] Idem, p. 94.

[126] Trotsky, León: Programa de Transición, ob. cit. , p. 10.

[127] Trotsky, León: “Por la ruptura de la coalición con la burguesía”, carta al SI, 24 de junio de 1931, en La revolución española, ob. cit. , vol. 1, p. 173.

[128] Discusiones con Trotsky sobre el programa de transición, ob. cit., p. 173.

[129] Germain, Ernest: “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional”, ob. cit. , p. 93

[130] Discusiones con Trotsky sobre el programa de transición, ob. cit. , p. 78.

[131] Idem, p. 52.

[132] Idem, p. 53.

[133] Trotsky, León: “Por una estrategia para la acción, no para la especulación”, Carta a los amigos de Vekín, 3 de octubre de 1932, en Escritos, ob. cit. , “T. III, vol. 2, p. 322.

[134] Trotsky, en: “Una vez más, ¿Adónde va Francia?”, marzo del “35” en ¿Adónde va Francia?, ob. cit., p. 82.

[135] Germain, Ernest “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional”, ob. cit. , pp. 94-95.

[136] Intervención de un camarada de dirección de la Liga Comunista Francesa en la reunión en nuestro local, en Actas, Archivos del PST(A).

[137] Mandel, Ernest: “Teoría leninista de la organización”, ob. cit. , p. 61.

[138] Mandel, Ernest: “El debate sobre el control obrero”, ob. cit. , p. 55.

[139] Lenin, Y. I. : hacer, pp. 177, 209, 179, 209 y 208.

[140] Germain, Ernest: “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional “, ob. cit. , p. 91.

[141] Mandel, Ernest: “Teoría leninista de la organización”, ob. cit. , p. 38.

[142] Germain, Ernest: “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional”, ob. cit. , p. 91.

[143] Idem, p. 91.

[144] Trotsky, en “El ultimatismo burocrático”, en La lucha contra el fascismo en Alemania. ob. cit., p. 111.

[145] Mandel, Ernest: Tratado de economía marxista, Ediciones ERA, T. 2, p. 138

[146] Idem, p. 7.

[147] Mandel, Ernest: Teoría leninista de la organización, ob. cit. p. 60.

[148] Idem.

[149] Mandel, Ernest: “El debate sobre el control obrero”, en Internation Socialist Review, mayo de 1969, p. 5.

[150] “Tesis sobre táctica. Tercer Congreso de la Internacional Comunista”, en Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, ob. cit., segunda parte, p. 45.

[151] Trotsky, León: El programa de transición, ob. cit., p. 7.

[152] Trotsky, León: “Sobre las propuestas del SAP”, diciembre de 1934, en Escritos, ob. cit., T. VI, vol. 1, p. 172.

[153] Discusiones con Trotsky sobre el programa de transición ob cit., p. 85.

[154] Trotsky, León: “El ILP y la nueva Internacional”, 4 de septiembre de 1933, en Escritos, T. VII, vol. 1, p. 30.

[155] Trotsky, León: “Un programa de acción para Francia” junio de 1934, en Escritos, ob. cit., T. VI, vol. l, p. 30.

[156] Ce que veut la Ligue Comuniste, publicación de la LC francesa, PP. 14-15.

[157] Mandel Ernest: “The debate on worker’s control”, en International Socialist Review, ob. cit., mayo-junio de 1969, p. 5.

[158] Mandel, Ernest: “Workers under neo capitalism”, en International Socialist Review, noviembre-diciembre de 1968, p. 12.

[159] Idem.

[160] Trotsky, León: El programa de transición, ob. cit., p. 12.

[161] Germain, Ernest: “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional”, ob. cit., p. 94.

[162] Idem. p. 94.

[163] Trotsky, León: Una vez más, ¿Adonde va Francia?”, en ¿Adonde va Francia?, ob. cit., p. 65.

[164] Discusiones con Trotsky sobre el programa de transición, ob. cit., p. 54.

[165] Trotsky, León: “Una vez más, ¿Adonde va Francia?”, en ¿Adonde Francia?, ob. cit., p. 64.

[166] Trotsky, León: El programa de transición, ob. cit., p. 11.

[167] Trotsky, León: La revolución permanente, ob. cit., p. 137.

[168] Trotsky, León: “Una vez más, ¿Adonde va Francia?”, en ¿Adonde va Francia?, ob. cit., pp. 67-68.

[169] Trotsky, León: “Tres concepciones de la revolución rusa”, agosto 1939, en Escritos, ob. cit., T. XI, vol. 1, p. 95.

[170] Trotsky, León: La revolución permanente, ob. cit., p. 172.

[171] Germain. Ernest: “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional”, p. 84.

[172] Idem.

[173] Trotsky, León: La revolución permanente, ob. cit., pp. 215 y 216.

[174] Idem. pp. 52, 54 y 56.

[175] Trotsky, León: “Manifiesto de la IV Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial”, mayo de 1940, en Escritos, T. XI, vol. 2, pp. 278-279.

[176] Germain, Ernest: “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional”, ob. cit., p. 85.

[177] “Tesis generales sobre la cuestión de Oriente”, en Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, ob. cit.

[178] Trotsky, León: “En vísperas de la Segunda Guerra Mundial”, 23 de Julio de 1939, en Escritos, ob. cit., T. XI, vol. 1, p. 25.

[179] Trotsky, León: “El fascismo y las consignas democráticas”, 14 de julio de 1933, en Escritos, ob. cit., T. IV, vol. 2, pp. 443

[180] Idem, p. 448.

[181] Trotsky, León: “El desarrollo desigual y combinado y el papel del imperialismo yanqui”, 4 de marzo de 1933, en Escritos, ob. cit., T. IV, vol. 1, pp. 176-177.

[182] Idem, p. 78.

[183] Germain, Ernest: “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional”, ob. cit., p. 73.

[184] Trotsky, León: La revolución permanente, ob. cit., p. 215.

[185] “Tesis sobre el rol mundial del imperialismo norteamericano” del Congreso de Fundación de la Cuarta Internacional, de septiembre de 1938, en Sobre la liberación nacional, Pluma, Bogotá-Buenos Aires, 1976, p. 181.

[186] Trotsky, León: “Manifiesto de la IV Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución mundial”, mayo de 1940, en Escritos, ob. cit., T. XI, vol. 2, p. 278.

[187] Trotsky, León: La segunda revolución china, Pluma, Bogotá-Buenos Aires, 1976, p. 190.

[188] Trotsky, León: La revolución permanente, ob. cit., p. 188.

[189] Germain, Ernest: “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional”, ob. cit., p. 73.

[190] Trotsky, León: El programa de transición, ob. cit., p. 37.

[191] Trotsky, León: La revolución permanente, ob. cit., p. 188.

[192] Germain, Ernest: “En defensa del leninismo, en defensa de la IV Internacional”, ob. cit., p. 73.

[193] Idem, p. 76. 436

[194] Idem, p. 75.

[195] Idem, p. 80.

[196] Idem, p. 83, 446

[197] Idem, p. 80.

[198] Idem. p. 81.

[199] Lenin, V. I.: Obras Completas, ob. cit., T. XXXIII, p. 296.

[200] Idem.

[201] “Tesis generales sobre la cuestión de Oriente”, en Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, ob. cit., segunda parte, pp. 226, 227 y 230.

[202] Trotsky, León: “Perspectivas y tareas en el Lejano Oriente”, en Segunda revolución china, ob. cit., p. 18.

[203] Idem, p. 21.

[204] “On the Mexican question”, en Documents of the Fourth International, Pathfinder Press, Nueva York, 1973, p. 273.

[205] Trotsky, León: “La cuestión nacional en Cataluña”, carta al Secretariado Internacional, 13 de julio de 1931, y “Carta a los camaradas de Madrid”, del 17 de mayo de 1931, en La revolución española, ob. cit., pp. 187 y 124-125 respectivamente.

[206] “Tesis sobre la cuestión negra del cuarto congreso de la Internacional Comunista”, en Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista., ob. cit., segunda parte, p. 250.

[207] Trotsky, León: “Los ultraizquierdistas en general y los incurables en particular. Algunas consideraciones teóricas”, 28 de septiembre de 1937, en La Revolución española, ob. cit., vol. 2, p. 172.

[208] Trotsky, León: “La revolución española y los peligros que la amenazan”, 28 de mayo de 1931, en La revolución española, ob. cit., vol. 1, p. 149.

[209] Lenin, V. I.: “El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”, ob. cit., pp. 102 y 103.

[210] Mandel, Ernest: “Teoría leninista de la organización”, ob. cit., p. 26.

[211] Secretariado Unificado; Proyecto sobre Europa de 1969.

[212] Frank, Pierre: Informe sobre Europa, 1969.

1 comentario: